|
MINISTERIO DIACONAL EN LA IGLESIA EVANGELIZADORA
La población mundial anda hoy por alrededor de los seis billones de habitantes, presentando a la Iglesia el siguiente desafío: 23% de esos seis billones declaran no tener fe; 44% de esos seis billones no tienen ninguna vinculación con Jesucristo: son musulmanes, budistas, sintoístas y otros; 33% de esos seis billones conocen a Jesucristo y están marcados en sus vidas por él: son los cristianos, de los cuales poco más del 17% de ese total mundial son católicos. De ahí la necesidad urgente de evangelización de todo el mundo.
La Iglesia debe llevar a todos el mensaje de Jesucristo. Para eso, no solamente mantiene con los cristianos evangélicos un diálogo ecuménico, sino que se empeña en asegurar con los no cristianos el “Diálogo Interreligioso”. La Iglesia quiere alimentar el celo misionero y mantener con todos un diálogo de fe, a fin de que Dios, revelado por Jesucristo, esté más presente en las personas y en la sociedad. Pues bien, los diáconos son discípulos de Cristo y están llamados a ser misioneros del mundo. El horizonte de su trabajo apostólico es el mundo entero.
La Exhortación post-sinodal “Evangelii Nuntiandi” del Papa Pablo VI expresa muy bien la misión de la Iglesia Evangelizadora. Es la misma preocupación del Papa Juan Pablo II, que proclama una NUEVA EVANGELIZACIÓN, como una llamada a las comunidades católicas para reavivar la fe y transmitirla a los demás.
Estamos llegando al fin del siglo y del milenio y constatamos en la humanidad una situación de pobreza y de desesperanza.
El mundo vive hoy una gran desilusión y desánimo. Existen graves conflictos sociales y nacionalismos exacerbados en Ruanda, Angola y en Yugoslavia. No se sabe, no se logra vivir fraternalmente. El Planeta Tierra vive un creciente empobrecimiento, con precarias condiciones de vida. Hay problemas de contaminación del aire, del agua; hay bolsas de pobreza hasta en los mismos países ricos, como Estados Unidos y Canadá.
Todo esto son dificultades para la Iglesia en la misión de evangelizar el mundo entero, de promover y defender la vida en todo el mundo. Para esto vino Jesucristo a la tierra hace dos mil años.
En este momento de la historia nos reunimos para reflexionar sobre el diaconado permanente que está creciendo, especialmente en el Continente Americano. El diaconado permanente fue una realidad importante en el inicio de la Iglesia. Ahora, en nuestros días, la Iglesia Católica está viviendo una nueva era diaconal.
Nosotros, los ministros ordenados, obispos, presbíteros y diáconos, estamos llamados a promover la comunión. Somos un grupo al servicio del pueblo de Dios. Nuestra misión es la de llevar al pueblo de Dios a la Comunión y a la Santidad de vida. Somos servidores de la Comunión. Somos servidores del pueblo de Dios, para que él pueda cumplir su misión de ser, en nombre de Cristo, sal, luz y fermento de la humanidad.
La misión de los diáconos está ligada al Cristo Siervo. Esta es su identidad. Ella pone en evidencia y potencializa para todo el pueblo de Dios la dimensión del servicio. Su nota característica es la estola; la estola recuerda la toalla del lavatorio de los pies. El lavatorio es el gesto de la actitud diaconal de Cristo. El diácono es el servidor de los servidores. El debe enseñar a los otros a servir como Jesús servía. El diácono permanente es la imagen, el icono de Cristo diácono; es la imitación de Cristo: “Seréis felices si os comportáis así”. Contemplando al diácono debemos comprender la alegría del servicio. Para vivir así, el diácono debe buscar el alimento en la Palabra de Dios y en la Eucaristía.
En el diaconado, la Palabra y la Eucaristía motivan y potencian el ejercicio de la caridad que, desde el tiempo de los Apóstoles, es prioritaria en la práctica de este ministerio. Este tiene la misión de sustentar, en la Iglesia, la alegría del servir.
Resaltamos dos características de los diáconos permanentes con relación a los laicos y a los presbíteros:
1ª. Así como existe en el matrimonio cristiano un amor conyugal, específico y diferente de los otros, por ser total y definitivo, así también existe un servicio definitivo y total que es propio del diácono, con una gracia sacramental. El diácono consagra toda su existencia a Dios para servir. Los demás servicios, ejercidos por los laicos en la Iglesia son necesarios, pero no tienen la marca de la consagración total propia del diácono.
El diácono es, en la Iglesia, el puente entre la Jerarquía y el Laicado. Y esto, porque él vive en medio del mundo, participando plenamente de la vida de los laicos como ministro consagrado. El diácono es la expresión del ministerio ordenado, lo más próximo posible de la realidad laical y del protagonismo de los laicos. Al lado de los laicos, que quieren santificar el mundo con su propia vida, están aquellos que son ministros consagrados y que, por el testimonio de su presencia en las mismas realidades, ayudan a los laicos a vivir los valores cristianos.
2ª. Con relación a los presbíteros, el diácono permanente aporta su amplia experiencia de inserción en la vida familiar, profesional en el mundo.
El diácono permanente debe ser “un hombre de oración”, un hombre de Dios”, como hombre casado y cabeza de familia, con una vasta y valiosa experiencia de vida en las varias profesiones. Puede ayudar a los presbíteros, especialmente a los más jóvenes.
De este modo, más insertado en el mundo que el presbítero, que ejerce principalmente la misión profética y sacerdotal, el diácono permanente está al servicio de la vida y colabora en el hacer surgir, en la promoción y en el discernimiento de los servicios y ministerios de los cristianos laicos y laicas. El diácono está cercano al dolor del mundo, experimenta la dureza y las pruebas de la vida, y por eso tiene sensibilidad especial hacia el sufrimiento de los pobres.
¿Cuál es la llamada que hace Dios a los diáconos en este comienzo de milenio? El diaconado ¿qué dirección ha de tomar?
Recordando Hch 6, 1-6, vemos que los siete primeros diáconos fueron elegidos por los Apóstoles para socorrer a las viudas y a los pobres.
El diácono como misionero está llamado a ejercer el ministerio de la caridad y a ayudar al pueblo de Dios a transformar la sociedad llevando la fe y el amor cristiano al mundo, mostrando a los hombres y mujeres de hoy que Dios es Padre, por el testimonio de su vida.
Hoy, los diáconos están llamados también a socorrer a los pobres, los emigrantes, las viudas, los niños de la calle. ¿Si hay muchos niños de la calle, no será porque faltan diáconos, servidores de Cristo, ministros de la solidaridad que potencian en las comunidades la práctica de la caridad de Cristo?.
Necesitamos más apóstoles de la caridad, con opción por los más pobres, preocupados por la dignidad de los pobres, a la luz del Evangelio, por la salud, el bienestar y la educación de la gente más necesitada.
América es el continente con la mayor población católica del mundo y Brasil es el país que posee el mayor contingente de católicos bautizados. Debería, por eso, convertirse en el país de la verdadera caridad. Para eso, puede contribuir mucho el servicio cualificado de los diáconos. Pero, ¿no están ya los católicos de Brasil acostumbrados a ver pobres, muchos pobres, y a no hacer todo lo posible para auxiliarlos?.
Tenemos en Brasil más de siete mil parroquias; si cada una se dedicase a resolver los problemas de los más pobres, mucho ayudaría a solucionar los problemas sociales a nivel local, regional y hasta nacional, sin eximir, por ello, a los gobernantes de su responsabilidad.
En América Latina, la Iglesia hizo hace tiempo opción por los pobres, pero lamentablemente esta opción se queda muchas veces en los documentos. Hay ministros de la caridad que continúan preocupados por el propio bienestar o con la belleza del templo, cambiando coche, comprando un lugar, mientras su corazón continúa duro e insensible hacia el sufrimiento y las necesidades de los hermanos. Los diáconos permanentes no deben imitar los defectos de aquellos que, aun ministros ordenados, se olvidan de los pobres. Todos deberíamos aprender de los diáconos el servicio a los más pobres para construir la nueva sociedad que Dios quiere: gente que tiene trabajo, comida, salud, educación, viviendo con alegría en el seguimiento de Jesús, conducidos por el Espíritu, en el amor del Padre.
Al mismo tiempo que los diáconos desarrollan su acción ministerial sacramental, deben también, como “oído y ojo del obispo”, abrir la Iglesia al descubrimiento del compromiso de caridad y de la transformación social.
La Iglesia en Brasil necesita renovarse siempre más en una Iglesia verdaderamente diaconal, acogedora, misionera, siempre en formación permanente y conversión para realizar su misión. La Iglesia será comunión y participación solamente cuando haya movimiento de caridad. La organización de la dimensión social de los servicios de la Iglesia es propia, en primer lugar, del diaconado. Mucho esperamos del testimonio de vida de los diáconos permanentes para la organización del servicio de la caridad en la Iglesia hoy.
Que la alegría del servicio de los diáconos asegure a toda la Iglesia el redescubrimiento de la alegría mesiánica de Jesús Servidor y Salvador.
Itaici (SP)
|
|