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VOCACIÓN: APOSTAR POR UNA VIDA MEJOR

(Nos servimos para ir dándole contenido a la vivencia de la vocación de este pequeño artículo de María Zambrano)

Quienquiera que crea en la nobleza del hombre y de la vida, no puede abandonarla a la ciega vaciedad que quiere destruirla. Ya no es la moral, ni la razón las que se sienten amenazadas y en vías de aniquilamiento: es la vida misma.

No se trata de defender a la razón y a la vieja moral con la vida, como se nos pedía, de consumir la vida en su servicio, sino al revés: es la vida la que está en mortal peligro; es a ella a la que hay que acudir para que no sucumba... Y por irónica pedagogía, es a la razón a la que tenemos que recurrir y a la moral, para que defiendan la vida, que se había querido escapar de ellas.

Pero nada vuelve igual que estaba. El retorno de unas ideas, de unas creencias, es imposible. La razón y la moral que ahora sentimos necesarias para sacar a la vida de la oscura prisión en que se ha metido a sí misma, no puede ser la razón y la moral tradicionales, fracasadas, impotentes para haber impedido la actual sinrazón. Necesitan ser otra razón y otra moral que salven la antigua dualidad entre teoría y práctica, entre vida activa y vida contemplativa; entre pureza y fuerza. Necesitan ser una razón y una moral que se pongan en pie con invencible impulso: una razón activa, victoriosa, arrolladora; una pureza creadora, llena de fuerza, que no tema mancharse con el contacto de la realidad, que no rehúya el combate de cada día.

Hace unos años, estos anhelos podrían parecer una postura de tantas entre las que andaban al uso. Hoy la vida nos trae en realidad, en inexorable realidad, un combate diario; un combate en el que nuestra actividad tiene que ser forzosamente moral, en que no podemos actuar de otra manera que moralmente.

Bajo el cielo poblado de amenazas inmediatas, no nos cabe más actividad que la moral; nuestro más íntimo fondo, en ese punto imperturbable de todo ser humano, en ese remanso de fortaleza de toda vida para afrontar en completa dignidad el más último y definitivo de los peligros. Pero esa dignidad es la que hace que la vida no sea aniquilada por la hueca desolación de la barbarie. Esa dignidad es la vida.

 

(Parte del artículo de María Zambrano publicado en La Vanguardia el jueves
27 de enero de 1938
).