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Las dificultades de vivir la vocación como experiencia de fe en nuestra cultura

 

     Nuestro tiempo parece imponer el carácter experiencial del acto de fe
frente al modelo tradicional de argumentación. Sin embargo, si nos atenemos
al diagnóstico coincidente de historiadores, filósofos, sociólogos y
sicólogos, sin duda existe una “cierta incapacidad cultural” para la fe. El
narcisismo es el nuevo espíritu de nuestro tiempo y la dolencia básica de
las ciudades occidentales. Los ciudadanos de las sociedades desarrolladas
estamos envueltos por una atmósfera cultural que nos fuerza a vivir
encorvados sobre nosotros mismos y nuestros intereses. Como heliotropos
nos movemos habitualmente en esa única dirección con el fin de
satisfacer nuestros deseos ilimitados.

Este narcisismo nos discapacita para toda disposición a emprender la vía del conocimiento experiencial del Dios Amor Originario, que, como recordara Gregorio de Nisa, se asemeja a la subida a una montaña escarpada y de difícil acceso y reclama una purificación y desasimiento total de uno mismo. Un yo descompuesto por la búsqueda inmediata de la satisfacción y del consumo que solamente parece preparado para comprar y consumir, encuentra enormes
dificultades para dejarse arrebatar por ese Dios cuyas promesas superan
todo deseo humano.

Cuando se vive con la sensación de que nada esencial cambia, de que nada realmente nuevo puede suceder, de que “la historia implosiona en actualidad” (B. Baudrillard), mal se puede esperar la seducción de Aquél que, con su venida, lo hace todo nuevo (Jer 20, 7).


Si todo ello nos hace además indiferentes y apáticos ante el sufrimiento
de las víctimas de la globalización, entonces tenemos un enorme atasco
en las vías de acceso al Dios de la tradición judeocristiana, para quien el
pobre es su propia patria y hogar y nunca un territorio extranjero. Esta
parálisis de la orientación hacia lo indeseable por excelencia, hacia el
otro,“en la desnudez y la miseria de su carne”, nos inhabilita, como ha
enseñado E. Levinas, para albergar en el deseo humano de Dios un desinterés
que permita el acceso al Santo.


(Iglesia Viva 221, Fco. Javier Vitoria Cormenzana, p. 41)