La figura del director espiritual I
P. Gabriel Ángel Villa Vahos
Muy exigente es también la función del director o padre espiritual, al que incumbe la responsabilidad del camino espiritual de los seminaristas en el fuero interno, y la de dirigir y coordinar los diversos ejercicios de piedad y de la vida litúrgica del seminario.
Así mismo es el coordinador de los otros sacerdotes autorizados por el Obispo para ser directores espirituales o confesores de los alumnos, a fin de asegurar la unidad de criterios en el discernimiento de la vocación. El director espiritual además de las dotes de prudencia, madurez afectiva y sentido pedagógico, debe poseer sólidas bases dé formación y dé cultura teológica, espiritual y pedagógica, junto- a una particular sensibilidad para los procesos de la vida interior de los alumnos.
El ministerio del sostenimiento espiritual exige ciertas cualidades personales, una cierta formación y una experiencia en los caminos del Señor, las cuáles no se pueden improvisar. A veces algunas personas, sin una preparación teológica suficiente, sin ciencia y experiencia en los caminos de la fe, intentan aconsejar al prójimo, pero inmediatamente surgen sus equivocaciones y sus lagunas.
El Director espiritual, como encargado de ofrecer a 1a comunidad y a cada persona, en la relación confidencial de la dirección espiritual, un acompañamiento seguro en la búsqueda de la voluntad divina y en el discernimiento vocacional, debe afinar su capacidad de acogida, de escucha, de diálogo y de comprensión, uniendo a ellas un buen conocimiento de la teología espiritual, de las demás disciplinas teológicas, y de las ciencias pedagógicas y humanas.
La dirección es un hecho esencialmente teologal y eclesial, distinta de la terapia o de la asistencia sicológica. El director espiritual es por consiguiente un testigo de la fe, experto en el gradual y humilde reconocimiento del plan de Dios sobre la vida de sus hijos.
El director espiritual es pues el primer guardián de la propia identidad y de los propios deberes irrenunciables e insustituibles, que no deben confundirse con los de otros operadores pedagógicos ni impropiamente ser sustituidos por otros tipos de intervenciones educativas.
Surge pues la inquietud sobre el tipo de personalidad y las características que debe poseer el director para cumplir adecuadamente su misión, en sintonía con los principios expuestos antes. Además de las dotes individuales será necesario cuidar de su preparación en los varios campos que abarca esta tarea interdisciplinar. Hablaremos de la experiencia necesaria para llevar a cabo este "arte de las artes", como lo llama S. Gregorio Magno: "El arte de las artes es el gobierno de las almas".
El ser representante de Dios y digno de confianza por parte de los creyentes que le confían los secretos más íntimos de su ser, supone un ministerio que debe efectuarse en espíritu de escucha de la Palabra y de profundo respeto por la conciencia de los otros.
a. Personalidad del director
Está constituida por las características subjetivas que están a la base de toda su intervención y que constituyen el fundamento de la ayuda fraterna y de la eficacia de sus intentos. Se pueden distinguir las cualidades humanas y aquellas derivadas del nivel espiritual.
• Disposiciones humanas de base: tiene su importancia porque influye de manera constructiva o destructiva sobre la relación mutua y sobre la confianza y cercanía.
Comprensión empática: esta disposición natural, que puede ser desarrollada con el ejercicio, se hace fundamental. Etimológicamente el concepto de empatía se debe distinguir del término afín simpatía. La simpatía (syn pathos = sentir con) se refiere básicamente a la afinidad de sentimientos, a un sentir bien; a sentirse atraídos por la presencia de los otros: supone una participación emotiva en las relaciones cercanas. La empatía (en pathos = sentir en, por dentro), en cambio contiene un aspecto más personal, más desligado de la experiencia subjetiva y comprende los sectores objetivos, cognoscitivos y emotivos de la experiencia de los otros, poniéndose desde su punto de vista.
El elemento característico de esta forma de conocimiento es el hecho de alcanzar el cuadro de referencia interno y de sumergirse en el mundo subjetivo de los otros, contemplando los hechos y las experiencias desde su punto de vista, según el modo de ver y de sentir el mundo. Tal comprensión no exige una plena identificación sin dejarse arrebatar por estados de ánimo, sino más bien la comprensión objetiva del otro.
Esta actitud empática pide una atención particular a dos dimensiones de la personalidad: las manifestaciones afectivas y perceptivas. La dimensión afectiva se refiere al tipo de sentimiento vital que está viviendo el dirigido en aquel momento. Es posible descubrirla mediante atención a sus expresiones no-verbales: expresiones del rostro, posiciones del cuerpo, gestos y reacciones. En cambio la dimensión perceptiva se refiere al significado que el dirigido confiere al hecho o experiencia que está transmitiendo. Puede ser más fácil de comprender que la dimensión afectiva, pero exige, en todo caso, poner aparte el modo de sentir y de ver y el esfuerzo por acoger objetivamente el ajeno.
Auténtica estima por la dignidad humana. Es indispensable la presencia de un alto grado de estima y de consecuente confianza en el valor del sujeto en toda su realidad actual y potencial en los valores que él debe asumir y realizar, un sentimiento de confianza en las posibilidades del individuo para el desarrollo de sus potencialidades y de llegar a la plenitud de la vida.
Esta consideración positiva y este amor or el dirigido no depende de determinadas condiciones, por ejemplo de la ausencia de ciertos defectos o conductas reprobables. Se acepta y se estima al otro como persona, en todas sus circunstancias históricas y culturales y en sus proyectos e iniciativas. Tal actitud facilita también un clima de transparencia y de autenticidad de los interlocutores.
Madurez afectiva. Para concretar este tipo e relaciones se pide una afectividad madura. Consiste sobre todo en una actitud oblativa, en la real capacidad de tener un
amor desinteresado por el otro, al servicio del crecimiento, sin segundos fines y sin estar a la búsqueda de satisfacciones humanas o de agradecimientos. El director sabe que no está construyendo su dominio, su propiedad, sino el Reino de Otro. Por esto excluye todo paternalismo o arbitrariedad para establecer una relación de diálogo y de servicio.
Tolerancia ante la frustración. Dado que la dirección supone un encuentro continuo can personas inmaduras, con personas que no poseen todavía el equilibrio humano y por ende están sometidas a frecuentes oscilaciones de humor y de aspiraciones, el trato de madurez emotiva que se manifiesta como tolerancia ante la frustración, se revela particularmente necesaria.
En las crisis que puede experimentar el creyente esta seguridad dará al formador la fuerza para no asustarse por las circunstancias y para cumplir lúcidamente su misión en esos momentos difíciles. El frecuente abandono del propio camino, quizá en las personas que más prometen, provoca constantes desilusiones, que se hacen particularmente frustrantes.
Capacidad de comunicación. Otra disposición de base, para la relación de auténticas relaciones espirituales, es la capacidad de comunicación y de sincero diálogo. Ésta se manifiesta particularmente en la habilidad de reflexionar con el interlocutor el mensaje integral transmitido por él. Esta reflexión del mensaje verbal o no verbal, constituye un medio extraordinario para favorecer el autoconocimiento y la autovaloración. Esto desarrolla una conciencia cada vez más clara de la propia situación incluidos aquellos aspectos en los cuales, a causa de los mecanismos de defensa como la represión y la proyección, no logra tomar conciencia de los lados oscuros o reprimidos de la existencia.
Si el director posee una suficiente aceptación y estima de sí mismo, con una visión positiva de los propios talentos y cualidades, esto se refleja espontáneamente en una comunicación positiva y en la percepción objetiva del otro, que a su vez se manifiestan en la acogida plena de su mensaje. Si por el contrario ésta es negativa por antipatía, por temor, la comunicación se interfiere o se cierra inconscientemente. Si el acompañante posee un concepto negativo de sí, percibirá fácilmente en una luz parcial o incompleta el complejo mensaje existencial del dirigido, el cual a su vez, reaccionará probablemente con desconfianza hacia la relación intersubjetiva.
• Disposiciones espirituales
Experiencia de Dios y de oración. Cae bien aquí el principio pedagógico "se enseña más por lo que se es que por lo que se es que por lo que se hace". El director debe ser "palabra viviente".
Sabiduría espiritual. Atenta y prolongada escucha de la Palabra para conquistar la "sublime ciencia del Espíritu". Esta ciencia de Dios perfecciona la virtud de la prudencia, que conduce a elegir en toda circunstancia los medios idóneos para alcanzar el ideal, teniendo en cuenta las circunstancias actuales y las posibilidades del sujeto. La falta de criterio o de buen sentido difícilmente se pueden suplir, y hacen la dirección bastante peligrosa a causa de la irreflexión y de la precipitación.
Actitud de servicio a los hermanos. El director cumple su misión en espíritu de amor y de servicio a los hermanos. Él cumple un ministerio verdaderamente evangélico y con su ejemplo busca "no ser servido, sino servir y dar la vida".
El director sabe que en la visual del Evangelio aquel "que quiera ser el primero será el servidor de todos" . Desde esta perspectiva encontrará nuevas luces y nuevas energías para perseverar en su delicada' tarea y para estimular a otros a una progresiva identificación con los sentimientos salvíficos dé Cristo.
Espíritu de esperanza cristiana: La tolerancia ante la frustración reencuentra su correspondiente complemento en la esperanza cristiana, hecha de confianza en sí mismo, en el otro como hijo de Dios y sobre todo en el Señor resucitado. Él es el agente principal del crecimiento espiritual. El responsable y sólo el instrumento de Dios al servicio del Evangelio. Una vez que ha cumplido su deber, debe confiar en el Señor que llevará a cumplimiento lo demás. Debe poseer por lo mismo un vigoroso optimismo, fruto de una fe viva en el poder del Espíritu Santo. Esta mirada de confianza y de coraje es particularmente indispensable en los momentos en los cuales él y el fiel se sentirán oprimidos por los problemas y las tensiones.
• Formación teológico-espiritual
Sí bien el ministerio está ciertamente suborinado a la acción de Dios, no obstante su estatura intelectual y espiritual reviste un importancia extraordinaria. Observa santa Teresa, "debe ser un hombre de espíritu pero si no es también docto (preparado) es grandísimo el inconveniente". San Juan d la Cruz agrega: "para guiar un espíritu, la ciencia y la discreción son fundamentales Esta preparación consistiría en:
* Una conveniente formación teológica. Estoes importante teniendo en cuenta que el director espiritual tiene la misión de favorecer un proyecto de fe global y dinámico, abierto a las más altas vetas de la santidad.
Conocimiento de los secretos de Dios. Es indispensable que e1 director tenga un adecuado conocimiento de los planes del Señor con respecto al proceso gradual que él habitualmente sigue en los fieles.
Comprensión de la psicología humana. El recurso a las ciencias humanas es particularmente importante en este campo para entender la persona humana, su situación psicológica, sus puntos fuertes y débiles, el posible influjo de los mecanismos inconscientes que pueden anular, o por lo menos frenar, la apertura a Dios y el crecimiento en la fe. El conocer al sujeto en toda su realidad posible es de una gran utilidad para una más segura dirección de las personas.
Experiencia personal. La adecuada preparación del director dura toda la vida. Se perfecciona a través del estudio y la experiencia que proporcionan perspectivas siempre más amplias y mayor seguridad en el actuar. Por experiencia se entiende el conocimiento de los caminos del Señor que se obtiene directamente con el ejerció personal de la vida interior y con el contacto con las personas.
(Fuente: P. Gabriel Ángel Villa Vahos, colombia, en OSLAM n. 53)
|