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LAS CRISIS EN LA VIDA RELIGIOSA
( Sus causas y remedios)

B. Giordani, o.f.m

En el ámbito psicológico, el término "crisis" indica un momento de la vida que se caracteriza por la ruptura de un equilibrio ya adquirido y por la necesidad de transformar los esquemas de conducta, que se manifiestan como no adecuados  para hacer frente a las nuevas situaciones. Se trata, por tanto, de un "paso", como sucede en determinados momentos en el arco evolutivo, en los cuales se concluye una fase del desarrollo y se inicia la siguiente.
Con relación a la vida religiosa, el Papa hace notar que el esfuerzo por renovarla ha marcado "un período rico de esperanzas, de intentos y propuestas innovadoras buscando revigorizar la profesión de los consejos evangélicos. Pero ha sido también un tiempo no exento de tensiones y de apuros, en el cual experiencias ciertamente generosas no siempre se han visto coronadas por resultados positivos"(1).


Si consideramos las crisis como peaje a pagar en los varios "pasos", sea en la vida personal, sea en  los cambios de la institución, llegaremos a comprender también el significado constructivo de los mismos. La actitud  más adecuada para afrontarla -o para ayudar a otros a hacerlo así- consiste en la toma de conciencia de las causas que la han provocado, en la disposición a considerarla como una ocasión de maduración, como un reclamo para revisar la relación con los esfuerzos que hemos realizado en confrontación con los que viven junto a nosotros y en relación a Dios mismo.


Las fuentes de tensión y de malestar son varias: la escasez de vocaciones y la precariedad en la perseverancia, la dificultad de llevar a cabo las obras y el estilo de vida comunitaria de viejo cuño, el individualismo separatista y el comunitarismo nivelador. El desajuste y el malestar abarcan tanto a los individuos como a las instituciones.(2)


La perspectiva más apropiada para leer las situaciones críticas, exige la convergencia de la aportación teológica con la propia de las ciencias humanas, en una aproximación interdisciplinar. En cuanto se refiere a la psicología, es de fundamental importancia la elección de una orientación inspirada en modelos antropológicos que permitan tomar en consideración la posibilidad de la vocación. Este presupuesto excluye la posibilidad de aceptar escuelas psicológicas que tengan acerca del hombre una concepción reduccionista o determinista, como son el psicoanálisis y el behaviorismo, mientras que por el contrario se puede establecer un diálogo coherente y constructivo con la psicología humanístico-existencial y con la psicología transpersonal, cuyo punto de partida es una visión de la naturaleza humana fundamentalmente "positiva" y "abierta" a la transcendencia.(3)

Analizaremos ahora los factores, tanto personales como ambientales que están en el origen de las crisis en la vida religiosa, e indicaremos las clases de ayuda que debemos ofrecer a quien se encuentra en dificultades.

1. Factores personales

Las crisis nacen y se desarrollan siempre en el ámbito del mundo subjetivo, incluso cuando, con frecuencia, están provocadas por situaciones ambientales. También al examinar el origen de las crisis vocacionales se debe poner el centro en la persona y en su camino hacia la maduración.
Un primer factor que con frecuencia engendra dudas e inseguridades sobre la elección  vocacional, viene conformado por una ausencia o por un distorsionante conocimiento de sí mismo. De aquí la dificultad para formarse una correcta identidad personal y, especialmente en las religiosas,  la fijación de una imagen negativa de sí mismas. Esto resulta posteriormente un obstáculo para cultivar una sana confianza en sí y quiebra el empuje y la alegría en el camino hacia la autorrealización, en armonía con la propia vocación.


Otro componente de la crisis viene constituido por las motivaciones  inadeacudas o inconscientes, que han orientado hacia el ideal vocacional y que continúan ejerciendo su influencia en el camino hacia la meta. A. Maslow habla de "motivos por deficiencia o carenciales" y de "motivos de crecimiento" que promueven el proceso hacia una meta motivada, desarrollando todos los recursos del individuo y alimentando una sana confianza en sí mismo y en los demás.


En una perspectiva de fe. la persona experimenta la presencia de Dios, como un Bien que debe acoger, capaz de unificar los diversos aspectos de la vida, y de infundir la fuerza necesaria para caminar hacia los valores que la vocación propone. De este modo las motivaciones de fe se convierten en existenciales y sostienen a la persona en la realización de la profunda necesidad de dar un sentido globalizador a la propia existencia en la perspectiva de la elección de vida. En los casos en que falten estas motivaciones, hay que prestar mucha atención porque pueden surgir estados de insatisfacción, de tensiones interiores y de formas neurotizantes.(4)


Los factores hasta ahora señalados  producen, con frecuencia, una  conflictividad desgastadora entre el ideal soñado abstractamente y la realidad cotidiana, que a menudo se revela bastante distinta, si no en franco contraste con relación al ideal. La diferencia entre el alto nivel de aspiraciones y la vivencia de cada día llega a ser destructiva para la persona y fuente de desarreglos psíquicos, sobre todo si se lleva a cuestas una formación deficiente y una escasa conciencia de sí. La referencia constante a los valores transcendentales exige unas motivaciones auténticas y un grado de madurez humana y espiritual no comunes. Quien no logra hacer madurar una disposición de apertura plenamente convencida hacia estas metas, caerá fácilmente en un formalismo hueco, en el cual brotarán motivaciones inadecuadas e inconsistentes, las cuales crearán un peligroso dualismo entre la vivencia interior y  la conducta externa.


Una atención particular viene requerida por otras situaciones conflictivas de tipo afectivo-sexual. La manera de vivir la afectividad resulta de gran relieve también en la elección vocacional, en cuanto que los dinamismos del instinto y de los sentimientos constituyen la raíz de las energías personales, que van enfrentándose a todas las expresiones propias de la vida consagrada, tales como: la vida en común, las relaciones interpersonales (el amor, el servicio, el diálogo, la colaboración, la empatía), la elección del celibato, las amistades, la relación con Dios desde la fe y desde la fidelidad a los votos. Si la afectividad permanece inmadura o está bloqueada, se experimentan dificultades en las relaciones interpersonales, en las relaciones con el sexo opuesto y en la relación con la autoridad.

En las relaciones interpersonales, el individuo que es inmaduro tiende a aislarse, porque siente su inseguridad dado que le falta una verdadera identidad personal. Son los tipos que sienten dificultades a la hora de colaborar, de participar en la vida común, de hacer amistades verdaderas. Por otra parte, quien se siente afectivamente inseguro, experimenta una fuerte y constante necesidad de recibir afecto o de proteger a alguien para asegurarse el afecto.


En las relaciones con el sexo opuesto, el inmaduro toma frecuentemente una actitud de huida,  por miedo a la sexualidad; algunas personas llegan incoscientemente a ser consideradas como asexuadas o provocativas. En estos sujetos se nota fácilmente una fuerte inhibición y una incapacidad para crear auténticas relaciones de intimidad afectiva o de amor oblativo. Además de esto se encuentran individuos agresivos con el otro sexo, o con actitudes de rechazo,  de una manera disimulada e, incluso a veces, también ofensiva. La persona del otro sexo es, por consiguiente, eliminada, puesto que se la percibe como un peligro para uno mismo.


En su confrontación con la autoridad -tanto si se la reconoce en las personas como en las instituciones- el que es afectivamente inmaduro o está bloqueado puede reaccionar con una sumisión conformista, pasiva y servil, a causa del miedo. La raíz de esta conducta se encuentra en la inseguridad de la propia identidad personal. Otros se convierten en rebeldes o agresivos, animados de sentimientos de aversión y de rechazo, con venenosas y desproporcionadas críticas, La causa está siempre en la inseguridad y el temor de perder la propia autonomía(5).


Un proceso deficiente en la maduración del componente afectivo sexual, expone al individuo a frustraciones que terminan siendo nocivas tanto para el equilibrio psíquico como para el progreso espiritual(6). Las frustraciones se traducen en diversos síntomas como:


*  la necesidad forzada de recibir amor (el individuo se ve empujado por una fuerza irresistible a satisfacerlo sea como sea) e indiscriminado (incluidas personas, animaleso cosas);
* la insaciabilidad  de esta necesidad, que frecuentemente reviste tonos de envidia, de incapacidad de aceptar los límites de tiempo, de modalidad de expresión amorosa, o  de  impulsos a satisfacer a todo trance la comodidad personal,  la pretensión de privilegios, de dominar sobre los demás, de secundar sin medida  toda satisfacción de placer como el beber, el fumar, las lecturas excitantes, la masturbación, los juegos excitantes, etc...;
*  las relaciones sin control frente a quien no responda a su requerimiento de amor, con posibles reacciones violentas de odio que dan paso a la calumnia, a la repulsa, a la venganza, a la difamación;
* la incapacidad de alimentar y expresar un amor maduro con disposición al altruismo. Quien está animado de amor egocéntrico, tiende a conquistar a la persona y someterla a su control, porque tiene miedo de llegar a verse abandonado(7)

 

2. Factores ambientales

Algunas crisis se deben al conflicto entre estructuras religiosas tradicionales e innovaciones surgidas de la nueva cultura; otras surgen a causa de las transformaciones sociales. El trabajo de "aggiornamento" iniciado por el Vaticano II, ha incidido sin duda en el cambio de las estructuras religiosas, pero se encuentra todavía con una cierta resistencia a la revisión de los métodos formativos y al estilo de vida.
La preocupación por la eficiencia pastoral, por mantener el buen nombre de la institución, por la búsqueda de vocaciones, corre el riesgo de prevalecer sobre la atención a la persona, sobre el clima de fraternidad, sobre una formación que tienda menos a la forma o al hacer  y más al ser. Refiriéndonos a la vida comunitaria se encuentran situaciones que pueden comprometer el equilibrio psíquico y  la plena eficiencia personal, con consecuencias negativas sobre el compromiso vocacional y sobre el desenvolvimiento de la vida comunitaria y pastoral. Las principales situaciones conflictuales son: la relación entre uniformidad y pluralismo y entre autoridad y obediencia, la composición de la comunidad, la evolución de las relaciones interpersonales y el estrés.

Uniformidad-pluralismo. Se trata de una situación conflictiva bastante frecuente en las instituciones. El equilibro justo entre estos dos términos debe madurar, según las indicaciones del Vaticano II y de los demás documentos del Magisterio, hacia el ideal del espíritu de comunión, en torno a los valores propios del ideal común, que se traduce en relaciones fraternas en la comunidad y en actitudes de colaboración entre superiores y súbditos.
De esta manera, debemos colocar las relaciones comunitarias en el centro de atención de la persona, en el respeto a sus actitudes y la promoción de la responsabilidad de cada uno. La comunidad no es una simple convivencia, sino que se construye desde la base de una fraternidad espiritual, en la que se da más importancia a la reciprocidad de las personas que a la uniformidad de las opiniones o de conducta. La relación entre los miembros se verá así animada por un verdadero amor que los hace solidarios, recíprocamente disponibles, felices de poder encontrar en la comunidad una respuesta adecuada a la necesidad de vivir relaciones humanas en sintonía con el ideal y que responde a las exigencias más profundas y a los compromisos contraídos en nombre de la comunidad.


Mientras la uniformidad nivela a las personas e impide el desarrollo de las energías individuales, convirtiendo a la vida siempre en algo más apagado y falto de respiro, el pluralismo favorece la manifestación de las diversas mentalidades, invita a la confrontación en la que se respetan las diferencias que amplían el horizonte y abren al riesgo a cada uno. El pluralismo no es un mal, sino una manera de crecer y un enriquecimiento para todos, siempre que sea llevado hacia adelante mediante el "diálogo"(8)


Autoridad-obediencia. También este binomio crea, con frecuencia, incomprensiones y conflictos. El decreto conciliar sobre la vida religiosa ofrece puntos de reflexión  e indicaciones muy equilibradas y a la vez innovadoras sobre el voto de obediencia.(9) Un conocimiento superficial del documento, y más todavía algunas  lecturas superficiales y tendenciosas, han creado en muchos una desorientación, que se hace manifiesta en dos actitudes de signo opuesto, pero ambas reveladoras de una inmadurez psicológica y de un vacío espiritual: el amurallamiento  tras  rígidas posiciones tradicionales, y la rebelión amarga y  reivindicativa, sostenida, a veces, con  argumentos en contraste con los principios  que deben orientar la vida religiosa.

Los inmovilistas, acostumbrados a obedecer pasivamente, no aceptan la invitación del Concilio, la cual exhorta a los súbditos a colaborar con los superiores "con una obediencia activa y responsable", sino que prefieren permanecer en una perpetua infancia, porque les falta el coraje para asumir las propias responsabilidades, favoreciendo de esta manera en los superiores una postura autoritaria o paternalista/maternalista.

Los rebeldes, que interpretan las aperturas del Concilio, usando la clave de la revolución estudiantil del '68 o la del feminismo, han enarbolado la bandera de la contestación a las instituciones y a la autoridad y han proclamado derechos de autonomía incondicionada, en nombre del respeto, en las confrontaciones con su "personalidad". Tal postura pone de manifiesto una necesidad, expresada de una manera una tanto fanática, de autonomía que lleva a que pensemos en las exuberancias adolescentes y, -donde el adolescente ya no existe- son un claro signo de inmadurez personal unido a la ilusoria pretensión de quien se siente fuerte alzando la voz o gritando slógans viscerales.

El decreto Perfectae charitatis, después de haber recordado a los superiores el deber de admitir la "buena voluntad a los religiosos" en un diálogo abierto y respetuoso, afirma de una manera inequívoca su derecho-deber "de decidir y ordenar aquello que se debe hacer"(10).


Tales indicaciones son una invitación a todos para cooperar al bien de la Institución y de la Iglesia y comprometen a los superiores a escuchar y valorar el aporte de cada uno, confirman la necesidad de obedecer a quien tiene la responsabilidad, delante de Dios, de hacer converger los esfuerzos de cada uno para alcanzar el fin al que está orientada la comunidad. Esta puntualización sobre el significado de "la obediencia activa y responsable" puede evitar un doble escollo: tomar las decisiones en base a una mayoría numérica, en las cuales es fácil el triunfo de presiones partidistas; y , por otra parte, el quitar al superior la responsabilidad de valorar en conciencia las diversas voces para llegar a una conclusión inspirada por el bien de todos.

 La composición de la comunidad. Frecuentemente ésta puede construir un factor de desorientación o de frustración para algunos. La comunidad presenta una configuración muy diversa a la de la familia normal y se caracteriza por situaciones específicas, como la convivencia de personas pertenecientes a diversas culturas y con una formación ya adquirida antes de ingresar; la proximidad a los puestos de responsabilidad y el traslado de casa. Todo esto requiere que, desde el ingreso en el instituto, el joven comprenda los motivos y valores de innovaciones que le atañen  personalmente, y esté  dispuesto a aceptarlas con el espíritu del compromiso que el "sí" lleva consigo.

 La evolución de las relaciones interpersonales. En un tiempo todavía no lejano, las relaciones entre los miembros de la comunidad eran bastante formalistas, las personas se diferenciaban por el grado de autoridad o precedencia, los compromisos venían marcados por los reglamentos y valorados con criterios ascéticos y morales. Hoy se tiende, cada vez más, a humanizar las relaciones, a hacerlas vivas con el desarrollo personal, a favorecer el surgir de verdaderas amistades.

El nuevo estilo en el modo de vivir las relaciones interpersonales, dentro de  la fraternidad, no puede ser abstracto ni desencarnado, sino que exige expresiones concretas de estima y afecto, que serán distintas según las relaciones existentes y las diferentes personalidades. La amistad debería ser el fruto más hermoso y la prueba más convincente, de que la comunidad se halla constituida por personas maduras, capaces y deseosas de dar y recibir amor, libres de confrontarse y compartir con los demás.

El estrés. En el lenguaje corriente se suele expresar el estado estrés con el término "agotamiento nervioso". Tal estado produce en las personas una desadaptación en el trabajo, en las relaciones interpersonales y en la vida en general. Al estado de estrés se añade a continuación un estado de debilitamiento de las energías psicofísicas. Dada la situación en la cual actualmente viven y trabajan muchas personas religiosas, los factores estresantes pueden ser percibidos en los compromisos propios de la consagración y en la sobrecarga del trabajo diario.(11)


 El peligro del estrés como consecuencia de la observancia de los deberes religiosos ( como: los votos y la vida en común), está unido a la disposición que el individuo ha podido haber desarrollado en el confrontamiento con los compromisos asumidos. Sólo en los casos en que el religioso no haya alcanzado un nivel de madurez humana y espiritual, a través de una auténtica asimilación de los valores vocacionales y de una gradual purificación de sus motivos de elección, podrán surgir síntomas de desacuerdo, de cansancio, de fastidio y de aversión, que desembocarán o en una resignación forzada y frustrante, o en una tensión interior que puede inducir a difíciles compromisos o a explícitas transgresiones.


También el trabajo excesivo y la falta de una preparación adecuada para cumplir  determinadas actividades con competencia y satisfacción, van llevando gradualmente al debilitamiento de las reservas psicofísicas y espirituales. Los (y mas aún las) responsables tienen el ineludible deber de asignar las tareas teniendo, en cuenta la capacidad de resistencia de cada uno, y de vigilar para que el exceso de celo no exponga a nadie a la exageración en el darse. El trabajo se convierte en estresante no sólo por la excesiva duración y pesadez del mismo, sino también por las relaciones interpersonales anónimas y frías, por falta de  recreación y descanso.

 3. Cómo ayudar a quien está en crisis

Teniendo presente la peculiar situación existencial en la que se encuentran los religiosos (vida común, compromisos morales y espirituales con tendencia hacia un ideal que se sitúa más allá del horizonte humano, papel particular en las relaciones interpersonales dentro y fuera de la comunidad), la ayuda, para quien está atravesando una etapa de crisis, puede venir de la misma comunidad donde viven la personas, de sus formadores, superiores y del psicólogo-terapeuta.


Cualquiera de estas realidades desempeña tareas específicas y  diferentes entre sí, pero todas tienden al mismo fin, con el intento de armonizar las diversas instancias de la personalidad implicada en el global proceso de crecimiento humano y espiritual.

La fraternidad. En la obra de la promoción vocacional ya se presta cada vez mayor atención a implicar a la comunidad: el/la joven puede sensibilizarse y comprobar sus incipientes y nebulosos reclamos interiores, observando con qué espíritu vive la vida religiosa quien la ha abrazado ya desde hace tiempo. Es evidente que, en esta perspectiva, la vida común viene valorada más por aquello que es, que por aquello que se hace en ella.   La comunidad está constituida por personas vivas, más que por estructuras.

Los grandes Fundadores de las Órdenes religiosas han insistido constantemente sobre las disposiciones interiores, aptas para crear un clima de fraternidad, de amor recíproco, sobre cuáles son los factores más indicados para promover la unidad entre los miembros, para dar al pueblo de Dios un testimonio más convincente del carisma del Instituto,  para favorecer en cada uno un sano y equilibrado proceso de maduración psicológica y espiritual.

El documento sobre La vida fraterna en comunidad (1994) dedica el cap. II a "La comunidad religiosa, lugar donde se llega a ser hermanos". En este capítulo se da un relieve especial a la relación entre vida de comunidad y maduración humana y viene puesto de manifiesto el papel fundamental de la afectividad, como expresión de "un buen equilibrio psicológico, gracias al cual el consagrado ama su vocación, y ama según su vocación". Es la libertad afectiva que invita y promueve "relaciones de fraternidad y amistad... con aquellos con quienes se comparte la misma llamada".(12) Que el espíritu de fraternidad, fuertemente animado por el compartir de una misma vida, se considere hoy como la característica irrenunciable para que la comunidad sea lugar de acompañamiento, se deduce de varias investigaciones realizadas entre jóvenes orientados hacia la vida religiosa o ya comprometidos en la misma. Desde un sondeo realizado durante un congreso para formadores y promotores vocacionales (1991), el resultado que da es que las características, situadas en orden decreciente de importancia son: oración, comunión fraterna, acogida, alegría, testimonio, apertura, Palabra de Dios, diálogo, perdón, servicio a los pobres(13).


En los casos en que un miembro de la comunidad tenga necesidad de un tratamiento psicoterapéutico, esto no se considera como la delegación del problema a un experto, mientras la comunidad permanece como ajena. Esto, en efecto, debería ponerse en discusión teniendo en cuenta y muy presente que las causas del desajuste no son sólo de carácter individual, y debería sentirse implicada y disponible la comunidad a aquellos cambios que el proceso terapéutico pueda exigir.

Los formadores.  En el ámbito de la fraternidad, una función tan particular como dar ayuda a quien se encuentra en dificultades, corresponde a los formadores/as y los superiores/as. A ellos corresponde sobre todo la tarea de promover el clima de fraternidad y prestar una atención especial a quien se encuentra en una situación crítica, bien sea debido a factores externos (por ejemplo: traslado de casa o de tarea, dificultades en los compromisos, incomprensiones), bien se deba a factores estrictamente personales (por ejemplo: enfermedad, aridez espiritual, relaciones interpersonales, tentaciones, crisis de fe o de identidad y semejantes).


Hablando de las diversas crisis que pueden darse en las distintas fases de la vida de las personas consagradas, el Papa recuerda: "Ciertamente es necesaria, antes que nada, la cercanía afectuosa del Superior" (VC 70). El mismo documento recuerda el influjo que un verdadero clima de fraternidad puede ejercer en quien está atravesando un período de crisis: "Cuando la fidelidad resulta algo más difícil, es necesario ofrecer a la persona el apoyo de una mayor confianza y de un más intenso amor, sea a nivel personal sea a nivel comunitario.(Ibid).

Además de los responsables que trabajan en la etapa de la formación inicial y de los superiores/as de comunidad, aparece mencionada la figura del Director espiritual, como acompañante en el camino específicamente religioso. Es deseable que el Director espiritual tenga también una cierta formación en el campo psicológico, para poder responder adecuadamente a su tarea de cara al servicio de la persona.  Esta formación se entiende en su totalidad, teniendo presentes tanto los dinamismos psíquicos , como las disposiciones que el individuo va adquiriendo en su respuesta a la llamada vocacional.


Se prefiere, actualmente, hablar de acompañamiento espiritual, más bien que de dirección espiritual, queriendo de esta manera hacer resaltar el papel activo de la persona "acompañada" y ampliar la atención y la acción del acompañante más allá de los problemas estrictamente morales y espirituales.


El medio instrumental que se viene usando comúnmente es  el coloquio inspirado en el método terapéutico iniciado por el psicólogo americano C. Rogers(14).


En el caso en que una persona religiosa manifieste perturbaciones psíquicas o esté siguiendo un tratamiento psicoterapéutico, la ayuda de un Director espiritual, competente también en las ciencias humanas, resulta necesaria para evitar que la acción del terapeuta resulte parcial y fuente de otras conflictividades para el individuo.

El psicoterapeuta. Con este vocablo se desea aquí designar al psicólogo clínico, más que al psiquiatra, al cual, sin embargo, se puede recurrir en los casos en los cuales sea necesaria una intervención farmacológica.


La larga experiencia en el campo de la psicoterapia con personas consagradas, me ha permitido asistir a un gradual paso, desde la actitud de hostilidad y de desconfianza (especialmente en las responsables  de hermanas jóvenes) hasta una apertura y una disponibilidad para pedir una ayuda especializada y a colaborar con el psicólogo.


A veces, el recurso al psicoterapeuta puede venir dictado sólo por el deseo de curar (o de eliminar)  los síntomas de las alteraciones psíquicas, dado que perturban también a la comunidad. Si tal preocupación es la dominante, se corre el riesgo de limitar el tratamiento a evitar comportamientos "incómodos" para la comunidad (por ejemplo: las rebeldías, las actitudes de crítica, la anorexia, la bulimia, el alcoholismo, la cleptomanía, la hipocondría...), descuidando bien sea la investigación de las causas y el análisis de los mecanismos conscientes o inconscientes que constituyen la raíz de las perturbaciones, bien sea los factores ambientales que pueden haber desvelado o agudizado tendencias latentes. Entre estos factores podemos recordar las relaciones en el ámbito familiar, las distorsiones provenientes de la formación, la estructura de la institución, el clima comunitario, las relaciones interpersonales dentro y fuera de la comunidad.


El psicoterapeuta debe conocer el contexto en que vivió el joven antes de ingresar en la vida religiosa, y aquel en que se encuentra ahora, para individualizar la modalidad más adecuada a fin de armonizar las exigencias institucionales y las propias del ideal, con las necesidades personales. Sólo de este modo la intervención psicoterapéutica puede convertirse en una ayuda particular y especializada, sintonizando con el método formativo en acción.


Es necesario que el psicoterapeuta tenga en cuenta las exigencias espirituales del individuo y las de la estructura institucional en la cual está metido, en la medida en que dicha estructura puede incidir en sus dinamismos psíquicos. Según L. Pinkus -que desde hace años se dedica a la psicoterapia con religiosos/as- los objetivos a los cuales hay que apuntar son los siguientes:

 1) promover en el individuo una sana autonomía, ayudándole a superar la dependencia pasiva respecto a la comunidad para asumir de lleno la responsabilidad de las propìas acciones;
 2) promover una clarificación de la identidad psicosexual y de las diversas maneras de vivir la sexualidad y la afectividad, en coherencia con el ideal elegido;
 3) recomponer y armonizar entre sí la subpersonalidad, que con frecuencia se encuentra en quien se siente perturbado psíquicamente.(15)


Es fundamental que el psicoterapeuta tenga bien presentes los valores específicos hacia los cuales el religioso orienta su propia vida, considerándolos en relación al ambiente real y analizando la recíproca interacción de los mismos. Sólo así la psicoterapia puede ofrecer una ayuda válida al individuo en dificultades e incidir sobre el contexto ambiental para resanarlo y hacerlo apto para favorecer el equilibrio interior las personas. (16)

NOTAS


1. Vita consecrata 13

2. Un analisis sereno de las dificultades y de las crisis que la vida consagrada está atravesando, se encuentra en las Actas de un Congreso realizado en Roma en 1996, promovido por la Asociación Nacional de los Centros de Orientación escolar, profesional y social (COPES): P. Del Core(Ed), Difficoltà e crisi nella vita consecrata, LDC, Leumann 1966.

3. Estos conceptos los he manifestado ya en anteriores trabajos: "La psicologia umanistico-esitenziale e il concetto di persona humana", Antonianum,63 (1988) 390-415; Encuentro de ayuda espiritual. Adaptación del método de R.R. Carkhuff, Ed. Atenas, Madrid 1992, cap. I; La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, cap. I

4.   E. Fizzotte, en P, del Core (ed), Difficoltà e crisi, 41-43

5. E. Fizzotti, en P. del Core (Ed), Difficoltà e crisi, 44-46

6.   Cf. S. López, Socología y vida consagrada, Edi. Paulinas, Bogotá 1987, 92-93; L. Pinkus, Autoreakizzazione e disadattamento nella vita religiosa, Borla, Roma 1991, cap. 9.

7.   Cf. B. Giordani,La donna nella vita religiosa. Aspetti piscologici, Ancora Ed., Milano 1993, 393-394.

8. Cf. C. Vallés, La comunità croce e delizia. Le goie e le difficoltà del vive insieme, Ed. Paoline, Torino 1995, 57-70 y 79-90; A. Cencini, Com'è bello stare insieme..., Ed. Paoline, Torino 1996, Parte II.

9. Aquí hace referencia al n. 14 del decreto Perfectae caritatis. En dos distintos parágrafos, el decreto puntualiza cual debe serel espíritu con el cual los súbditos están llamados a obedecer, y los derechos-deberes de los Superiores.

10.   Perfectae caritatis 14; Cf. también Evangekica Testificatio 25

11. Cf. L. Pinkus, Autorealizzazione, cap 3; La Revista Spirito e Vita  ha dedicado a este tema el n. 7 de 1996.

12. Vita fraterna in comunità, 37

13. Cf. P. del Core (ed), Difficoltà e crisi, 166. Nos deja un tanto perplejos, que el "diálogo" haya sido considerado escasamente importante, dado que viene citado en octavo lugar entre las 10 características enumeradas.

14. Sobre este tema existe una amplia bibliografía. Me limito a citar los siguientes trabajos: A. González-Alorda, Acompañando el crecimieto espiritual, Centro Pastoral "Loyola", Lima 1986; G. Rodríguez Melgarejo, Formación y dirección espiritual, Bogotá 1986; B. Giordani, Encuentro de ayda espiritual. Adaptación del método de R.R. Carkhuff, Ed. Atenas, Madrid 1992; Id.,  La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Desclée de Brouwer, Bislabao 1997; C.N.V., Direzione spiritale e accompgnamento vocazionale, Ancora, Milano 1996.

15. Se habla de "subpersonalidad" especialmente en el psicoanálisis de R. Assagioli. Inspirándose en esta teoría, P. Ferrucci ha elaborado toda una serie de ejercicios para ayudar a componer armónicamente las diversas subpersonalidades. Cf. P. Ferrucci, Crescere. Teoria e pratica dellla psicosintesi, Astrolabio, Roma 1981, cap. 4.

16. Cf. L. Pinkus, en P. del Core (Ed.), Difficoltà e crisi, 65-83.