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¿ME ESTÁ LLAMANDO DIOS?

I

 

Santiago Guijarro Oporto·

 

La llamada de Dios no es un acontecimiento puntual en la vida, sino un proceso con algunos momentos de mayor intensidad. A veces identificamos esta experiencia con la llamada inicial, porque suele ir acompañada de un tiempo intenso de discernimiento y de una decisión importante, pero en realidad la llamada de Dios se va dando con matices diversos a lo largo de toda la vida.

       Los relatos bíblicos de vocación han contribuido a reforzar esta idea, pero en realidad estos relatos son la formulación condensada de una experiencia que se ha ido dando a lo largo de toda la vida. Lo vemos claramente en el caso de Jeremías, cuya vocación al comienzo del libro (Jr 1,4-11) no es sino una versión condensada de la experiencia más matizada, que el mismo libro nos ha conservado en una serie de poemas, conocidos como las “Confesiones de Jeremías” (Jer 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18). Esto significa que la experiencia vocacional no queda cerrada con la respuesta inicial, y que la pregunta inicial “¿Me está llamando Dios?” se sigue planteando bajo la forma de este otro interrogante: “¿Me sigue llamando Dios?”.

Cuando se plantean estas preguntas necesitamos dar nombre a lo que estamos viviendo, y esto sólo puede hacerse contrastando nuestra propia vivencia con otras experiencias de vocación. Esto es, precisamente, lo que encontramos en los relatos bíblicos: una experiencia de vocación condensada en sus rasgos fundamentales. Y por esa razón resultan de gran utilidad a quienes desean hacer un discernimiento de su experiencia vocacional.
En este folleto se enumeran algunos rasgos básicos de dicha experiencia vocacional, con la intención de ayudar a quienes se están planteando estas preguntas. El procedimiento que propongo es muy sencillo: a) detenernos en cada uno de los rasgos hasta llegar a entenderlo bien; b) ver en qué medida se da en nuestra  propia experiencia; c) comentar el resultado de esta confrontación con la persona que nos está acompañando en el proceso de discernimiento vocacional, o con alguien que por su experiencia puede ayudarnos a entender qué sentido tiene lo que estamos viviendo.

 

SIETE RASGOS DE LA
EXPERIENCIA VOCACIONAL

 

Para describir los rasgos de la experiencia vocacional en la Biblia, voy a tomar como referencia uno de los primeros relatos vocacionales que encontramos en ella: el de la llamada de Moisés (Éx 3,1-12: 4,10-12). Sería conveniente leerlo despacio antes de seguir adelante. Mencionaré también otras experiencias vocacionales para ir poniendo rostro concreto a las afirmaciones que iré haciendo. Al final ofreceré una lista de los principales relatos vocacionales y unas pautas para poder profundizar en nuestra propia experiencia con su ayuda.

 

1   La vocación individual no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo

La llamada de Dios a Moisés tiene que ver con el proyecto que Él tiene sobre su pueblo. No es un fin en sí misma, sino que está al servicio de la vocación de los israelitas. Esta vocación consiste en reconocer su dignidad de pueblo de Dios en libertad.
Es muy significativo que en las primeras experiencias vocacionales narradas en el AT y en el NT la llamada personal esté siempre vinculada a un proyecto de Dios, que tiene que ver con el pueblo:

  • En la vocación de Abrahán leemos: “El Señor le dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo...” (Gén 12,1-2). La llamada de Dios tiene que ver con un proyecto sobre el pueblo, en este caso crearlo.
  • Del mismo modo Jesús llama a sus primeros discípulos (Mc 1,16-20) inmediatamente después de haber anunciado la inminente llegada del reinado de Dios (Mc 1,15). Los llama para ponerse al servicio de este proyecto.

Esto significa que la vocación no es un asunto puramente personal, sino que está al servicio de otra llamada: la que Dios hace a todo el pueblo. Esta relación entre la vocación individual y la vocación colectiva es muy importante en el discernimiento vocacional. Una vocación aislada y puramente individual, sin ninguna relación con el proyecto de Dios sobre su pueblo, es muy difícil que sea una llamada de Dios.
                                                                      
2     La llamada de Dios generalmente va precedida de un encuentro personal con Él. No hay vocación sin experiencia de Dios.

El relato de la vocación de Moisés comienza con una “teofanía”, es decir, con una manifestación de Dios. En ella aparece la sensibilidad de Moisés hacia lo misterioso. En su búsqueda, Dios le sale al encuentro y se le manifiesta. Esta primera escena ocupa una buena parte del relato, y eso quiere decir que es muy importante. El encuentro con Dios suele ser el primer momento de toda vocación:
*          La de Isaías tiene lugar después de una impresionante visión de Dios, en la que se manifiesta su misterio atrayente y tremendo. Ante ella Isaías exclama: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, he visto con mis propios ojos al Rey y Señor Todopoderoso” (Is 6,5).
*          El encuentro de los primeros discípulos con Jesús, tal como lo cuenta el evangelio de San Juan, fue menos dramático, pero no menos decisivo en su proceso vocacional: “Jesús se volvió y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Maestro, ¿Dónde vives? El les respondió: “Venid y lo veréis”. Ellos se fueron con Él, vieron dónde vivía y se quedaron con él todo el día” (Jn 1,38-39).
    Aunque a veces puede dar la impresión de que la llamada de Dios acontece de pronto, en realidad no es así. Hay previamente una experiencia del encuentro con Él, y un descubrimiento de su santidad, de su bondad, de su misericordia, de su amor. Dicho con otras palabras: la vocación se va dando en el proceso de nuestro encuentro con Dios. Encontrarse con Él implica ir descubriendo su proyecto y el lugar que ha pensado para nosotros dentro de ese proyecto.

3     La llamada de Dios es personal. Dios nos llama por nuestro nombre, con nuestra historia, con nuestras cualidades y nuestros defectos.

Aunque el marco de la llamada de Dios es su proyecto sobre el pueblo, cuando ésta se produce, queda bien claro que se trata de una llamada personal. Los relatos de vocación lo subrayan de forma diversas:
*          Con la mención del nombre: “¡Moisés, Moisés!” “¡Samuel, Samuel!” También en la llamada de los Doce, los evangelistas mencionan el nombre de cada uno de ellos (Mc 3,13-19).
*          Otras veces los que son llamados tienen conciencia de que Dios los ha elegido desde el vientre de su madre. Este es el caso de la vocación de Jeremías: “Antes de formarte en el vientre te conocí, antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones” (Jer 1,5); y también el de la vocación de San Pablo: “Dios me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia” (Gál 1,15).
Es importante subrayar que la iniciativa de la llamada siempre parte de Dios. Es Él quien llama, y lo hace cuando quiere. Por eso su llamada suele provocar una cierta reacción de asombro y desconcierto. Según esto, no podemos decir que “tenemos vocación”. Nosotros no somos el sujeto, sino el objeto de la vocación.
            La llamada de Dios acontece de formas diversas y a partir de diversas experiencias: la admiración que provoca la zarza que arde sin consumirse (Moisés); la manifestación de Dios en un momento concreto (Isaías); en medio de un sueño (Samuel). Casi siempre en medio de la vida cotidiana: el servicio del templo (Isaías); pastoreando el rebaño (Amós), o arando los campos (Eliseo); mientras preparan las redes (primeros discípulos de Jesús)... Dios busca momentos especiales, pero no raros; nos llama en la vida de cada día. A veces se sirve de intermediarios: Helí en el caso de Samuel; Elías en el caso de Eliseo...
Así pues, Dios llama a personas concretas, en situaciones concretas, y a partir de experiencias concretas. No se trata de una experiencia reservada para unos pocos perfectos. Él llama a los que quiere y como quiere, y no siempre a los mejores. Dios nos llama con nuestras cualidades y defectos, con nuestra historia, con nuestros logros y fracasos.    

4     La llamada de Dios toca lo más profundo del ser. Cambia a la persona por dentro y por fuera, y trastoca sus planes.

Moisés había huido de Egipto, y nunca se le habría pasado por la cabeza volver allí. El encuentro con Dios y su llamada cambian sus planes. Pero este cambio de planes no es mas que la manifestación externa de otro cambio que afecta a su ser más profundo. Este es otro rasgo que aparece en los relatos de vocación

*          En algunos relatos este cambio se concreta en un cambio de nombre. Abrán se llamará Abrahán, es decir, padre del pueblo; Simón se llamará Cefas, es decir, roca. En la antigüedad el nombre definía a la persona, y por tanto el cambio de nombre implicaba una transformación profunda.

*          En otros casos, esta transformación se describe como el resultado de una acción del Espíritu. Cuando el Señor llamó a María le anunció: “el Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con sus sombra” (Lc 1,35). Se trata de una transformación profunda.

*          Esta transformación aparece como un largo proceso en el caso de los discípulos más cercanos de Jesús. Su primera tarea consistirá en “estar con Él” (Mc 3,14). Antes de enviarlos a anunciar la buena noticia de la llegada del Reinado de Dios, los apóstoles tienen que estar con Jesús hasta que lleguen a compartir su proyecto, su estilo de vida y su destino. Los evangelios dedican bastante espacio a este proceso que va transformando a los discípulos (véase espec. Mc 8,27-10,52).

Esta transformación que produce en nosotros la llamada de Dios no es algo que acontece de la noche a la mañana. Es un proceso que va haciendo nacer en nosotros un hombre o una mujer nuevos. Quien es llamado por Dios ya no se pertenece a sí mismo; poco a poco ve cómo cambian su estilo de vida y su valoración de las cosas.
Esto significa que la llamada de Dios nos hace diferentes, y a veces nos convierte en extraños para quienes antes estaban más cerca de nosotros. La experiencia de Jeremías es, probablemente, la que mejor refleja este “extrañamiento” que acompaña muchas veces a la experiencia vocacional: “No me senté a disfrutar con los que se divertían; agarrado por tu mano me senté sólo” (Jr 15,17)... “La palabra de Dios se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión” (Jer 20,8).

5     Sin embargo, la meta de la llamada de Dios no somos nosotros, ni siquiera la transformación que produce en nosotros, sino la misión para la que Dios nos llama

Este es el aspecto que más claramente aparece en el relato de la vocación de Moisés. Pero es igualmente central en los demás relatos de vocación. Dios llama siempre para una misión, y esto es lo que determina el cambio que se da en la persona. El cambio de nombre, por ejemplo, siempre tiene que ver con la misión que Dios va a encomendar a los que llama. La vocación es siempre “una llamada para”. Y por eso la pregunta que nos ayudará a discernir nuestra vocación no es “¿Por qué?”, sino “¿Para qué?

La experiencia vocacional reflejada en la Biblia nos muestra, además, una cosa muy importante: que la raíz más honda de la misión, y por tanto también de la vocación, es una conmoción en el corazón de Dios:

*          Dios llama a Moisés porque ha visto la opresión de su pueblo, y lo mismo ocurre en la vocación de Gedeón. En otros casos es porque el pueblo se ha apartado de él (profetas).

*          El evangelio de Mateo muestra cómo el envío de los discípulos nace de esta conmoción interior que experimenta Jesús al ver la situación de la gente: “al ver a la gente se le conmovieron las entrañas por ellos porque estaban como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

Esta es la explicación última de la llamada, y por eso quienes son llamados por Dios tienen que sentir esta misma conmoción. La vocación no es principalmente para mí, para que yo me realice, para que sea más feliz (también es para todo esto), sino para los demás, y por ello supone una entrega incondicional a la causa de Dios, que llama:
-     Para crear un pueblo (Abrahán)
-     Para liberarlo (Moisés, Gedeón)
-     Para hacer que vuelva a su  proyecto (Samuel, profetas)
-     Para anunciar y hacer presente el reinado de Dios (discípulos de Jesús)
Sin misión no hay vocación. Por eso, la sensibilidad para descubrir el proyecto de Dios y las necesidades de los hombres y mujeres que nos rodean son los elementos más determinantes a la hora de discernir una vocación.