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REFLEXIONES EN TORNO AL DIPLOMADO EN PASTORAL VOCACIONAL DEL ITEPAL

 

Alexis Rodríguez Vargas

San José, Costa Rica

 

 

Hace diez años, en mayo de 1994, el Papa Juan Pablo II rogaba al Señor al iniciar el Primer Congreso Latinoamericano de vocaciones en Itaici - Brasil - que suscitara en América Latina “una nueva primavera de vocaciones”. Sin embargo, en este período gran parte de nuestro continente se ha visto enfrentado a un fuerte descenso en el número de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa y en general a una marcada pérdida de conciencia en lo referente al tema de la vocación entendida desde la perspectiva cristiana. Parece ser que cada día es menor la proporción de personas que deciden dejarlo todo por seguir al Señor y vivir radicalmente sus compromisos bautismales. Se podría afirmar que para solventar su sed de espiritualidad nuestra sociedad busca alternativas al margen del Evangelio. Para contrarrestar esta situación es necesario revitalizar la cultura vocacional de la Iglesia para motivar a cada bautizado a asumir su compromiso en la promoción y vivencia de la pastoral vocacional, entendiendo ésta como parte esencial de la pastoral de conjunto y como eje transversal de todo el quehacer pastoral de la Iglesia en los albores del tercer milenio. Este ideal no se puede lograr sin la acción comprometida de agentes de pastoral bien formados (cf. SD. 26) que, sin sentirse los únicos responsables del proceso, sí asuman su compromiso como dinamizadores de la pastoral vocacional. En esta dimensión formativa juega un papel central el diplomado en Pastoral Vocacional, ofrecido por el Instituto Teológico Pastoral para América Latina (ITEPAL) organismo del CELAM que durante 30 años se ha dedicado a la formación de evangelizadores para el Continente de la Esperanza. Después de tener la gracia de participar en dicho espacio formativo quisiera compartir algunos de sus aspectos teóricos con la intención de motivar a otros agentes de pastoral a aprovecharlos también y además con el afán de agradecer a todos los que hacen posibles estas oportunidades.

 

La pretensión de endosar los elementos centrales de un diplomado como el ofrecido por el ITEPAL es casi imposible de lograr. Si la riqueza de esta formación estuviera tan solo en los textos ofrecidos por los profesores sería mucho más rentable y eficiente transmitirlos por correo o incluso por video conferencias, pero su verdadero valor no reside exclusivamente en los contenidos teóricos como tales, sino más bien en el trabajo que de manera conjunta se realiza al pasar el tiempo entre estudiantes y facilitadores, en el compartir las vivencias de mujeres y hombres de Iglesia que en ambientes diferentes, y muchas veces bajo circunstancias muy adversas se esfuerzan por llevar adelante la utopía del Reino; reside también en el acompañar a otra Iglesia particular que nos acogió, no como forasteros, sino como hermanos. Así que ¿cómo transmitir los rostros de la gente marcados por el dolor, la pobreza, el amor, la esperanza...?, ¿cómo compartir la generosidad y la cálida acogida de la que se es objeto?, ¿cómo dar a otros la vivencia común de Dios y del misterio de su Iglesia? Decía el viejo párroco de mi pueblo durante mi niñez que la parroquia sólo se conoce caminando sus calles, analógicamente el significado de este tiempo de aprendizaje como don de Dios sólo se puede entender viviéndolo. En vista de esto cualquier síntesis será pobre y parcial. Sin embargo quisiera tratar de brindar a otros parte de lo que he recibido.

 

Uno de los puntos fuertes del itinerario formativo reside en el tema de la planificación pastoral participativa ya que la pastoral requiere canalizar los recursos disponibles hacia metas fijadas de antemano a través de su eficaz aprovechamiento. Si el ser humano no planifica sus acciones se deja llevar por el río de la historia hacia el futuro tendencial,pero al planificar interviene con una acción creadora desde la historia y desde la utopía del Reino para tratar de alcanzar un futuro deseado.La planificación pastoral no se limita a utilizar técnicas de las ciencias sociales en la redacción de documentos que se queden en el archivo; si no que asume los esquemas, mentales y sociales, de los sujetos para convertir la utopía del Reino en realidad. El proceso de la planificación indica que para poder incidir en la realidad debemos conocerla, no sólo desde lo externo sino también desde lo profundo, esto se da en tres momentos, a saber:

 

  • Pretender: es la intencionalidad que el grupo posee previa al análisis de la realidad y que parte de la utopía y de la realidad (percepción).
  • Nombrar: es hacerse poseedor de la realidad para incidir sobre ella, creando así orden en el caos (análisis).
  • Transformar la realidad: es la lucha diaria por convertir la realidad en un mundo más humano (planeación).

 

En el caso específico de la pastoral vocacional es correcto asumir que la juventud es el momento idóneo para encausar la vocación personal, por tanto son los jóvenes los protagonistas privilegiados de esta pastoral así que es la realidad juvenil la que hay que conocer mejor para incidir positivamente en ella, la propuesta formativa del ITEPAL apuesta por el tema de las culturas juveniles para aclarar la cuestión.

 

El contenido de la juventud es de resiente estudio en el ámbito académico, tradicionalmente ha tenido diversas aproximaciones, a continuación se consideran tres de ellas.

 

  • Juventud como segmento etario: esta consideración, que normalmente incluye a las personas de entre 15 y 24 años (aunque de igual manera podrían aceptarse otros límites), posee la ventaja de ofrecer un segmento de fácil identificación dentro del cual se pueden hacer comparaciones expeditas y estudios que ofrecen datos para la toma de decisiones. No obstante este enfoque conlleva la limitante de no permitir la realización de diferenciaciones al interno del grupo y de obviar la variedad de realidades presentes entre personas de edad similar.

 

  • Juventud como proceso de maduración: íntimamente ligado al tema de la identidad, esta aproximación aborda aspectos como los roles sexuales, la madurez emocional, el desarrollo de habilidades, los cambios físicos, la influencia de los pares, etc. Considera la juventud como una moratoria en la que se posterga el rol de adulto y se prepara al individuo para asumir su lugar en la sociedad, pero olvida que el proceso de maduración no es un recorrido lineal y que la persona asume roles múltiples.

 

  • Juventud como cultura: las ciencias sociales definen cultura como: “el modo de pensar, sentir, percibir y actuar comunes a un grupo que lo diferencian de otros y que se aprenden colectivamente”. La cultura produce signos y símbolos que permiten a los sujetos identificarse entre sí y a su vez les ofrece elementos normativos para regular sus acciones. En el caso de los jóvenes se manifiesta una amplia gama de situaciones culturales diversas que plantean la existencia de no una sino de muchas formas de “juventud”, en vista de lo cual se privilegia esta aproximación al tema sin excluir los aportes de los otros enfoques. Este enfoque introduce el tema del espacio y del tiempo para mirar tanto lo etario, como el proceso de moratoria.

 

La situación de América Latina es particularmente difícil, es la región menos equitativa del mundo, es afectada por una alta interdependencia externa y heterogeneidad interna, posee severos índices de desempleo, es una sociedad de consumo marcada por la influencia de los medios de comunicación, tiene altos niveles de violencia e inestabilidad, hay amenazas constantes a las culturas originarias y un esfuerzo de consolidación democrática todavía en ciernes. Además la realidad actual se caracteriza por el cambio constante, la incertidumbre, la pérdida de confianza tanto en sí mismo como en los otros y la realidad construida en torno a experiencias parciales. Se puede hablar de una sociedad híbrida.

 

El enfoque social expuesto anteriormente afecta a los jóvenes de modo particular. Su situación se caracteriza por varios factores:

 

  • No existen fronteras claras entre la juventud y la adultez.
  • La juventud vive una severa fragmentación que les permite tener conductas muy diversas en el mismo individuo.
  • Se da la paradoja entre globalización y anonimato, entre comunicación y aislamiento.
  • El fenómeno de la comunicación virtual es muy característico de esta realidad.

 

Se puede afirmar que los jóvenes se están reinventando constantemente, la Iglesia, especialmente en su pastoral juvenil, enfrenta el reto de inculturarse en las nuevas realidades juveniles y hacer germinar las semillas del Reino presentes en estos ambientes. En el diálogo evangelizador con las realidades juveniles, han de tenerse presentes algunas de las características fundamentales de los jóvenes, por ejemplo: la búsqueda de autenticidad, la necesidad de relaciones interpersonales fuertes, la crítica a la cultura dominante, el “cortoplacismo”, la ausencia de futuro y las nuevas tradiciones, entre otras. Además no se puede olvidar ciertos elementos que califican la vivencia religiosa de los jóvenes posmodernos: el contexto actual no favorece la preocupación por los otros; busca seguridades e identidad; la familia ya no cumple el papel de educadora en la fe por lo que cada sujeto debe hacer una opción personal, esto implica que la religión asume formas más íntimas y libres, con poco compromiso en grupos institucionales y mucha apertura al sincretismo y a la experimentación. La fe en Cristo tiene un poderoso carácter integrador para la persona; bien vivida ofrece sentido a la existencia, identidad, seguridad y una fuerte experiencia comunitaria, es rica en símbolos y signos. Estos aspectos son atractivos al joven pero no se le pueden presentar desde los púlpitos tradicionales, hay que caminar a su lado y sobre todo mostrarles la coherencia del testimonio de una vida plena en el amor de Dios.

 

Para ofrecer a los jóvenes de nuestro tiempo una propuesta vocacional atractiva el diplomado plantea una actualización teológica y bíblica con la persona de Jesús como su centro, a continuación repaso brevemente algunos de los aspectos centrales de la síntesis bíblica.

 

El evangelio de Lucas, escrito alrededor del año 85, se diferencia del de Marcos en sus inicios, mientras éste empieza el relato de la vida pública de Jesús en su adultez, Lucas se remonta a la pascua en la que Jesús tenía 12 años y, de acuerdo a la cultura de su pueblo, entraba a la vida adulta. En Jerusalén, capital política, religiosa y económica del reino, el joven manifiesta por primera vez la opción fundamental de su vida. Asumiendo sus derechos de adulto entra en relación con los maestros de la ley, les escucha, les cuestiona y les responde ante el asombro general. Después de tres días de búsqueda (cifra más importante por su sentido teológico, tiempo necesario para que ocurra una transformación, que cronológico) sus padres lo hallan y el diálogo posterior revela la dinámica búsqueda-encuentro-búsqueda que les permite entender que la vocación del Hijo es obedecer la voluntad salvífica del Padre en favor de toda la humanidad. Los términos δεί (debo) y ABBA (padre) son la clave interpretativa de la vida de Jesús, toda su existencia es un proceso de cumplir el plan de Dios, tanto para Él como para los otros. El Reino de Dios es el absoluto que priva sobre cualquier otra realidad, incluso la propia familia. María y José empiezan a vislumbrar este hecho al oír en labios del Hijo la afirmación ¿por qué me buscaban?¿no sabían que tengo que estar en la casa (o mejor todavía en las cosas) de mi Padre? (Lc 2,49). El verbo δεί no se interpreta como una obligación irracional impuesta desde afuera sino más bien como la necesidad histórico-salvífica de cumplir el plan de Dios nacida de la relación de amor entre Padre e Hijo, relación que no se limita a un lugar físico (por ejemplo el templo) ni a un momento determinado sino que es un estilo de vida que caracteriza siempre a Jesús. La persona que toma en serio el reto de su bautismo que lo hace otro Cristo está invitada a asumir estas categorías como determinantes y por tanto la vocación de cada uno es llamada a participar en el misterio de la vocación del Salvador.

 

En el caso específico de Cristo su vocación se entiende desde la predicación del Reino de Dios, pues aunque Él no define explícitamente esta realidad, la enseña a través de parábolas que reflejan su propia vivencia de ella. De lo anterior se desprende que el Reino es la soberanía de Dios en la criatura, soberanía que depende absolutamente de la acogida humana a la oferta gratuita del Padre, por eso frecuentemente el Reino se compara con la semilla, entendida ésta como Palabra de Dios, que al ser acogida en el corazón fecunda la vida y transforma la realidad personal, dicho sea de paso esto nos explica por que el creyente se ubica desde Cristo para hacer una lectura existencial de la Sagrada Escritura. Por otra parte el Reino no es una realidad individualista, ya que al asumir personalmente la Voluntad de Dios (el plan de salvación que Dios lleva a cabo aquí y ahora) el sujeto entra en una nueva familia, el nuevo Israel, que está llamado a ser germen que contagie al mundo entero de los valores concretos del Reino, o sea se convierte en prójimo de los demás especialmente de los más pobres.

 

En su proceso de discernir la voluntad del Padre Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, pudo recibir el acompañamiento de otros en particular el de Juan el Bautista. Así como la Virgen y San José juegan roles decisivos en su vida, Juan pudo tener un papel en el camino vocacional de Cristo. Los evangelios narran diversos pasajes que constatan la relación entre ambos, es más, el cuarto evangelio relata situaciones que podrían sugerir una pertenencia más larga de Jesús al círculo de discípulos de Juan. El hecho de que la plenitud de Dios presente en Cristo se manifestara a través de sus capacidades humanas posibilita la existencia de un proceso vocacional en su vida.

 

La misión de Jesús se prolonga en sus discípulos. El texto de Mc 3.13-19 relata cómo el Señor escoge a algunos cercanos para estar con Él, o sea prepararlos, y para predicar con autoridad de expulsar demonios. Los escogidos forman el primer núcleo de la Iglesia, para ellos predicar no se limita a verbalizar el mensaje que le han escuchado al Maestro, sino que es ser presencia de Dios en el mundo venciendo el mal con el bien (cf. I Co2.1-5). Posteriormente (Mc6.6-13) los discípulos son enviados en una tarea conjunta (comisión) con todos los poderes de Jesús y sujetos a las normas que Él dispone. Este envío, tipo de cualquier misión posterior, no depende de los recursos materiales, que son más bien escasos, ni tiene certeza de resultados positivos; pero la experiencia vital hecha al lado de Cristo anima a ser compartida con otros. Este proceso se sigue repitiendo a lo largo de la historia en multitud de hombres y mujeres que han conocido personalmente al Salvador, por tanto antes de enviar a alguien a predicar la Iglesia debe posibilitar el encuentro personal con Cristo para que el evangelizador tenga que compartir con otros.

 

El caso de Saulo de Tarso es particular entre los apóstoles. Su vocación (más que conversión) es narrada tres veces en Hech (capítulos 9, 22 y 26), pero siguiendo un esquema preestablecido para tales acontecimientos llamado “leyendas de conversión” y empleado además en II Mac 3 y usando también un esquema de “diálogo de aparición” (doble mención del nombre, pregunta del personaje, auto revelación de Dios y un encargo) lo cual sin negar la historicidad del encuentro entre Pablo y Jesús, sí plantea dudas con respecto a los detalles escogidos por Lucas. Éste parece buscar reivindicar la figura de Pablo después de su muerte (acaecida unos 20 ó 30 años antes de escribirse el libro) y manifestar el cumplimiento de la profecía de que los apóstoles llevarían el Evangelio hasta los confines del mundo (cf. Hech 1.8). Resulta más adecuado seguir la vocación de Pablo en sus propios escritos, en Flp 3.1-9 él relata su vida antes de encontrarse con Jesús y como todo lo que representaba algo para él pierde sentido al lado del Señor y en Gál 1.6-16, sin entrar en detalles privados, cuenta la revelación de Cristo en su vida, apocalipsis que se da sin mediación humana y que posteriormente se fortalece en la comunidad cristiana de Damasco liderada por Ananías y en la reflexión personal en Arabia. Esta revelación es pura χάριζ y lo único que pide a la persona es la disposición a acoger el don de Dios. Las vocaciones de Pablo y de los otros apóstoles son modelo para la experiencia vocacional de los hombres y mujeres de hoy, pues aunque existe la posibilidad de traicionar el llamado, como el caso de Judas, sobre todo en medio de las persecuciones, siempre se cuenta con la gracia del que llama.

 

Tradicionalmente cuando se desarrolla el tema vocacional en el AT, se toma un sujeto particular y se sigue, con mayor o menor éxito, su proceso de respuesta a Dios en paralelo con la experiencia cristiana. Existe, sin embargo, una aproximación diversa a esta temática. El camino alterno consiste en no mirar a un sujeto concreto como Moisés, Samuel, David, u otro sino más bien a la colectividad del pueblo de Israel. La ventaja más evidente de este enfoque es que no se ve obstaculizado por la carencia de datos biográficos de un personaje particular, ni por la posibilidad de que al avanzar el estudio de las ciencias bíblicas se descubra que el sujeto escogido haya sido adornado por atributos sobrehumanos por sus “biógrafos” (por ejemplo todos los detalles del nacimiento de Moisés que son paralelos de la historia de Sargón I de Acad), o sea fruto de una personalidad corporativa (Los Patriarcas), o una síntesis de toda una escuela de pensamiento (Isaías y sus discípulos). Al mismo tiempo salta la interrogante de si es posible descubrir una vocación comunitaria para el pueblo de Israel.

 

Antes de abordar el tema específico de la vocación es necesario vislumbrar la visión que el pueblo tenía de Dios. Este es un tema complejo que sólo se insinúa a continuación. Cabe destacar que el conocimiento de Dios se logra en la vida diaria, es una experiencia asociada a la historia concreta más que una teoría. Los primeros padres del pueblo, pastores nómadas, trajeron de Mesopotamia consigo la visión de un dios cercano que caminaba con ellos y se ocupaba de sus pequeños asuntos, un dios sencillo que se contentaba con una ovejita de vez en cuando y a quien llamaban “el dios de mis padres” (cf. Gén 26,24; 31,53; 46,1). Al entrar en contacto con la cultura más evolucionada de Canaan y su poderoso dios El quien tenía lugares de culto fijos y una compleja serie de ceremonias los patriarcas descubren nuevos elementos para expresar su fe y enriquecen su noción de dios con el de los cananeos (cf. Gén 14,22; 17,1; 21,33; 35,7). Más adelante, con la salida de Egipto, conocen al dios que tiene un propósito para la historia: הדהי (YHWH) y una vez más dan un salto cualitativo en la comprensión de la divinidad. El último momento esencial en este proceso se da durante el destierro en Babilonia cuando se terminan de convencer que no hay otro dios más que el suyo, y dan el paso final del henoteísmo al monoteísmo.

 

Este Dios maravilloso se relaciona de modo personal con el pueblo y lo invita a ser el pueblo de la Alianza. Por supuesto que son seres humanos los agentes que realizan esta llamada, pero es en la historia de la colectividad donde ésta se cumple. Entre los heraldos de la vocación de Dios al pueblo están los profetas, ellos en el período comprendido entre la división de los reinos y la restauración judía (siglos IX a V a. C.), se encargaron de ser palabra de Dios para los gobernantes y el pueblo (incluso con sus mismos actos) y de estar frente a Dios de parte de la comunidad, o sea ellos leyeron la historia de cada día desde el plan de Dios y reclamaron al pueblo las infidelidades a este llamado.

 

Ahora bien ¿cuál es la vocación específica de Israel? Quizás el momento en que el pueblo puede responder con mayor claridad a esta interrogante es en el período del 640 al 620 a. C. en que surge la reflexión de la escuela deuteronomista. Después del largo reinado del impío Manasés y su política pro Asiria y de los dos años de gobierno de su hijo Amón, se inicia la reforma de Josías quien apoyado por el pueblo sencillo que mantuvo la fe gracias, probablemente, a la estructura familiar, se lanza a recobrar la especificidad de Israel. Esta novedad se resume en un nuevo orden social donde todos los israelitas son hermanos (cf. Dt 15,1-3.7-8) tienen los mismos derechos y no deben lastimarse entre sí (cf. Dt 5,16-21 y 12,17-18), incluso el rey es hermano y su tarea no es enriquecerse a costillas del pueblo sino ser su servidor (cf. Dt 17). Este es un modelo de gobierno diferente al de los pueblos vecinos que vivían bajo el binomio rey – esclavos, y por tanto sus dioses (Ej. Baal) son rechazados por Israel. En síntesis: es la vocación a ser familia de hermanos y hermanas que tienen a הדהי por Padre (incluso corrige dejando espacio siempre a la esperanza) y encarna en la tierra una nueva sociedad sin pobres (cf. Dt 16,11) y con leyes justas. ¿Es éste un planteamiento utópico? Probablemente los mismos contemporáneos del deuteronomista se plantearon esta pregunta y la respuesta es: “depende de ustedes mismos llevar esta vocación a la práctica” (cf. Dt 30,11-16).

 

Ahora bien, dejando de lado el tema bíblico, se debe volver a la realidad actual. En tiempos de una crisis casi sin precedentes, como la que vive la humanidad posmoderna, que se manifiesta en todos los niveles de la sociedad la toma de decisiones adecuadas se hace imprescindible. En este proceso la Iglesia como, interlocutora social, no debe estar ausente, más bien acompaña y se responsabiliza por el camino que conduce a la plena felicidad querida por Dios para sus hijos. Los jóvenes especialmente deben ser los sujetos de dicho acompañamiento ya que este período de la vida es en el que se toman las principales decisiones a nivel existencial. El medio que la Pastoral Juvenil Vocacional actualmente privilegia para realizar esta actividad es el proyecto de vida, por tanto este tema también ha sido objeto de estudio en el diplomado, algunas de las consideraciones principales al respecto son las siguientes:

 

En primer lugar, para que la persona se cuestione válidamente sobre su proyecto de vida debe plantearse de antemano el tema del sentido de la vida, pues para quien no sabe donde va cualquier destino es adecuado. Este sentido no está dado a priori sino que cada uno lo actualiza según su libertad y partiendo de una estructura personal común a todo ser humano como imagen de Dios que se compone de los siguientes aspectos:

  • Las sensaciones: son el nivel más superficial del sujeto y corresponde a todos sus sentidos.
  • Los sentimientos: son muy valorados por nuestra cultura, especialmente por la juventud.
  • La razón: la capacidad intelectual, tradicionalmente privilegiada sobre los otros aspectos, es otro componente de la estructura.
  • Los valores: es, por así decirlo, el componente ético del individuo, es el lugar de encuentro con las heridas más hondas y las decisiones más profundas de la persona.
  • El centro de la persona: retomando la postura de san Agustín es lo más profundo de nuestra existencia, es nuestra intimidad más íntima.

 

Por otra parte la experiencia humana es rica en un lenguaje simbólico, o sea se mueve en dos niveles, el puramente básico y material, y el de mayor profundidad o simbolizado. Por ende es necesario comprender este lenguaje en orden a comprender la experiencia personal. Particularmente en el campo religioso se cumple esta situación, el ser humano creado a imagen de Dios sólo se comprende desde lo simbólico o sea, desde la vivencia comunitaria realizada en el amor (amor que se entiende aquí como: estado dinámico que origina y conforma todos los pensamientos, sentimientos, juicios y decisiones del sujeto).

 

A partir de lo dicho anteriormente se comprende que proyecto de vida no es una idea que se piensa, sino el proceso de orientar la totalidad de la existencia hacia la felicidad plena en el amoroso diálogo de la libertad perfecta de Dios y la imperfecta del ser humano. Éste posee una dinámica interna de forma elíptica que se da en tres momentos, a saber.

 

  • Fase descendente: parte de la historia personal de salvación e intenta buscar respuestas acerca del sentido y el significado de la propia vida.
  • Fase profunda: enmarcada en la dialéctica entre el dinamismo de vida y el dinamismo de muerte, permite al ser humano optar en circunstancias concretas por una serie de polos opuestos: Dios-ídolos, vida-muerte, libertad-esclavitud, amor-posesión, verdad-soberbia, poder-dominación, placer-hedonismo y tener-egoísmo asumiendo la persona de Jesús.
  • Fase ascendente: es la opción por el Reino, con la persona de Jesús como criterio de acción, a través de un estilo de vida al servicio de los excluidos en la comunidad cristiana.

 

Discernir el estilo de vida concreto es una actitud vital y cotidiana en la que siempre se aprende a optar por Dios y por los excluidos en lo que se realiza. Un poderoso instrumento para implementar el discernimiento es el conocido método de san Ignacio en el que se mira la interacción entre las fuerzas espirituales (mociones-tretas) y los vehículos que éstas utilizan (consolación, desolación, falsa consolación y prueba), además se hacen dos preguntas fundamentales: ¿qué experimento? y ¿a dónde me lleva? Por otro lado también hay que distinguir los estados espirituales de los fisiológicos y de los psicológicos como posibles causas de lo que se experimenta. En algunas ocasiones la treta puede ser grotesca, el mal actúa directamente, y en otras es más engañosa pues el mal se disfraza de bien. Este proceso implica que se distinga muy bien todo lo involucrado, en esto ayuda mucho reconocer los frutos que lo experimentado ocasiona en nosotros, entre los positivos que se presentan están: la paz de espíritu, el amor tanto a sí mismo como a otros, la gracia suficiente para cumplir la misión, la cercanía a la meta deseada, el gozo, etc.

 

Un buen proceso de discernimiento implica varios requisitos en el sujeto que lo realiza, entre estos se pueden nombrar:

 

  • A nivel humano:
    • Madurez humana
    • Escucha y diálogo
    • Flexibilidad
    • Conocer tanto las heridas como las fortalezas personales
    • Libertad personal
    • Autenticidad
    • Sentido común

 

  • A nivel espiritual:
  • Buscar el querer de Dios
  • Ser persona de oración
  • Imitar el ejemplo de Jesús y rasgos básicos de su persona
  • Revisión del día y de la oración
  • Conocimiento personal
  • Cotejar con el acompañante

 

Por otra parte el ambiente privilegiado para este proceso es la pastoral juvenil vocacional, en ella la mirada de Dios y los mismos jóvenes interactúan como dinamizadores del proceso, por tanto el acompañante ayuda a discernir desde este marco de referencia, para posibilitar su tarea conviene que sea una persona feliz con su quehacer, pleno en su vida, capaz de asumir sus propias limitaciones, con una profunda densidad en su relación personal con el Señor y capaz de establecer fuertes relaciones interpersonales. En el caso específico de acompañar un proceso de discernimiento para la vida de especial consagración, se debe seguir una serie de pasos que constituyen un micro-proceso dentro del marco mayor, estos pasos presentan algunos indicios vocacionales, entre estos se pueden citar los siguientes:

 

  • Iniciación: la persona se plantea la interrogante vocacional, manifiesta temor, inseguridad y cierta incoherencia.
  • Discernimiento: presenta entusiasmo, alegría, deseos de continuar adelante; al mismo tiempo momentos de crisis y el deseo de optar por un estilo de vida más superficial.
  • Decisión: al realizar lo decidido el sujeto puede mostrar entusiasmo, alegría, paz, cierto temor a verbalizar su deseo y actos concretos que respaldan su opción.

 

Acompañar a alguien en la toma de decisión de su estado de vida es la tarea más del artista que del especialista, confía más en la sabiduría (entendida en su sentido bíblico) que en el conocimiento humano y requiere la apertura al Espíritu de tal modo que no se busquen los propios intereses sino los de Dios y los de la persona acompañada. Es una tarea de comunidad, que sólo se logra con profunda oración y un entrañable amor a Dios y a la persona.

 

Por último valga decir que determinar los resultados finales de dos meses de arduo trabajo es tarea difícil ya que se corre el riesgo de marginar elementos centrales de la formación recibida, sin embargo conviene señalar algunos aspectos esenciales de la teoría y de la práctica asumidas, entre estos se pueden destacar los siguientes:

 

  • La persona de Jesucristo es el elemento fundamental en cualquier proceso de pastoral. Lo anterior es especialmente cierto en la Pastoral Juvenil Vocacional.
  • La PJV en los documentos del magisterio está invitada a ser el eje transversal de la pastoral de conjunto.
  • El proceso de acompañamiento vocacional dura toda la vida.
  • El servicio a Dios y a la Iglesia se encarna en el aquí y el ahora, por tanto el Evangelio entra en diálogo con las culturas para hacer crecer las semillas del Reino presentes en éstas, es más, el evangelio se incultura en los jóvenes.
  • En todo proceso pastoral también la persona humana es elemento central, ya que su libertad entra en un diálogo amoroso con Dios. De lo anterior deriva la importancia de una adecuada visión antropológica.
  • La Iglesia toda es comunidad de vocacionados, en ella cada quien vive su propio proceso de respuesta a Dios y todos deben ser acompañados en su camino, además somos responsables los unos de los otros, por tanto la promoción vocacional más que palabras es testimonio de vida y no es tarea exclusiva del animador.
  • Existen temas específicos en los cuales hemos recibido entrenamiento a lo largo del diplomado y que son esenciales a la PJV, entre estos se encuentran: proyecto de vida, discernimiento vocacional con el uso del método de San Ignacio, el dinamismo interno de la vida, etc.
  • El documento de “nuevas vocaciones para una nueva Europa” plantea un proceso vocacional, basado en el texto de San Lucas de los discípulos de Emaús, compuesto por cinco elementos, a saber: sembrar, acompañar, educar, formar y discernir.
  • La pastoral debe dejarse iluminar por las ciencias sociales, por ejemplo la sociología (temas tan valiosos como el ser y quehacer de la juventud hoy) y la psicología que le aporta muchas herramientas de formación y discernimiento (entre otras el enfoque de Carl R. Rogers sobre actitudes).
  • En la PJV el ser es más importante que el hacer, por tanto los resultados no dependen de números sino de personas, este servicio sólo es posible si se realiza desde una actitud de profunda oración.

 

Para mí, a nivel existencial, lo más importante del diplomado ha sido compartir las vivencias de mis hermanos y hermanas y la acogida de la Iglesia colombiana. El presente documento ha dejado por fuera muchos elementos, otros tan solo se insinúan, de hecho tal vez sólo las personas que compartieron esta experiencia podrán identificar el sentido de lo escrito, sin embargo espero que cumpla su objetivo de motivar a otras personas a darse la oportunidad de realizar esta vivencia de Iglesia.

(Tomado de la página web de OSLAM)