volver al menú
 

EVANGELIZADORES SIGLO XXI:
LOS CRISTIANOS LAICOS,
NUEVOS PROTAGONISTAS DE LA EVANGELIZACIÓN

I

“Una Iglesia en la que los fieles cristianos laicos sean protagonistas” (Santo Domingo 103)

Luis Rubio Morán

Introducción

La Iglesia es la convocada y enviada por Cristo para una nueva evangelización. La Iglesia no es una entelequia ni una realidad abstracta. No es un conglomerado informe, ni una masa anónima ni anárquica. Es un grupo de hombres y mujeres, constituidos como un cuerpo, como un organismo vivo, dotado de múltiples miembros con sus respectivas funciones. Se hará nueva evangelizadora por medio y a través de todos esos sus miembros.
La Iglesia del segundo milenio ha sido y continúa siendo en demasiada medida aún, la “iglesia de los clérigos”, incluyendo en ellos los religiosos de todas las categorías. A ello se llegó debido a un largo proceso de lucha por el poder, por su ejercicio, por su legitimación.
Todo el proceso del siglo XX ha sido una recuperación de la conciencia de la Iglesia como “cuerpo”, como “pueblo”, donde lo que predomina es la conciencia de la comunión, con el reconocimiento y la valoración de los diferentes órganos con sus funciones, de la complementariedad y servicio específico de cada uno a la causa única y común, a la misma misión, frente a la iglesia como “sociedad”, en la que la perspectiva que domina es la del poder y la del hacer, la de la actividad, en perfecta línea esta última con lo más profundo de la modernidad, que es la productividad, la eficiencia.
Esta perspectiva de la común condición y de la única y común misión en la iglesia como misterio, comunión y misión, plantea el tema de la peculiaridad y del perfil de cada uno de los tres grandes órganos en los que tradicionalmente se ha concretado el funcionamiento y la condición existencial del organismo eclesial, que a falta de nombres más precisos seguiremos llamando el secular o laicos, el regular (vida consagrada especialmente en sus formas monásticas y de vida religiosa), el ministerio ordenado, y más en concreto el presbiterado.
Nos disponemos, pues, desde esta conciencia a describir el perfil de cada una de estas figuras o miembros evangelizadores, desde la contribución específica que cada uno de ellos está llamado a dar a la evangelización nueva. Y comenzamos por el “fiel cristiano laico”, reconocido ya hoy oficialmente como protagonista de la nueva evangelización.

I. UNA NUEVA SITUACIÓN ECLESIAL

1. De colaboradores a protagonistas en la nueva evangelización

En la conciencia eclesial actual se ha ido pasando ya, aunque el proceso no sea en todas partes el mismo ni en igual grado, de una consideración de los laicos como objeto de la dedicación pastoral de los ministros ordenados, y de la benévola concesión de “participantes en el apostolado jerárquico de la Iglesia”, que constituyó la definición de la Acción Católica a partir de Pío XI, y del mismo concepto más reciente de “colaboradores”, al concepto de corresponsables, como bautizados, junto con y al lado de las otras vocaciones, en la misión única y común encomendada por Jesús a todos sus discípulos, reunidos en la misma y única Iglesia de Cristo85.
El laico tiene una vocación específica, dada por Dios, y no ya concedida por la jerarquía. “También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo” (CL 2). Ellos han sido también “llamados por su nombre” y enviados personalmente, con una “positiva y específica vocación” (Carta Pastoral...El Laicado 20). No son , por lo tanto, el objeto de la atención de la iglesia. No solo pertenecen a la Iglesia sino que son “la Iglesia”. Participan de la triple función de Cristo, profética, sacerdotal y regia, lo que subraya su condición eclesial, su pertenencia a la Iglesia. Son corresponsables de la misión evangelizadora de la iglesia. No son el mundo que ha entrado en la Iglesia, al que hay que salvar, cuidar, defender, alimentar, sino son “la Iglesia en el mundo”.
En el actual momento eclesial esta conciencia se ha hecho ya común y ha obtenido expresiones tan solemnes y fuertes como las que aparecen en los Documentos de Puebla y Santo Domingo, donde se afirma repetidas veces en estos términos: “los laicos son los protagonistas de la nueva evangelización” (Santo Domingo 97); “una línea prioritaria de nuestra pastoral... ha de ser una iglesia en que los fieles cristianos laicos sean protagonistas” (Ibid. 103). O aquella con la que termina el Documento de la Conferencia Episcopal española arriba citado que concluye con esta afirmación tajante y para muchos todavía escandalosa: “en un mundo secular, los laicos... son los nuevos samaritanos, protagonistas de la nueva evangelización, con el Espíritu Santo que se les ha dado... La nueva evangelización se hará sobre todo por los laicos, o no se hará” (CEE, Los cristianos... n. 148)

2. Del interior de la iglesia al corazón del mundo

Hay un segundo aspecto de esta conciencia, y es el que la referencia vocacional de los laicos los coloca y envía no primordialmente al interior de la comunidad eclesial, a la edificación de la iglesia, sino al exterior, a ese ámbito que se conoce como “el mundo”. No se habla ya solo del laico en la iglesia , como suenan todavía con frecuencia discursos y títulos86, ni siquiera como el laico en la iglesia y en el mundo sino que son los enviados por Cristo, desde y por la Iglesia, a lo secular, al mundo, y hay que hablar por consiguiente con toda propiedad, de que son “la iglesia en el mundo”, según reza el documento citado de la Conferencia episcopal española. “Los laicos, por su novedad cristiana e índole secular... concretan la inserción de la Iglesia toda en el mundo y para el mundo... Son llamados por Dios para santificar el mundo desde dentro” (CEE, Los cristianos laicos...n. 26).
“La gran tarea de los seglares en la Iglesia será siempre asumir y desarrollar la presencia y la acción de la iglesia en el mundo, en la sociedad y en las estructuras o instituciones temporales... La gran tarea de los seglares..., la participación primordial en la vida y en la misión de la iglesia es asumir como algo propio la animación evangélica y espiritual del espesor temporal de la vidas y actividades de los hombres”87.
Por eso se puede hablar ya como de una tentación para los laicos, a la que “ no siempre han sabido substraerse”, la tendencia a la clericalización, a una cierta “sacristanización”(!), a “reservar un interés tan marcado por los servicios y tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político” (CL 2)88.

II. EL CRISTIANO LAICO, UNA VOCACIÓN ESPECÍFICA

En el lenguaje eclesiástico oficial y en el pastoral se habla mucho de “vocaciones específicas”. Con ello se indica de ordinario las vocaciones sacerdotal y consagrada, para distinguirlas de la vocación “común” considerada como genérica. Pero cada vez se descubre más lo inadecuado de este uso. El género es lo común a todos, lo englobante. Lo “específico”, desde la analogía con el cuerpo vivo, es aquella función propia que pertenece y ejerce algún órgano al servicio del conjunto, y que lo distingue de los otros. Así entendido es obvio que la vocación laical no es la vocación común a todos los cristianos, no es una vocación “genérica”, sino con toda propiedad y verdad una vocación específica, de una especie diferente, propia y peculiar de un conjunto de cristianos llamados por Dios para enriquecer el cuerpo eclesial con una funcionalidad peculiar, y mediante ella hacer presente y efectiva en la historia aspectos esenciales del misterio de Dios, de Cristo y de la Iglesia que no pertenecen ni pueden ser manifestados por ninguna otra vocación.

Exponemos a continuación los que parecen ser los rasgos especificantes de la vocación laical, que definen su función propia y marcan el perfil del laico nuevo evangelizador.

1. La índole secular, carácter específico de la vocación del laico

La característica fundamental que define la especificidad de la vocación laical se ha formulado, a partir del Concilio y fundándose en él, y a pesar de las dificultades que una comprensión adecuada de la misma suscita, con la expresión “carácter secular”, que últimamente ha ido dando paso a otra acaso más acertada, la “índole secular”: “la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular” (CL 15).
Toda la Iglesia es secular, tiene una dimensión secular.”Todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular, pero lo son de formas diversas. La participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función que, según el Concilio, “es propia y peculiar”. Tal modalidad se designa con la expresión “índole secular” (LG 31; CL 15).
Decir especificidad, en efecto, no quiere decir exclusividad. La especificidad designa, como se ha dicho, algo que es de todos y para todos pero que es puesto de relieve de una manera peculiar y propia por esa vocación. La secularidad es una dimensión de toda la comunidad eclesial, es decir, de todos y cada uno de sus miembros. La Iglesia, en efecto, no es una iglesia en sí y para sí. Es una iglesia en el mundo y para el mundo. Pertenece al mundo, forma parte de la realidad del mundo, cósmico y humano, y hace presente en el mundo la realidad de la salvación de Dios en Cristo... Toda la Iglesia es secular en el sentido de que, nacida del plan de salvación de Dios comparte la historia de Dios con la humanidad y vive y comparte los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres” (GS 1)89.
La peculiaridad de los laicos consiste en que tanto su modo de vivir como su lugar de acción y los modos de su actuación significan de una manera natural, espontánea, adecuada esa dimensión secular común a todos. “El estado de vida laical tiene en la índole secular  su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando... el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el designio salvífico de Dios” (CL 55).
Toda la Iglesia está llamada y enviada además a transformar el mundo, a hacer de este mundo un hogar para los hombres a la luz del misterio trinitario. “Todo el pueblo de Dios en la variedad de sujetos que lo integran, está llamado a ser testigo e instrumento de la salvación en medio del mundo. La secularidad de la Iglesia , entendida como su presencia en la historia humana de cada momento y lugar, arranca de su vocación de ser signo eficaz de la acción transformadora de Dios en nuestro mundo”90. No es una entidad o grupo humano cerrado al mundo, como un ghetto o una secta, sino abierta, extrovertida. No es un espacio protegido o una “atmósfera espiritual” alejada de los problemas e inquietudes de los hombres, despreocupada o insolidaria con su suerte, ajena a las causas humanas que acongojan y problematizan la existencia de los hombres en su existencia en este mundo, en esta tierra.
En la Iglesia-comunión cada miembro aporta al conjunto su propia peculiaridad funcional. La índole secular indica que los laicos son llamados, tanto por su modo de vivir, como por su lugar de actuación y por los modos de la misma, para significar y visibilizar, y de esta manera, animar, estimular y dinamizar en todos sus miembros, esta dimensión secular de la iglesia toda91.
La “índole secular” implica lo que se ha conocido como el “lugar teológico” de su existencia. Viven en el mundo, en las condiciones ordinarias de vida de los hombres y en las ocupaciones y trabajos del mundo (CL 15, citando LG 31). Están allí, son llamados allí, y son destinados al mundo, no sacados de él ni siquiera sociológicamente, como ocurre con las vocaciones llamadas “consagradas”. El mundo es para ellos su lugar propio y su específico lugar eclesial.
Están enviados al medio del mundo y destinados desde la Iglesia y por la Iglesia, para poner de relieve el profundo sentido trinitario y cristológico del mundo (cfr. CL 15,) , la honda y extensa, íntima y profunda presencia de Dios en el corazón del mundo, cósmico y humano, en sus estructuras y funcionamiento. .

2. La funcionalidad o significación específica de la vocación laical

El servicio evangelizador, salvífico, que los laicos prestan al mundo como enviados a él por el propio Señor de la Iglesia y del mundo, en nombre de toda la comunidad eclesial, es, como se decía de manera sintética ya en el Concilio y fue recogido magistralmente por Pablo VI en la Encíclica Evan-gelii Nuntiandi, el “poner en práctica todas las posibilidades evangélicas, escondidas y a la vez presentes y actuantes en las cosas del mundo” (EN 70, citando LG 31). Este servicio tiene lugar y se realiza en cuanto que pone de relieve o visibiliza –se podría hablar ya en términos analógicos, y a partir, como se vio en el artículo sobre la Iglesia, de la categoría sacramental de la misma, de que “sacramentaliza”– al menos estos cuatro ámbitos o aspectos. 1. Los cristinos laicos son signo y evidencian el misterio del Dios creador, origen y fuente de toda realidad, “de quien procede toda paternidad en el mundo” (cfr. Ef 3, 15), cuidador de la creación y de su destino al servicio de todos los hombres.

El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales” (CL 15, citando la Proposición 4 del Sínodo de 1987). Son los seglares los realizadores privilegiados y primeros de la vocación original del hombre destinado, como imagen de Dios, a “cultivar-cuidar-organizar” la tierra, como patria propia de los hombres, entregada a su cuidado para servicio de todos los hombres de todos los tiempos. Hacen presente y visible la “providencia” de Dios que quiere que la tierra sea conservada y que sus productos lleguen a satisfacer las necesidades de los hombres todos.

sto entraña, en primer lugar, –y ahí se sitúa una de las tareas fundamentales de los laicos– la pérdida del miedo a la naturaleza, la superación de los tabúes que la hacen intocable, que la divinizan, como ha sido habitual en la historia de la religiosidad de los hombres, haciendo de esta manera que ella se someta y reconozca el único señorío del Hijo del hombre, y que cumpla su destino original de servir a los hombres. Para ello han de empeñarse en descubrir las leyes y valores que son propias del cosmos, la orientación y el sentido de su evolución, los dinamismos que la habitan y por los que se rige, que han podido ser calificadas como “semillas del Verbo” depositadas en ella por el amor del Padre (cfr. GS 21). Sería esta la labor de todos los que se dedican a las ciencias de la naturaleza, incluyendo los que se dedican al conocimiento del hombre, de su configuración, de sus funcionamiento. Entraña también descubrir y dirigir y gobernar los mecanismos por los que la naturaleza puede ser puesta al servicio de los hombres, cultivándola y guardándola (cf. Gén 2,...)para que sirva a todos durante todos los tiempos. “Los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario” (CL 14). Esto exige, como ya se vio al exponer los contenidos de la nueva evangelización, respetar su condición de “madre-tierra”, de engendradora de recursos para todos los humanos. Y se traduce en un cultivo cuidadoso y no explotador o destructor de la madre-tierra, respetarla como espacio habitable para la humanidad, como lugar de la manifestación del cuidado amoroso del Padre Dios por todos los hombres. Este será el ejercicio propio de los laicos que se dedican al cultivo de las ciencias de la naturaleza y será el laboratorio peculiar de cuantos se dedican a marcar los rumbos humanizadores de la ciencias de la economía, que han de marcar pautas a las técnicas de la producción.

Así de la vocación laical forma parte específica la hoy conocida como “cuestión ecológica”. “Es cierto que el hombre ha recibido de Dios mismo el encargo de “dominar” la tierra y de cultivar el jardín del mundo; pero ésta es una tarea que el hombre ha de llevar a cabo respetando la imagen divina recibida y, por tanto, con inteligencia y amor: debe sentirse responsable de los dones que Dios le ha concedido y continuamente le concede. El hombre tiene en sus manos un don que debe pasar –y si fuera posible, incluso mejorado– a las futuras generaciones, que también son destinatarias de los dones del Señor” (CL 43). Entraña también el reconocimiento de la peculiaridad de lo existente, el respeto de las leyes por las que se rige, el mantenimiento del equilibrio de las especies y de los géneros, la multiplicación y la continuación en concreto de la especie humana por medio de la generación. El matrimonio y la generación se configuran así como un ámbito peculiar y privilegiado de la condición secular y de su misión e índole secular. Aquí tienen su lugar propio las ciencias de la medicina y más en concreto de la genética y de la biótica.

Resulta evidente que todos estos “entrañamientos” en el mundo se realizan mediante el trabajo del hombre, generador del pan cotidiano, pero a la vez, signo prolongador de la obra creadora y conservadora del Padre, del “trabajo y obra” del Hijo (cfr. Jn 14, 12-14). “Haciéndose, –mediante su trabajo– cada vez más dueño de la tierra y confirmando también –mediante el trabajo– su dominio sobre el mundo visible, el hombre en cada caso y en cada fase de este proceso se coloca en la línea del plan original del Creador” (Lab Ex. 4) (cfr. GS 34). “El hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo, participa en la obra del Creador y... continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado” (Lab Ex. 25). Como el trabajo en nuestro contexto cultural actual se estructura en las diferentes profesiones y estructuras laborales, la presencia y misión evangelizadora de los laicos, su índole secular, se realiza en y por la profesiones. Aquí está su auténtico lugar vocacional. Profesión para el laico es equivalente a vocación. O si se quiere, la vocación del laico se identifica con su profesión (cfr. EN 70).

. Asumen y ponen de relieve de manera peculiar y específica a Cristo en su misterio de Hijo del hombre. La índole secular hace al laico como el miembro del Cuerpo de Cristo encargado por el Señor y su espíritu, para representar, ser signo que hace visible y patente en el mundo y en la historia, la condición de encarnación del Hijo de Dios, la dimensión de inmanencia o presencia personal del trascendente en la historia.

Lo ha expresado en términos precisos Juan Pablo II en la Exhortación sobre la “vida consagrada”, y precisamente resaltando la diferencia y complementariedad de la vocación laical con la vocación consagrada. “Los laicos, en virtud de la índole secular de su vocación, reflejan el misterio del Verbo encarnado, sobre todo en cuanto Él es el Alfa y la Omega del mundo, fundamento y medida del valor de todas las cosas creadas” (VC 16). Dentro de la revelación que Jesús hace de su propio misterio ocupa un lugar primordial su identidad como “hijo del hombre”. Esta designación o título revela una doble perspectiva: la condición humana, plenamente humana del Hijo de Dios, el misterio de su encarnación en Jesús de Nazaret, su identificación con la condición humana hasta sus últimas consecuencias, la muerte “y una muerte de cruz” (Filp 2, 10). Asimismo revela que él es “El Hombre”, como lo proclama Pilatos en la escena simbólica del Litóstrotos: el hombre coronado en toda su dignidad regia, con el cetro en la mano y el manto color púrpura (cfr. Jn 19, 5), y a la vez, coronado de espinas, con el rostro desfigurado, ensangrentado, escupido, el hombre en su máxima degradación.

Por esta su condición de hombre, de el Hombre, Jesús muestra su solidaridad con los hombres en todas sus situaciones; con ello convierte al “hijo del hombre”, a todo hombre, en objeto de su preocupación, expresión de la preocupación del Padre por la suerte y la dignidad del hombre (cfr. Sal 8). Esta solidaridad se ha hecho desde el amor, desde la compasión por la miseria de la condición humana, para liberarla de todo lo que le impide ser la imagen de Dios que el Padre ha querido desde el principio, en el proyecto original de la creación del hombre (cfr. Gen 2; Heb 2, 1-17). Por eso y para eso el Hijo de Dios ha renunciado a su condición divina -dimensión trascendente- anonadándose hasta hacerse semejante a los hombres (Cfr. Filp 2, 10-11). La batalla por el hombre lleva al Hijo del Hombre a su plenitud humana. Precisa-mente en la muerte por el hombre se manifiesta su trascendencia, su calidad de Hijo de Dios, como lo proclama el centurión romano al verle morir de aquella manera, en amor y por amor (cfr. Mc 15, 39; Mt 27, 40.43.54). El reino de Dios por el que este “hijo del hombre” vive, lucha y muere es la encomienda que él deja a sus discípulos, a sus seguidores. De entre ellos, los cristianos laicos son los encargados de visibilizar esta dimensión de encarnación del hijo del hombre.

Esta función de ser signo de la encarnación y de la liberación del hombre se realiza, en primer lugar, en la propia historia personal del cristiano laico, en el empeño por ser plenamente hombres, hombres en plenitud, perfectos en su humanidad, desarrollando todas sus capacidades como personas en todos los ámbitos del existir, de la que la más importante es sin duda el ámbito que llamamos espiritual. “Viven la realeza cristiana antes que nada mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado (cfr. Rom 6, 12) y después en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños (cfr Mt 25, 40) (CL 14). En segundo lugar, se hacen signos del Hijo del hombre en la medida en que se empeñan por devolver a los hombres todos el rostro humano, por llevarlos a la perfección, a la plenitud.

Una primera batalla a este respecto es el conocimiento profundo del hombre, de la condición humana en todas sus dimensiones92. Será ahí el ancho campo de las ciencias del hombre, de la antropología, de la psicología, de las ciencias sociales. Conocer lo que el hombre es en profundidad y devolverle una imagen adecuada de sí mismo será el servicio específicamente laical. Una segunda batalla será la de hacerse “expertos en mundanidad”, es decir, hacerse sensibles para captar las necesidades y aspiraciones de la humanidad en esos fenómenos de los que son protagonistas y en los que viven inmersos por su profesión e historia personal93.

En tercer lugar, su labor es hacer más humana la familia de los hombres y su historia (GS 40), poniendo al servicio del hombre todo ese amplio mundo que configura la existencia de los “hijos de los hombres en la historia”: “En esta contribución a la familia humana, de la que es responsable la iglesia entera, los fieles laicos ocupan un puesto concreto a causa de su índole secular, que les compromete con modos propios e insustituibles en la animación cristiana del orden temporal” (CL 36), “el mundo vasto de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (EN 70). Este poner al servicio significa fundamentalmente asumirlas plenamente, con plena responsabilidad desde su propia autonomía, pero con absoluta competencia “para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristiana, tantas veces oculta y asfixiante,... sin perder o sacrificar nada su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida...” (EN 70)94. 3. Evidencian la secularidad de la Iglesia. Por su índole secular , por ser su lugar teológico el mundo y sus estructuras, los laicos ponen de relieve la dimensión secular de la Iglesia, son signos, testigos y agentes del envío de la Iglesia al mundo, del servicio salvador que la Iglesia, como sacramento de Cristo, el Hijo del hombre trascendente, le presta.

Los laicos, por su carácter “cristiano” y por su índole secular, se sitúan en el “punto de sutura de la Iglesia y del mundo. Surgen en la interferencia de las dos identidades, cristiana y secular104. “Hacen presente a la iglesia en el mundo y animan y transforman la sociedad según el espíritu del evangelio”95.

Esta función de evidenciar la secularidad tiene una doble vertiente. 1. Es, en primer lugar y fundamentalmente, llevar la Iglesia, el mensaje del evangelio de que ella es depositaria, al mundo. “Los laicos son aquellos que evidencian la entrada de la Iglesia en lo secular, la entrada en la historia, “de manera que todo el mundo vea y reconozca que aquello que está destruido se reconstruya y aquello que ha envejecido se renueve” (oración después de la Séptima lectura de la vigilia pascual)96.

Con frase certera define Juan Pablo II en el comienzo de su pontificado esta función peculiar de los laicos: “hacer de este mundo y de sus estructuras un mundo más digno del Hijo de Dios”97. “Muestran que la esperanza cristiana no significa evasión del mundo ni renuncia a una plena realización de la existencia terrena, sino su apertura a la dimensión trascendente de la vida eterna, única que da a esa existencia su verdadero valor”98. Si el reino de Dios es un reino de paz, de justicia, de verdad, de libertad, de vida, la ciudad terrena no es digna del Hijo de Dios, y por tanto de los hombres a él unidos como “hijos de Dios”, si a la base de su edificación no se hallan estos valores. Proclamar estos valores como fundantes de la ciudad terrena e infundirlos desde dentro en la estructuración de la misma es la función peculiar de los laicos. Es el encargo divino que han recibido en cuanto miembros de la iglesia y los llevan al mundo en nombre de toda la comunidad eclesial. La Iglesia que se encarna en ellos actúa por ellos en ese ámbito.

Si el “evangelio social” forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia, los “laicos cristianos son en el mundo expresión de la Iglesia que pone en práctica la propia doctrina social”99, uno de cuyos aspectos será el compromiso “transformador en favor de la justicia y la igualdad” (EN 18; cfr. 30-31), especialmente con una opción preferente en favor de los más pobres, desfavorecidos, marginados y excluidos, como precisarán los Obispos vasco-navarros (nn. 49-50). La presencia y acción del laico, como miembro de la iglesia, como cristiano, no es simplemente humanizante del mundo de los hombres, es “humanizante según Dios”, según Cristo. No se reduce a hacer pasar la realidad de condiciones “menos humanas” a más humanas, sino a condiciones en que sea posible vivir ya en la tierra aquella línea de comunión entre los hombres cuyo modelo y meta es la relación intratrinitaria, la nueva creación, la nueva humanidad, liberada, una y fraterna (EN 75), “en comunión con el único Absoluto” (EN 27)100.

2. Una segunda vertiente podríamos calificarla como de “secularizar” la Iglesia. Se quiere decir que los laicos han de llevar a toda la Iglesia a hacerse consciente de esa su esencial dimensión secular, han de impedirle que se haga excesivamente “angelical”, que se “espiritualice” en exceso, que busque refugio y se instale individual y estructuralmente en la fuga mundi, que baje de los cielos y se manche en los barros de la tierra.

Ellos tienen el encargo divino de “traer a la comunidad eclesial”, de introducir en ella la realidad secular, las preocupaciones y angustias de los hombres, los problemas sociales, económicos, sanitarios, educacionales, familiares, laborales “así como los logros, las ilusiones, los gozos, las esperanzas y los éxitos en todos los campos de la vida secular, sea por la acción de los mismos cristianos laicos, sea por la de cualquier hombre de buena voluntad que realiza obras y valores del reino de Dios aunque sea de manera anónima” (OBISPOS Pamplona...CARTA, 48)101. Como parte de este introducir el mundo en el corazón de la comunidad eclesial, el laico cristiano aportará también su luz desde la fe sobre las soluciones y las directrices para que madure el juicio moral de la iglesia, que aunque se exprese por la voz de los pastores, no puede llegar a formularse con garantía de fidelidad al mensaje evangélico sin el sensus fidelium, si no se escucha la voz de quienes los viven en la cotidianidad y los conocen desde el contacto permanente.

4. Anticipan la escatología edificando una ciudad terrena “digna de los hombres, hijos de Dios”. La ciudad terrestre tiene su propia consistencia y autonomía. Pero en el proyecto de Jesús aquí en la historia y en esta ciudad se ha de hacer realidad lo que se podría suponer y proyectar solo en el futuro escatológico. La ciudad celeste no es solo una edificación del más allá. Se anticipa y prepara ya aquí en la historia. El reino de Dios se hace historia aunque no se pueda plenificar en la historia. El reino está entre nosotros (cfr. Lc 17, 31). A “edificar la ciudad terrena” dedica Jesús la mayor parte de su vida, no solo toda su vida privada, sino también las mejores energías de su vida pública, aun cuando no lo haga desde las estructuras temporales, sociales, económicas o políticas.

Todo el mundo de relaciones interhumanas, cósmicas y con Dios, que será el estadio definitivo del reino, han de anticiparse y prepararse ya en este mundo. Por eso Jesús cura, sana, libera, anuncia, denuncia, alimenta, consuela. La Iglesia sabe que no tiene aquí ciudad permanente (cfr. Heb 13, 14) pero sabe también que ha de contribuir a edificar esta ciudad según Dios, por voluntad de Dios, como homenaje a Dios (GS 43). “La Iglesia en su misión de salvación debe ser fermento de la historia y a la vez contestación de la historia en función del más allá, que debe ser al mismo tiempo encarnación y trascendencia... un problema de historia y de escatología”102. Ésta es la función específica de los laicos. “Ellos... entran en el mundo para dibujar, realizar una dimensión de encarnación que, a su vez deriva su fuerza, su validez, su eficacia, del descubrimiento de una dimensión escatológica. La escatología, a su vez, no puede ser solo anunciada o testimoniada (es de manera típica la función del religioso, como afirma LG 44), tiene también que ser preparada: esta es la función del laico”103.

“El laico, situado en la inmanencia, en la realidad creada, se relaciona desde ella con la trascendencia: busca realizar el reino de Dios precisamente en medio de la realidad secular (LG 31). Por eso su relación con la realidad creada es precisamente “cristiana”: porque tiene una perspectiva trascendente que llamamos “reino de Dios”. Dentro de la comunidad eclesial el laico... subraya en su vida -según su vocación peculiar- los aspectos inmanentes de la realidad creada y del mismo reino de Dios...”104. 3. Una variedad y riqueza admirable de vocaciones

La condición laical se diversifica y concreta en una multiplicidad admirable de vocaciones. Si se atiende a la edad, se puede hablar, aunque no se mantenga excesivamente preciso el lenguaje, de laicos niños, jóvenes, adultos, ancianos (cfr. CL 46-48). Si se considera la forma de vida la vocación laical se puede ejercer desde la soltería, el matrimonio, la viudez, el celibato sociológico o consagrado , y en este último caso, de forma individual o en “institutos” (CL 55). Si el punto de referencia es el campo de actuación, tenemos todo el ancho y variado abanico de las profesiones en la agricultura, la industria, los servicios, la educación, la política, la economía, la justicia, la sanidad, los medios de comunicación social, las ciencias, las artes, la vida internacional (cfr. EN 70; CL 56). Si el punto de vista es el ejercicio concreto de su acción evangelizadora, se puede hablar de una acción individual (CL 28) o “asociada” (CL 29-30), o se puede considerar el modo de la “presencia o pretensión pública de la fe, o la acción de la “mediación”, o “testimonio cuasianónimo”, silencioso y oculto, que ha consumido tantas energías en una nueva polémica intraeclesial fruto sin duda de la mentalidad todavía excluyente de tantos de nuestros pensadores105.

Esta diversidad y riqueza de vocaciones, dones y carismas de la vocación laical es “una fuente inagotable de enriquecimiento y renovación para el mundo y para la Iglesia (cfr. 1 Cor 12, 7)”106, una muestra de la amplísima riqueza de servicio que de hecho la comunidad cristiana está prestando al mundo, aunque no figure en ninguna estadística de la práctica cristiana, que como es sabido se sigue centrando en el simple aspecto cultual o sacramental. Tres variedades de vocación laical obtienen una especial consideración en este ámbito del paradigma teológico.

1. La diferencia de género, y en especial, la vocación de la mujer107. “La conciencia de que “la mujer... tiene una específica vocación ha ido creciendo y haciéndose cada vez más amplia y profunda en el período postconciliar volviendo a encontrar su inspiración más original y profunda, por encima de perspectivas más o menos sociológicas, en el evangelio y en la historia de la Iglesia” (CL 49 )108.

Si la primera indicación y señal de toda vocación humana y cristiana es la condición sexuada, porque en ella y por ella Dios marca rumbo y orientación fundamental en la vida a cada persona, la mujer, como por otra parte, el varón, tiene en su misma condición de mujer un medio simbólico-sacramental, manifestativo de la realidad de Dios (el Dios Padre-madre), del misterio de Cristo (Cabeza-Esposo), de la Iglesia (Esposa-madre). La condición de mujer ofrece una serie de dones diferentes y complementarios por los que...” en sus estructuras significativas y dinamismos profundos” (CL 50), se presenta como signos-testimonios, como símbolos o iconos (imagen) del proyecto creador y redentor de la humanidad, del misterio de Cristo y de la Iglesia, antes y más aún que en “los papeles a asumir y las funciones a desempeñar” (CL 50). Por otra parte, la primera realidad secular es la bipolaridad sexual, hombre y mujer, por la que la humanidad es configurada como “a imagen de Dios” para asegurar la colaboración humana en el proyecto creador-multiplicador de la especie y en la sacramentalización de la relación trinitaria. Desde la comprensión de la vocación a partir de lo que se llama hoy la “razón simbólica”, en la que se pone cada vez más el acento en la consideración teológica de las distintas vocaciones frente a la consideración tradicional que ponía el acento y la peculiaridad en la “razón instrumental”, o sea, los haceres-poderes o actividades, hay que afirmar que “si es verdad que la mujer puede hacer lo mismo que el varón, es más verdad que nunca significará lo mismo...”La mujer debe asumir en la libertad sus dones y los valores de los que es símbolo...Las mujeres saben que el don de sí, la generosidad, la dedicación, el servicio, el amor, la paciencia, la renuncia a sí, el silencio sobre sí mismas, la repetición tediosa de las tareas, no son sólo tropiezos en los que la libertad sucumbe, ellas saben que todo esto no deja de tener sentido para cualquier discípulo de aquel que dijo: no he venido a ser servido sino a servir... la vocación de la mujer es restituir el “anima” a nuestro mundo contemporáneo especialmente dominado... por el “animus”...109.

Entre los dones peculiares de la femineidad hay que señalar, en referencia al ámbito de la nueva evangelización, el de la propia dignidad de la mujer frente a la consideración habitual “como una cosa, como un objeto de compraventa, como un instrumento del interés egoísta o del solo placer” (CL 49); el de dar “plena dignidad a la vida matrimonial y a la maternidad. ayudando al varón -marido o padre-, a superar formas de ausencia o presencia episódica y parcial” y aún más, a “involucrarse en nuevas y significativas relaciones de comunión interpersonal” (CL 51); el de “asegurar la dimensión moral de la cultura”, hacer que la cultura sea “digna del hombre, de su vida personal y social, especialmente en la relación con la mujer” (Ibid); el del cuidado del hombre”, de la persona humana. “Dios creador ha confiado el hombre a la mujer. Es cierto que el hombre ha sido confiado a cada hombre, pero lo ha sido en modo particular a la mujer, porque precisamente la mujer parece tener una específica sensibilidad –gracias a la especial experiencia de su maternidad– por el hombre y por todo aquello que constituye su verdadero bien, comenzando por el valor fundamental de la vida...” (CL 51).

2. La vocación y presencia del matrimonio y de la familia. La diferencia de significación de los géneros es una riqueza que exige y lleva a la consideración de su respectiva aportación, de la “copresencia y colaboración de los hombres y de las mujeres” (CL 52), no sólo por motivos de eficacia apostólica, sino como fidelidad y testimonio a la vez del “designio originario del Creador que desde el principio ha querido al ser humano como “unidad de los dos”, ha querido al hombre y a la mujer como primera comunidad y, al mismo tiempo, como “signo” de aquella comunión interpersonal de amor que constituye la misteriosa vida íntima de Dios uno y trino” (CL 52). Como realización fundamental y expresión primordial de este signo, con categoría en este caso sacramental, se encuentra el matrimonio, y su derivación natural, la familia.

En ellos se realiza la vocación específica de los laicos. En ellos se condensan “aspectos tan fundamentales de la existencia humana, como son el amor, el trabajo, la transmisión de la vida y la educación en los valores fundamentales, la convivencia, la comunitariedad y la relación personal” (OBISPOS Pamplona... Carta,64). Ponen de relieve a la vez una de las características fundamentales de la comunidad eclesial desde su carácter de “iglesia doméstica”, que supone e importa la vivencia en la familia de lo que significa y construye la iglesia, y es también signo y reclamo de cómo deben ser las relaciones en el ámbito de la comunidad. En efecto, las relaciones en el matrimonio y en la familia entre hombre y mujer, entre padres e hijos, son signo , tipo y a la vez escuela de cómo deben ser las relaciones interpersonales dentro de la misma la comunidad eclesial y aun de la propia sociedad o familia humana (CL 52).

3. La condición laical “consagrada”: los institutos seculares. En el contexto teológico de la vocación laical es donde tiene su lugar la consideración de dos tipos de vocaciones “consagradas”, a saber, la vocación-misión de los Institutos seculares y la llamada “consagración individual” al servicio de la Iglesia, que por tratarse fundamentalmente de mujeres se conoce oficialmente como “consagración de vírgenes”.

Los institutos seculares (la reflexión se centra especialmente sobre ellos) son acontecimiento reciente en la vida de la iglesia, “un don del Espíritu a nuestros tiempos” con una significatividad específica en el ámbito de la vocación laical. Es verdad que su condición de “consagrados” hace que se los haya considerado habitualmente más en el ámbito de la “vida consagrada”110. Lo que define al Instituto secular no es su forma de vida sino su finalidad. Y en este sentido son y se entienden y definen como laicos, como seculares. O si se quiere, aunque se trate de “una nueva forma de vida consagrada” (VC 10), lo que caracteriza esta nueva forma es que se trata de una “consagración “en el mundo”, en el corazón del mundo, en el contexto de las estructuras temporales, por consiguiente de una consagración de la vocación laical.

“Los laicos consagrados son “laicos auténticos”, pertenecen al laicado sin restricciones” . Los Institutos Seculares no son “una nueva variedad más discreta y como subterráneo de la vida religiosa, son una realidad distinta, una verdadera elevación de la condición de los laicos por la profesión de los consejos evangélicos”111. La consagración a Dios tiene por objeto reforzar esta condición laical, no cambiarla. Y esto “en el sentido de que vuestro estado secular esté consagrado y sea más exigente, y que el compromiso en el mundo y por el mundo, implicado en este estado secular, sea permanente y fiel”112. “Sois laicos... permanecéis laicos, empeñados en los valores seculares propios y peculiares del laicado... mas la vuestra es una secularidad consagrada”113. Juan Pablo II lo había enunciado también con toda claridad en los comienzos de su pontificado. “Como miembros de un I. S. queréis ser tales (discípulos de Cristo) por el radicalismo de vuestro compromiso a seguir los consejos evangélicos de tal modo que no sólo no cambie vuestra condición (sois y os mantenéis laicos) sino que la refuercen en el sentido de que vuestro estado secular esté consagrado y sea más exigente”114. Como laicos consagrados son “un ala avanzada de la Iglesia en el mundo” (Pablo VI), iniciadores, educadores y precursores o promotores de la renovación del orden temporal confiado principalmente al laicado, y como el “laboratorio experimental en el que la iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo” (Pablo VI), participantes de la búsqueda que hace la Iglesia sobre los medios a utilizar para llevar a cabo su objetivo; “lugares de búsqueda y de aprendizaje que provean a la iglesia de iniciadores e inciadoras de las cuales ella tiene tanta necesidad para dar significado a la relación con el mundo” y a la búsqueda por parte de los laicos de “una participación responsable en la vida de la iglesia”115.

En ellos se realiza, como afirma Pablo VI, una especie de síntesis entre la secularidad y la consagración, no exenta de tensión profunda. “Si nos preguntamos cuál ha sido el alma del Instituto secular, que ha inspirado su nacimiento y su desarrollo, debemos responder: ha sido el ansia profunda de una síntesis; ha sido el anhelo de la afirmación simultánea de dos caraterísticas: 1) la plena consagración de la vida según los consejos evangélicos, y 2) la plena responsabilidad de una presencia y de una acción tranformadora desde dentro del mundo, para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo... Expresáis la voluntad de la Iglesia de estar en el mundo para plasmarlo y santificarlo “como desde dentro a modo de fermento”, tarea ésta que es la encomendada principalmente al laicado”116. “Por su consagración intentan armonizar los valores auténticos del mundo contemporáneo con el seguimiento de Jesús vivido desde la secularidad” (Santo Domingo, n. 87).

La consagración de la vocación laical tiene también otra dimensión, que es la consecratio mundi. Es la entrega plena a Dios para realizar su proyecto de que el mundo todo sea convertido en el mundo a lo divino, sea impregnado en todas sus manifestaciones con el espíritu de Jesucristo. “La consagración con la que Dios nos quiere completamente conformes a Cristo, desarrollando la potencialidad divina en nosotros arraigada por el bautismo, tiende también (y es el fin específico) a tener en la condición secular testimonios que con más seguridad y con más eficacia actúen en el mundo la liberadora presencia de hijos de Dios (Rom 8, 19-22) que oriente a los hombres y a las realidades creadas hacia su verdadero fin”117.

NOTAS

85  A lo largo del artículo se irán aduciendo los diferentes  estudios que han guiado nuestras reflexiones. Baste aquí referir algunos Documentos oficiales más significativos, como la Encíclica de JUAN PABLO II “Christifideles laici”; Las Conferencias de PUEBLA y SANTO DOMINGO, en América, y entre nosotros, el documento de la Conferencia Episcopal Española (CEE), “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo”, y más recientemente, los OBISPOS de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, en su Carta Pastoral titulada “El laicado: identidad cristiana y misión eclesial, 1996”. Cf. también, J. NAVARRO, Los laicos protagonistasde la Nueva Evangelización, TESTIMONIO (Chile), n. 137 (1993) 19-28.
 86  Cfr. A. M. CALERO, El laico en la Iglesia. Vocación y misión, Ed. CCS, Madrid 1997.
 87  F. SEBASTIÁN, en Laicos al servicio del evangelio, en MISIÓN ABIERTA, n. 4 (1993), p. 31.
88. Cf. muy especialmente en esta línea Puebla, nn. 784-789.815-817.1216; Santo Domingo,nn. 96.97.103.293.302; L. A. GOMEZ DE SOUZA, Leigo ou simplesmente cristão? , CONVERGÊNCIA, 29 (1994) 214-221; J. ESTRADA, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, Paulinas, Madrid 1989; G. CHANTRAINE, Les laïcs, chrétiens dans le monde, Fayard, Bruxelles, 1987; P. THOMAS, Ces chrétiens que l´on appelle laïcs. Ed. Ouvriers, Paris 1988.
89  OBISPOS Pamplona..., Carta 24.25
90  OBISPOS Pamplona..., 26.
91  “El modo de vivir la realidad mundana los laicos, su modo de actuar  en las realidades terrenas, son signos de esa misión secular-terrena-mundana que pertenece a todos” (cfr. J. RIGAL, Le courage de la mission, Cerf, Paris 1985, p. 102.
92  En la Iglesia “sierva de los hombres”, los fieles laicos participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad. El reino es fuente de plena liberación y de salvación total para los hombres... Habiendo recibido el encargo de manifestar al mundo el misterio de Dios que resplandece en Cristo Jesús, la Iglesia revela el hombre al hombre, le hace conocer el sentido de su existencia, le abre a la entera verdad sobre él y su destino (GS 22). Desde esta perspectiva la Iglesia está llamada, a causa de su misma misión evangelizadora, a servir al hombre. Tal servicio se enraiza primariamente en el hecho prodigioso y sorprendente de que “con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre (cfr. GS 13 (CL 36).
93  P. ESCARTÍN, Un laico como tú en una iglesia como esta. BAC Madrid 1997, p. 161.
94  “La tarea temporal asume un valor clarísimo en Jesucristo y en cualquier hombre que está unido, como Cristo, por medio del Espíritu, a Dios. Las condiciones y modalidades de esta obra sagrada de construcción del mundo y de orientación de la historia no hay que buscarlas en influjos externos de carácter más o menos mágico o sacralizante, ya sean bendiciones o invocaciones de propiciación, sino en el respeto religioso de aquellas reglas de juego insertas en el corazón del mismo mundo, en la estructura psicológica y fisiológica del hombre, de las interrelaciones del hombre con los otros hombres y con las cosas que le rodean. La investigación científica y la aplicación tecnológica con todo el esfuerzo y la fatiga que exigen del hombre, los descubrimientos y las aplicaciones hechas por el hombre, se convierten en el modo por el que el hombre cumple la obra de Dios” (E. TRESALTI, Laicos y vocación, SEMINARIOS 24 (1978) p. 21-22).
94  J. RIGAL, Le courage de la mission, Cerf,Paris 1985, p. 98.
95  CEE, Los cristianos laicos... n. 40.
96  E. TRESALTI, a. c. p. 26.
97  Homilía en Paris, 1980, OssRom, 12 (1980), p. 335.
98  Id. Catequesis 26-I-94, n. 5.
99  Catequesis, 13-IV-1994, n. 5.
100  “El laico expresa de forma ejemplar la realidad de Iglesia y su misión en el mundo”. “La misión única confiada por Cristo a la Iglesia : la construcción del reino entendido como decisión de Dios de realizar ya aquí en la historia su proyecto de una humanidad nueva desde un hombre nuevo” (A. M. CALERO, El laico en la Iglesia. Vocación y misión. CCS, Madrid 1997, p. 75.77.
101  El espacio ordinario de este servicio ha de ser fundamentalmente la celebración litúrgica, que será así una celebración existencial y no un rito frío, distante, silencioso, ausente: la alabanza a Dios tendrá también como objeto su acción y presencia en esta historia actual, las hechas en medio de nosotros hoy, aquí, en favor nuestro, y no solo las de las grandes obras realizadas en el pasado en favor de “nuestros padres”; la súplica tendrá también su contenido existencial concreto, histórico, actual. No será una fuga mundi, una evasión de la dureza del mundo a un espacio sacro, descomprometido y descomprometedor; no remitirá el problema de las situaciones a Dios sino que se hará sensible y compasiva ante la realidad; se sentirá llamada e impulsada a poner remedio, a hacerse efectivamente samaritana de los hombres, se discernirá, en comunión de todos y con el ministerio ordenado, responsable principal y último del “orden”, del ordenamiento y del buen funcionamiento del organismo, los caminos más adecuados de respuesta de la comunidad  cristiana y de cada uno de sus miembros. Así todas las vocaciones se enriquecen con el servicio específico de la vocación laical.
102  E. TRESALTI, Laicos y vocación, Seminarios 24 (1978) p. 25.
103  Id. Ibid. p. 26.”Los laicos cristianos... están llamados por vocación divina a comprometerse, al servicio del hombre y en unión con todos los hombres, en el dominio de toda la creación para encontrar condiciones de vida cada vez más adecuadas a la naturaleza del hombre, es decir, para construir la ciudad terrena del hombre, que facilite el crecimiento de todo el hombre y de todos los hombres”.(Id. p. 22).
104  A. M. CALERO, El laico en la Iglesia. p. 67.
105  Cfr. la descripción amplia de esta polémica en L. GONZÁLEZ CARVAJAL, Cristianos de presencia y cristianos de mediación, Sal terrae, Santander 1989; resúmenes suficientes en P. ESCARTÍN, Un laico como tú... pp. 36-37. 169-176; A. M. CALERO, El laico... pp. 138-139. 175-176; F. SEBASTIÁN, Nueva evangelización,... 205-246, especialmente pp. 223-232. Los documentos oficiales adoptan ya posiciones  de síntesis y armonización, como CEE, Los cristianos laicos... nn.48-49. 56-58.62-63; OBISPOS de Pamplona...carta, 47-50.
106  “El padre y la madre que se responsabilizan de la educación humana y cristiana de sus hijos, la persona que busca acoger y escuchar, el que sabe fomentar el diálogo y mediar en los conflictos acercando a las partes, quien sabe reconocer su debilidad y desde ahí resultar sanante para el prójimo, el obrero que renuncia a parte de su salario y que lucha por unas condiciones dignas de trabajo para todos, el empresario que procura crear puestos de trabajo asumiendo riesgos y renunciando a beneficios, la persona enferma que vive y transmite su fe en circunstancias adversas, por citar algunos ejemplos, están, en definitiva poniendo al servicio de los demás y del reino los dones recibidos del Espíritu” (OBISPOS Pamplona...Carta... 52).
107  De entre la inmensa literatura existente a este respecto, baste citar el extenso libro de A. CARR, La femme dans l´Eglise, cerf, Paris 1993; M, ALCALÁ, Mujer, Iglesia, sacerdocio, Mensajero, Bilbao 1995; J. LANGE, Ministros de la gracia. las mujeres en la Iglesia primitiva, Paulinas, Madrid 1991; en la perspectiva específica de la vocación en perspectiva femenina, especialmente M. NAVARRO, Claves y nuevos paradigmas de la experiencia de la vocación,  en SEMINARIOS 39 (1993)331-372; Mª. C. LUCCHETTI, El laico y la mujer en la Iglesia: dar entrada a la “diferencia” y a la santidad, Sal Terrae, 80 (1992)457-464.
108  Todavía no aparece como sujeto diferenciado de la evangelización en la Evangelii nuntiandi del año 1975, mientras que la encíclica Christifideles laici le dedica un párrafo completo (nn. 49-52) remitiendo a las tres grandes encíclicas de Juan Pablo II Mulieris dignitatem, Redemptoris mater y Familiaris consortio.
109  L. RUBIO-C. SILVA, Rumbos nuevos para una pastoral vocacional renovada, SEMINARIOS 42 (1997) 166.
110  Así aparecen en el Código de 1983 en el epígrafe de la Vida Consagrada y dentro de ella han sido incluidos en el Sínodo del 94 y en la consiguiente Exhortación “Vita Consacrata”. Es sintomática también la ausencia total de cualquier referencia a ellos en la Christifideles laici,a pesar de que en el Sínodo sobre los laicos hubo una proposición sobre ellos,y en el Instrumentum Laboris se les dedicaba un hermoso párrafo que también desapareció en el posterior estudio sinodal. De alguna manera puede decirse que han sido expulsados de la condición de “laicos”  (Cfr. J. HAMER, Información y reflexiones. IV Congreso Mundial de Institutos Seculares.1988. Cedis, Madrid 1996, p. 21). Estos datos son signo de la ambigüedad que aún subsiste sobre su ubicación eclesial y su comprensión teológica, a caballo entre la “secularidad” o condición laical y la “consagración” o condición “religiosa”.
111  Card. J. HAMER, Discurso en el IV Congreso Mundial, 1988, o. c. pp. 24-25.31. En este Discurso cita repetidas veces la Proposición 6 del Sínodo donde se afirmaba “conservan plenamente su estado... laico”.,
112  Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional de I. S., Castelgandolfo, 28-VII-80.
113  Pablo VI, citado en A. OBERTI, en La vocación de los I. S. en la Iglesia, SEMINARIOS 26 (1980)169-196.
114  Discurso al Congreso Internacional, o. c.
115  G. LACHANCE, Los cambios sociales, ¿angustias o esperanzas?, en CEDIS, en Misión en el corazón del mundo. La misión de los I. S. en el corazón del mundo del año 2000, CEDIS, Madrid 1996, pp. 48-53.
116  PABLO VI, citado en A. OBERTI, a. c. pp. 169-196. “Os encontráis en el centro , por así decir, del conflicto que desasosiega y desgarra el alma moderna (la secularidad y la consagración a Dios)... Juan Pablo II, Discurso al II Congreso,... o. c. pp. 167.172. “Su carisma propio busca responder de modo directo al gran desafío que los actuales cambios culturales están planteando a la iglesia: dar un paso hacia las formas de vida secularizadas que el mundo urbano industrial exige pero evitando que la secularidad se convierta en secularismo” (Puebla 774).
117  G. LAZZATI, Consagración-Secularidad, en I Congreso Internacional, Saludo inicial al I Congreso Internacional de I. S., 1970, Cedis, Madrid 1996, p.65.66. “La consagración es garantía para que la secularidad conserve sus características propias (no se convierta en secularismo o laicismo, sociologismo, filantropía), y los cristianos mantengan vivo y operante el sentido y la capacidad de “tratar de obtener el reino de Dios gestionando las cosas temporales y ordenarlas según Dios, “sin hacer de las cosas temporales” el único fin de su actividad y fuerza de su vida” (Ibid. p. 67).