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El Código Da Vinci: ¿una broma o la estafa de un cínico?

 

 El fenómeno El código Da Vinci El libro El código Da Vinci y sus consecuencias se han convertido en un fenómeno social. Pero para muchos católicos la reacción que produce, aparte de indignación, es sorpresa. Hay muchas razones para sentir estupor ante su éxito: que siendo tan deficiente genere tanto entusiasmo, que se lea como una novela y se sienta como una “Biblia”, que miles de católicos la lean pasivamente, que haya generado tantos libros relacionados, que a pesar del largo proceso de secularización aún triunfe el anticlericalismo, que el éxito dure tanto hasta el punto que se acabe de editar una edición de lujo, encuadernada en tela, papel satinado y fotografías en color.  Sorprende el contraste entre la autoridad y autoconfianza del autor con la defectuosa documentación que muestra. Sorprende la indiferencia que muestran los lectores ante los errores que detectan. Pero lo que más sorprende al lector informado es la inmensa cantidad de errores que contiene. Produce una sensación de vértigo comprobar, por uno mismo o gracias a diversos comentaristas, que Dan Brown se equivoque tantas veces y en tantos campos distintos.  Demuestra que El código Da Vinci es un fenómeno extraliterario que a los entusiastas de la criatura de Dan Brown no les afecte en lo más mínimo las equivocaciones denunciadas por críticos literarios y polemistas católicos. Las contemplan con una absoluta indiferencia a pesar que las equivocaciones son muchas y muy graves.  Tantas hay, tan variadas y de tanta gravedad que Dan Brown ha superado todas las licencias permitidas a un escritor y mete su obra en la categoría de estafa.  Tantas hay, tan variadas y de tanta gravedad que el autor del presente artículo piensa que sólo es posible explicarlas si están escritas a propósito ya que es imposible ser tan ignorante e incompetente.  Los mil y un errores de El código Da Vinci Dan Brown se equivoca en absolutamente todos los ámbitos del saber que aparecen en la obra. Comete errores en la geografía, la política, la historia, el urbanismo, astronomía, la arquitectura, las características de la religión del Imperio romano, la historia del cristianismo, la historia del judaísmo, la organización de la Iglesia Católica, la historia del arte, el simbolismo, los métodos policiales y los sistemas de seguridad.  Veamos una muestra. Sólo un ejemplo por tema para no aburrir al lector.  Geografía: no es posible ir de Andorra a Oviedo en tren sin hacer transbordos, aparte de que en Andorra no hay tren. Política: al que comete un delito en Francia no se le puede encarcelar en Andorra como hacen con Silas. Historia: Godofredo de Bouillon no era un rey de Francia. Era duque. Urbanismo: Mitterrand no llenó París de monumentos egipcios. Eso se hizo en el siglo XIX y tampoco hay tantos. Astronomía: Venus no dibuja un pentagrama perfecto en el cielo. Arquitectura: los templos circulares no son típicamente paganos. Al contrario, los templos griegos y romanos eran rectangulares. Religión greco-romana: los griegos y los romanos no adoraban a “la Diosa”. Eran sociedades patriarcales. Historia del cristianismo: los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan no fueron escritos en el siglo IV sino entre los años 60 y 120 d. C. Historia del judaísmo: nunca se realizó la prostitución sagrada en el Sanctasantórum del Templo de Salomón. Organización de la Iglesia Católica: El Papa no le pediría al Opus Dei que se convirtiera en una iglesia cristiana por pleno derecho, ¿cómo va a provocar él mismo un cisma? Arte: La Virgen de las Rocas del Louvre no está delante de la Gioconda sino en otra sala y no mide un metro y medio sino dos. Simbolismos: la cruz de brazos iguales aunque sea anterior en mil quinientos años al cristianismo no es un símbolo pagano. Ahora es plenamente cristiana. Métodos policiales: un policía francés no puede ir a la Gran Bretaña sin permiso y menos dar órdenes directamente a la policía británica. Sistemas de seguridad: el Louvre sí confía en el uso de cámaras de vigilancia.  Y los errores son de todos los calibres conocidos: errores por elegir hipótesis arriesgadas, errores por interpretar en exceso, errores al llenar vacíos históricos, errores al confiar en fuentes poco fiables, errores que todo el mundo comete, errores por no comprobar los datos que se recuerdan vagamente, errores por ignorancia culpable, errores por precipitación, errores de documentación.  El código Da Vinci es casi una enciclopedia de los errores. Podría ser un buen instrumento para enseñar lo que no debe hacerse y mostrar las tentaciones a las que se ve sometido un escritor y las consecuencias que conlleva: el amor por las teorías alternativas y cuan menos oficiales mejor llevan a optar por el matrimonio de Jesús con María Magdalena; la audacia interpretativa hace caer en las afirmaciones grotescas sobre La última cena; las ganas de provocar producen los comentarios sarcásticos e insultantes sobre Francia; la repetición acrítica de tópicos de personas cultas poco informadas conllevan la memez que en el Concilio de Nicea se proclamó la divinidad de Jesucristo, que la Iglesia quemó cinco millones de mujeres acusadas de brujería y que los escritos de Qumram hablan del cristianismo; la prisa en terminar produce el uso anacrónico e impropio del concepto “Vaticano” o el llamar “monjes” a los numerarios del Opus Dei; la pura ignorancia permite la barbaridad que no aparezca por ninguna parte la Iglesia Ortodoxa Griega, que se atribuyan tantas decisiones a Constantino y la visión simplista y monolítica del paganismo; la incompetencia en documentarse lleva al delirio de decir que Andorra es un lugar estéril y abandonado, que los numerarios del Opus Dei visten hábito frailesco, que la Gran Galería del Louvre tiene una sola entrada o que los vehículos blindados franceses no llevan sistema de detección por satélite; y la dependencia confiada y acrítica en fuentes dudosas como El enigma sagrado producen monstruos variados.  Los errores de El código Da Vinci son voluntarios.  Todos los errores podrían atribuirse a la ignorancia, la incompetencia o la mala fe. Pero la verdad es que la acumulación de errores es tan extraordinaria que se tiende a pensar en una voluntariedad y una clara conciencia como causa de tanta equivocación, sobretodo recordando la reflexión del Padre Brown, el personaje de G.K. Chesterton, contenida en el cuento “El duelo del doctor Hirsch” de la obra La sabiduría del Padre Brown

“- El que escribió la nota conoce todos los hechos –dijo secamente el clérigo-. Nadie sería capaz de falsificarlos tanto sin conocerlos. Hay que saber mucho para mentir en todo, como el diablo. (…) el hombre que miente a la ventura dice alguna verdad.

 Suponga usted que alguien le mandara en busca de una casa con puerta verde y ventana azul, con jardín delante, pero sin jardín detrás, con un perro, pero sin gato, y en donde se bebe café, pero no té. Dirá usted que si no encuentra esa casa, todo era una mentira. Pero yo digo que no. Yo digo que si encuentra usted una casa cuya puerta sea azul y cuya ventana sea verde; que tenga un jardín detrás y no lo tenga delante; en que abunden los gatos y se ahuyente a los perros a bastonazos; donde se beba té a todo pasto y esté prohibido el café…, podría estar seguro de haber dado con la casa. Quien le dio las señas debía conocer la casa para mostrarse tan cuidadosamente descuidado.”

 Y es que hay algunos errores en El código Da Vinci que sólo se pueden cometer después de una cuidadosa documentación de la verdad. Son pocos pero creemos que suficientes para demostrar que Dan Brown se equivoca con conocimiento.  En el capítulo 3 Dan Brown nos sumerge en una larga descripción del París que se puede ver mientras Robert Langdon va hacia el Louvre en un coche de la policía. El relato del viaje dura unas cinco páginas y al menos hay veinte referencias geográficas, que parecen demostrar lo mucho que se ha documentado el autor. Pero va el conductor del coche y… ¡Entra en el Parque de las Tullerías! Y es por allí por dónde llega a la explanada del Louvre.  Técnicamente eso se puede hacer: sólo hace falta romper una reja de hierro, bajar por unas escaleras, esquivar bancos del parque y atravesar parterres. Y Dan Brown sabe donde está el coche ya que menciona los senderos de gravilla, explica lo que se puede ver desde un punto del Parque…  Un escritor poco viajado y que necesitara de mapas no podría haberse equivocado tanto: habría hecho girar el coche por la calle Rivoli y hacerlo entrar en el Louvre por la entrada para coches de la Ala Richelieu, entrada que conoce perfectamente Brown ya que más adelante Sophie y Langdon huyen por ahí. No estamos ante un error involuntario. En el capítulo 30 Sophie Neveau arranca de una pared del Louvre La Virgen de las rocas de Leonardo. Del cuadro se afirma que mide metro y medio. Cinco pies en el original. En realidad mide un metro y noventa y nueve centímetros. Es decir seis pies y medio. Si Brown hubiera omitido las dimensiones estaríamos delante de un autor que no se documenta pero sabemos que sí es capaz de hacerlo cuando afirma que La Gioconda mide “casi ochenta centímetros”, cosa cierta ya que tiene setenta y siete. Tampoco es una información erudita ya que si se escribe “Virgin of the rocks Louvre” en Google en inglés aparecen miles de webs en las que se da la información correcta. Así que este error tiene que ser intencionado.  En el capítulo 32 se describe el itinerario de Sophie y Langdon en un Smart desde el Louvre hasta la Embajada de los EEUU. El trayecto real es muy sencillo. Louvre-Calle Rivoli- Plaza de la Concordia- Avenida Gabriel-Embajada. Todo en línea recta. Dan Brown lo convierte en un largo y estrambótico viaje lleno de curvas.  El autor se complace en los detalles. Hay hasta quince referencias geográficas. Y ellas permiten mostrar como el trayecto de la novela es imposible y que el autor califica a la Plaza de la Concordia, como una simple “rotonda, esta más ancha” sin aprovechar la ocasión de la visión del Obelisco para hacer alguna digresión insultante sobre la virilidad de los franceses. ¡Para equivocarse como lo hace Dan Brown hay que tener un plano delante!  En el capítulo 35 Sophie idea un ingenioso plan para despistar a la policía. Se llega a la estación de Saint-Lazare y allí compra dos billetes de tren para Lille. Pero no sube al tren sino que escapan en un taxi. No es mal plan, sólo que para ir a Lille hay que subirse en la Estación del Norte (Gare Nord). Podría ser un error inadvertido de alguien que no sepa que en París hay más de una estación pero el detallismo de la escena lo hace sospechoso: los dos protagonistas ven a los paneles de información mostrar la palabra Lille y su hora de salida, se menciona que compran los billetes para Lille, pueden ver personalmente el tren a Lille estacionado en el andén, y oyen a la megafonía anunciar la salida del tren a Lille. Más tarde la policía detiene el tren a Lille para registrarlo. Muchos “Lille”. Un escritor poco documentado y convencido que se puede ir a Lille desde la Gare Saint-Lazare se hubiera limitado a describir sencillamente la acción. Tanta insistencia hace sospechar intencionalidad.  El código Da Vinci como un montaje editorial ¿Pero por qué se equivoca a propósito? Esto hay que explicarlo ya que mentir con plena conciencia es fácil de entender pero equivocarse intencionadamente no. Especialmente cuando el error no sirve para nada.  Una cosa es afirmar falsamente la manipulación de los evangelios por parte de la Iglesia y otra equivocarse en las medidas de un cuadro de Leonardo. La primera mentira puede ser comprensible si el autor se dirige a unos posibles lectores anticristianos, la segunda no.  Una cosa es afirmar falsamente que Clemente V es el responsable de la detención de los templarios y otra equivocarse en un trayecto por París. La primera mentira tiene sentido en una obra anticatólica pero el error no. ¿Cómo le puede beneficiar los errores en la documentación? ¿De qué sirve cometer errores que lo podrían desacreditar? Hay tres posibilidades.  La primera es que Dan Brown es un bromista y ha llenado su obra de errores para demostrar que los lectores y los críticos son imbéciles.  La segunda es que el error forma parte de una técnica de escritura para confundir al lector.  La tercera es que Dan Brown es lo suficientemente inteligente para saber que el error vende.  La primera opción no es un absurdo. No sería la primera vez que alguien realiza engaños para demostrar los fallos en los sistemas de control o la credulidad de la gente. James Randi, el conocido ilusionista norteamericano empeñado en desacreditar a los parapsicólogos, quiso comprobar la credulidad de la prensa australiana.  Se presentó como un nuevo Uri Geller americano y para reforzar su posición dio unos resúmenes de la prensa americana totalmente falsificados. ¡Hasta los nombres de los periódicos eran falsos! Una sola llamada a EEUU hubiera desenmascarado a Randi pero ningún periodista comprobó los datos que se les presentaba y el nuevo psíquico gozó de fama durante semanas hasta que el propio Randi confesó el engaño.  En 1978 el ufólogo Félix Ares quiso comprobar como desde los medios de comunicación se pueden inducir avistamientos de ovnis. Con un equipo creó un falso ovni con luces de colores en un monte de Guipúzcoa. El experimento fue un éxito ya que se generó una oleada de avistamientos por todo Euskadi y  hasta el inefable J.J. Benítez se dedicó al caso añadiéndole espectacularidad al avistamiento en sus reportajes. La segunda opción es una realidad en la novela. La gran cantidad de errores e incorrecciones confunden al lector y unidos al gran detallismo de las descripciones producen una sobrecarga que reducen su sentido crítico empujándolo a aceptar las tesis del autor.  Las técnicas de la sobrecarga de información y del lanzamiento de mensajes contradictorios son conocidas por las sectas destructivas. Pero una cosa es afirmar que esta técnica se usa en la novela y es una de las razones por las cuales tantos lectores se han tragado las barbaridades de El código Da Vinci (cosa que hacemos) y otra es afirmar que Dan Brown lo hace a propósito. De eso no nos atrevemos. Y por tanto rechazamos esta opción como la causa de los errores voluntarios.  

El error vende

 La tercera opción es menos evidente pero igualmente cierta. El error vende. Francis Fukuyama es mundialmente famoso por la profecía más rápidamente refutada de la historia de la Humanidad: “el fin de la historia”. Samuel P. Huntington es famoso gracias a los ataques que recibió El choque de las civilizaciones.  Es ampliamente sabido por todos los articulistas que reciben más notoriedad inmediata los errores que los aciertos. Y da más fama que te critiquen en la prensa a que te alaben. No hay nada para el brillo intelectual moderno, al menos a niveles populares, que mostrarse como un valiente defensor de teorías alternativas y polémicas que tengan el desprecio, supuesto o cierto, de la mayoría de los expertos. ¡Y si hay algo que da un prestigio inmediato es que te ataque la Iglesia Católica!  Es posible que Dan Brown, ante la mediocre acogida de sus primeras novelas, pensara que es mejor que hablen de uno aunque sea mal y así eligió las hipótesis más extremas y más ofensivas para el catolicismo y llenó de errores su segunda novela. De esta manera se garantizaba unas cuantas protestas eclesiásticas y el escándalo de críticos de arte e historiadores.  Que Dan Brown es un católico bromista o un erudito con ganas de mostrar la ignorancia general de la gente sólo se puede demostrar con una confesión del autor, cosa que no ha sucedido aún. Además, que El código Da Vinci sea la cuarta novela del autor contradice bastante esta opción y obliga a rechazarla. Que Dan Brown llenó su obra de errores como una técnica deliberada para crear confusión necesitaría, igualmente, una confesión o una investigación externa y podemos rechazarla sin problemas. Y si no son unas es la otra: Dan Brown llenó su novela de errores para conseguir el éxito.  Pero hay que reconocer si Dan Brown quiso utilizar los errores para provocar escándalo y polémica fracasó en su empeño. ¡El éxito llegó antes que el escándalo! Primero gustó a la gente y los lectores empezaron a recomendarse y prestarse la obra mucho antes que ningún crítico se fijara en ella. Llegaron antes las segundas y terceras ediciones que las lecturas atentas de los católicos. De hecho si provocó sorpresa indignada entre los críticos literarios más serios y repugnancia e indignación en círculos católicos fue por su éxito.  El autor de este texto no leyó la obra hasta que estuvo en boca de todo el mundo y el ejemplar lo consiguió de su suegro a quien se lo había prestado un amigo entusiasmado. Los católicos estamos tan acostumbrados a obras y novelas que “tumban” los cimientos de la Iglesia que una más solo despierta indiferencia. Lo que nos ha obligado a leernos la obra y mirárnosla con lupa es verla cada día en el metro y en el tren leída por tres o cuatro viajeros y oír a parientes y amigos hablar de ella. Si la obra ha tenido éxito es por que ha conectado con el público de una manera intensa y poco frecuente y ¡Ni Dan Brown sabe como lo ha hecho! El porqué debería ser estudiado. Seguro que nos proporcionaría claves sobre la mentalidad moderna. Pero las razones de la conexión de El código Da Vinci con la mente popular moderna debe ser tema de otro estudio. Pero volvamos a los errores. Estos existen. Hay muchos. ¡Muchísimos! Estos son graves. ¡Gravísimos! Para explicarlos sólo nos quedan dos opciones. O lo hizo a propósito o no lo hizo a propósito.  Si el error es intencionado nos encontramos ante el  truco de un escritor para conseguir un poco de éxito. Pero si no lo son, si lo errores son involuntarios entonces ¡Estamos ante un prodigio intelectual: el record mundial de ignorancia e incompetencia! Si se equivocó sin querer, Dan Brown es el más incapaz e iletrado de los escritores del mundo. Si eso es así no encontraríamos con un cerebro que funcionaria como un agujero negro del saber: todos los conceptos culturales que entran no salen o salen modificados como en un universo paralelo.

 

La verdad es que si nos aferramos a la teoría del error intencionado es porque un abismo tan profundo y oscuro de analfabetismo, incompetencia, ignorancia y estupidez en una persona escolarizada y con título universitario nos produce un vértigo angustioso difícilmente soportable. Evidentemente el lector puede tener un carácter más resistente que el nuestro o un conocimiento del ser humano superior y optar por la estupidez de Dan Brown. Pero a nosotros nos parece imposible la existencia de nadie tan profundamente ignorante bajo una apariencia tan civilizada y culta y por eso creemos razonable afirmar que se equivoca intencionadamente como una maniobra de promoción de su obra.

(Artículo de Ardadi Viñas aparecido el 21 de enero 2005 en FORUM LIBERTAS)