TRINIDAD volver al indice
 

     La llamaban Trinidad.
     Bueno, en realidad se llamaba Mercedes. Pero, costumbres de aquellos tiempos, al entrar en religión le cambiaron el nombre.
     No la conocí, ni puedo reconocerla en unas fotografías borrosas que andan por ahí, fotos de final de temporada. (Cuando dicen que desguazan un barco, no es verdad. Sólo desguazan su sombra, el barco verdadero, el que surcó los mares, allí queda, incorruptible su estela).
     Cuando el centenario de su nacimiento di con esta fotografía de ella:

     «Parece que el santo vive en otro mundo distinto al nuestro. Es como si viese lo que nosotros no vemos, como si obrase de acuerdo con motivos distintos a los que nos determinan.
     Parece a veces que está a nuestro lado, sin estar con nosotros. Y tenemos la sensación de que esto se debe a que sólo percibimos de lo real la superficie, en tanto que él penetra en su profundidad y su sentido.
     El santo se coloca espontáneamente en un plano de existencia que parece estar más allá de la naturaleza: justamente lo llamamos sobrenatural. Pero para el santo es su verdadera naturaleza: nos sorprende moviéndose en él con perfecta naturalidad.
     Sólo el santo puede superar la dualidad de lo sensible y lo espiritual, obtener entre ellos una perfecta coincidencia.
     Ningún hombre razona menos. Ignora la abstracción. Está al nivel de lo real, de todos los aspectos de lo real.
     Es propio de la razón buscar entre todos los aspectos las conexiones que laboriosamente inventa ella misma: pero el santo está establecido en la unidad» (L. Lavelle).

     Todos los cristianos que, a cien años luz, la llaman filialmente «Madre» dijeron que se le parecía mucho. Claro.