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Y al decir flor quiero decir «flor artificial».
Hay gente que desprecia las flores artificiales.
Yo, no. Hasta les tengo mucho cariño. Un cariño que se lo debo a Teresa de Lisieux.
Había en su convento una superiora difícil. Que santificaba a la santa a marchas forzadas. Siempre se quejaba de todo (la superiora). De todo lo que hacía la buena de Teresa.
Las flores, en concreto, ponían mala a la santificadora. Las flores naturales.
Un buen día venía la susodicha superiora por el pasillo. Iba acercándose a una imagen de la Santísima Virgen que tenía al pie un ramo de flores. Teresa le dijo amablemente antes de que ella oliese el imaginario perfume: «Madre, son artificiales».
Eso es ser santo: evitar que el prójimo (aunque sea santificador) meta la pata.
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