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Recrear nuestra vocación con los años

Ni jóvenes ni viejos: ¡abiertos al futuro!

 

Parecería que cada cien años más o menos emerge en nuestro horizonte cultural un nuevo fenómeno evolutivo. En el siglo pasado, descubrimos y etiquetamos la adolescencia como un periodo singular situado entre la infancia y la edad adulta. En el siglo XXI, parece que está emergiendo otra fase de la vida. Los demógrafos hablan de una nueva y singular etapa protagonizada por personas de entre 50 y75 años que no pueden considerarse "ni jóvenes ni viejos". Es el periodo que la prestigiosa socióloga norteamericana y profesora de educación en la Universidad de Harvard Sara Lawrence-Lightfoot (Nashville, 1944) ha llamado tercer capítulo, denominación que remite al hecho de que en esos años numerosos hombres y mujeres, contrariamente a la expectativa general, se embarcan en la escritura del capítulo más importante de sus vidas: el de su realización personal.

 Somos cada vez más longevos, pero nuestra cultura sigue estando obsesionada con la juventud. Tenemos una imagen deprimente de la vida más allá de los 50: una sucesión de pérdidas y achaques. Políticamente incorrecto, este rechazo de la vejez se manifiesta sin embargo de forma velada, disfrazada de paternalismo. El libro de Sara Lawrence-Lightfoot El tercer capítulo. Pasión, riesgo y aventura más allá de los 50 ofrece un contrapunto a esta ambivalencia cultural y se enfrenta a las imágenes anacrónicas y todavía prevalentes sobre el envejecimiento, documentando y revelando cómo los años que van de los 50 a los 75 pueden de hecho ser los más transformadores y productivos de nuestra vida.

Numerosos escritores y ensayistas han reivindicado hasta ahora la vida, en su pleno sentido, más allá de los cincuenta. ¿Dónde radica entonces la novedad y el interés del ensayo de Lawrence-Lightfoot? Como en su día hizo Daniel Goleman al acuñar el concepto de inteligencia emocional, la virtud de Lawrence-Lightfoot consiste en haber conceptualizado esa etapa vital y la necesidad que impulsa cada vez a más personas en su madurez a escribir su tercer capítulo. Con talento y experiencia como escritora, la autora nos presenta un libro que combina el rigor académico con la viveza del trabajo de campo, que no son sino las historias íntimas de los cuarenta hombres y mujeres a los que entrevistó para elaborar su ensayo.

 Los protagonistas de El tercer capítulo son hombres y mujeres de cincuenta, sesenta o incluso más de setenta años que han alcanzado un buen estatus socioeconómico pero que, a partir de un determinado momento, empiezan a sentir que sus vidas son poco significativas, poco satisfactorias a pesar de los signos externos de éxito. Aquejados de ese malestar y liberados de la ambición que hasta ese momento les ha impulsado a conseguir reconocimiento externo, deciden abandonar los mundos conocidos, el trabajo en el que son expertos, para aventurarse en nuevos dominios, responder a nuevas vocaciones, aprender en nuevos campos y contribuir a la sociedad por nuevas vías.

La pasión, el riesgo y la aventura no tienen por tanto que ver con lanzarse a practicar deportes de aventura (aunque nada está excluido), sino con atreverse a ser lo que verdaderamente uno es, un empeño que, tal vez, el pragmatismo adulto obligó a dejar de lado. Eso puede requerir la adquisición de nuevas habilidades, aunque, con frecuencia, se trata más bien de cambiar el paradigma de aprendizaje: dejar de basarlo todo en la inteligencia cognitiva, dar espacio a la inteligencia emocional, al inconsciente, desaprender rutinas y hábitos anteriores, olvidar categorías y etiquetas respecto a nosotros mismos en las que nos hemos sentido seguros o que, por el contrario, nos han limitado.

El descubrimiento, expresión y desarrollo de esas necesidades y vocaciones configuran una narración cuyo origen se remonta con frecuencia a la juventud o a la propia infancia. La escritura del tercer capítulo es, pues, indisoluble de un ejercicio de introspección. Resolver determinados conflictos personales puede ser en sí mismo el objetivo del tercer capítulo, como ponen de manifiesto algunos de los entrevistados. En cualquier caso, todos ellos manifiestan la necesidad de "volver atrás para contribuir al futuro", algo que para unas personas está vinculado al desarrollo de actividades artísticas y creativas y, para otras, a labores que implican el darse a los demás desinteresadamente. El empleo de la palabra escritura no es casual, pues todos ellos se ven en la necesidad de construir un relato que, abrazando las contradicciones, reúna las distintas facetas y etapas de sus vidas en un todo integrado, ya que el cambio de rumbo no pretende suprimir las experiencias anteriores.

Se trata, en suma, de un aprendizaje duro y gozoso, que requiere curiosidad, valor, paciencia y humildad, unas determinadas condiciones materiales que nos permitan elegir y asumir riesgos e, incluso más importante, cierta abundancia emocional, es decir, la confianza de saber que contamos con alguien "que nos sostendrá si nos caemos". Por ello, concluye Lawrence-Lightfoot, si queremos tener una sociedad de personas más abiertas y dispuestas a aprender a lo largo de toda la vida, ha de ser una sociedad "más amable", que nos permita cambiar las rutinas y los ritmos a lo largo del tiempo, que nos ofrezca distintas oportunidades de volver a calibrar la relación entre trabajo y amor, entre trabajo, familia y comunidad, entre trabajo y juego, todo lo cual redundará en una vida verdaderamente significativa y con sentido. |


(fuente: Eva Muñoz en Cultura/as, suplemento de La Vanguardia, 27.05.2009)