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LA NOVEDAD DE LA EVANGELIZACIÓN
EN EL ACTUAL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL

III

3.3 La buena noticia de una nueva convivencia: la cultura de la solidaridad o la civilización del amor

      Los valores de la libertad y la igualdad han sido anunciados y se han intentado incorporar en la convivencia humana en el mundo tocado por la antigua evangelización. La fraternidad es aún asignatura pendiente tanto en su anuncio como, sobre todo, en su realización en las estructuras de la convivencia humana. En efecto, en nuestro contexto histórico predomina aún, y en qué medida, el individualismo, el triunfo personal, la competencia, la dominación, la explotación, la insolidaridad(29)      
      La evangelización recuperará la novedad en nuestro tiempo si, como siempre en la historia, encarna y proclama la buena nueva de una nueva convivencia, si aporta la novedad-buena noticia del proyecto de Dios de hacer de los hombres una sociedad nueva fundada y marcada por la justicia y la solidaridad, por el servicio y el amor, si proclama y promueve una cultura de la solidaridad, la civilización del amor. La civilización del amor, expresión acuñada por Pablo VI y retomada y profundizada por Juan Pablo II, constituye como un nombre nuevo del reino de Dios. Reinado que se traduce, como vimos, en el establecimiento de unas relaciones "a lo divino", en que los hombres se den la bienvenida como hermanos tanto en el plano interpersonal como en el de las relaciones sociales, laborales o políticas, en que se sustituyan las relaciones de dominación, explotación, por relaciones de fraternidad(30).
      Fundamento de esa civilización es la "verdad sobre el hombre", el "evangelio bíblico sobre el hombre": el origen común, la condición común, el destino común de los hombres, de todos los hombres ( Gen 1-2; Heb 2, 10-16; Rom 5; Hech 17, 22-31); la proclamación del hombre como "absoluto"; el reconocimiento de su dignidad suprema en el ámbito de lo creado, como imagen y semejanza de Dios, de su libertad y autonomía; la igualdad radical de todos (CentAnnus 47); el hombre, cada hombre en sí mismo, desde el comienzo de su vida hasta el final de la misma, es inviolable y constituye "el bien común" de la humanidad (Carta a las familias, n. 11) y todo ha de ponerse a su servicio. "El bien común de toda la sociedad está en el hombre que, como se ha recordado, es "el camino de la Iglesia" (RedHom 14).
      Estamos aquí, puede decirse, ante la definición más profunda del hombre: "él es "la gloria de Dios": gloria Dei vivens homo, según la conocida expresión de S. Ireneo (AdvHaer IV, 20), que podría traducirse: la gloria de Dios es que el hombre viva"(CentAnnus 53), o lo que es lo mismo, "la gloria de Dios es el bien común de todo lo que existe; el bien común del género humano" (Carta a las familias, n. 11).
      Todo hombre lleva la imagen de Dios y merece respeto absoluto (CentAnnus, 22). Los contenidos concretos de esta civilización del amor o cultura de la solidaridad, que es la síntesis del "evangelio social", son numerosos y trascendentales para la evangelización nueva y para la suerte misma de la humanidad(31).

      1.La esencial igualdad de los hombres. Esto hace absolutamente inaceptable cualquier forma de organización de la convivencia humana que apoye o consagre discriminación en cuanto a los derechos sociales por motivos de raza, sexo, religión, origen geográfico o social, territorio de nacimiento o lengua (cf. Chrlaici 37). Ello exige la promoción de la justicia (cfr.CentAnnus 58) la proclamación y tutela de los derechos humanos, tanto de los individuales como de los de las naciones ( CentAnnus 21), entre los que no pueden faltar "los derechos de la conciencia humana, vinculada solamente a la verdad natural y revelada frente a cualquier forma de totalitarismo o autoritarismo, del utilitarismo y consumismo o del fanatismo (CentAnnus 29); el derecho a la vida, de la que nadie es dueño absoluto, desde su mismo comienzo hasta su final propio (CentAnnus 39; Santo Domingo 164-168).

      2. La promoción integral del hombre. El hombre, todo hombre, ha sido llamado a desarrollar en plenitud todas sus capacidades en todos los ámbitos o niveles de su existir (PopProgr 14) hasta llegar "a la plenitud de la madurez en Cristo", a "ser perfecto como el Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5, 48; Ef 3, 19; 4, 12-13).
      Este desarrollo o promoción "debe llevar al hombre a pasar de condiciones cada vez menos humanas a condiciones cada vez más humanas hasta llegar al pleno conocimiento de Jesucristo" (Santo Domingo, 162), esas condiciones menos humanas que Pablo VI ha enumerado en estos dramáticos términos: "menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cfr. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento por parte del hombre de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin, y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres" (PopProg. 21).
      Esto incluye el desenvolvimiento de todas las aptitudes y cualidades que cada persona trae al nacer y que se desarrollan mediante la educación, de la que forma parte el "crecimiento en humanidad, en el valer más, en el ser más "( PopPrpg 15), en el asumir "los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración, de la contemplación "(Ibíd.20). Y comprende también el desarrollo de la libertad, en la que el hombre se constituye dueño de su destino y se hace más propiamente "a imagen de Dios".Una libertad que consiste básicamente en la capacidad de decidirse, en el amor y por amor y solidaridad, a "poner la vida" al servicio de los hombres, como acontece en Jesús (cf. Mc 10, 45), una libertad que se hace responsabilidad, conciencia de que a cada persona ha sido entregado el hombre como hermano, que no puede desentenderse de él, de su vida ni de su suerte (cf. Gen 4, 9)(32).

      3. El evangelio del trabajo. Frente a una evangelización que insistió en el trabajo como un castigo, la nueva evangelización ha de anunciar el genuino y completo mensaje de la revelación sobre el trabajo: el trabajo, en cuanto reflejo y continuación de la acción transformadora de la creación (cf. Gen 1, 27-28; LabEx 4) y de procurar el sustento personal y familiar, como uno de los derechos fundamentales de toda persona (LabEx 1.15.16.19), y por lo mismo, la exigencia de posibilitar el trabajo a todos y de distribuir solidariamente el trabajo existente(33); su función humanizadora, su contribución a la realización de la persona (LabEx 6.9), porque "todo trabajador es un creador. En el trabajo el hombre se proyecta en la obra realizada. Es "su" obra, imprime en ella su sello personal, lleva su personal marca" (PopProg 27). "El hombre se expresa y realiza mediante su actividad laboral" (CentAnnus 6)) y, por lo mismo, no se puede reducir a pura "mercancía" (LabEx 7); no es lícito cualquier tipo de opresión y degradación del hombre a causa del trabajo (LabEx 9); comporta la solidaridad con y entre los trabajadores para defender sus derechos económicos y laborales y a la vez el empeño por conseguir condiciones laborales en las que quede salvaguardada la dignidad del trabajador así como su responsabilidad (LabEx 8); constituye una contribución a la edificación, anticipándola, de la ciudad celeste (PopProg 28).

      4. El evangelio de la solidaridad.  La comunidad de origen y de destino de todos los hombres lleva a la creación de una conciencia de solidaridad entre todos los hombres, tanto en cuanto individuos como en cuanto grupos, sociedades o naciones.
      La solidaridad no es "un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas... Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos "(Sollicitudo Rei Socialis 38). Todos los oprimidos de la sociedad, frutos del desamor, víctimas de los egoísmos e individualismos personales y grupales, que llevan a reservar los bienes para unos pocos, son objeto de la solidaridad, fruto y concreción del amor efectivo al hombre como hermano (cf. Sant 2, 15-16; 1 Jn 3, 16; 4, 20-21).
      La solidaridad supone y se traduce en una opción prioritaria por los pobres. "Evangelizar es hacer lo que hizo Jesucristo, cuando en la sinagoga mostró que vino a "evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18-19)... Esta es la fundamentación que nos compromete en una opción evangélica y preferencial por los pobres, firme e irrevocable pero no exclusiva ni excluyente, tan solemnemente afirmada en las conferencias de Medellín y Puebla. Bajo la luz de esta opción preferencial, a ejemplo de Jesús, nos inspiramos para toda acción evangelizadora comunitaria y personal (cf. SRS 42; RedMis 14)(34).
      "La opción o amor preferencial por los pobres (es) una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia... Hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad"(SRS, 42).
      "La solidaridad nos ayuda a ver al "otro" -persona, pueblo o nación - no como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un "semejante" nuestro, una "ayuda" (cfr. Gen 2, 18.20), para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. " (SRS 39; cf. PopProg 47; SRS 33, Cent Annus, 28; ChLaici 41). Los bienes de la creación están destinados a todos. Y lo que la industria humana produce con la elaboración de las materias primas y con la aportación del trabajo, debe servir igualmente al bien de todos" (Ibíd. 39). La solidaridad afecta y se manifiesta en las relaciones laborales en favor de los más débiles, que en las actuales circunstancias son los desempleados, en cuyo favor habría que demandar y exigir , además de acaso retribuciones más bajas en los que trabajan, una redistribución de las mismas horas de trabajo al ser éste hoy un bien escaso, que habría que redistribuir entre todos para que llegase a más (cf. CentAnnus, 15).
      Como manifestaciones y exigencias de la solidaridad hay que enumerar también la ayuda al desarrollo de los países y grupos marginados (CentAnnus 28), el compartir la información, que se considera hoy como el máximo capital (Ibíd 32-33), y finalmente, la condonación de la deuda externa cuando el abonarla obligaría a condenar al hambre, a la miseria absoluta o a la misma inanición y muerte a personas, grupos, poblaciones o naciones enteras ( CentAnnus 35).

5. La participación en la organización de la convivencia. El evangelio que proclama al hombre libre y responsable del bien común le anuncia como consecuencia su responsabilidad en la organización de la convivencia social. Responsabilidad que entraña diferentes aspectos y niveles diversos.
      En primer lugar, que cada persona es responsable no solo de su propio destino y bien, sino del bien común, que es el de cada hombre y el de todos los hombres en todos sus niveles de desarrollo. Por lo mismo, no se puede dejar el destino de los hombres ni la organización de la sociedad en manos de unos pocos(35).
      En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la nueva evangelización aprecia, proclama y favorece "el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes o bien de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpen el poder del Estado"(CentAnnus 46) y se opone a cualquier forma de totalitarismos o absolutismos sea de personas o de grupos o clases sociales o partidos, cuando estos se apoderan del poder de decisión o por la fuerza o incluso por la legitimidad de los votos.( cf. CentAnnus 44; Santo Domingo 193)(36).
      En tercer lugar, valora y promueve la "subjetividad" de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad" (CentAnnus 46), puesto que "la socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como proviene de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común (CentAnnus, 13)(37).
      Exige también, en cuarto lugar, la exclusión de todos los fanatismos o fundamentalismos de quienes "en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien" CentAnnus, 46)
      6. El evangelio de la no violencia, de la reconciliación y de la paz. El reino de Dios se opone a los reinos que se establecen y se imponen por la fuerza de las armas. Si este ha sido el procedimiento habitual en la historia de los hombres, también entre naciones que se configuraron al calor y a la luz de la antigua evangelización,incluso entre las mismas confesiones cristianas (cf. las guerras de religión), la nueva etapa de la evangelización tiene que anunciar, proclamar y realizar el evangelio de la no violencia, de la reconciliación y de la paz.

      Este evangelio comprende, en primer lugar, la conciencia de que la paz verdadera no es el resultado de la victoria de unos contra otros, sino que implica la superación de la guerra y el militarismo para defender intereses particulares, económicos o sociales (CentAnnus 14)así como la supresión de las causas de la guerra (CentAnnus, 18)(38). De la guerra forma parte también la "lucha de clases" cuando se entiende como eliminación del adversario y no como un medio de resolver el conflicto en el establecimiento de unas relaciones laborales o económicas justas (cfr. CentAnnus 14). Las únicas armas legítimas en la resolución de los inevitables conflictos son las de "la verdad y la justicia", y los medios "la negociación, el diálogo, el testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del adversario y tratando de despertar en éste el sentido de la común dignidad humana", "el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, (sepan) encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad" (Ibid. 23)
      Entraña, en segundo lugar, el evangelio de la reconciliación. Este evangelio, y hay que anunciarlo también constantemente, es la continuación y la consecuencia del evangelio de la reconciliación y las paces que Dios ha establecido con los hombres (cf. 2 Cor 5, 18-21; Rom 5, 10). La reconciliación consiste en ese movimiento por el cual el ofendido readmite en la relación al ofensor(39).
      La reconciliación supone la conciencia de la ofensa. Cuando el hombre en su relación con el otro ha roto la solidaridad se impone la restauración de las relaciones justas. Esta restauración no se consigue ni por la venganza ni por la violencia, Ni se consigue por la indiferencia o el distanciamiento. Ni por el olvido. Se precisa un acto mutuo y positivo de acercamiento en el que el ofensor inicia el movimiento de acercamiento por el reconocimiento de la ofensa y solicitando el perdón, y el ofendido acoge al ofensor no teniendo en cuenta su pecado y estableciendo una nueva y siempre gratuita relación de reconocimiento, desde la conciencia de la fraternidad. Así entre los individuos y así entre los grupos y las naciones. Solo por la reconciliación entre las personas, los grupos, las naciones es posible el establecimiento de unas relaciones justas.
      En tercer lugar, anunciar y procurar la paz, que solo se alcanza "con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor" (SRS 39).
      También forma parte de la novedad del evangelio la proclamación del ideal de la integración mundial de todos los hombres como ciudadanos de una patria común, la tierra toda, la única "madre tierra" hecha cada vez más ya aldea global. "Todos sentimos la urgencia de integrar los dispersos y de unir esfuerzos para que la interdependencia se haga solidaridad y ésta pueda transformarse en fraternidad...Los cristianos encuentran motivaciones muy hondas para continuar este esfuerzo. Jesucristo ha hecho presente el reino de Dios, un reino de justicia, de amor y de paz. El ha realizado la fraternidad de todos haciéndose hermano nuestro y enseñándonos a reconocernos como hijos de un mismo Padre (cfr. Mc 14, 36). El mismo nos ha llamado a la unidad: que todos sean uno como Yo y el Padre somos uno" (Jn 17, 21). La Iglesia es consciente de su singular protagonismo y de su papel orientador en cuanto a la formación de una mentalidad de pertenencia a la humanidad y al fomento de una cultura solidaria y de reconciliación" (Santo Domingo, 204; cf. 205 y 206 sobre la integración latinoamericana).

     3.4 El evangelio de la bienaventuranza, de la bendición y de la fiesta

      La evangelización nueva ha de comprender también la proclamación y realización de la buena noticia de la felicidad, de la bienaventuranza, que conlleva el anuncio de la bendición, y de la fiesta.
      La necesidad de esta novedad se comprende si se tiene en cuenta el reproche que tantos críticos han echado en cara al cristianismo. Se cita con frecuencia como prototipo las virulentas expresiones de Nietzsche contra la imagen cristiana de un Dios-juez, aguafiestas, enemigo de todo lo que pareciera suponer la felicidad del hombre; contra la concepción de la redención como satisfacción a un Dios airado, que en compensación por el pecado de los hombres, exige un rescate, el precio de una víctima, nada menos que la sangre de su propio Hijo; contra la insistencia y aun exaltación, dentro de la predicación y una cierta espiritualidad cristiana, del dolor, del sufrimiento, del sacrificio, de lo penitencial; contra el rostro de resignación, amargura y tristeza ofrecido por los cristianos(40).
      Por otra parte se advierte sin dificultad la sintonía de este aspecto del evangelio con uno de los rasgos más presentes en este mundo postcristiano como es el ansia y la búsqueda de felicidad. Y a la vez sería el correctivo de esta misma cultura que de hecho se complace en crear y vivir una "cultura de la antibienaventuranza " , con la multiplicación de experiencias de placer, de vértigo, de orgía lleva de hecho al hombre actual a la angustia existencial, a la depresión, a la desdicha radical, a la destrucción y a la muerte(41).

      1. El evangelio de la bienaventuranza

      En la predicación de Jesús, la proclamación del reino de Dios se explicita y concreta, a renglón seguido, con la proclamación de las bienaventuranzas, de las "dichas" o "felicidades" ( cf. Mt 5, 1-12; Lc 6, 1-6). Este hecho significa que el reino de Dios no está reñido con la felicidad del hombre, sino que es el ámbito y el camino para la dicha del hombre "a lo divino". Todo empeño del hombre por buscar y encontrar y disfrutar la felicidad se sitúa en el ámbito del reino. El Dios de Jesús no es enemigo de la dicha del hombre. El quiere que el hombre sea feliz, que busque y saboree la dicha y la felicidad. El anhelo de felicidad que el hombre experimenta en su intimidad más auténtica forma parte del proyecto de Dios sobre el hombre y ha sido escuchado por el Padre de Jesús(42).
      La bienaventuranza es un rasgo esencial de los seguidores de Jesús. Las bienaventuranzas, en efecto, como es sabido, no son fundamentalmente o primariamente virtudes o exigencias morales, cargas ascéticas o exigencias de virtudes echadas sobre los hombros de los hombres, ni menos aún invitaciones a la renuncia, al sacrificio, al sufrimiento (43). Son fundamentalmente "felicitaciones", proclamaciones de felicidad, invitación a la alegría, al gozo, a la felicidad.
      Una proclamación, en primer lugar, de felicidad que consiste fundamentalmente en el encuentro con la bienaventuranza del Dios de Jesús. Ellas, en efecto, anuncian la buena noticia de un Dios que se presenta, y en ello tiene su divina satisfacción, como no rico, no-poder, no-fuerte (manso), libre-libertador de los afligidos, justo-hambriento de justicia, de corazón no vengativo-misericordioso, transparente-sin doblez, que mantiene su palabra por mil generaciones, pacífico y pacificador, el Dios de la paz, que se mantiene al lado del perseguido. Un Dios que ama a los perdidos y despreciados, a los pequeños y a los sencillos, a los mendigos y a los incapaces(44).
      Lo propio de la experiencia cristiana es la mística, el encuentro con el Dios "que alegra mi juventud (Sal 42, 4). La alegría de la vida, la "vida alegre" es característica del creyente. "Estad siempre alegres, os lo repito, estad alegres" ( Filp 3, 1; 2, 17-18; 4, 1-10; 1 Tes 2, 19-20; 3, 9-10). Y hay que recordar el viejo dicho del libro de Nehemías: la alegría será vuestra fortaleza (Neh 8,9-10)(45). Y la vida en el Espíritu que invade todo el ser y cuyos frutos son amor, bondad, fidelidad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, mansedumbre, templanza (Gal 5, 22)"(46). Una proclamación de felicidad en el encuentro con la bienaventuranza del propio Jesús. Jesús mismo las ha experimentado en su propia vida. En ella comprobó la transformación de la malaventura en buenaventura, la maldición en bendición, la desgracia en felicidad, el llanto en gozo. Jesús pobre, vive dichoso en su pobreza y proclama dichosos a los pobres.
      Jesús humillado bajo la violencia, proclama felices a los que la soportan sin afán de venganza. Jesús que pasa por la aflicción, por el hambre, que es objeto de misericordia, que tiene la mirada del corazón limpia, que pacifica, que es perseguido por ser justo, injuriado, calumniado. Esta existencia de Jesús transforma realmente, y no solo en esperanza, la vivencia de estas realidades al ponerse del lado de los que las viven, por vivirlas solidariamente con ellos.
      Una proclamación de felicidad en el encuentro con la existencia de cada hombre, es decir, indicaciones de dónde se encuentra la felicidad auténtica. Proclaman, en efecto, que a la felicidad no se oponen ni las situaciones más penosas que los hombres puedan vivir (pobreza, violencia, esclavitud, injusticia, dureza, impureza de corazón, guerra, persecución) ni siquiera el pecado que rompe, pero no consagra, la ruptura de la presencia y de la relación de Dios con el hombre.
      Las bienaventuranzas, en efecto, en su primera parte, recogen y describen el existencial humano individual y colectivo afectado por la desgracia, el dolor, la pena, la desdicha. Y sin embargo se proclama que eso no es lo definitivo, lo querido por Dios. Lo definitivo es la transformación de esa realidad en bienaventuranza, en realidad salvífica, gozosa, en dicha, en felicidad. Aseguran que ahí sigue habiendo presencia-cercanía de Dios, que el hombre puede seguir exclamando y gritando con la energía y felicidad de Pablo :"ni muerte ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, señor nuestro" (Rom 8, 38)(47).
      Además, las bienaventuranzas ofrecen felicidad al hombre porque lo ponen en una relación "calurosa y empática " con la realidad, es decir, en la línea y en la órbita del sentido de las cosas y de la vida, del que depende y procede la felicidadd. Esa relación, en efecto, satisface la necesidad básica del ser humano que es la de comprender, dar explicación de las cosas, de la realidad, incluso, y, sobre todo, del absurdo. Cuando una persona ve que su situación tiene sentido, por trágica y absurda que parezca, vive la felicidad(48). Y esto es lo que hacen las bienaventuranzas, que, aun no ofreciendo explicaciones para esas diferentes situaciones dramáticas de la vida, les dan sentido. El Dios cristiano se hace presente y acompaña en medio de la tragedia, aunque no la suprima(49)

      2. El evangelio de la bendición

      Junto a la bienaventuranza la evangelización nueva supondrá reafirmar la "buena nueva" de la bendición. Ha de descubrir, poner de relieve, hacer comprensible lo que de bendición hay en la vida y en la historia de los hombres.
      Con frecuencia la evangelización antigua, con el deseo de evitar al hombre el camino de la perdición, ha sido, o ha aparecido al menos como hecha desde la coordenada de la maldición, de la desgracia. La maldición, que en la Biblia del AT (el término curiosamente ha desaparecido prácticamente del NT) es presentada como amenaza, y sobre todo como consecuencia y fruto del camino errado de vida emprendido por el hombre, de su propia decisión(cf. los textos paradigmáticos del Deuteronomio, 11, 26-28; 30,19; 28, 15.45) ha sido frecuentemente presentada como condición existencial del hombre en el mundo; o lo que es peor aún, como "castigo" de Dios, como una decisión de la justicia de Dios entendida como justicia "vindicativa", con resabios de "venganza", una justicia siempre desproporcionada en relación a la culpa del hombre, sobre todo en su expresión máxima, el infierno explicado como "eterno", "infinito".
      Frente a esta concepción el evangelio es la proclamación de la superación en Cristo de la "maldición" que parece pesar sobre el hombre desde los orígenes, desde los días del primer Adán . La nueva evangelización tiene que insistir y mostrar que "no pesa maldición alguna" sobre la humanidad, que todo en ella es pura y divina bendición (cf.Gal 3, 13; Ef 1, 3-14).
       Y ha de ayudar a comprender los ámbitos y alcance de esta bendición existente para el hombre.

      1. Hay que recuperar en la nueva evangelización el realismo del A. T., que desde una profunda fe en el Dios de la vida y de la historia descubre como "bendición" de El todo lo que el hombre vive y todo lo que le rodea. En un primer estadio de la revelación, como es sabido, con una identificación ingenua entre bendiciones y bienes terrenos o materiales y a la vez como recompensas divinas o premios a conductas obedientes pero siempre con una clara y expresa conciencia de que "todo es gracia".
      Así es bendición la tierra dada al hombre como espacio que hace posible la vida, y los frutos que ella proporciona, y que son los que aseguran la vida del hombre (cf. Gen 27, 40; Dt 7, 13). Es bendición hasta el olor sabroso de las mieses maduras, del campo rebosante de hierba ( Gen 27, 17). Lo son las lluvias y el rocío que aseguran las cosechas (cf. Ez 34, 26; Heb 6, 7; Dan 3, 64), el alimento que sustenta la vida y el vino que alegra la existencia del hombre (Ecco. 40, 20). Lo son el día y la noche, el frío y el bochorno, el hielo y la nieve, las fuentes, los mares, los ríos, las aves, los peces del mar (cf. Dan 3 ) .Lo son la variedad y multiplicidad de los animales que sirven al hombre (Salmo 144, 16). Es una bendición, sobre todo, la vida misma, y la salud (Ecco 34, 20), la prolongación de la vida en la tierra (Salmo 64, 12). Es bendición la mujer para el hombre y el hombre para la mujer (cf. Gen 1-3), lo son los hijos como prolongación del ser (Gen 1, 22; 9, 1, Lc 1, 42; Dt 28, 4) y también, con pleno realismo y pragmatismo, como fuerzas de trabajo, como consuelo y apoyo para la vejez ( Gen 49, 25; 22, 17), como defensa ante los enemigos (cfr. Sal 127). Son bendición la comida y los banquetes (Tob 7, 17), el placer del matrimonio ( Prov 5, 18). Lo es la posesión y herencia de la tierra (cf. Mt 5,4; Sal 37, 11). Es bendición la libertad de que se disfruta en la propia tierra (Salmo 84, 2; 123, 6), la paz (Salmo 28, 11) y la prosperidad del pueblo (Salmo 127, 5), el entendimiento o la mente para comprender la realidad y la presencia y los caminos de Dios en la historia (Salmo 15, 7).
       Es bendición la apertura de horizontes de la existencia humana, el no dejarla encerrada en límites puramente terrenos, inmanentes, caducos, sino el vislumbrar y la certeza del horizonte "celestial", la herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable ( 1 Pe 1, 3-9).

      2. Un segundo ámbito de bendición que rodea la existencia del hombre y le da un tono gozoso es la visita o presencia de Dios en su vida. Todo el arco de la vida de hombre, su mismo proceso de desarrollo, desde la infancia a la muerte, sea cual sea la condición concreta, aunque sea dolorosa, en que se encuentra, es objeto de la mirada bendiciente de Dios.
      Es bendición el nombre que cada uno recibe, que es su identidad y su orientación en la vida y que señala la repercusión de su presencia y acción en la historia, como se advierte en el prototipo de Abrahán (Gen 12, 2).        Es bendición la elección y destinación de hombre por Dios en Cristo. Cada hombre ha sido positivamente "seleccionado", apreciado, reconocido. Y lo ha sido previamente a la realización de su existencia, de manera incondicional, no por sus haberes ni por sus haceres, sino como fruto de una mirada amorosa previa que da dignidad absoluta a cada ser humano, incluso al que pueda parecer más despreciable y marginal (cf. Ef 1, 4). Y en esa elección se ofrece una orientación, un fin, un sentido: ser hijo en Cristo, ser "santo", realizar su ser en Cristo en plenitud y ser irreprensible como Cristo ante Dios.

      3. La bendición plena, hacia la que convergen todas las bendiciones con su alcance real, pero limitado, parcial, superficial, se hace realidad en la presencia y la acción de Cristo en el que Dios "nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales"(Ef 1, 3). La bendición afecta al hombre, a su existir y a su destino, "desde antes de la creación del mundo" (Ef 1, 4) ), es decir, que el Dios de Jesucristo "se ha interesado por el hombre y lo ha acogido en los cielos, más, le ha bendecido precisamente en los cielos. No hay ningún ámbito de la realidad del hombre, ni mucho menos aquel ámbito del que el hombre sale y hacia el cual tiende - su trascendencia - que no haya sido bendecido con el poder y la luz del Espíritu. El primer plano y el trasfondo y la hondura: todo ha sido henchido de bendición en Cristo y todo se halla protegido en la bendición divina. En efecto, en el fondo de todo está... el misterio de la voluntad de Dios que lo obra todo. Antes de todas las cosas domina ya, como oculta, la voluntad todopoderosa del Dios y Padre de Jesucristo. Este misterio es la dimensión más exterior y más íntima del existir humano"(50)
      En Cristo se cumple la promesa de bendición hecha para todos los hombres a Abrahán (cf. Gen 12, 2-3; Lc 1, 55.73; Gal 3, 8). Y esa promesa es el don del Espíritu de Cristo (cf. Gal 3, 14). En su cruz, que en apariencia es la exasperación de la antigua maldición, se realiza la eliminación de la misma. La bendición se muestra así como el resultado y el contenido de la solidaridad y del amor de Dios a los hombres en Cristo (cf. Gal 3, 8-14).   La bendición comprende también la seguridad de que en Cristo los poderes, principados, potestades, señoríos que dominan la historia y que se presentan ante el hombre con pretensiones de absolutos, como procedentes del cielo ( Ef 1, 15-23), han sido desposeídos de sus prerrogativas y que los hombres ya no tienen por qué estar sometidos a sus directrices, a sus imposiciones. Así la existencia liberada del hombre es la suprema bendición(51).
      Es bendición el hecho de haber sido transformada nuestra condición pecadora mediante la reconciliación obrada por Dios en favor de los hombres, por el perdón de los pecados ( Ef 1, 7). Lo es también el conocimiento-revelación de su voluntad (cf. Ef 1, 8-10), la donación de "sabiduría y prudencia", la manifestación de un misterio divino a una persona, el descubrimiento del sentido de lo que acontece en la historia, la inteligencia del misterio por la repercusión que ello tiene en el vivir del hombre, especialmente la superación de las barreras divisorias que enfrentan a los hombres entre sí (cf. Ef 3, 6-8)

      4. Una bendición es también la solidaridad de la comunidad de los hombres con los necesitados como se muestra en el espléndido donativo que la comunidad de Corinto envía a los pobres de Jerusalén ( 2 Cor 9, 5ss), y en la que se hace presente y patente la bendición de Dios ( cf. DTNT, ad locum). Y también la acción de los hombres, de los discípulos de Jesús , por eliminar las fuentes y las consecuencias del mal, del sufrimiento, de lograr la dicha del hombre en la tierra, la liberación de la opresión que afecta a la creación ( cf. Mt 10, 1-16).

      3. El evangelio de la fiesta

      La novedad de la bienaventuranza y de la bendición, hecho talante y hecho mensaje, tiene su expresión, a nivel íntimo, en el gozo y la alegría, y a nivel social y público, en la celebración, en la fiesta. La evangelización ha de ser nueva también en la proclamación y recuperación de la alegría y la fiesta.
      También aquí es claro que el cristianismo habitual no ha ofrecido un mensaje de alegría y de fiesta. Ha sido más bien "aguafiestas". Se ha complacido en fomentar el miedo y la angustia, ha celebrado con mayor complacencia los misterios dolorosos y tristes, la pasión y la cruz, que los gozosos y sobre todo los gloriosos, la resurrección y la exaltación. Se ha encontrado más a gusto celebrando la cruz, venerando "piedades", "dolorosas" y "angustias" que formulando la exaltación de la pascua, la gloria y la fiesta de la resurrección.

      A) La existencia festiva constituye un núcleo esencial del evangelio, de la "buena noticia". Forma parte del proyecto de Dios sobre el hombre. Es el destino último del hombre, la meta absoluta de sus esfuerzos. Tiene razones para ello. Está orientado a ello. Santificar la fiesta forma parte de su existir y de su ethos (cf. Ex 20; Dt 5).
      Estamos llamados a la fiesta porque el Dios y Padre de N. Señor Jesucristo es un Dios festivo, que ama y defiende la vida, que se goza y celebra su acción salvífica. Dios es presentado ya en el AT como un Dios no solo creador sino festejador. Contempla lo que hace y se goza en ello: vio que todo estaba bien, que todo era bueno-hermoso, y festeja su obra, el día séptimo, con el "descanso" (cf. Gn 2, 2-3).
      El es el primero que "santifica el sábado" mediante el descanso, y lo bendice y lo entrega a los hombres para que lo sigan e imiten en su descanso y disfrute (cf. J.Moltmann, Dios en la creación, pp. 287-288). Configura el día séptimo como una "bendición" de el para toda la creación. Desde ahí brota su proyecto de que los hombres se complazcan en contemplar todo eso que es "bueno", hermoso, dulce, placentero, de que se deleiten en El y en sus obras, que El desea que se cambien las condiciones de la humanidad de este valle de lágrimas, de gemidos y llantos en un día de fiesta, de danza ( Sal 30, 12), donde resuenen los gritos de júbilo de las bodas (Jer 30, 12), que se siembre y coseche entre cantares a pesar de la dureza del terreno ( Sal 126, 5)(52).
      Jesús pasa por el mundo viviendo y proclamando el destino del hombre como un destino festivo. No es un asceta a lo Juan Bautista, ni un "moralista" que amarga la existencia con prescripciones y amenazas. Es más bien y se presenta, como se dice con una metáfora acertada, como un juglar que pasa cantando la alegría de vivir. Llegan a tacharlo de "comedor y bebedor" por su participación frecuente y gozosa en banquetes y fiestas (Mt 19, 11; 11, 18-19). Si habla de su Padre lo presentará en una de las escenas más hermosas como alguien que organiza banquetes y fiestas, con los mejores alimentos, los mejores vestidos y joyas, con toda clase de instrumentos musicales para celebrar el retorno del hijo alejado (cf. Lc 15, 11-32). Considerará el banquete festivo como el símbolo más adecuado para expresar el destino al que llama a los hombres (cf. Apoc 12, 12; 18, 20). La fiesta de las bodas será en sus labios la expresión del gozo de la existencia del hombre redimido, el vino nuevo como expresión de la alegría de su presencia y de su actuación ( Jn 2, 1-13; Mt 26, 29; 1 Cor 11, 25-26). Una cena festiva, la cena pascual, la convertirá en memoria de su entrega salvífica (cf. Lc-Jn )(53).

      B) El sentido y el contenido de esta "existencia festiva" es una buena noticia para los hombres.
      La existencia festiva se traduce no en orgía ni en lo dionisíaco ni en lo extático que lleva a la pérdida de la condición humana del festejante. Es una alegría profunda, íntima, englobante, pero siempre consciente, humana. La actuación y el entusiasmo orgiástico o dionisíaco - comilonas, borracheras, sexualidad sagrada (cf. Gal 5, 19-21 - no configuran la fiesta. Sí la configuran la aclamación, el canto, la acción de gracias, la alabanza, la danza en honor del Dios creador y salvador del que se hace memoria. Si esta falta en la fiesta será suplida por la orgía.
      La fiesta es buena noticia por cuanto es concebida como un "memorial", un hacer memoria del amor de Dios manifestado en sus acciones salvíficas, en sus bendiciones. La fiesta es siempre una "memoria del sábado de la creación, una memoria del domingo de la resurrección".
      En cuanto memoria del sábado anuncia y celebra, en primer lugar, la gratuidad de la creación, que excluye y se opone a la mercantilización de la misma, que expresa la paz con la naturaleza, el respeto por ella(54). Anuncia y celebra también el "descanso" de Dios (cf. Gen 2, 1), su "respiro" (Ex 31, 17), el retorno hacia sí mismo después de su extroversión hacia la obra creadora, la contemplación de la obra realizada. Siente su obra no como dominador o dueño sino como realización de sí mismo. De esta manera la fiesta de la creación anuncia y celebra que el hacer, el obrar, se consuma en el existir, en el contemplar, y que, por consiguiente, estos construyen más y mejor al hombre (55)
Como reposo de la obra creadora la fiesta de la creación se convierte en memoria permanente no de la lucha para dominar la creación sino de la paz del hombre con la naturaleza. El reposo es de todos: padre e hijos, señores y esclavos, hombres y animales, nativos y forasteros. La fiesta proclama así la armonía con la creación y con los hombres. Como fruto de la contemplación la fiesta lleva a una mayor capacidad para percibir la belleza de todas las cosas, de la comida, del vestido, del cuerpo y del alma, porque la existencia misma es grandiosa. Los interrogantes referidos a las posibilidades del hacer y a la utilidad palidecen ante la belleza de todas las criaturas, que tienen sentido en sí mismas.
       
      2. La fiesta en cuanto memoria de la resurrección del Señor, recuerda y hace presente y patente la fuerza del amor de Jesús a los hombres que no ceja ni delante de la cruz y la energía de su Espíritu que lo levanta de los muertos, que lo resucita y lo transforma para una vida nueva, imperecedera (cf. Rom 6, 9).
      La fiesta proclama y explicita la buena noticia de la relación con el prójimo, de su liberación, en cuanto memoria de la resurrección, que es liberación de la insolidaridad y de la muerte y de la soledad. Esto es lo que asegura la crítica profética (cf. Am 5, 21.23; Is 1, 13ss), recogida por Jesús contra lo cultual, lo ritual, los sacrificios (cf. Mt 9, 13; 12, 7; Mc 12, 33). Por eso, celebrar la fiesta de Jesús es encontrarse en él con los hombres como hermanos y es contemplarlos en su existir, no en su hacer o en su trabajo. Es hacerles partícipes de los propios dones en el compartir y en la solidaridad. La fiesta es siempre reunión, encuentro, expresión y crecimiento en la conciencia de la fraternidad entre los hombres(56).
      En su vertiente de reposo y descanso la fiesta, especialmente el domingo, " es portador de una crítica radical a una sociedad enteramente organizada sobre la producción y la rentabilidad. Marcar colectivamente un tiempo semanal en el que la actividad económica desaparezca en cierto sentido es recordar simbólicamente que el hombre "no vive solo de pan"; que la vida social no puede construirse íntegramente sobre las relaciones mercantiles; que la persona y la sociedad no pueden existir más que haciendo sitio estructuralmente también a la gratuidad"(57). En síntesis, pues, la fiesta es siempre una múltiple "buena noticia, la del encuentro y fraternización con la naturaleza (día ecológico), la de la convivencia humana, la de la comunicación entrañable y el servicio a las personas más necesitadas (apertura al otro); día para atender a la propia interioridad y al sentido último de la existencia (apertura a Dios"). Todo ello es lo que nos construye como personas, nos salva y libera de la despersonalización, de la deshumanización.

 

 

29. Es este uno de los rasgos que más caracterizan la cultura del momento presente calificado como "postmoderno" o cultura light, cfr. entre otros, A. GONZALEZ DORADO, Reflexiones sobre la nueva evangelización de Europa, PROYECCIÓN 37 (1990)271-290. A. ROJAS, El hombre light, Temas de hoy, Madrid 1996; J. M. MARDONES, Postmodernidad y cristianismo, Sal Terrae, Santander 1988; J. MARTÍN VELASCO, El malestar religioso de nuestra cultura, Paulinas, Madrid 1993; F. J. VITORIA, La nueva evangelización de Europa, IGLESIA VIVA 159 (1992) 303-326; A. SANCHIS, Evangelizar en la cultura europea, en Inculturación y nueva evangelización, pp. 211-228; J. MARTÍNEZ CORTES, La increencia hoy en España. Aproximación sociológica, SAL TERRAE 872 (1986) 163-176; A. HORTELANO, Nueva evangelización. Ofrecer la buena nueva al hombre de hoy, PS, Madrid 1991; L. González CARVAJAL, Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander 1991; J. I. CALLEJA, Una iglesia evangelizadora. Indicadores para una "radiografía" de la sociedad, Sal Terrae, Santander 1990.

30. Sobre la civilización del amor, cfr. el Nº. 156 de IGLESIA VIVA (año 1992), "Sugerencias para una civilización del amor"; A. TROBAJO, La civilización del amor, PPC, Madrid 1992; Id. Apuntes sobre la civilización del amor, en STUDIUM LEGIONENSE 31 (1990)87-127.

31. Se recogen aquí en un intento de sistematización la trascendental aportación de la doctrina social de la Iglesia expuesta en las numerosas Encíclicas sociales de los últimos Papas.

32. "Esta es la dimensión más importante de la civilización del amor. Entramos así en el núcleo mismo de la verdad evangélica sobre la libertad. La persona se realiza mediante el ejercicio de la libertad en la verdad. La libertad no puede ser entendida como facultad de hacer cualquier cosa. Libertad significa entrega de uno mismo, es más, disciplina interior de entrega. En el concepto de entrega no está inscrita solamente la libre iniciativa del sujeto sino también la dimensión del deber... Nos encontramos también sobre las huellas de la antítesis entre individualismo y personalismo. El amor, la civilización del amor se relaciona con el personalismo... Por qué el individualismo amenaza la civilización del amor? ... El individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, "estableciendo" él mismo la "verdad" de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro "quiera" o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere "dar" a otro sobre la base de la verdad; no quiere convertirse en "una entrega sincera". El individualismo es, por tanto, egocéntrico y egoísta. La antítesis con el personalismo nace no solamente en el terreno de la teoría, sino aún más en el del "ethos". El "ethos" del personalismo es altruista: mueve a la persona a entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello. Es el gozo del que habla Cristo (cfr. Jn 15, 11; 16, 20.22) " (Carta a las familias, n.14)

33. Por eso el paro es problema no solo social y económico, sino antropológico. La falta de trabajo para quien está en edad y tiene capacidad es un elemento frustrante de la personalidad, del crecimiento y desarrollo de la personalidad. Es una especie de "atentado a la vida", un camino de destrucción del hombre, de muerte.

34. Juan Pablo II, Discurso inaugural de la Asamblea de Santo Domingo, 16.

35. "Es necesario recalcar...que ningún grupo social, por ejemplo, un partido, tiene derecho a usurpar el papel de único guía, porque ello supone destrucción de la verdadera subjetividad de la sociedad y de las personas-ciudadanos... " (SRS 15).

36. Este rechazo se refiere no sólo al totalitarismo interno sino también "de cualquier tipo de imperialismo exterior... La verdadera democracia ha de ser respetuosa ante los derechos humanos de todos los hombres y minorías; impulsora de la subordinación de los intereses particulares de los individuos y grupos, no a los caprichos de las mayorías sino a las exigencias del bien común; por último ha de promover en todos sus miembros una libertad de conciencia que les haga no aceptar y no reconocer como ley más que lo que sea objetivamente bueno y justo. El espíritu democrático de un pueblo, si es auténticamente democrático, ha de ofrecer una situación justa de privilegio a sus sectores más débiles y a las víctimas de la sociedad. Su voz ha de ser especialmente escuchada. Sus denuncias deben ser acogidas con toda atención. Sus posibilidades de participación en la marcha de la sociedad han de ser privilegiadamente potenciadas. Cuando las voces de los débiles, de las víctimas, de los pobres son silenciadas o descalificadas, la democracia ha muerto. Ellos, como testigos calificados de la injusticia, constituyen el código vivo de los verdaderos derechos humanos" (A. GONZÁLEZ DORADO, Reflexiones sobre la nueva evangelización de Europa, PROYECCIÓN, 37(1990)286-287).

37. "Además de la familia desarrollan también funciones primarias y ponen en marcha estructuras específicas de solidaridad otras sociedades intermedias. Efectivamente estas maduran como verdaderas comunidades de personas y refuerzan el tejido social, impidiendo que caiga en el anonimato y en una masificación impersonal... En medio de esa múltiple interacción de las relaciones vive la persona y crece la "subjetividad de la sociedad" (CentAnnus 49).

38. "Hay que repudiar la lógica que conduce a ella (a la guerra), la idea de que la lucha por la destrucción del adversario, la constricción y la guerra misma sean factores de progreso y de avance de la historia" (CentAnnus 18)

39. El verbo que usa san Pablo y que se traduce por "reconciliar" significa originariamente la readmisión a la convivencia matrimonial de un consorte que la había roto, cfr. Diccionario teológico del Nuevo testamento, Sígueme, Salamanca 1994, T. IV, art. Reconciliación, pp. 41-43.

40. "Los sacerdotes "no conocían otra manera de amar a su Dios que clavando a los hombres en la cruz. Pensaron vivir como cadáveres y vistieron de negro su cadáver; hasta en su discurso percibo todavía el olor malo de las cámaras mortuorias... Mejores cánticos tendrían que cantarme para que aprendiese a creer en su Redentor, y más redimidos tendrían que parecerme sus discípulos" (Así habló Zaratustra. Obras completas, t. 3, p. 422).

41. Cf. B. LAMBERT, Las bienaventuranzas y la cultura hoy, Sígueme, Salamanca 1987, p. 56ss

42. Véase el número monográfico dedicado por SAL TERRAE, al tema de la "Búsqueda de la felicidad y fe cristiana"(N. 3, marzo 1989).

43. "La renuncia no es nunca asumible por sí misma. Hay que renunciar, sí, a uno mismo, a los deseos de la carne, que apetece contra el espíritu, pero siempre por algo mejor, por alguien que colma y satisface (cfr. Mc 8, 34; Gal 5, 24-25), que proporciona un deleite a medida del hombre interior, movido por el Espíritu".(J. ESPEJA, La espiritualidad laical entre la involución y la invención, ST 84 (1996) 703-720,). "Por el sufrimiento no se llega a ningún lado, sino al pozo sin fondo del dolor... La persona crece superando el sufrimiento y la desdicha. No es bueno sufrir, no es bueno el dolor, no es buena la desdicha, ni la tristeza, ni la miseria, ni la pobreza, ni mal alguno. El dolor causado libremente por los demás y por la estructura de injusticia del mundo es siempre malo en todo, antihumano, antidivino y es preciso evitarlo siempre luchando contra él, destruyéndolo, liberándose de él, evitando que mate y genere infelicidad... Es bueno buscar el placer, trabajar por la felicidad, ser dichoso, vivir bien, potenciar lo positivo, lo que hace disfrutar, lo que da alegría, contento, gozo profundo y optimismo..."( P. BURGALETA, Una Iglesia indicadora del camino de la felicidad, ST 84 (1996) 663.

44. E. OTTO - T. SCHRAMM, Fiesta y gozo, Sígueme, Salamanca 1983, p. 146-147.

45. "La comunidad cristiana no es un cenobio de ascetas, sino una fraternidad en la que todos trabajan por el bien común, para hacer la vida lo más agradable posible. Se busca el bien del otro, la felicidad del otro, la vida dichosa y bienaventurada" (J. BURGALETA, a. c. p. 676).

46. J. BURGALETA, a. c. pp. 662-663

47. "Las bienaventuranzas no ignoran ni el fracaso ni la ruptura. Conocen el sufrimiento que está ahí delante de cada uno de nosotros y que será inevitable hasta el final. Pero afirman igualmente la felicidad y la dan a saborear experimentalmente... Las bienaventuranzas son la respuesta más sabia que puede darse. No destruyen la fuerza de la historia haciendo que la escatología se realice de manera mágica... Dicen : la felicidad está en la historia. Germina en ella. Crece en ella... Las bienaventuranzas se construyen con nuestra muerte de cada día. Consiguen nuestra transubstanciación en vida. Por consiguiente el cuerpo resucitado encontrará al final la vida que en cada ocasión se haya tragado a la muerte, tantas veces como hayamos pasado de las antibienaventuranzas a las bienaventuranzas" (Lambert, o.c. p. 50).

48. Cf. el impresionante testimonio a este respecto ofrecido por V. E. FRANKL, en su obra El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1989.

49. Pueden verse en este sentido las acertadas reflexiones del Card. C. M. MARTINI en La alegría del evangelio, Sal terrae, Santander 1989.

50. SCHLIER, La carta a los Efesios, Sígueme, Salamanca 1991, p. 94.

51. Cf. todo el comentario de Schlier al cap. 1 de Efesios en la obra citada.

52. Cf. J. MOLTMANN, Dios en la creación, Sígueme, Salamanca 1987, pp. 287-288)

53. J"Qué maravilloso espectáculo el de Jesús empeñado en cambiar la suerte del pueblo, "maltrecho y derrengado" (Mt 9, 36), para engendrar la alegría y la alabanza "( Mt 9, 8). BURGALETA, a. c. p. 668.

54. "La paz del sábado es ante todo la paz con Dios, pero esta abarca no solo el alma sino también el cuerpo; no sólo al individuo sino también a la familia y al pueblo; no sólo a los hombres sino también a los animales; no solo a los seres vivientes sino también -como dicen los relatos de la creación - la creación entera del cielo y de la tierra. Por eso la paz del sábado abre también la paz con la naturaleza, por la que se preguntan hoy muchas personas al ver la creciente destrucción del medio ambiente. Pero no habrá "paz con la naturaleza" si no se experimenta y celebra el sábado" ( Moltmann, p. 288).

55. Cf. J. Moltmann, o. c. pp. p. 291-292.

56. Cf. F.OTTO, Fiesta y gozo, pp. 195-196. Sobre el sentido del domingo y esta buena noticia que es para los hombres, cfr. X. BASURCO, El domingo y su futuro. Nuevas coordenadas, ST 84 (1996) 927-938; Id. La sabatización del domingo: doble polaridad, SCRIPTORIUM VITORIENSE, XL (1993) 367-379

57. X. BASURCO, El Domingo... p. 937.