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EVANGELIZADORES SIGLO XXI:
LOS CRISTIANOS LAICOS,
NUEVOS PROTAGONISTAS DE LA EVANGELIZACIÓN

III

“Una Iglesia en la que los fieles cristianos laicos sean protagonistas” (Santo Domingo 103)

Luis Rubio Morán

 

IV. ALGUNOS ÁMBITOS ESPECIALES DE ACTUACIÓN

Ya el perfil teológico y el modelo existencial ofrecen un amplísimo campo de actuación de los laicos, toda la ancha gama de las profesiones, de las tareas temporales y de las estructuras del mundo.
Pero para tener una imagen integral adecuada del laico, nuevo evangelizador, hemos de preguntarnos también sobre los campos en los que habría que concentrar energías evangelizadoras especiales dentro del ancho campo de lo secular y sus estructuras. Con algunas indicaciones sobre el tipo de actuación que parece más urgente en nuestros contextos.


1. El cuidado y cultivo de la familia

En el ámbito de la familia, campo primordial de existencia y ejercicio de la vocación laical, la acción más urgente debería situarse en el cuidado y cultivo de la vida familiar en los siguientes aspectos.
En primer lugar, el anuncio del matrimonio como vocación, con su proceso de acompañamiento y discernimiento vocacional y el correspondiente proceso de formación vocacional. Casarse, y casarse-con, en Cristo, como cristiano, no es un asunto meramente individual y privado, fruto del instinto o del deseo de satisfacer necesidades biológicas o afectivas. Es, además de un proyecto social, la realización de un proyecto de vida original y personal, en el que Dios está presente, como en toda vocación, antecedentemente; un proyecto preparado providencialmente, descubierto a través de múltiples señales y mediaciones, en vistas a una colaboración en el proyecto creador y salvador de Dios en Cristo, de instauración del reino de Dios en la historia, de la edificación de la comunidad eclesial.
La urgencia de evangelizar este campo se comprende si se atiende tanto a los aspectos de vida cristiana y humana que están en juego como a las necesidades y abandono pastoral de este campo en estos momentos. Entre los valores en juego baste recordar “el amor, el trabajo, la transmisión de la vida, la educación en los valores fundamentales, la convivencia, la comunitariedad, la defensa de la vida, la educación de la fe y de los valores éticos coherentes con ella, la atención a los apremiantes problemas planteados hoy desde diversos ámbitos a las parejas, las repercusiones de la vida laboral en el ámbito familiar, la dignidad de la mujer”. Y sin embargo por todas partes se advierte un “cierto pudor o miedo a traspasar el umbral del hogar” en las iniciativas pastorales”157.
En segundo lugar, recuperar la familia como auténtica y primaria “comunidad eclesial” o “iglesia doméstica”, una especie de cuasisacramento, o “imagen viva y una representación histórica del misterio mismo de la Iglesia, de su maternidad y de su fecundidad” (FC 49). Que vuelva a ser espacio primero donde se vive, se comparte, se comunica, se transmite y se celebra la fe cristiana tanto entre los esposos como con y entre los hijos (EN 71). Ella es la primera “escuela de vida cristiana: en ella se viven y transmiten valores tan fundantes como el sentido de la trascendencia, el conocimiento de la persona de Jesús, la actitud orante, la solidaridad con la persona que sufre o siente necesidad, la gratuidad en las relaciones o el respeto a la dignidad de todo ser humano”158; en ella la persona se abre a las necesidades de la sociedad en que vive especialmente en el campo de la transmisión y defensa de la vida, en el modo de comprensión del amor como donación y entrega (FC 50.63); ella lleva a la comunidad eclesial entera el estilo de la “caridad familiar”, “un estilo de relaciones más humano y fraterno” (FC 64).
En tercer lugar, la creación de estructuras de “misericordia y reconciliación” (cfr. FC 33) para con las situaciones de sufrimiento, de fracaso y de cruz, para con el “dolor de parejas en crisis o que viven separadas, el sufrimiento provocado por embarazos no deseados”, donde la Iglesia se haga presente no a través de condenaciones moralizantes, sino “mostrando el corazón maternal de la Iglesia” (FC 33), mediante un adecuado acompañamiento conyugal, prestando la ayuda para “crear y sostener todas aquellas condiciones humanas, –psicológicas, morales y espirituales– que son indispensables para comprender y vivir “el valor de las exigencias del matrimonio” (FC 33).
La transcendencia de este campo de actuación, típicamente laical, es de tal envergadura y naturaleza que es el primero que exige la concreción de un servicio eclesial en categoría de “ministerio”. La comunidad eclesial y sus responsables deben promover, crear e instituir en su propio seno, asegurado por matrimonios, un “ministerio de la familia”159. Algo más hondo, amplio y profundo que lo que existe como “departamento de pastoral familiar”. Dicho “ministerio” por su misma naturaleza exige ser “dual”, de pareja, encomendado a un matrimonio que sea coordinador y animador de toda la acción eclesial en favor de la familia. Estos “ministros de la familia” se convertirán en los coordinadores de todas las actividades, de los servidores, y aun de los mismos movimientos familiares, aprovechando las energías que en ellos existen y dándoles una proyección social y eclesial cada vez más dinámica, oficial y evangelizadora.160.

2. Humanizar la historia y, en especial, la vida económica, laboral y política

La responsabilidad humanizadora del laico sobre el mundo tiene una especial urgencia en los ámbitos de la economía, de las relaciones laborales, de la vida política, o la organización de la convivencia.
“Los cristianos laicos engrosarán y animarán la corriente histórica cada vez más pujante, a pesar de las enormes energías puestas en juego en contra por los poderes económicos y tecnológicos mundiales, para humanizar la historia, para tratar al hombre como hombre, no como bestia de carga ni como consumidor, como un “prometeo encadenado”, como un “superhombre” autodestruyéndose en sus anhelos de endiosamiento. El ser protagonista, creador de algún modo de nueva cultura humanista es una exigencia universal e individual” (CL 5).
Humanizar es, en primer lugar, comprometerse por defender el derecho a ser, a existir, a vivir, de todo ser humano, que es el derecho primordial, básico, fontal (CL 38). “La Iglesia no se ha dado nunca por vencida frente a todas las violaciones que el derecho a la vida, propio de todo ser humano, ha recibido y continúa recibiendo por parte tanto de las individuos como de las mismas autoridades. El titular de tal derecho es el ser humano, en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; y cualquiera que sea su condición, ya sea de salud que de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez, de riqueza o de miseria”... Si bien la misión y la responsabilidad de reconocer la dignidad personal de todo ser humano y de defender el derecho a la vida es tarea de todos, algunos fieles laicos son llamados a ello por motivo particular. Se trata de los padres, los educadores, los que trabajan en el campo de la medicina y de la salud y los que detentan el poder económico y político” (CL 38).
Humanizar significa también reconocer el valor de la persona humana “frente a la manipulación posible por parte de la ciencia y de la técnica, cuando trata de alterar el patrimonio genético del individuo y la generación humana” (CL 38). “Los cristianos han de ejercitar su responsabilidad como dueños de la ciencia y de la tecnología, no como siervos de ella... Ante la perspectiva de esos desafíos morales... que ponen en peligro no sólo los derechos fundamentales de los hombres sino la misma esencia biológica de la especie humana es de máxima importancia que los laicos cristianos - con la ayuda de toda la iglesia - asuman la responsabilidad de hacer volver la cultura a los principios de un auténtico humanismo...” (CL 38).
Humanizar quiere decir poner al hombre como el centro de la respectiva actividad. El hombre es la única realidad absoluta intramundana que merece todo el respeto y al que se orienta, debe orientarse, toda actividad. “El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 63). A él se deben supeditar todos los demás intereses. El laico cristiano ha de oponerse a todo tipo de empresa, organización o sistema que atente a la dignidad del hombre.
Un campo especialmente necesitado de humanización es el de las relaciones laborales. Empeño del laico cristiano será “convertir el lugar de trabajo en una comunidad de personas respetadas en su subjetividad y en su derecho a la participación y a desarrollar nuevas formas de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común” (CL 43), considerar a los compañeros de trabajo como prójimos, no como competidores; fomentar la comunicación de valores y el respeto ante las convicciones de cada uno, no transigir cuando se ridiculizan o desprecian personas y valores, “compartir con sus hermanos las riquezas humanas y espirituales del evangelio en el día a día”161.
Humanizar supone promover el redescubrimiento de la dignidad inviolable de cada persona humana, la “tarea central y unificante del servicio que la iglesia y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana” (CL 37). Como constitutivo de esa dignidad están el ser consciente y libre, dueño de sus actos, responsable de los mismos. No se le puede tratar como un puro objeto, ni como un simple productor. No vale por lo que tiene o produce o la ventaja que proporciona a los otros, sino por lo que él es, por su origen y destino, en sí mismo, por sí mismo. En este sentido la dignidad personal es el fundamento de la igualdad, por lo que humanizar entraña rechazar cualquier forma de discriminación por motivos de raza, de clase social, de formación, de nacionalidad “por el deshonor que se inflige a la dignidad de la persona”.
Humanizar es también afirmar la unicidad y la irrepetibilidad de cada persona, luchar, por lo mismo, por suprimir de todos los ámbitos y de todos lo niveles existenciales lo que puede sumir a cada persona en el anonimato, en la masificación, en convertirlo en un número más, en la enseñanza, en la medicina, en el trabajo. “En su individualidad la persona humana no es un número, no es un eslabón más de una cadena, ni un engranaje de un sistema (CL 37), no es un votante más, no es un súbdito, sino un ciudadano, no es un trabajador sino un nombre personal y propio. Por eso el laico cristiano deberá empeñarse cada vez más en crear las condiciones y los espacios donde sea posible que las personas sean ellas mismas, espacios de participación y responsabilización de los problemas personales y locales, frente al poder cada vez más envolvente de los estados y aun de los partidos. Convertir a los súbditos de los estados o de los políticos, a los moradores de las ciudades en “ciudadanos”, agentes de sus propias organizaciones, “capaces de entender y asumir en conjunto las tareas comunes relativas a la convivencia, contribuyendo eficazmente en la construcción de la voluntad de vivir juntos” será una de las tareas más humanizantes162.

3. Estimular y empeñarse en la creación de una cultura de la reconciliación y de la paz

La conciencia de la misión del hijo del hombre como reconciliador (cfr. 2 Cor 5, 18-19; Rom 5, 11; Col 1, 20), como “nuestra Paz” (Ef 2, 14), y de la condición del cristiano como reconciliado (Mt 5, 24) y pacificador ( Mt 5, 9), pone al cristiano laico en la responsabilidad de ser agente de una cultura de reconciliación y de paz en los campos propios de su actividad163.
Ser agente de reconciliación y de paz supone haber logrado en sí mismo una actitud de tolerancia y respeto hacia el otro como persona sean cuales fueren sus convicciones religiosas o ideológicas, a la vez que una gran confianza en sí mismo y en el valor de las propias convicciones para exponerlas sin pretender imponerlas164. La cultura de la paz está en consonancia con la capacidad de autocontrol, de resistencia al instinto de responder con violencia a los ataques violentos. Hay una verdadera cultura de la no-violencia que consiste en aprender a no responder con violencia a la violencia... la violencia es contagiosa. “Liberar a las personas de la propia violencia constituirá un nuevo reto, inevitable”165. Asimismo entraña un firme propósito de no claudicar ante los medios violentos que llevan a la destrucción del otro, a atentar contra su dignidad, o a la eliminación del adversario.
Si el peor mal es la indiferencia (M. Teresa de Calcuta), “los fieles laicos no pueden permanecer indiferentes, extraños o perezosos ante todo lo que es negación o puesta en peligro de la paz: violencia y guerra, tortura y terrorismo, campos de concentración, militarización de la política, carrera de armamentos, amenaza nuclear...(Pacem in terris). Esta no indiferencia ha de traducirse en acciones concretas y compromisos habituales, cada uno desde su propia situación existencial y profesional, de apoyo a las organizaciones, organismos e instituciones, oficiales y no oficiales, especialmente en el campo de la educación para la paz, destinada a derrotar la imperante cultura del egoísmo, del odio, de la venganza y de la enemistad, y a desarrollar a todos lo niveles la cultura de la solidaridad” (CL 42).
De una manera más específica habría que estimular la creación de foros de reflexión sobre las situaciones necesitadas de reconciliación, de perdón, de paz, donde se pusieran de relieve y denunciaran todas las formas de exclusión, de violencia, de anatema que existen y se fomentan en nuestro mundo, desde la profunda convicción de que el único medio hábil y legítimo para lograr la reconciliación y la paz es la palabra, el exponer abiertamente los puntos de vista y los diferentes intereses que están en juego hasta lograr el punto de conjunción en el que los intereses de todos quedan salvaguardados y es posible el acuerdo.
El compromiso por la reconciliación y la paz parece que tiene hoy unos ámbitos especialmente significativos y urgentes como son todavía el de las relaciones laborales y económicas (trabajadores y empresarios). En este campo el cristiano laico está llamado a “fomentar el diálogo y mediar en los conflictos acercando las partes”166. Todavía mucho más urgente y trascendental es el campo de los enfrentamientos que proceden de las diferencias raciales, lingüísticas, nacionales o religiosas. “Si pretenden nacer de la fe o fundamentarse en ella, todos los nacionalismos y todos los nuevos regionalismos, cuando se absolutizan por encima de la dignidad de la persona y la fraternidad de la fe, toda xenofobia y exclusivismo, cuando olvidan la universalidad gozosa y abierta que Cristo nos ofrece y posibilita, constituye un antievangelio escandaloso”167.
La reconciliación y la paz es un campo en el que no basta la acción individual en el propio ambiente. Es necesaria la acción asociada de los laicos, animada y sostenida por toda la comunidad eclesial y acompañada por los que tienen la encomienda de su cuidado y guía.
Acaso nuestras comunidades cristianas deberían volver a recuperar aquella instancia-institución, un auténtico ministerio, del “hombre bueno”, del “juez de paz”, encargado de lograr la avenencia entre los desavenidos, y enviarlos allí donde se haya generado cualquier enfrentamiento. Para este campo tienen especial carisma todas las profesiones que tienen que ver con la administración de la justicia, como abogados, jueces, y las que se mueven en el campo de la educación y sanación de las personas, psicólogos, pedagogos, asistentes sociales. ¿No habrá llegado el momento de poner energías, recursos y personas para la creación de “escuelas de reconciliadores” y de “pacificadores”?


V. MINISTERIALIDAD ECLESIAL DE LOS LAICOS. CONTRIBUCIÓN ESPECIAL EN LA EDIFICACIÓN DE LA COMUNIDAD ECLESIAL

Como miembro del pueblo de Dios el cristiano laico no puede desentenderse de la construcción de la misma comunidad eclesial. Es también suya. El es también de ella. La comunidad cristiana está encomendada también a él, como a todos y cada uno de sus miembros, según las respectivas vocaciones y carismas (cfr. Ef 1, 24?...). “Cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación” (CL 20). “La comunión eclesial es un gran don del Espíritu Santo que los fieles laicos están llamados a acoger con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y misión de la iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas” (CL 20).
1. Una primera aportación es la de contribuir con su opinión y con su voto en las deliberaciones, y decisiones y colaborar desde su específica responsabilidad en la puesta en práctica de los proyectos evangelizadores en las diferentes comunidades eclesiales168.
2. Una segunda contribución es la que se ha dado en llamar la aportación “ministerial”.
El primer ámbito de esta ministerialidad, el más propio y específico, vuelve a situarse en el de la secularidad, en su presencia y acción en el mundo, en algunos campos especiales donde urge una presencia cristiana cualificada (CL 23). La significación fundamental de este tipo de ministerialidad es que consiste en que por tener su raíz en el bautismo y en la confirmación, no deben ser comprendidos como una articulación del sacramento del orden, ni se originan en una delegación o un encargo oficial de dicho ministerio, aunque sean con el reconocimiento de la comunidad cristiana, que les da carácter oficial, para que actúen en nombre de dicha comunidad. Este tipo de ministerios no proceden de la escasez de presbíteros, ni plantean los problemas de confusión o invasión del campo del ministerio ordenado (cfr. Puebla 625. 804-805; 833, 845, 1309) ni precisan de tantas reticencias o criterios para su reconocimiento (cfr. Puebla 811-814.815-817; Santo Domingo, 101, 104, 258; CL 21-23). “Contribuyen positivamente al ministerio y manifiestan que el servicio secular y el servicio salvífico no son campos herméticamente separados. Gracias a ellos, la actividad pastoral de la Iglesia se enriquece con los valorers del “mundo”169....
El segundo modo de concreción de la ministerialidad laical, y al que de ordinario se aplica la terminología de los “ministerios laicales” es el encargo oficial de un servicio, ejercido de manera habitual, permanente, en algunos de los ámbitos de construcción de la comunidad eclesial (cfr. EN 73), o bien en el de la palabra (catequesis, lectura de la palabra, enseñanza religiosa...),o bien en el de la diakonía (servicios sociales, cáritas, acogida-hospitalidad...), o bien en el de la koinonía (dirección o animación de grupos, animación de celebraciones sin sacerdote,...) o, lo que ha solido ser más frecuente, en el de la liturgia (escuelas de oración, lectores, acólitos, cantores, ministros de la eucaristía, capellanes de hospitales, de colegios (aumôniers...), “animadores pastorales”170. Por tratarse de encargos oficiales hechos por los pastores, son de hecho una “participación de los laicos en las tareas del ministerio pastoral” dependen en su concreto ejercicio de la dirección de la autoridad eclesiástica” (CL 23), se comprenden sobre todo como ministerios de “suplencia” de lo que deberían hacer los presbíteros, tienen, corren el peligro no fácilmente superable de “clericalización (cfr. Puebla nn. 804-826; Santo Domingo n. 102)171.
3. En este contexto del laico nuevo evangelizador y con relación a esta realidad ministerial ejercida y encomendada a los laicos los ministerios que, en nuestros contextos habría que crear o potenciar, además de los de la familia y la reconciliación, serían los siguientes.
3.1. Un “ministerio” para la creación y orientación cristiana de la opinión pública
Dos creo que serían los campos que debería abarcar este ministerio. En primer lugar, atender la sección de “Cartas al director”, o la sección de “consultas”, que son tan abundantes en los medio de comunicación social, especialmente en los periódicos y revistas, y que constituyen de hecho una versión “secular” de la “dirección espiritual”. Como escribíamos ya en el artículo citado, “la trascendencia de este servicio se puede valorar si se tiene en cuenta ...que “para muchas personas esta correspondencia constituye una auténtica tabla de salvación en cuanto al sentido de sus vidas, de sus situaciones personales –el correo, o el teléfono, diríamos hoy–, de la esperanza; por otra parte, estos medios (las respuestas que en ellos se ofrecen) conforman la mentalidad de la gente”172, crean opinión pública sobre asuntos tan serios como el matrimonio, el aborto, la vida sentimental, la sexualidad.
En segundo lugar, posibilitar una información auténtica sobre la vida de la iglesia y la doctrina y vida cristiana; asegurar una exposición razonada, antropológicamente fundada, de las opciones eclesiales en materia de ética, de moral social, matrimonial, sexual; ofrecer juicios de valor sobre lo que acontece. Todo ello sería un auténtico “ministerio profético” en perfecta línea con el profetismo de los laicos, especialmente indicado para cuantos trabajan en los medios de comunicación social de la propia iglesia, y mejor aún, en los existentes, oficiales o privados.
3.2. Ministerios para la “liberación” del malestar interior173.
En el actual contexto cultural, después de todo el trabajo de descubrimiento del inconsciente, la liberación del yo aparece como una necesidad básica. Sin ella no hay salvación. El hombre se siente dividido internamente, irreconciliado consigo mismo. “La vida en la cultura urbana vuelve más frágiles a las personas, los llena de inseguridad, de angustia. De ahí esa búsqueda de la tranquilidad, de la paz, la búsqueda del equilibrio interior, la búsqueda del sentido y del valor, la búsqueda de la identidad. Las personas corren, se cansan, se agotan y, al final, no saben lo que son ni lo que hacen. Viven en una continua insatisfacción tratando de ocultarla bajo los infinitos recursos para la diversión que ofrece el mercado”174.
La liberación del yo supone ciertamente la liberación del sentimiento-complejo de culpabilidad, tan presente en toda la tradición religiosa penitencial y reparadora. El sentimiento de culpa no proviene de la conciencia de un acto determinado. “Se trata de una impresión general, de un sentimiento confuso de que se es deudor, de no ser lo que se debía, de no haber cumplido con el propio deber”175. Es un sentimiento que se experimenta como opresor. Y se confunde fácilmente, y con frecuencia, con la conciencia de pecado.
La revolución psicoanalista ha conseguido relativizar y casi eliminar el sentimiento de culpa de nuestra cultura. Y con él casi el de pecado.
Sin embargo, el yo se sigue sintiendo molesto, insatisfecho. “A medida que aumenta el bienestar material, aumenta el malestar psicológico. Los problemas materiales disminuyen pero aumentan los problemas interiores. La insatisfacción se refiere a la falta de sentido de la vida, a la falta de identidad personal, a la ausencia de valores que merezcan ser buscados”176. El mayor mal es el vacío interior.
Para liberarse se acude a los psiquiatras, y, en el nuevo renacer religioso que se advierte, al consuelo que proporcionan los sanadores, los gurús, la astrología, la meditación trascendente, el pensamiento positivo, el espiritismo, las sectas, las llamadas “experiencias de vértigo” (drogas, alcohol, ruido, diversión, etc.).
En este contexto y para este servicio se sitúa este ministerio de la liberación del malestar interior. Con toda seguridad la atención personal es la gran necesidad que tiene la gente hoy. Todos están preocupados con los problemas de la supervivencia inmediata y con los problemas de convivencia. El apoyo personal afectivo y efectivo se experimentará en muchas ocasiones como la principal necesidad. Y es, como vimos al hablar de la novedad de los procedimientos, el principal método evangelizador. “Cuando tantos se dedican a ello en la sectas, en los nuevos movimientos religiosos, “sólo la Iglesia católica descuida este ministerio. Sin embargo en la Iglesia católica hay muchas personas dispuestas a prestar este servicio. Habría que darles un mandato oficial para que se aceptara y reconociera su ministerio”177.
Sería la función del “consejero moral”, del acompañante espiritual que consuela, discierne, abre horizontes, indica orientación y sentido. Como no se trata tanto del perdón del pecado cuanto de esa liberación del malestar interior provocada por la falta de sentido de la vida, de los valores, no es necesario, ni sería conveniente, seguir ligando este ministerio al ministerio ordenado, testigo sacramental de la reconciliación y del perdón del pecado obrado por Dios, aun cuando dicho ministerio con esta acción contribuya también de una manera altamente cualificado a ese bienestar interior del yo.
En este terreno prestarían su apoyo los laicos especialmente desde las profesiones de psicólogos, psiquiatras, de asistencia social.
3.3. El ministerio de la visita a los enfermos
La secularización de la sanidad ha traído consigo la escasa presencia pública institucional de la Iglesia en el campo de atención al enfermo. Cada vez son menos los centros sanitarios regidos por instituciones eclesiásticas o que tengan que ver con la iglesia. En ellos, que el ambiente religioso del centro, el mismo régimen y las personas, constituían ya un acompañamiento espiritual, asegurando una palabra que ayudara al enfermo a asumir desde la fe la situación de enfermedad y estimulara la presencia del ministerio pastoral para su servicio específico de los sacramentos de los enfermos, o el acompañamiento en la muerte.
La comunidad cristiana, sin embargo, no puede abandonar a los enfermos en la situación generalizada ya de anonimato, de ausencia casi permanente de la familia, en las grandes y despersonalizadas instituciones sanitarias. Ha de hacerse presente para llevar la palabra y el consuelo de la comunidad cristiana, la acción sanante del Espíritu que por ella se hace presente, la fortaleza y la esperanza ante la realidad de la muerte, el consuelo para los que sufren la pérdida de algún ser querido.
Para ello no basta la acción del ministerio ordenado, del “capellán”, siempre necesaria, por otra parte. Tampoco basta la acción personal o incluso asociada de los cristianos laicos profesionales de la sanidad (médicos, enfermeros, auxiliares, gestores), que tiene su propio cometido en la atención profesional al enfermo y en la adecuación de las estructuras sanitarias al servicio del hombre, de su dignidad.
Se necesitan “ministros de los enfermos”, hombres y mujeres dotados de carisma para sintonizar con la situación anímica del que está afectado por la enfermedad, especialmente la enfermedad grave, que sepan entrar en sus sentimientos, que sepan ofrecer la palabra oportuna en el momento adecuado para animarle, para ayudar a enfrentar la enfermedad con ánimo, con espíritu, para elevar el corazón a las alturas desde lo hondo del abismo de la enfermedad, para enseñar a orar y acompañar en la oración doliente, dolorida, quejosa en ocasiones, para hacer descubrir la presencia sostenedora del Señor, su compañía y co-sufrimiento fortaleciendo en la enfermedad y ante la muerte.
Estos “ministros de los enfermos”, serían los que prepararan para la acogida y participación del enfermo en los sacramentos específicos, la unción y, en su caso, el viático, acompañarían también a los familiares durante todo el proceso de la enfermedad; prepararían la celebración individual y preferentemente comunitaria de dichos sacramentos; y quién sabe si no deberían ser ellos los que llegaran a ser los que hicieran presente a la comunidad cristiane en la despedida eclesial de los difuntos mediante la animación de la celebración cristiana de la muerte, en las exequias y funerales, desde la relación previamente establecida con el enfermo y la familia, sin que fuera el presbítero que en tantas ocasiones no ha mantenido relación ninguna con ellos en todo el proceso, y aparece luego allí para celebrar lo que en tantas ocasiones no aparece más que como un rito sin alma, sin sentimiento, cuando el celebrante no consigue una relación mínimamente humana con la situación dolorida de los familiares o amigos.
Estas personas con carisma, que a veces pueden ser personas que ya sirven profesionalmente en este campo, deben ser buscadas, reconocidas, preparadas. La comunidad eclesial debe reconocer estos carismas y encomendarles oficialmente, públicamente, esta función, a través del ministerio de los pastores.
3.4. La “tutoría espiritual” en el campo educativo
Los jóvenes, en los que “la iglesia percibe su caminar hacia el futuro que le espera” (CL 46), que son “la esperanza de la iglesia”, “la imagen y la llamada de aquella alegre juventud con la que el Espíritu de Cristo necesariamente la enriquece (CL 46), son en todas partes los grandes ausentes en la comunidad eclesial, el “gran desafío para el futuro de la Iglesia” (CL 46), “opción prioritaria” pastoral en muchas instancias eclesiásticas (cfr. Santo Domingo, 293.302).
Entre los numerosos esfuerzos que se realizan para la atención pastoral a los jóvenes y para convertirlos en “protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social” (CL 46) hay uno que debería tener categoría de “ministerio eclesial”. Es el que podríamos llamar “tutoría espiritual en el campo educativo”.
La comunidad cristiana no puede dejar de hacerse presente en este campo donde se encuentra durante años toda la juventud, el de la educación. No se trata de la presencia pública oficial mediante colegios propios ni siquiera mediante las clases de religión o moral, donde tantas batallas se están dando, sin que sea solución adecuada para el abandono religioso de los jóvenes. Tampoco se trata del testimonio existencial y aun del anuncio explícito por parte de los cristianos presentes en el campo de la educación178.
Se trata de otro tipo de presencia y de servicio que responda más adecuadamente a las necesidades íntimas, personales, de cada uno de los alumnos. Y que responda por una parte a la demanda de orientación existencial en la vida que ellos precisan y requieren, y por otra a la enorme laguna que a este respecto los mismos jóvenes señalan. Sería el nuevo nombre de las “capellanías” (aumôneries) de colegios o institutos y aun de la universidad. No se trata de asegurar actos religiosos o cultuales, aunque también, cosa que están comenzando ya a demandar como un derecho los universitarios cristianos a las instituciones públicas179.
Se trata sobre todo de una presencia habitual de la comunidad eclesial ofreciendo, sin imponer ni exigir, el servicio de la atención personal, la ayuda al descubrimiento del propio yo, a la orientación y sentido de la vida, al propio proyecto personal, profesional, vocacional, a la integración personal de saberes, opiniones y vivencias, al crecimiento de la sensibilidad ya existente en muchos ante los valores de la justicia, de la no violencia, de la paz, de su abertura a la fraternidad, a la amistad, a la solidaridad; ayudarles a la movilización por las causas que afectan a la calidad de vida y a la conservación de la naturaleza. Se trataría de dar respuesta a sus inquietudes, ayudar a superar “las desilusiones, angustias, inseguridades y miedos” (CL 46), proporcionar también calor y afecto personal y comunitario, adulto, ante la frialdad y hostilidad o violencia tan frecuente en los centros educativos; continuar la ausencia de la propia familia; hacer visible la presencia y solicitud de Cristo por los jóvenes y del amor, acogida y aceptación incondicional, del perdón del Padre. Y esto no en un contexto sacral, confesional, sino secular.
Para asegurar esta presencia y acción la comunidad cristiana cuenta también con personas dotadas de carisma, bien sean entre los propios profesionales de la enseñanza, bien sean de otros campos, como de la psicología, o de la pedagogía. Tales personas han de ser oficialmente invitadas, preparadas y enviadas para el desempeño de este acompañamiento. Esta sería una de las funciones a añadir a los profesores de religión.
A nadie se le oculta la transcendencia de este servicio ministerio en favor de los jóvenes en ese período trascendental de su configuración como personas, ciudadanos y creyentes. Por otra parte es claro que se trata de un servicio para el que no se requiere la ordenación presbiteral. Es un ministerio típicamente laical. Y al que se podrían incorporar los mismos jóvenes de los cursos superiores como complemento y ayuda de los adultos (cfr. EN 72; Santo Domingo; CL 46).
Sería una manera de pasar a la práctica tantas declaraciones oficiales, solemnes, sobre la prioridad de la atención a los jóvenes, que no se soluciona con los nombramientos de presbíteros para la pastoral juvenil, ni con los delegados de enseñanza, que se dedican a menesteres más de tipo burocrático y no encuentran tiempo ni circunstancias adecuadas para este servicio.

4. La “secularidad” de los ministerios litúrgicos

La comunidad cristiana tiene su momento cúlmen de existencia en la celebración litúrgica. El desarrollo de la celebración y la participación activa en ella supone y exige la presencia de múltiples servicios y ministerios además del de la “presidencia”, propio del ministerio pastoral.
Los exige la celebración de la palabra (animadores del ritmo, lectores, monitores, comentadores, salmistas, cantores...), la celebración del memorial eucarístico (acólitos, ofrendas, comunión), la celebración de los diferentes sacramentos (sacristanes, padrinos, acogedores, ornamentación).
Todos estos ministerios que se ejercen en la liturgia son en ella la visibilización de servicios que se ejercen en la vida ordinaria de la comunidad fuera del templo, de la celebración . Sirven en la liturgia porque sirven en la existencia; proceden de los sacramentos de la iniciación cristiana; no se destinan solo al ejercicio litúrgico sino que de ella son llevados de nuevo a la vida personal y comunitaria. No en vano la liturgia es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).
Si los ministerios litúrgicos son la expresión de lo que se hace en el servicio a la comunidad cristiana, solo serán admitidos a ejercerlos en la liturgia aquellas personas que previamente han dado muestras de estar empeñados en la edificación de la comunidad, comprometidos en actividades de palabra, de animación comunitaria, de servicio de la caridad. Y los que se ejercen por una encomienda oficial –ministerios instituidos– el servicio que desempeñan en la liturgia lo continúan en la acción posterior habitual en favor de la misma comunidad180.
Por otra parte, en una celebración litúrgica, sobre todo la de la eucaristía, que quiera ser expresión de la vida de la comunidad eclesial en la riqueza y variedad de sus servicios, ministerios y vocaciones, los diferentes servicios o ministerios de la comunidad y del mundo, deberían tener su lugar propio. En ella cada uno de ellos “llevaría a la celebración los problemas, inquietudes, situaciones, interrogantes así como las luces que a lo largo de la semana ha encontrado en el ejercicio de su profesión y de su actividad ministerial. Con ello la comunidad eclesial se haría consciente permanentemente de la realidad concreta, fortalecería con su oración el empeño de los laicos y de los ministros en su labor evangelizadora de cada día, detectaría las lagunas y las nuevas y más urgentes necesidades; corroboraría permanentemente el envío y la misión, la acrecentaría con el envío de nuevos “obreros” a los diferentes campos de trabajo de la viña; crecería la conciencia de la comunión y de la complementariedad de las distintas vocaciones que configuran el único Cuerpo del Señor, la misión única de este “sacramento” de su presencia y acción, que es la Iglesia, el pueblo de Dios reunido en virtud del Padre, del Hijo y del Espíritu.

 

NOTAS

157  OBISPOS Pamplona..., Carta, nn. 64.65.
158  Cfr. OBISPOS Pamplona... Carta, n. 65.
159  Es curioso que en muchos países existe ya un Ministerio para la familia, mientras que la comunidad eclesial se contenta con “servicios”, actividades, movimientos, múltiples, dispersos, con frecuencia sin coordinación alguna entre sí.
160  Sugerencias semejantes en M. de UNCITI, Pastoral de la familia. Un ámbito para el diálogo social: un lugar para estrechar fe y compromiso, ST 82 (1994) 655-660. Allí se parte de la afirmación de que “no acaba de entenderse bien qué es eso de la pastoral familiar” (p. 655); sobre toda la problemática de la familia, puede verse el n. 2 de la revista SAL TERRAE de 1994 (febrero) dedicado al “matrimonio: fragilidad y promesa”.

161  JUAN PABLO II, Discurso a los obispos franceses de la región Midi, Doc Cathol. 89 (1992) 504-506.
162  J. COMBLIN, Cristianos rumbo al siglo XXI, 261. El objetivo más inmediato es la formación de una sociedad civil popular...Constantemente surgen grupos que tratan de resolver los problemas locales inmediatos. A medida que estos grupos se vayan consolidando y asuman la responsabilidad de alguna necesidad común de modo permanente, estarán formando la sociedad civil. Realizarán gestos de ciudadanía. Así, quienes intervengan de modo habitual en la vida pública se convertirán en ciudadanos”(Ibid., p.289-290. Cfr. también el nº. 5 de SAL TERRAE (mayo 1990) sobre Cristianos en la democracia.
163  Véase la enumeración que hace la Chistifideles laici de las situaciones y motivos de conflictividad y de guerra en el momento actual, n. 6.
164  J. R. FLECHA. Cristianismo y tolerancia. Discurso en la Fiesta de Santo Tomás de Aquino. Universidad de Salamanca. PUES 1996.Véase allí la descripción de las condiciones positivas y negativas de la tolerancia, pp. 81-82. Ver también el Nº. 6 de SAL TERRAE (junio 1995) sobre “La tolerancia. Escenarios y tareas, especialmente los artículos: La tolerancia, nuevo nombre de la paz” y “Tolerar es amar”.
165  J. COMBLIN, Cristianos rumbo... p. 397.
166  OBISPOS Pamplona... Carta, 52.
167  J. R. FLECHA, o.c. p. 82.
168  CEE. Cristianos laicos,... n. 36.
169  W. KASPER, La hora de los laicos, CHRISTUS 145 (1990) 24- 27. Sobre todo este punto, véase mi estudio Presencia y urgencia de ministerios nuevos en la iglesia española, SEMINARIOS 23 (1977)149-183. Y las adecuadas palabras de la Christifideles laici a este respecto: “Los pastores han de reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos que tienen su fundamento sacramental en el bautismo y en la confirmación y para muchos de ellos además en el matrimonio” (CL 23).
Tales ministerios no ponen en peligro, lo que tantas veces y por tantos se sigue temiendo, “la confusión y tal vez la igualación entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial,... el concepto de “suplencia”, la clericalización de los laicos, el riesgo de crear una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada sobre el sacramento del orden” (CL 23).
170  Véase sobre esta noción especialmente Y. M. CONGAR, citado en mi estudio Presencia y urgencia... SEMINARIOS, 23 (1977), pp. 176-177. Asimismo los nn. anteriormente citados de Puebla, Santo Domingo y la Christifidelis laici.
171  Cfr. sobre la realidad y la problemática teológica de esta ancha gama de los ministerios la reciente, valiente  y a la vez serena obra de B. SESBOUE, N´ayez pas peur, Desclée de Br.,Paris 1996 pp. 133-172, que recoge y amplía un artículo anterior , con el título “Les animateurs pastoraux laïcs. Une perspective théologique, ETUDES n. 375 (1992) 253-265.
172  L. RUBIO MORÁN, a. c. p.167-168.
173  Para todo este párrafo ver J. COMBLIN, Cristianos... p. 388ss.
174  J. COMBLIN, o. c. p. 388.
175  Id., Ibid. 390.
176  Ibid. 393
177  Id. Ibid., pp. 394-395.
178 Véase el excelente documento emanado de la Congregación para la Educación Católica, sobre el Laico cristiano, testigo de la fe en la escuela, Roma 19.
179  Ha sido llamativo el caso de la Universidad privada Carlos III, de Getafe-Madrid, que ha trascendido a la opinión pública ante la negativa del Rector a conceder espacio para una capilla.
180  Cf las implicaciones catequéticas del lector y del cantor; las de compromiso con la justicia y las necesidades sociales del acólito pp. 156-157. 159-161), del cantor como animador de la fiesta en L. RUBIO MORÁN a.c. 156-157. 159-161. 163-164, respectivamente.