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Los diáconos permanentes

Carta que les ha dirigido la Santa Sede




Queridos diáconos permanentes:

Cada vez con más fuerza la Iglesia descubre la inestimable riqueza del diaconado permanente. Cuando los obispos llegan a la Congregación para el Clero, en ocasión de las visitas "ad limina", se comenta, entre otros, el tema del diaconado y los prelados muestran su agrado y su esperanza ante vosotros, diáconos permanentes. Todo esto nos llena de inmensa alegría. La Iglesia os da las gracias y, a su vez, reconoce vuestra entrega y vuestro trabajo ministerial. Al mismo tiempo, quiere alentaros para que caminéis por el camino de la santidad personal, para que viváis una intensa vida de oración y de espiritualidad diaconal. A vosotros se puede también aplicar aquello que el Papa ha dicho a los sacerdotes en ocasión del Año Sacerdotal: "favorecer esa tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio" (Discurso del 16 marzo 2009).

Quisiera invitaros a dos reflexiones. Una sobre vuestro ministerio de la Palabra, la otra sobre la Caridad.

Todavía permanece el grato recuerdo del Sínodo sobre la Palabra de Dios, que se celebró durante el pasado octubre (2008). Nosotros, ministros ordenados, hemos recibido del Señor, a través de la mediación de la Iglesia, el encargo de predicar la Palabra de Dios hasta los confines de la tierra, anunciando la persona de Jesucristo, muerto y resucitado, su Palabra y su Reino a toda creatura. Esta Palabra - como afirma el Mensaje final del Sínodo - tiene su voz, la Revelación; su rostro, Jesucristo; su camino, la Misión. Conocer la Revelación, adherirse incondicionalmente a Cristo, como discípulo fascinado y enamorado, partir con Jesús y con él hacia la Misión..., es cuanto se espera de nosotros y, de un modo totalmente sin reservas, de un diácono permanente. De un buen discípulo nace un buen misionero.

El ministerio de la Palabra, que en san Esteban, diácono y mártir, los diáconos tienen un gran modelo, pide a los ministros ordenados un esfuerzo constante para estudiarla y hacerla propia al mismo tiempo que se proclama. La meditación, a modo de "lectio divina", esto es, de lectura orante, es hoy en día el camino aconsejado para entender, hacer propia y vivir la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la formación intelectual, teológica y pastoral es un desafío que dura toda la vida. Un cualificado y actualizado ministerio de la Palabra depende mucho de esa profunda formación.

La segunda reflexión versa acerca del ministerio de la Caridad, tomando como gran modelo a san Lorenzo, diácono y mártir. El diaconado tiene sus raíces en la organización eclesial de la caridad en la Iglesia primitiva. En Roma (s. III), durante el periodo de las grandes persecuciones, aparece la figura extraordinaria de San Lorenzo, archidiácono del Papa San Sixto II y fidelísimo administrador de los bienes de la comunidad. Sobre san Lorenzo así se expresa el Papa Benedicto XVI: "Su solicitud por los pobres, el generoso servicio que dio a la Iglesia de Roma en el sector de la asistencia y de la caridad, la fidelidad al Papa que le empujó a seguirlo en la prueba suprema del martirio y el heroico testimonio de sangre pocos días después, son hechos universalmente conocidos" (homilía en la basílica de San Lorenzo, 30 noviembre 2008). Es conocida también la afirmación sobre San Lorenzo: "La riqueza de la Iglesia son los pobres". Los asistía con gran generosidad. He aquí un ejemplo todavía actual para los diáconos permanentes. Debemos amar a los pobres en manera preferencial, como Jesucristo. Ser solidarios con ellos. Buscar construir una sociedad justa, fraterna, pacífica. La reciente carta encíclica de Benedicto XVI, "Caritas in veritate", sea nuestra guía actualizada. En tal encíclica el Papa afirma como principio fundamental: "La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia" (n.2). Los diáconos se identifican muy especialmente con la caridad. Los pobres son uno de los ambientes cotidianos y objeto de su solicitud sin descanso. No se entendería un diácono que no se comprometiese en primera persona en la caridad y en la solidaridad hacia los pobres, que, de nuevo, hoy se multiplican.

Queridos diáconos permanentes, Dios os bendiga con todo su amor y os haga felices en vuestra vocación y misión. Saludo con respeto y admiración a las esposas y a los hijos, de quienes sois esposos y padres. A todos ellos la Iglesia da las gracias por la multiforme colaboración que prestan al ministerio diaconal. Además, el Año Sacerdotal nos invita a manifestar nuestro afecto a los queridos sacerdotes y a rezar por ellos.

Cardenal Cl. Hummes (Prefecto Congreg. Clero)