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LA VOCACIÓN EN LA BIBLIA
1. EL CONTEXTO
Definimos la vocación
como un acontecimiento misterioso, es decir, un suceso, algo
que ocurre en la vida del hombre. Y, como todos los acontecimientos,
ocurre en un contexto bien definido. Es llamativo que siempre
aparece una referencia a la vida y las necesidades del pueblo
de Dios. Se describen con detalle situaciones en las cuales
se muestra la necesidad de personas que actúen corrigiendo
el rumbo de la historia que les tocaba vivir. Muy poco se dice
de las inquietudes íntimas de aquellos que son llamados.
Suponemos que las tenían, pero los textos no se fijan
en ellas. Más bien resaltan los datos objetivos, lo que
pasa fuera de las personas. Se ve con claridad que las situaciones
sociales y religiosas del pueblo son muy relevantes en el planteamiento
de la vocación. Así, la esclavitud del pueblo
en Egipto es el escenario de la acción de Moisés
que lo libera; la esperanza mesiánica es el marco de
la maternidad de la Virgen; la defección de Judas
está en la base de la elección de Matías
como testigo de la resurrección de Jesús. La vocación
es un acontecimiento que sucede en medio del pueblo, como parte
de su misma vida. Por eso es imposible comprender los motivos de
la vocación sin conocer el contexto histórico
en que se da.
Hay un dato aún más importante: la vocación
de las personas individuales se narra en el contexto de una llamada
de Dios al pueblo en su conjunto, de modo que todos en el pueblo
son llamados, aunque sólo se nos narre la vocación
de un líder. Él está para que todos comprendan
la vocación que Dios les da y lo obedezcan. De esta manera
al enviar Dios a Moisés dice a la vez al pueblo: "Seréis
para mi un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex
19,6). Al llamar a la Virgen María hay una fuerte referencia
al pueblo: "Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose
de su misericordia" (Lc 1,54). Matías es elegido para
ser testigo de la resurrección (Hech 1,22) delante de
todo el pueblo. Por esta razón las narraciones vocacionales
del Antiguo Testamento suelen inaugurar una etapa de la historia
del pueblo.
2. EL HECHO
La vocación
no aparece en la Biblia como un tema teórico o doctrinal.
Simplemente se narra, porque es considerada como un acontecimiento.
Es un hecho que ha sorprendido a los hombres a lo largo de la
historia porque los incorpora al plan de salvación de
Dios. Este es el hecho sorprendente: Dios llama. Y lo hace aunque
a veces se dude de su presencia y de su fidelidad. Llama incluso
a personas que directamente lo atacan, como a san Pablo (Hech
9,21) o que se niegan a obedecer como Jonás (Jon 1,3).
Las personas reciben la llamada como un envío global:
"Ve a hablar a ese pueblo" (Is 6,9); "Venid detrás de mí"
(Mc 1,17); "¡Venid y lo veréis!" (Jn 1,39). Envío
que va a desarrollarse en un conjunto de actividades de muy
distinta naturaleza. El hombre lo acepta sin ver con claridad
todo lo que supone y cada día tiene que redescubrir el
sentido de la llamada original. Al ir detrás de Jesús
se convierte en un apóstol, aprende en el grupo de los
doce y se convierte en testigo de la resurrección. Ser
madre de Jesús implica adquirir una función maternal
amplia entre los apóstoles y en la Iglesia. Sin embargo,
todas esas implicaciones, no se ven al principio.
Lo más importante en este acontecimiento vocacional es
la confianza en Dios que llama. Por eso los personajes del Antiguo
Testamento tienen un gran interés en saber quién
los envía. Quieren saber su nombre y garantizar que es
el Dios de sus padres. Los discípulos en el Evangelio
van detrás de Jesús, sin saber bien a dónde,
pero confiando plenamente en él. En los otros escritos
del Nuevo Testamento los que son llamados se fían de
la Iglesia que los llama y que hace oración por ellos.
3. LOS ACTORES
La vocación
es cuestión de diálogo, y lógicamente pide
apertura en las personas que dialogan. Hay dos personajes que
intervienen en el contexto de las situaciones del pueblo: Dios
y el hombre. Es relevante que, pese a la conciencia que tienen
los autores bíblicos de la santidad de Dios, hacen que
Dios y el hombre se relacionen como verdaderas personas. La
vocación es así una obra de colaboración
en la que ambos ponen lo que les corresponde conservando sus
características de hombre y Dios.
Dios que llama es, en el Antiguo Testamento, el Dios de los
padres, que ha hecho junto con el pueblo el camino de su historia.
En los Evangelios es Jesucristo, Dios encarnado, quien llama
por propia iniciativa a los hombres: "yo os envío" (Mt
10,16). En el tiempo de la Iglesia son la comunidad cristiana
y sus responsables quienes llaman en nombre de Dios. Se supone
una comunidad abierta a la presencia del Espíritu de
Jesucristo y, porque se sabe continuadora de la misión
del Hijo de Dios, llama en su nombre.
Por otro lado está el hombre. Es la otra persona que
dialoga, y como tal persona tiene en la Biblia una gran dignidad.
Se describe al hombre que es llamado en sus circunstancias históricas
y familiares (cf. Jue 6,11). Se cuenta con él y su capacidad
de comprender la misión que se le encomienda. Tiene la
posibilidad de poner sus objeciones porque él es verdadero
actor de su misión. El hombre recibe de Dios la llamada,
pero para secundar este don gratuito es necesario que ponga
en juego todas sus posibilidades humanas. Dios es así
el verdadero protagonista, pero, al mismo tiempo, el hombre
es auténtico colaborador y agente de su propia vocación.
4. LA MOTIVACIÓN
Toda acción
tiene una razón de ser y una finalidad, es decir, un
por qué y un para qué, que están íntimamente
relacionados. La vocación supone una acción de
Dios que llama. Conviene, pues, que preguntemos a los textos
bíblicos: ¿por qué llama Dios?
Hay una primera constatación negativa: Dios no llama
a las personas por razón de sus cualidades o virtudes.
Los textos son contundentes al respecto. Subrayan más
bien la incapacidad del hombre para realizar la misión
que Dios le encomienda. Así el Señor llama a Moisés,
un tartamudo, para que hable al Faraón; al pequeño
Gedeón, para liberar al pueblo de Israel; a los primeros
discípulos, pobres pescadores, para ser pescadores de
hombres.
La llamada de Dios tiene como motivación, en último
análisis, su amor por el pueblo en las concretas situaciones
históricas. El por qué de la llamada a Moisés
está en que Dios ha mirado la aflicción del pueblo
y de hecho ya ha bajado para liberarlo (Ex 3,7-10). Gedeón
debe mostrar con su vida que Dios está realmente con
el pueblo y actúa en medio de él (Jue 6,13). Matías
se suma al grupo de los apóstoles porque el pueblo necesita
el anuncio y testimonio de la resurrección (Hech 1,22).
Dios llama, consecuentemente, porque desea el bien del pueblo
y quiere establecer con él una alianza de paz, en la
que los hombres lleguen a ser hombres en plenitud según
el orden concebido desde la creación. La alianza siempre
tiende a restablecer los lazos de unión del hombre con
Dios, de los hombres entre sí y del hombre con la creación.
Dios llama porque quiere, porque ama con absoluta fidelidad
al pueblo y quiere escribir con él su historia de salvación.
Desde este punto de vista se comprende cómo la llamada
de Dios no es un privilegio individual. Más bien hay
que decir que su voluntad se dirige al pueblo, y llama al hombre
individual como miembro del pueblo y para servicio del pueblo,
con un sentido instrumental. Lo importante no es el hecho de
ser llamado, sino que la misión entre el pueblo se lleve
a cabo de la mejor manera. Así se pueden interpretar
expresiones como "te consagré", "te designé":
es toda la persona que se dedica a la misión.
5. LA REACCIÓN
Ante la llamada de
Dios, la mayor parte de los personajes bíblicos se ven
sorprendidos. Hay diferentes tipos de reacciones: algunos lo
hacen con temor, como María (Lc 1,34); otros, con una
gran conciencia de su propia incapacidad, como Moisés
(Ex 3,11) y Gedeón (Jue 6,15); otros más, ofreciéndose
y siguiéndole inmediatamente, como Isaías (Is
6,8) y los primeros discípulos (Jn 1,39-Mc 1,18-20).
En esta reacción inmediata, sobre todo en el Antiguo
Testamento, hay una gran preocupación de los que son
llamados por asegurarse de que es Dios quien llama. Piden su
nombre en repetidas ocasiones y piden también pruebas
de su presencia divina. Todo hace pensar que se lanzaban a una
empresa que los sobrepasaba confiando exclusivamente en Dios
que llama. De esta manera se puede afirmar que la actitud de
quien ha sido llamado no puede ser el orgullo, o la vanidad,
o ese afán de solucionar los problemas fundamentándose
en las propias capacidades. Realizarán la misión
gracias a la ayuda de Dios que, en los textos, resiste la gravedad
de una consagración para toda la vida: "Yo estaré
en tu boca y te enseñaré lo que has de decir"
(Ex 4,12); "Yo estaré contigo y derrotarás
a Madián como si fuera un hombre solo" (Jue 6,16).
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc
1,35).
La actitud de quien es llamado, tiene así los rasgos
de una gran humildad y un profundo agradecimiento. Son, por
ejemplo, las palabras de María en su oración "Mi
alma engrandece al Señor... porque ha mirado la humildad
de su esclava" (Lc 1,47-48), o las del profeta Isaías:
"Heme aquí, envíame a mí" (Is
6,8). Quien es llamado ha de dejarse poseer por el Espíritu
de Dios y, humildemente, obedecer su voz.
6. EL CUMPLIMIENTO
Los textos bíblicos
insisten en la eficacia de la palabra de Dios que llama. Es
una Palabra poderosa que no vuelve a Dios sin producir sus frutos.
Por ello, como una consecuencia de la intervención de
Dios, se muestra cómo las personas realizaron efectivamente
la misión.
La misión que Dios encomienda no se concibe como la simple
ejecución de unas tareas, sino como la realización
de una función concreta en la historia de salvación.
De esta manera la vocación de Matías no consiste
en hacer cosas, sino en constituir con su vida un signo y un
testimonio de la resurrección del Señor. La vocación
de María no se reduce a dar a luz al Salvador, sino que
se constituye como función maternal en la historia salvífica.
Dios llama así a las personas para que, como verdaderos
colaboradores, se comprometan en un amor al pueblo semejante
al suyo. Y un compromiso de esta naturaleza implica todo lo
que la persona es, su dedicación plena, a la vez que
una multitud de tareas. Y desde aquí hay que afirmar
que la vocación se refiere a lo que la persona es y no
sólo a lo que la persona hace.
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