La pregunta no es retórica y
merece una respuesta, especialmente
ante la gran expectativa
que este evento está generando en la Iglesia.
Benedicto XVI dio una primera
motivación cuando lo anunció. "La misión
de la Iglesia, como la de Cristo,
consiste esencialmente en
hablar de Dios, en hacer memoria de su soberanía,
en recordar a todos, especialmente a
los cristianos que han perdido su
identidad, el derecho de Dios
a aquello que le pertenece, es decir, nuestras
vidas. Dar un impulso renovado a la misión de toda la
Iglesia para sacar del desierto a la gente que a menudo se encuentran en él , hacia el lugar de la vida, de la amistad
con Cristo, que nos da la vida en
plenitud ".
Esta es la intención principal.
No olvidar el hecho
que caracteriza a nuestra vida: creer.
Salir del desierto
que conlleva el silencio de los que no tienen
nada que decir, y devolver así la alegría
de la fe y comunicarla de forma renovada.
Este año, por lo tanto, se dirige en primer lugar a toda la Iglesia
porque ante la dramática crisis
de la fe que afecta a muchos cristianos
es capaz de mostrar todavía con un renovado entusiasmo
el verdadero rostro de Cristo que nos llama a
que le sigamos.
Es un año para todos nosotros, porque
en el camino perenne de la fe, sentimos
la necesidad de acelerar el paso, en ocasiones lento y cansino, y dar un testimonio más eficaz. No pueden sentirse excluidos quienes son conscientes
de su propia debilidad, que a menudo toma la forma de indiferencia
y de agnosticismo, para encontrar
el sentido perdido y entender
el valor de la pertenencia a
una comunidad, verdadero antídoto a la
esterilidad del individualismo de nuestros días.
En el motu proprio Porta fidei Benedicto XVI ha escrito
que esta puerta "de la fe está siempre abierta”. Esto significa que ninguno puede sentirse excluido de ser positivamente provocado sobre el sentido de la vida y sus grandes cuestiones que sobre todo en nuestros días se hacen notar por la persistencia de una crisis compleja que incrementa los interrogantes y eclipsa la esperanza..
Por supuesto, la cuestión de la fe
no equivale a alejarse del mundo, sino más bien que la gente tenga conciencia de la
responsabilidad que tiene hacia la humanidad en este momento histórico.
Un año durante el cual la oración
y la reflexión podrán conjugarse mejor con la inteligencia
de la fe, de la que todo el mundo debería sentir la urgencia y la necesidad.
No puede ocurrir, de hecho, que los creyentes sobresalgan en diferentes campos de la ciencia, para hacer un trabajo más profesional, y al mismo tiempo posean un conocimiento débil e insuficiente de los contenidos de la fe.
Un imperdonable desequilibrio que no ayudaría a crecer en la identidad
personal y que impide saber dar razón
de la elección que se ha hecho.
