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Entrevista:         P. Camilo Maccise


Refundar en la fidelidad creativa

H.Lluís Serra 

 E1 Concilio Vaticano II propuso a la vida religiosa una vuelta a  las fuentes y una puesta al día. ¿Cómo respondie­ron las Congregaciones Religiosas a esta llamada?A mí me tocó vivir esa época. Estaba recién ordenado cuando comenzó el Vaticano II. Los Institutos religiosos respondieron con un cierto temor en un principio por todo el peso de una tradición y porque no se habían dado cuenta de todos los grandes  cambios  que habían acaecido en el mundo. Inmediatamente surgió en los Institutos, a través de la reflexión y una toma de conciencia, la necesidad y la urgencia de esos cambios

¿Qué hicieron entonces los Institutos?
En primer lugar, reflexionaron. Fue la época de reuniones comunitarias, época de cuestionarios que eran enviados de las Curias generalicias y de las Curias provinciales, para comenzar sobre todo a establecer unos cambios, a nivel constitucional, que permitieran también una evolución en el campo práctico, siguiendo las directivas del Concilio  Vaticano  II. Creo que en ese primer momento los Capítulos Generales especiales, que se celebraron a finales de los años sesenta, fueron un  punto clave  para entender toda la evolución de la vida consagrada que vino después.
Como es normal, en ese momento, hubo polarizaciones, hubo personas que  quisieron  acabar totalmente con un pasado que consideraban un bloque que ya no funcionaba: y hubo personas, por el contrario, que tuvieron el apego total al pasado por temor a perder la identidad. Es decir, la fuerza centrífuga y centrípeta se polarizaron demasiado. La centrípeta que no quería ningún cambio por temor a perder la identidad; la centrífuga que quiso cambiar todo y muchas veces perdió la identidad.
Fueron los años de grandes salidas y los años que algunos hablaban de "punti fermi" que no se podían tocar: a pesar del Vaticano II, hay ciertos puntos que jamás serán cambiados. Yo recuerdo todavía eso.·

Volver a los orígenes¿Cómo entiende usted la refundación?
Creo  que  es  muy clara. Siempre necesitamos volver a los orígenes. Suelo usar la siguiente comparación: el líquido de un recipiente es lo esencial del carisma. Eso lo tenemos que conservar, porque no puede haber refundación si no hay un núcleo que permanece; por esto se llama refundar, no se llama crear de nuevo, acabar con algo para  hacer otra  cosa nueva.
Ese líquido se vuelve a colocar en vasos diferentes, de formas diferentes, de acuerdo con las culturas, de acuerdo con los desafíos que hay que enfrentar, de acuerdo con los signos de los tiempos. Es un doble movimiento que ya el Papa,  en el famoso discurso que nos dirigió a los Superiores Generales el año 1993 cuando hicimos un Congreso internacional de vida  consagrada,  nos señalaba: hay que volver a los orígenes y a las fuentes, pero hay que enfrentar los desafíos del mundo de hoy. Esto es lo que después vino a llamarse de forma oficial la fidelidad  creativa  del número 37 de "Vita Consecrata" o la fidelidad dinámica, o como decía el Papa en el nº 110 de "Vita Consecrata", mirar hacia el futuro. No hay que mirar al pasado, no tenemos sólo una historia que recordar sino una historia que construir, pero sin ruptura con la historia.·

Estamos en período de Éxodo¿No puede interpretarse  la apertura al mundo que ha realizado la vida religiosa como un plegar velas y volver a la antigua observancia, a la vista de los amargos frutos que ha producido?
Pienso que hay un tema bíblico que nos ayuda a interpretar por un lado los frutos amargos y por otro la imposibilidad de volver atrás. Es el tema del éxodo. Cuando se está en éxodo, tenemos la sensación de que hemos perdido grandes valores. Las seguridades del pasado eran mejores que toda esta incertidumbre del presente. Pero si nosotros tenemos la certeza de que el Espíritu guía la historia, debemos pensar que este período de éxodo lleva a un nuevo tipo de vida consagrada donde ciertamente los valores fundamentales tienen que conservarse, pero tienen que expresarse de una manera nueva.  Siempre existe la tentación de volver a Egipto.
Mientras teníamos las seguridades del pasado (las vocaciones, estructuras. iniciativas. obras), la crisis de la vida consagrada no vino, como en otras épocas, por relajación de las costumbres (que hizo que tuvieran que venir las reformas); la crisis vino en el mejor momento, cuando lo único que pensábamos era qué construir y cómo construir porque no teníamos lugar suficiente para las vocaciones; vino por la imposibilidad de responder al mundo de hoy. No vino por una cosa interna sino por una falta de adecuación para un mundo nuevo. Nos sucedió lo que puede ocurrir a una persona que, mientras está dormida o anestesiada, la llevan a otro país: cuando despierta, habla y nadie la entiende, oye hablar, y ella no entiende.
Nuestro lenguaje existencial se encontró de repente con esta imposibilidad de entender y de ser entendido y de ahí vino la crisis. Muchos buscan la seguridad como el pueblo de Israel que decía: volvamos a Egipto. Las ollas que teníamos con carne. las cebollas..., todo nos parecía una maravilla frente a la inseguridad del desierto. Creo que si el Espíritu nos ha conducido a la inseguridad del desierto es para preparar algo nuevo. No hay que volver atrás.
A veces se tiene la impresión que produce aquel famoso texto del capítulo 37 de Ezequiel, el de los huesos secos: ya no hay esperanza; pero la voz del Señor dice que infundirá su Espíritu y que vivirán. Hay que continuar  con  esperanza, seguir adelante, ejercitar a fondo la fe, la esperanza y el amor cristiano y buscar en  un  discernimiento comunitario los caminos del Señor.


¿Cree que el crecien­te papel del laico en el seno  de  la  Iglesia, mucho más maduro y consciente, hace prescindibles muchos de los carismas y servicios de la vida religiosa?
Muchos servicios, sí; los carismas, no.
Los carismas de la vida religiosa se expresaron y se manifestaron a través de diversos servicios. Hay que buscar cómo se puede expresar el carisma de otra manera, cuando ya no es necesario en  un  plan de suplencia, incluso cuando una disminución de personal impide continuar ese tipo de servicios. El carisma de la vida religiosa en general, el carisma de cada Instituto en particular, tiene un sentido prescindiendo completamente de la promoción del laico.
Ningún carisma es eterno. Hay carismas que, a lo largo de la historia, han prestado su servicio y han desaparecido. Tantos, tantísimos Institutos religiosos... Recuerdo un libro de los años 50 ó 60, "Muerte y vida de los Institutos religiosos", que hablaba de un tanto por cien altísimo de Institutos que han ido desapareciendo a lo largo de la historia.

· Síndrome Titanic¿Existe el "síndrome Titanic" en la vida religiosa, es decir, la vida consagrada es un espléndido buque insignia de la Iglesia que se está hundiendo, y la palabra "refundación" suena a "reflotar la nave"?
Más que reflotar la nave, yo diría que tenemos que salir en las barcas salvavidas, en las barcas de emergencia, cargando con nosotros lo que verdaderamente es esencial.
En esta gran nave, había muchas cosas que ya no eran esenciales; habían sido lacras del tiempo, de las culturas, de los condicionamientos y tradiciones; así pues, más que hacer reflotar esa nave, yo iría  en esas pequeñas embarcaciones aceptando la pobreza propia  de  una  pequeña embarcación, contentándome con lo que verdaderamente es esencial. Y uno salva lo esencial cuando no puede salvarlo todo: entonces tiene que escoger lo esencial y llevarlo a una playa segura y desde allí volver a construir algo que, a la luz de la experiencia, no se convierta en otro Titanic que acumule tradiciones e instituciones porque llegará de nuevo un momento y en el que se sumergirá.

¿Piensa acaso que la crisis de utilidad se ha convertido en una crisis de significado? La sociedad está absorbiendo los campos de la enseñanza y de la sanidad; los religiosos y religiosas ya no son necesarios en ellos, incluso se les vislumbra como adversarios. Al no ser valorados socialmente o incluso al no ser ya útiles, ¿pierden por ello significado?
En primer lugar pienso que la crisis de utilidad se ha convertido, en parte, en una crisis de significado. En parte, porque antiguamente mucha gente entraba en la vida religiosa para ejercer el apostolado:  existía un apostolado de evangelización que estaba sólo en manos del clero, de los obispos y de los religiosos; por ello, muchas personas que no tenían verdadera vocación para la vida consagrada, lo hacían con un fin apostólico. Era el único modo de entregarse al servicio de los demás, de tener instituciones de ayuda a los pobres, etc.
Al venir el movimiento laical, muchos de esos servicios, como decíamos antes. ya no son necesarios que los ejerza la vida religiosa y por eso, en parte, ha perdido el significado. Se identificaba el carisma con los canales de presentar, ejercer  y vivir el carisma. Creo que la vida religiosa no ha perdido significado, solamente necesitamos enfocar ese significado desde otros ángulos. Yo diría que, desde el ángulo antropológico, la vida religiosa tiene un significado: quienes se consagran a Dios antropológicamente lo hacen por Jesucristo, etc.
Antropológicamente ya el hecho de salir de un tipo de vida que lleva la mayoría de la sociedad, sirve para subrayar ciertos valores que en el inconsciente de la sociedad existen: la gratuidad, la solidaridad, la fraternidad; todo eso viene subrayado antropológicamente por esos grupos religiosos, de cualquier religión que sean, que se salen del esquema, se van al margen de la sociedad, para ser un “memorándum” de ciertos valores que están en el inconsciente humano. Desde el punto de vista cristológico, sigue teniendo significado como lo dijo "Vita Consecrata". Es un modo de seguir a Jesucristo que intenta reproducir la vida que llevó Jesús, es decir, todo cristiano es discípulo de Jesús, seguidor de Jesús.
Intentamos  seguir a Jesús, al estilo de Jesús, como Él vivió la vida terrena: renunciando a formar una familia, Poniéndonos totalmente a disposición  de todos, asumiendo la misión en obediencia al camino del Padre, que vamos discerniendo con el superior de la comunidad; eso, creo yo, sigue teniendo todavía significado y valor. Yo añadiría  también   la dimensión escatológica que quiere subrayar ciertos valores definitivos.
Finalmente, creo también que sigue teniendo un gran significado la vida consagrada porque dentro  de  un  mundo donde se van trastocando los verdaderos valores, ella subraya el valor de lo transcendente, el valor espiritual de la persona humana sin dicotomías, desde luego, pero el valor espiritual de la persona humana. Yo creo, pues. que siguen teniendo significado: lo que pasa es que  también  nosotros tenemos que traducir ese significado en un lenguaje existencial que pueda entender el mundo de hoy. 

La carencia de voca­ciones se ha hecho más sensible porque no se pueden cubrir las vacantes que se producen en las obras que las instituciones llevan a cabo. ¿No habrá que vivir la vida religiosa como signo profético más que como despliegue  de obras?
Creo que sí. Estamos llamados a vivir el profetismo, que es común a todo el pueblo de Dios. Eso no significa necesariamente cerrar todas las obras, podemos conservar ciertas obras, pero no hacer consistir la significatividad y el profetismo de la vida religiosa en las obras. Quizás estemos llamados a ser levadura en el medio de la masa, una presencia más sencilla, más pobre. Jesús siempre comparó el Reino de Dios con cosas pequeñas, con la semilla que crece por sí sola. con un poco de levadura, con un grano de mostaza.
Todo eso nos indica que ha llegado el momento en que se puede decir: que el laico crezca  y nosotros disminuyamos. Pero disminuyendo no dejamos de ser un signo profético. Al contrario, libres de una serie de estructuras, podemos ejercer un profetismo quizás más dinámico y eficaz.

· Inquietudes de los Religiosos Jóvenes Usted ha vivido el congreso de los religiosos jóvenes. ¿Qué inquietudes ha observado en ellos que conecten con la idea de refundación?
En el congreso de religiosos y religiosas jóvenes tuvimos la idea de sacar al final un mensaje común, pero por problemas prácticos no se pudo llegar a un solo mensaje; no hubo tiempo para una elaboración del mismo. Tuvimos cinco mensajes de acuerdo con la constelación lingüística en que estaba divido el congreso. Creo que ahí aparecieron también. como signos del Espíritu. como signos de los tiempos, ciertos elementos que conectan con la refundación y nos indican lo que no puede faltar en una auténtica refundación.
Lo primero que apareció fue que no puede haber vida religiosa sinosotros no estamos fascinados por la persona de Cristo, o sea, una experiencia de Jesucristo en profundidad está en la base de cualquier refundación de la vida religiosa.
Segundo, una espiritualidad, pero encarnada, una  espiritualidad  no dicotómica, una espiritualidad diversificada, porque la espiritualidad debe inculturizarse. Los jóvenes insistieron mucho en juntar la espiritualidad inculturada a una vida religiosa inculturada.
Luego algo que yo pienso que es y será siempre parte esencial de la vida consagrada: la opción preferencial por los pobres. Fue curioso cómo se subrayó eso: nuevas formas de pobrezas, la opción por los pobres y el trabajo por la justicia son elementos que nunca faltaron en la fundación de los Institutos. Para refundar y volver de nuevo a los orígenes, hay que, de alguna manera, volver a expresar ese compromiso.
El lugar de la vida consagrada y del florecimiento de la vida consagrada está muy condicionado por la opción por los pobres, por las nuevas formas de pobreza. Eso es lo que yo, analizando y estudiando un poco a fondo  los  mensajes, encontré como cosa válida para la refundación.

· Superar las "liquidaciones por cierre"¿Cómo superar la sensación de "liquidaciones por cierre", especialmente en los países económicamente  más ricos?
Las "liquidaciones por cierre" se pueden entender como un disminuir, quizás, las exigencias de la vida consagrada por un lado o cerrar las obras por otro. Yo pienso que ésa no es la solución. La solución no consiste en disminuir las exigencias o en buscar otra manera de resolver los problemas tratando  de  encontrar soluciones fáciles.
En muchas partes se intenta a toda costa salvar las obras, y entonces se produce el fenómeno de la importación de vocaciones, totalmente fuera de sentido sin conocer las personas, sin conocer la cultura. Se traen, se llevan a otros países. Otra cosa es que una vez que se han formado en la propia cultura,  presten  ayuda, como antiguamente prestó Europa.
Gracias  a  Europa nosotros somos religiosos. Ahora se nos pide una colaboración a los que no somos de Europa. Buscamos cómo salvar instituciones y disminuimos las exigencias. En este caso, "liquidar por cierre" sería abaratar los costos de la vida religiosa. Eso no es la solución.
Yo creo que tenemos siempre un poco la tentación de Abraham, quien, al no tener descendencia, al no tener el hijo de la promesa, buscó el hijo de la esclava. Es una solución humana que intenta o que busca resolver los problemas de esa manera. Pero siempre resuena la voz de que el que heredará no será el hijo de la esclava, sino el hijo de la libre. Es decir, tenemos que buscar una respuesta a los caminos del Espíritu y debemos contar con la presencia del Espíritu.

¿Cuáles, cree usted, que pueden ser las aportaciones  más  interesantes, sea en el ámbito eclesial como en el social, que pueden llevar a cabo los religiosos y religiosas de cara al futuro?

Pienso que hay valores, que ya he mencionado  antes un poco al hablar desde la perspectiva antropológica y desde la perspectiva cristológica de la vida consagrada, que tenemos que guardar.
Creo que la gratuidad es un valor muy grande. En un mundo donde lo que cuenta es la ganancia y el interés personal, vivir en gratuidad y dar en gratuidad lo que uno tiene, al servicio de los demás, es uno de los grandes elementos que se pueden aportar en el ámbito eclesial y en el ámbito social.
Otra cosa muy importante, y en la que tenemos que andar un camino muy largo, es la fraternidad renovada. Creo que, a pesar de la crisis que hemos tenido en la vida de  fraternidad,  en  la medida en que hemos ido entendiendo que lo importante no es la comunidad de observancia regular, sino la VIDA fraterna en comunidad, tenemos que tener estructuras.
En esa medida también tenemos en el mundo testimonios de divisiones, de odios, de discriminaciones de todo tipo es posible convivir con personas de diversas razas, culturas, naciones, etnias. Podemos colaborar también con nuestro compromiso contra la injusticia. La vida religiosa está llamada a escuchar al mundo de la pobreza y tener un compromiso serio con la justicia.

Subrayar los valores transcendentes

Otro valor que puede aportar a la Iglesia y a la sociedad es el subrayar los valores transcendentes. Rahner decía que el cristiano del siglo XX será un místico o no será un cristiano. Esto debe estar delante de todos nuestros compromisos y de todas nuestras búsquedas. Debemos ser testigos de lo definitivo y de Dios en el corazón del mundo... Por eso debemos tener una experiencia de Dios. Debemos ser personas capaces de dar esperanza a los demás, porque tenemos la esperanza en la presencia del Espíritu, en la acción de Dios, en la bondad y en la fidelidad del Dios que no nos falla. Debemos saber ser personas que animan, que alientan. que ayudan a la gente a perseverar esperando.

¿Cómo  interpreta usted los déficits de per­sonal (ausencia de vocaciones) que se producen en muchas instituciones religiosas? ¿Tiene que ver la baja natalidad, los problemas de generosidad, la visión secularizada de la existencia, el imperio de neocapitalismo, el desplome de los grandes sistemas e ideologías,  el  desencanto postmoderno? ¿Acaso la vida religiosa no escapa a las leyes sociales y a los planteamientos psicológicos, aunque no pueda reducirse a ellos, ya que interviene un elemento trascendental; o acaso los jóvenes no encuentran en la vida religiosa un atractivo que muestre un sentido, un ideal válido y un testimonio comunitario que valga la pena?· Una crisis muy compleja
    Todas estas indicaciones son parte de la crisis. Es una crisis muy compleja, diferente de país a país, de región a región. En este momento hay países (en la vida religiosa en general), en los cuales estamos viviendo un atardecer. una puesta de sol, un ocaso desde el punto de vista vocacional, debido a todos esos factores que menciona; unos influyen más que otros, pero todos tienen su importancia. Sabemos que el atardecer, el ocaso, no es el final de todo. Es un momento de hacer balance. de perfeccionar y preparar el nuevo día. En otras regiones estamos en la aurora, cuando los objetos se empiezan a vislumbrar.
Tenemos problemas de formación para las vocaciones, no sabemos por dónde caminar... la inculturación. Tenemos zonas, en todos los institutos internacionales, en las que estamos en pleno día: hay vocaciones, se pueden formar para que tengan una experiencia, una cierta madurez. Eso nos debe animar mucho.
En cuanto a las causas, hay algunas que no podemos  superar,  por ejemplo, el problema de la baja natalidad: si no hay materia prima difícilmente podremos tener hoy el mismo número de vocaciones de antes. Yo les digo a las Carmelitas de España: “tenéis 160 monasterios, es imposible que haya vocaciones para esos 160 monasterios.” Los monasterios tienen que disminuir necesariamente. El problema es que cada uno es autónomo... nadie quiere morir.
Esa visión seculariza da de la existencia puede ser superada a través de un testimonio, de una formación en otro tipo de valores que puedan traer un florecimiento vocacional. No será tan abundante como pudiéramos esperar, pero lo veo como un renacimiento del futuro en el que lo que contaría sería la calidad, no la cantidad.
La vida religiosa no tiene muchas veces atractivo por el lenguaje existencial que usamos; usamos un lenguaje existencial que no es entendido por nadie. El "Instrumentum Laboris" para la "Vita Consecrata" decía: Los esquemas en los cuales surgió la vida religiosa son esquemas medievales que han perseverado hasta ahora, con algunos retoques del siglo pasado. No es que la vida religiosa no sea auténtica, que no busque ser auténtica. Pero es como si yo me pusiera a hablar en latín: si nadie me entiende, el latín pierde toda su significado

.· Europeización de la vida religiosa

Eso nos lleva a replantear el problema de la unidad en la diversidad, la necesidad de la inculturación también en la vida consagrada en Europa: la cultura ha cambiado.


Muchas veces, la vida religiosa está planteada desde el contexto europeo como si fuera el ombligo del mundo. Su experiencia internacional,  ¿le  permite observar diferencias importantes en los diversos continentes?
Todavía no hay diferencias muy grandes porque estamos aún en pañales en la cuestión de la inculturación.  Sabemos que tenemos que inculturizarnos, pero muchos siglos de vida consagrada vividos en un esquema, difícilmente se pueden suprimir. Podemos crear a medida que sustituimos, en la medida en que el líquido del carisma no podamos verterlo en otros moldes. Pero no encontramos todavía mucha claridad, por ejemplo, en la  vida  comunitaria. Tendría que haber diversos estilos de vida comunitaria de acuerdo con la idiosincrasia de los pueblos.
            La idea de la privacidad cambia de pueblo a pueblo, de nación a nación, de cultura a cultura. En las relaciones "autoridad/obediencia" estamos en un momento de transición. Todavía no acabamos de despegar completamente de ciertas formas que son parte muy importante, que necesitan rayos láser para separar lo que realmente es esencial de lo que es pasajero.
También en Europa ha cambiado la cultura. La única solución para el futuro de la vida consagrada es la inculturación de la vida consagrada misma. El papel de los Superiores Generales consistirá en conservar la unidad dentro de la diversidad, de ayudar a que todos puedan vivir la riqueza de la complementariedad y los diferentes estilos de vivir el mismo carisma.

· La fuerza del carisma ahogada¿Puede ser que la dimensión institucional haya ahogado la fuerza del carisma?
En parte pienso que sí. Sabemos que hay una ley psicosociológica. Comien­za un grupo y cuando el grupo crece se necesitan estructuras. En un principio, las estructuras responden a la vida y a las necesidades del grupo. Después, las estructuras, a base de vivirlas, se hacen parte de la vida y terminan por ahogar la vida misma.
Esta lección nos debe mantener atentos para no repetir, por lo menos tan fácilmente, la misma situación. Tendremos que revisar  periódicamente las estructuras para que sean flexibles, en una revisión constante.
Constante no quiere decir cada día, sino poder revisarlas periódicamente, para que esas estructuras, que son parte de nuestra vida, no terminen con esa misma vida.
La vida religiosa tiene, ciertamente, unos hombres y mujeres con unas vidas plenas de sentido y de gran densidad humana y religiosa. Parece, no obstante, difícil configurar un auténtico testimonio comunitario. ¿Por qué se produce esta discordancia?  Esto  se produce porque, aunque se ha hablado siempre de fraternidad en la vida religiosa, fuimos formados para vivir en comunidad, no para crear fraternidad, es decir, fuimos educados para ser fieles a un esquema de vida.
En el pasado, un autor dijo que la santidad estaba en proporción a la observancia regular. ¿Quién es santo? El observante, decía el autor. ¿Quién es más santo? El más observante. ¿Quién es santísimo? El observantísimo. Se nos formó así en un individualismo bastante fuerte, que se podía mitigar con la caridad en las relaciones, pero no fuimos formados para tener relaciones en profundidad.
            En segundo lugar, la fraternidad es un don, una conquista, una tarea. Como dice el documento de la Congregación para la vida consagrada, todos deseamos, todos anhelamos, todos hablamos de fraternidad, pero no queremos pagar el precio. El precio significa aceptar el "plus" que puede haber para la integración: la cruz que significa el diálogo, la cruz que significa la aceptación mutua, la cruz que significa la búsqueda y el discernimiento en comunidad.
Este documento me parece muy realista. Dice que la comunidad es el lugar donde llegamos, donde se puede llegar a ser hermanos y hermanas, por eso es don y conquista. Es uno de nuestros grandes anhelos y deseos. Incluso los jóvenes religiosos hablaban de este mismo tema. La fraternidad es uno de los grandes testimonios, pero a nivel práctico idealizamos demasiado y nos desanimamos cuando vemos las dificultades, o por lo contrario, decimos que no hay posibilidad de vivir una fraternidad profunda.

· Signos de esperanza¿Qué signos de esperanza detecta actualmente en la vida religiosa? ¿Cree que hay un espacio para la esperanza? ¿En qué lo fundamenta?
                        Yo diría que, como signo de  esperanza, está la convicción creciente de que la espiritualidad es el elemento unificante de la vida consagrada. Esto lo hemos experimentado en los diálogos que tenemos los Superiores Generales. Hablando de los institutos estamos convencidos de que si queremos renovar y reparar la vida consagrada del futuro, tenemos que partir de una espiritualidad que signifique experiencia  de  Dios, experiencia de Jesucristo, vida de fe, de esperanza y de amor, ser guiados por el Espíritu Santo.
En segundo lugar. yo veo una gran esperanza en los anhelos que existen en los religiosos por una vida verdaderamente fraterna, por vivir en medio de la imperfección esa fraternidad  nueva  que Jesús nos ha dado.
            En tercer lugar. otro signo de esperanza es el gran testimonio martirial de tantos religiosos y religiosas del mundo. El martirio es una señal evidente de esperanza que hemos presenciado en los últimos años. El Papa ha pedido que se empiece un nuevo martirologio. En la "Pontificia Comisión para el año 2000" hay una comisión especial para la creación de este nuevo martirologio. De todas la noticias que han llegado, el 90% de los testimonios martiriales que se han recogido, son de religiosos y de religiosas. Una vida religiosa que es capaz de dar un testimonio martirial es un signo de esperanza.
Otro signo de esperanza es el deseo de encontrar  caminos  de renovación y la misma búsqueda de esos caminos. Creo que el deseo de buscar es señal de que Dios nos está impulsando a buscar. Como decía Cristo: "El que busca, encuentra.".  Buscamos con titubeos, con muchas miserias humanas. pero creo que eso es también un signo de esperanza.Pienso que otro signo de esperanza puede ser la pobreza. También en las épocas en las que la vida religiosa ha estado relajada, se tuvo experiencia de la pobreza. Son los pobres los que saben esperar. Nuestra pobreza debe estar en todos los campos: vocacionales, de medios, de significado; todo eso es para nosotros una fuente de esperanza. una esperanza que se apoya en la bondad y en la fidelidad de Dios y no en nuestras obras.
Finalmente. la gran esperanza que tenemos nosotros es la convicción de que el Espíritu Santo guía la historia: nuestra pequeña historia personal y la historia de la humanidad. Él sabe sacar bienes de los males. Se nos invita, como a Abraham, a esperar contra toda esperanza. San Pablo decía, y creo que éste es el gran grito que  deberíamos  tener nosotros, "La esperanza no quedará confundida." O como también dice San Pablo: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por la fuerza del Espíritu Santo que se nos ha dado".
Una esperanza hecha de fe, de perseverancia, (paciencia perseverante) y de acción.

 

                                               P. Camilo Maccise