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Itinerario de formación: desde el misterio perdido al misterio por reencontrar

Amedeo Cencini

La pérdida del sentido del misterio

Tenemos la impresión de que hoy el joven ha perdido -o está paulatinamente perdiendo- el sentido del misterio. Se encuentra bastante satisfecho con su situación, no tiene grandes contrastes con el mundo de los adultos, por lo menos no tantos como la generación anterior(1); ni tampoco espera algo particular de sí mismo y de los demás: "La juventud de los años '90 es una juventud sin grandes aspiraciones y sin altos ideales; una juventud pragmática, más interesada por vivir lo mejor posible el momento presente que por hacer proyectos y preparar el futuro; es una new generation"(2).

"Después de diecinueve siglos asistimos a un redescubrimiento del carpe diem, con la consiguiente carrera hacia el consumo y una ignorancia fundamental del sentido de la vida que permea la vida"(3).

En resumen, si por un lado existe la presunción de saber aquello que basta para vivir, por el otro existe la sensación de no poder conocer ni el misterio del propio yo ni, mucho menos, algún Misterio que nos trasciende.

Como comenta Imoda, "la realidad del misterio, con su altura y sublimidad, pero también con su hondura y su anchura, parecería estar condenada a permanecer, a lo más, implícita. El interrogante, sobre todo el más radical, se queda mudo y en lugar del asombro que lo provoca, se nota una especie de indiferencia o de torpor; la capacidad de interpretar, como facultad hermenéutica, tiende a dejar sitio a asociaciones, a 'collages', con pérdida de profundidad de los significados y de sus relaciones. La tensión o inquietud, presente más que nunca, se convierte en estado de ansiedad; la decisión que debería desprenderse, y al mismo tiempo contribuir a, una orientación, queda a menudo suspendida, y la voluntad más o menos paralizada tiende a posponer las opciones, dejando a la persona perpleja y desconcertada, incapaz de asumir el pasado cultural y de orientarse hacia un futuro con un proyecto y a la espera"(4)..

Es un cuadro bastante expresivo, pero veamos por lo menos algunas consecuencias de esta pérdida del sentido del misterio para el joven frente a la posibilidad de una llamada vocacional.

1.1. Consecuencias a nivel estructural

Presento, entre otras, dos consecuencias de esta situación, desde el punto de vista intrapsíquico y en relación con nuestro tema.

a) Falta de integración personal

Quien está abierto al misterio de la vida humana logra, de alguna manera, componer, tener juntos los "extremos" de la vida misma, y es como si hubiera encontrado el núcleo fuerte y central que se sitúa "como una mediación dinámica entre su miseria y su dignidad, entre su ser y su no ser..., entre su ser corporal y su ser espiritual..."(5), entre el ideal trascendente y la realidad terrena de su debilidad y vulnerabilidad, entre realismo y utopía, esplendor y miseria, desesperación y esperanza, crimen y virtud..., y todas esas polaridades aparentemente contrapuestas que forman parte de la misteriosa masa humana.

En la medida en que uno se cierra al misterio, no podrá ni siquiera descubrir la anchura y profundidad, la largura y la altura (cf. Ef 3, 18) de su vida, ni tampoco tendrá valor para conocerse a sí mismo en sus aspectos negativos y positivos, para "bajar al sheól" del yo y juntos tender hacia lo que lo trasciende; y si está obligado a descubrir el mal que lo habita, entonces decide y concluye que no tiene vocación y planta todo y se va... O si se abre o si se le ayuda a abrirse a ideales nobles y que podrían dar sentido a una vida (solidaridad, atención a los más necesitados, voluntariado, etc), esta apertura tiende a asumir confines limitados, proyectos "ad tempus" a los que da un poco de su tiempo, sin darse "por siempre", tiene la situación bajo control o mantiene una puerta siempre abierta, no se entrega definitivamente a los demás, a un ideal, al misterio...

b) Relaciones parciales con el objeto

Otra consecuencia estructural de la pérdida del misterio es la incapacidad de entrar en relación con la totalidad del objeto, es decir del yo, del tú, de la vida, de la vocación..., todas las realidades que incluyen el misterio. Quien excluye de sus intereses -conscientemente o no- la realidad del misterio y se contenta con relacionarse con lo inmediato, con lo inmediatamente visible y evidente, interpreta también el hecho vocacional de manera reductiva e insuficiente.

Y entonces, cuando la pretensión de que todo esté claro y convincente reemplaza el valor de saltar la medida puramente racional, la vida se convierte en mezquina y repetitiva y el hipotético seguimiento, en una falsedad substancial; ya no será seguimiento de Otro que me lleva por caminos desconocidos hacia un futuro inédito e imprevisible, sino una pretensión de tener todas las informaciones antes de decidirse, intento de garantizarse un porvenir, predisponer las cosas sin correr riesgos, mirando cómo medir bien el paso (y acabando por dar vueltas alrededor de sí mismo...).

1.2. Consecuencias a nivel dinámico

Indico también algunas consecuencias a nivel comportamental y dinámico.

a) Mediocridad general

La persona no suficientemente abierta al misterio es también una persona sin empuje, que no conoce grandes entusiasmos y grandes pasiones y tampoco conflictos y contraposiciones desgarradoras. Hay un fenómeno que la distingue: la inhibición de la pregunta. El misterio hacer surgir espontáneamente preguntas y, por otro lado, cualquier pregunta puede convertirse en ocasión para entrar en el misterio.

Pero el joven de hoy no parece en absoluto el inquieto buscador de sí mismo; se para satisfecho frente a respuestas que no respetan el misterio; tampoco está formado cultural e intelectualmente en el gusto de la búsqueda personal, en la fatiga humilde y discreta del "pensar en algo en profundidad" y se contenta con saber de manera mediocre (también a nivel religioso), el saber que explota los datos comunes y los conocimientos obvios.

Cuando la pregunta no inquieta al corazón, todo se convierte en algo mediocre y sin brillo, sin calor ni color, y no hay creatividad, ya que todo es automático, listo para el uso y el consumo (también la vida, también el futuro). Y quizá sea justamente esta sociedad del bienestar, con su lógica de consumo y goce, la que ahoga el espacio del misterio.

Como dice Bruno Forte: "Es el padecer, el morir, lo que suscita en nosotros la pregunta, enciende la sed de búsqueda, deja abierta la necesidad de sentido. El dolor revela entonces la vida a sí misma. Allí donde nace la pregunta, allí donde el hombre no se rinde frente al destino de la necesidad, y por tanto a la muerte, allí se revela la dignidad de la vida, el sentido y la belleza de la existencia. Si, al contrario, la pregunta no inquieta al corazón, la vida parece salir fuera del tiempo, deja de tener futuro, y la vocación misma deja de ser llamada que procede de lo alto, siempre imprevisible y original, y se convierte en algo que se repite sin novedad y frescura interpretativa"(6).

b) Instrumentalización del Misterio

Diciendo que hoy asistimos a una progresiva pérdida del sentido del misterio en la actual generación juvenil, no queremos decir que tal concepto haya desaparecido, ni que el joven no lo emplee o no recurra a él como categoría de interpretación de su realidad personal.

El problema es que ese empleo parece ser -en gran parte- instrumental. El joven de hoy puede incluso saber reconocer qué es un misterio, pero el término tiene frecuentemente en sus labios connotación estática y negativa, que indica explícitamente el hecho de no conocerse o de no lograr explicarse el por qué de un cierto comportamiento, e implícitamente, y sobre todo, la imposibilidad de llegar a un conocimiento pleno y preciso de sí mismo, como presupuesto para una cierta decisión. En otras palabras, el joven "usa" este término (incluso de forma no intencional) como una especie de excusa para no cambiar ("Yo soy así") y no decidirse ("No logro entenderme..., ¿cómo puedo tomar una decisión?").

De este modo el misterio es desposeído de su función positiva y dinámica, es cada vez menos clave de lectura o señal hacia una dimensión ulterior, o interrogante y llamada que el joven intuye, aunque sea vagamente, dirigirse a él, y, aunque no sepa quizá de donde viene, lo siente de todas formas dirigido a su propia vida, se la revela y la lleva a expresarse según su verdad.

Si esta es la función del misterio, se puede comprender fácilmente que su pérdida e instrumentalización determinan inevitablemente también la pérdida de la verdad del yo o su misma instrumentalización.

Veamos, ahora, cómo y dónde recuperar esta dimensión olvidada o ignorada, pero indispensable para llegar a una opción vocacional.

.2. Misterio que hay que encontrar

Escribiendo a los cristianos de Éfeso, Pablo pide que puedan comprender "la amplitud y largura, la altura y profundidad" del amor de Cristo "que supera todo conocimiento", el misterio sumo que trasciende el conocimiento humano.

Así pues, se puede acceder al misterio, y es importante hacerlo del modo justo. Para el creyente el misterio no es sólo humano y relacionado con las cosas temporales, sino también un don que viene de arriba; don de salvación que actúa y está "misteriosamente" escondido en las mismas realidades terrenas, en un entramado no siempre fácil de descifrar.

El animador vocacional, desde este punto de vista, es como un peregrino o un buscador, un buscador de misterio, de este misterio humano-divino. Veamos cómo.

2.1. La vida es misterio

Supongo que nadie duda de ello, por lo menos nadie que tenga un mínimo de experiencia de relación de ayuda a los demás o que haya llegado a un cierto nivel de conocimiento de sí mismo/a: el hombre, la vida humana es un misterio.

Pero es distinto hacer esta afirmación al final de un camino de búsqueda sobre el hombre, casi rindiéndose -quizá con algo de rabia- ante lo impenetrable y lo imprevisible, que hacerla al comienzo, como una categoría de interpretación de lo humano.

En el fondo se trata de la diferencia entre la acepción estática y negativa y la acepción dinámica y positiva de misterio. La primera es estéril, la segunda es fecunda, también desde el punto de vista vocacional.

Pues bien, el verdadero animador vocacional debe colocar esta afirmación al principio: al principio de su plan de acción, de su relación interpersonal, de su catequesis vocacional. En cierto modo, podríamos decir que construye en torno a esta convicción la misma propuesta vocacional.

En otras palabras, asume el misterio como clave de interpretación de lo humano, para proponer al joven un auténtico camino de descubrimiento del yo.

Trataremos de proponer sencillamente algunas articulaciones, algunas etapas de este camino guiado.

a) La deducción engañosa

El joven de hoy, incluso el joven creyente, normalmente se coloca ante su futuro con una actitud general que podríamos definir de tipo deductivo. Fundamentalmente cree que se conoce, que lo sabe todo, o casi todo, sobre sí mismo; al menos cuanto le basta para proyectar su futuro casi deduciéndolo lógicamente del presente, con una operación total y exclusivamente racional, sin ninguna interferencia y sin solución de continuidad.

Pero se trata de una operación muy débil, llevada a cabo por un pensamiento débil que, por definición, no soporta ninguna duda ni misterio (aunque quizá acaba provocando precisamente dudas e indecisión).

Un animador vocacional inteligente sabe todo esto, sabe que una eventual propuesta vocacional está destinada a caer en el vacío o ser banalizada precisamente por esta pretensión; no tenerlo en cuenta querría decir que su mensaje va dirigido a ese grupo desaparecido, o casi, de quienes se muestran inmediatamente abiertos a una propuesta vocacional de especial consagración. Sería una imperdonable falta de atención, una limitación notable de la propuesta vocacional ya de entrada, pues la propuesta vocacional hay que hacérsela a todos, incluso a quien declara que se ha orientado ya por otro camino.

Querría insistir brevemente sobre este punto.

Una cierta mentalidad bastante extendida distingue en la pastoral juvenil dos grandes tipos de actuación:

-la acción pastoral con nuestro jóvenes, los llamados cercanos, grupos mimados, más bien compactos, con ambientes e itinerarios superasistidos, proyecto de vida...,

-y la acción pastoral con los alejados, con modalidades más bien inciertas (donde todo lo que se puede obtener es siempre más de lo se esperaba), donde nos contentamos con la supervivencia, donde basta salvar lo esencial y no queda espacio para las matizaciones, pensando que sería perder el tiempo.

En esta mentalidad restrictiva, se considera que la propuesta vocacional, y no sólo la de especial consagración, puede ser dirigida solamente a los primeros, no ciertamente a los alejados, porque es una propuesta, se dice, que quizá no puede ser comprendida puesto que exige cierta capacidad de escucha, que no se puede malgastar,...

Pero después nos damos cuenta de un dato muy importante: que hoy la frontera entre quien es considerado cercano y quien es considerado lejano, entre buenos y deteriorados, no pasa entre los cercanos y lejanos, entre los nuestros y los de la calle, sino que se insinúa en el interior mismo de estas dos realidades.

Entre los alejados se pueden encontrar jóvenes con deseos de santidad, y entre los cercanos, gente que se deja tentar por la locura o que camina hacia la mediocridad. Un joven alejado de la experiencia eclesial es capaz de dejarlo todo, de cambiar su vida para seguir a Jesús, y un cercano puede pasar toda la vida sin jamás hacer una opción valiente desde el punto de vista cristiano. Un alejado está quizá más disponible para entrar en la lógica del misterio y del asombro que quien esta acostumbrado a masticar y digerir a diario realidades que le trascienden pero que ya no le conmueven.

La frontera se desplaza cada vez más al interior de nuestros grupos, de nuestras agregaciones y, sobre todo, de toda conciencia. Esto exige, pues, que el anuncio se dirija a todos y con fuerza.

Quien está alejado debe oír decir que alguien le está cerca, que lo llama personalmente, que Dios se preocupa de él no de forma genérica, que tiene una misión original que cumplir en la vida, que no encontrará la felicidad si no realiza plenamente esta perspectiva con toda originalidad y libertad. Quien está alejado no puede quedar indiferente ante el anuncio de Jesucristo como quien le pone ante una alternativa, provocador de una respuesta, ofreciendo una relación personal de amistad, como al joven rico, pero también a Natanael, a Pedro, a Pablo,...

La vocación no hay que colocarla al final de la evangelización, sino al comienzo, porque el evangelio es una persona que llama. Además no existe un laico genérico en la Iglesia, sino que cada uno está llamado a un camino de santidad personal, siguiendo un itinerario de fe que necesita ser propuesto como un proyecto claro, como una línea definida.(7).

El animador vocacional, o cualquier otro agente de pastoral juvenil, en este momento debe tener la valentía de dirigir la invitación a todos, de forma ideal debe presentarse como un exegeta de lo humano, un intérprete del corazón del hombre y de todo joven, colocándose delicadamente junto a cada uno de ellos para hacerlos comprender que para cada cual hay una vocación, y que la vocación auténtica es la que requiere del hombre lo mejor de sí mismo. Sólo gracias a esta provocación que llega a todos y mantiene alto el nivel de la propuesta, puede emerger con toda su energía dimensión vital del misterio presente en cada uno.

El animador vocacional que insiste en hacer animación vocacional sólo con los "cercanos", o con los que de inmediato se sienten interesados, es un mediocre o pobre creyente, porque no cree bastante en el misterio.

Pero, ¿cómo recurrir concretamente a esta coordenada?

b) La duda razonable

El animador vocacional es quién deberá llevar poco a poco al joven a descubrir y aceptar el no saber, sobre todo a comprender, que no posee todos los elementos para descifrar el sentido y el fin de su existir y que, en todo caso, no basta con echar a boleo todos los datos en un ordenador para que aparezca nítida e inconfundible la imagen de su futuro.

Podemos decir, aunque la expresión sea ambigua para algunos, que el animador vocacional en esta fase debe convertirse en un "maestro de la sospecha", alguien que lleva a asimilar que la persona no es sólo lo que hace, y que su vida no es sólo lo que se ve, y ni siquiera la elección de la profesión es sólo problema de preferencias instintivas ("me gusta hacer esto o aquello..."), o de tests de aptitudes ("soy capaz de hacer tal o cual cosa...); como desde el punto de vista psicológico el yo ideal (la propia vocación futura) no puede ser simplemente la proyección del yo actual (la propia vocación presente).

Existe una apariencia -aunque parezca o sea evidente- que incluso engaña o que por lo menos es incompleta para construir sólo sobre ella la propia identidad y el propio futuro: serían una identidad débil y un futuro inconsistente, como débil e inconsistente es el pensamiento que teme el misterio y reduce la vida a un silogismo.

El joven debe comprender esto, para no correr el riesgo de equivocarse en todo desde el principio, persiguiendo medias o falsas verdades o creyéndose el dueño de su propia vida.

En esta fase se trata de penetrar con una duda razonable en el caparazón de certezas del joven y de debilitar la (falsa) solidez de sus presunciones, se trata de proponer el ejercicio de la duda, ejercicio muy saludable, porque "condena" al joven a buscar más allá y a descubrir la radical precariedad de sus certezas; pero, sobre todo, la duda es saludable porque, poco a poco, sobre todo cuando va bien dirigido, proyecta sobre esas fingidas o medias verdades la verdad fundamental de que la vida es misterio. Y es un signo de inteligencia comprender esta dimensión del vivir.

El joven quizá aún atraído por la "ilusión ilustrada", reinterpretada en clave reductivo-positivista, debe comprender que sólo para el estúpido y el superficial todo está siempre claro y fácil de entender; mientras es un fino signo de inteligencia el aceptar que exista el misterio, que exista alguno no descifrable de inmediato y que, sin embargo, se intuye como algo grande, perteneciente a otras medidas y, a pesar de ello, destinado a hacerse de la nuestra.

Si quiere vivir y realizarse auténticamente, debe descubrir y entregarse con confianza a este misterio que el sobrepasa, aceptando una lógica y una razón que a primera vista le escapan inevitablemente.(8)

Pero se trata de formar a esta "consigna", de crear esta actitud profunda.

2.2. El misterio es vida

Es la otra cara de la medalla.

Si de un lado, la vida es misterio y puede ser vivida respetando tal dimensión, de otro lado el misterio es vida, es decir en sus diversas formas, representa quizá la parte más vital de nuestra historia personal, la parte más germinativa y fecunda, en cierto sentido, es la que contiene, al mismo tiempo, la parte no expresada de nuestra identidad, que espera todavía llegar a la conciencia y realizarse, en una palabra, nuestra vocación, en las diversas fases de la vida.

¿Cuál es entonces el lugar donde el misterio se revela y cuáles son sus formas de expresión?

a) El lugar del misterio

Según Imoda: "Es el desarrollo el lugar del misterio, es la historia de la persona el espacio real en el que el misterio se hace visible en maneras no siempre claras e inmediatamente comprensibles, unidas fundamentalmente a la tensión humana y a su equilibrio, aspectos muy subjetivos y, a veces, inestables entre la apertura infinita del hombre a la verdad, al bien, a la belleza y los inevitables límites que el vivir concreto pone a esta apertura en el espacio y en el tiempo de la corporeidad personal y de los demás".

A veces este desarrollo representa un drama, "no siempre es una marcha triunfal hacia adelante, una acumulación de elementos positivos, más bien frecuentemente representa una lucha, una pérdida, una derrota. Además comporta -no raramente- estrategias de repliegue, de cobertura, de compromiso, que acaban convirtiéndose en defensa, máscara, disimulación, falsedad".

En otras palabras: si es cierto que "cada momento de la vida, cada encuentro, puede representar una ocasión de respuesta, de crecimiento, de verdad, de profundización, o bien una ocasión de estancamiento, de fuga, de abdicación de responsabilidades en relación con uno mismo y con los demás", es también verdad que "el desarrollo humano, que acontece de forma absolutamente singular para cada individuo, es el lugar donde el misterio ha tomado cuerpo como una serie de mediaciones, de «cómo», de problemas, que pueden oscurecer en un momento dado la lectura del misterio de una persona concreta, su vocación y su destino, pero pueden también revelarlo y manifestarlo, o quizá ambas cosas".

Esto lleva consigo una cierta mirada de comprensión de la realidad humana: las necesidades más primitivas, las tendencias radicadas en el cuerpo, los estadios de desarrollo iniciales, no son algo "pequeño" que deba desaparecer para dejar lugar a algo "grande", como si el ámbito fisiológico o emotivo debieran ser eliminados para dejar espacio al espiritual, sino que más bien deben ser considerados como lugar de encarnación de lo espiritual y del misterio.(9)

Precisamente por esto tiene una extraordinaria actualidad la advertencia agustiniana "Noli foras ire" (No vayas fuera), es el hombre interior donde habita la verdad, es decir, es en la historia concreta, es en la experiencia de vida de cada persona donde se puede rastrear el misterio de su identidad.

b) Formas de expresión del Misterio

No pretendo definir en su complejidad y riqueza todas las formas de las que el misterio se sirve para desvelarse (o esconderse). Una es cierta, que nuestra vida está llena de signos y de símbolos que nos remiten o nos introducen en el misterio, que somos nosotros mismos, o que en su raíz significan una de sus emanaciones o manifestaciones. Son formas a veces enigmáticas y difíciles de entender, precisamente porque van unidas al misterio, aunque nosotros no lo sepamos ni lo sospechemos. Como consecuencia no es fácil ayudar a otros en esta búsqueda que, sin embargo, sería importantísima para ayudarle a percibir la vocación.

De hecho el misterio lo llevamos siempre con nosotros, vive con nosotros. Y lo podemos percibir, por ejemplo, en algunos actos completamente informales en los que no tenemos controles y defensas, como el reír o el jugar, la expresión creativa o simbólica, la manifestación espontánea o el soñar con los ojos abiertos; o en ciertas actitudes unidas a la necesidad de buscar o de comprender, de explorar el ambiente o las personas y cosas que nos rodean; o a la necesidad de pertenecer a un mundo de relaciones, de afectos e intereses bien definido; también se puede entrever el misterio del yo en el modo como se afronta la experiencia dramática del dolor, de la separación, de la muerte(10)., como también la postergación, la fuga, la lucha, la resignación, la aceptación...; son también lugares del misterio la soledad junto con la intimidad, y la vinculación que cada uno establece con estas dos formas de relación humana, vinculación a veces desequilibrada y poco armoniosa, marcada por el temor y el ansia; también son indicadores del misterio los criterios de satisfacción o insatisfacción que cada uno establece para sí mismo, es decir, lo que le hace feliz o infeliz, la relación subjetiva entre el ser y el aparecer, entre el personaje y la persona. Un animador vocacional que quiere de verdad conocer al joven y ayudarle a conocerse, tratará de dar importancia a estos aspectos.

Pero hay una postura existencial particularmente importante de este punto de vista, y que de modo singular contribuye a desvelar el misterio del yo, es la de preguntarse.

Hay una pregunta que cada uno lleva dentro, pero que no siempre consigue formular de manera adecuada, ni siquiera ante sí mismo, y esto no por un sencillo problema de comunicación o de palabras inadecuadas o no encontradas, sino porque de hecho el individuo mismo no conoce la pregunta que le habita. Menos aún puede saber cuál es la respuesta adecuada.

Se trata de un punto importante para la animación vocacional, porque la correcta interpretación de la pregunta significa comprender lo que verdaderamente el joven quiere, más allá incluso de sus afirmaciones y de lo que el dice de sí mismo; identificar la pregunta significa comprender el por qué de un cierto camino o de una búsqueda, quizá del ansia o de la lucha que mantiene dentro y lo hace inseguro, o -por el contrario- el por qué de la indiferencia, al menos aparente, o del rechazo de toda búsqueda y de toda propuesta vocacional, o del miedo a una cierta llamada que le llevaría a elegir itinerarios equivocados o caminos sin salida.

El animador vocacional que quiere verdaderamente ofrecer un servicio al joven, más allá de intereses de mercado, debe colocarse en una actitud de profundo respeto, de escucha atenta, de paciente espera, para poder interpretar el misterio de manera correcta. Como Moisés ante la zarza ardiente (Ex 3, 1-6; 9-12), se quita las sandalias de sus precomprensiones que le hacen proyectar en el joven lo que él, o la institución religiosa, o la mentalidad dominante, quisieran leer. En este caso el animador se convierte en un educador en sentido pleno, y su acción educadora se convierte en una interpretación.

Damos sólo algunas indicaciones sobre este ministerio de interpretación de la pregunta.

1. Suscitar la pregunta

El animador no podrá contentarse con dirigir la atención a quienes inmediatamente se sienten interesados (corriendo el riesgo de quedarse solo), o establecer de inmediato la relación con los jóvenes en base a la propuesta vocacional, como si esta fuera una respuesta a todos los problemas y proyectos de búsqueda sobre el propio destino; antes de esto, deberá ser capaz de suscitar la pregunta.

A este respecto puede ser significativo el episodio sucedido en el metro de Milán: en la pared de una estación apareció un día un letrero que decía: Dios es la respuesta, casi como una profesión pública "mural" de fe. Pero una mano desconocida después de algún tiempo añadió: Sí, pero ¿cuál es la pregunta?.

Ahí tenemos fotografiada la situación de la juventud actual: el verdadero problema de los jóvenes de hoy no es, o no es sólo, la ausencia de respuestas en el mercado de valores, o la falta de contenidos de fe o de propuestas de cosas interesantes que realizar, sino la falta de la exigencia interior de verdad, de belleza, de bondad, o la necesidad de una libertad modelada con la verdad que hay que desarrollar y promover.

Si no nace esa exigencia y ese gusto y necesidad, ¿para qué vale la propuesta? Si no hay pregunta, ¿para qué vale la respuesta? Quizá sólo para frustrar al animador...

2. Excavar y escalar la pregunta

El ser suscitador-animador de la pregunta vocacional comporta, en este punto, la capacidad de ser interprete de la pregunta misma, reconociéndola en sus diversas formas... y maquillajes, en sus expresiones coherentes y en las que son contradictorias, a veces incluso excavando para desenterrarla de cuanto en el camino de desarrollo la ha cubierto, para sacarla a la luz.

Hoy existe una pregunta vocacional que permanece enterrada-inexpresada precisamente porque nadie la reconoce o porque no se saben usar bien los instrumentos para desenterrarla; debemos habituarnos a comprender que el verdadero problema actual no son (sólo) los nuevos jóvenes y su presunta no generosidad, sino la incapacidad de interpretar el misterio que llevan consigo.

* Hemos dicho antes que es característica de la generación joven de hoy la pérdida del sentido del misterio, pero quizá debamos decir que esta es también la característica del animador juvenil o de un cierto tipo de animador vocacional. No se trata de que él excluya el misterio, faltaría más, pero no lo asume como categoría de interpretación de lo humano (de hecho es como si la aplicase sólo a lo divino), y después parece que no posee los instrumentos para interpretarlo. En concreto, ¿qué implica para el animador vocacional esta atención al misterio en el diálogo vocacional?

Ante todo el animador vocacional debe saber que toda comunicación, entendida en sentido lato, se produce en varios niveles, y que no raramente lo que es comunicado a nivel, por ejemplo, verbal o de las apariencias, contradice lo que se comunica a otro nivel. Es el caso del joven que dice repetidamente o con maneras externas, a veces un poco forzadas, que no tiene ninguna intención de tomar en consideración una propuesta, pero no quiere decir que la comunicación verbal, incluso expresada bien claramente, corresponda verdaderamente a lo que el joven lleva dentro (incluso si no lo sabe).

Hoy son muchos los jóvenes que deben "forzosamente" inhibir ciertos deseos o cierta disponibilidad para buscar en ciertas direcciones; lo deben hacer porque están supercondicionados por la mentalidad corriente, por la triunfante filosofía juvenil (o adulta, o "vieja"), por el sentido de pertenencia al grupo de sus semejantes (o por el miedo a ser excluidos de él)...; y ese deseo o disponibilidad termina por ser sumergido o negado, pero sin jamás haber desaparecido del todo, porque, en el fondo, pertenecen al misterio del hombre y al misterio personal de estos jóvenes.

Puede que salgan a la luz de alguna manera "misteriosa", a través de canales, lenguajes, mensajes, preguntas e interrogantes de otro tipo que deberán ser decodificados y acogidos, para poder ser formulados de nuevo por personas capaces de prestar este precioso servicio. Es el servicio del educador o de ese tipo especial de educador que es el animador vocacional.

* En este momento el animador vocacional debe hacerse todo atención, paciencia, mirada que sabe ir en profundidad, intuición que capta lo esencial, tacto y finura para saber decir la palabra justa, en el momento justo..., respeto y atención ante el misterio...

No son estas dotes técnicas unidas a la profesionalización de una función, pero tampoco forman parte de la gracia de estado concedida automáticamente a quien trabaja en este sector. Son fruto del ejercicio constante del ministerio de coloquio espiritual, como lugar natural para acompañar a un hermano en el discernimiento de su vocación.

Creo importante recordar que el animador vocacional no es sólo el infatigable trotamundos o el organizador de campamentos vocacionales, sino que es, sobre todo, una persona dedicada al acompañamiento personal, y que por lo tanto da mucha importancia al encuentro y diálogo personal espiritual. Debe, en efecto, dar prioridad a este ministerio humilde y fatigoso, a este arte de paciente excavación.

Además, esto quiere decir que en cada encuentro con un joven, el animador vocacional deberá colocarse idealmente en una actitud bien precisa, que no es la de quien tiene una propuesta que hacer, sino la de quien escucha y trata de comprender, poniéndose él mismo algunos interrogantes:

-¿Cuál es el significado, más allá de las palabras, de lo que se me comunica? ¿Qué me está diciendo realmente? ¿Es posible que mientras me está diciendo o pidiendo una cosa, de hecho me esté diciendo o pidiendo otra quizá muy diferente?

-¿Es posible que mientras me asegura que no está disponible para una propuesta vocacional, me esté lanzando el mensaje exactamente contrario? Una búsqueda de éxito, ¿no contiene acaso la aspiración a algo más?

-La insatisfacción o indiferencia que está mostrando, ¿no podrían ser una defensa para dejar de lado una propuesta y desarmar a quién la presenta, o el símbolo de una espera que ha quedado frustrada?

-La necesidad de felicidad, ¿no indica ya un deseo de autotranscenderse?

-Pensar en el futuro, ¿no es ya una operación que puede conducir al joven a enfrentarse con los interrogantes fundamentales de la vida?

-La carrera, un futuro tranquilo, un puesto seguro, una criatura toda para él..., ¿no son acaso traducción o reducción de un deseo o de una espera que supera esas metas ya alcanzadas?

No digo que haya que minusvalorar esas realidades, sino -al contrario- querría subrayar la necesidad de comprenderlas en su sentido último, en su condición de símbolo de algo a lo que remiten, como punto de partida de un planteamiento vocacional, no como punto de llegada que cierra inexorablemente toda propuesta vocacional. Pidiendo o buscando algo contingente, el joven pide o busca algo más duradero. Hacerle consciente de esto para ayudarle a preguntarse con mayor responsabilidad y libertad y a buscar en la dirección exacta, en eso consiste la educación del corazón.

¿No es cierto que detrás de cualquier pregunta se esconde la pregunta sobre Dios? Como dice sutilmente Lonergan, desde un punto de vista filosófico-teológico: "La pregunta acerca de Dios se encuentra dentro del horizonte del horizonte del hombre"(11).

Esto es también lo que cree, y de lo que está convencido el educador de los jóvenes Digamos que, en este sentido, la animación vocacional se confunde con la educación de la fe, y que todo educador juvenil es automáticamente también animador vocacional (y viceversa).

* Se trata, pues de aprender a excavar y a escalar la pregunta: quien excava y escala la pregunta y el deseo (12) trata de provocar al otro para que se pregunte no sólo sobre el contenido o la cualidad de sus deseos, sino también sobre el origen de los mismos, para remontarse luego, de pregunta en pregunta, o de deseo en deseo, impidiéndole, de algún modo, detenerse antes, o contentarse con respuestas de corto alcance y de horizonte limitado, o con respuestas que de hecho no son una respuesta, no satisfacen la natural exigencia del hombre de saber, y por consiguiente frustran el proyecto del joven sobre sí mismo.

El animador vocacional es como el espeleólogo (excava y ayuda a excavar) o como el alpinista (escala y ayuda a escalar), para mostrar cómo al comienzo y al final de las preguntas y de los deseos humanos, está el deseo de Dios, de ver su rostro, de realizarse en su luz.

* Excavar y escalar pacientemente la pregunta y el deseo, quiere decir además descubrir e impedir todos los intentos mezquinos y reductivos de dar respuestas que de hecho se quedan en la superficie del problema, ofendiendo la dignidad y banalizando la potencialidad del hombre, y quiere decir también insistir de forma inteligente hasta captar y llevar a captar la exigencia radical de bien, de verdad, de felicidad, de libertad, de definitividad, presente en todo hombre y que es la expresión inmediata del deseo más radical, que es el deseo de Dios.

Es necesario hacer que surja esta aspiración, enterrada a veces en lo más profundo, pero que existe siempre, está dentro del horizonte humano y se extiende y atraviesa toda la existencia humana, su pasado, presente y futuro, su origen y su destino, su raíz y su vocación.

Continúa B. Lonergan diciendo: "En el horizonte del hombre se encuentra la razón para lo divino, un santuario para la llamada a la santidad. Hay una chispa dentro de nuestra arcilla que nos indica nuestra orientación innata hacia Dios", ese Dios que es aliado del hombre, garante de su felicidad y de su auténtica autorrealización. Ese Dios que hay que encontrar, y que por lo tanto hay que buscar, sostiene con fuerza Bonhoeffer, "en el centro, no en las zonas marginales de la vida del hombre"(13).

Puesto que es la profundidad de todo hombre, Él está en el interior de toda experiencia humana... Toda experiencia auténticamente humana, como el dolor, el trabajo, la libertad, el tiempo libre, la muerte pone al hombre en comunicación con el Tú divino. ¿Cómo prescindir de este Dios al formular el propio proyecto existencial?

* El animador vocacional es precisamente alguien que se ha hecho experto en ese excavar dentro del sujeto, dentro de su autocomprensión y, al mismo tiempo, experto también en esa escalada, más allá del sujeto, más allá de su pensar y de su sentir. Experto en encontrar las más profundas raíces del joven para llevarlo más allá de sí mismo y hacerlo capaz de acoger ese "más" que es el don gratuito de la fe, para descubrir y luego descifrar el misterio de su vida. Como detrás de cada pregunta hay un interrogante sobre Dios, del mismo modo, detrás de cada proyecto hay una disponibilidad vocacional.

* Excavar la pregunta quiere favorecer la referencia a la conciencia, a una mayor conciencia de la propia identidad. Los hombres tienen una conciencia antes que un instinto, y esa conciencia es exactamente el punto donde el hombre, el mundo y Dios se encuentran, haciéndose presentes el uno al otro.

Conciencia es la soledad activa en la que Dios llama al hombre a decidirse por la historia, a sentirse responsable, no sólo de sí mismo, sino también de los demás, a descubrir que su decisión le hará encontrar la correspondiente decisión de Dios, puesto que la decisión humana de dar la vida es expresión del proyecto divino de salvación y está originada y sostenida por ese proyecto.

* Escalar la pregunta significa, pues, ayudar al joven a interceptar los sueños de Dios sobre la propia vida, o a llegar a soñar y desear los mismos sueños y deseos de Dios. La sorpresa de este encuentro-descubrimiento lleva inevitablemente a despertar el deseo y la pasión de elegir a Dios como Señor de la propia vida y de pertenecerle por siempre.

1     Según la encuesta La terza indagine sulla condizione giovanile in Italia, Istituto Lard, 1992; y según el análisis de J.R. Alegre, Bases humanas de la maduración vocacional, en Todos Uno, n. 121 (1995) 59-63.

2     De Rosa, G., I giovani degli anni Novanta, en La civiltà Cattolica, n. 3435-3436 (1993) 297.

3     Concolino, N., Giovani al microscopio; c'è voglia di presente, en Avvenire, 15/5/1994, p. 9.

4     Imoda, F., Sviluppo umano. Psicologia e misterio, Casale M., Piemme, 1993, pp. 362-373.     Cf. Ibid.,

5     Forte, B., Confessio theologi (ai filosofi), Napoli, 1995.

6     Sigalini, D., La pastorale vocazionale diventa un percorso, en Vocazioni n. 5 (1995) 35-39.

7     Cencini, A., Vocazioni..., 281-282.

8     Imoda, Sviluppo..., 38-41. Es significativa, en este caso, la insistencia de Juan Pablo II en subrayar que el cuerpo humano es signo de lo trascendente, e indica al hombre la verdad de la vida humana, inscrita en él de algún modo, como don recibido que tiende, por su misma naturaleza, a darse como don (Cf. Juan Pablo II, Verginità e celibato per il regno dei cieli", V ciclo de catequesis en las audiencias generales, Roma, 1982). En la misma línea puede verse A. Cencini, Per amore. Libertà e madurità affettiva nel celibato consacrato, Bologna, 1994, pp. 263-282.

9     El dolor es el lugar del misterio por excelencia "precisamente porque, mientras es la vía necesaria a través de la cual la realidad se impone con sus límites 'dolorosos', el dolor empuja a la persona a salir de la realidad actual, hacia un significado de lo doloroso que hay que buscar en otra parte" (Imoda, Sviluppo..., 28).

10     Lonergan, B., Método en teología, Sígueme, Salamanca, 1988.

11     Cf. Godin, A., Psicologia delle esperienze religiose. Il desiderio e la realità, Brescia, 1983, pp. 181-227.

12     Bonhoeffer, D., Resistencia y sumisión, Sígueme, Salamanca.

13     Poupard, P., Il vangelo nel cuore delle culture, Roma, 1988, 49.

(De las Jornadas de pastoral vocacional organizadas por el Secretariado de vocaciones de CONFER)