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PROPUESTAS PARA QUE LA V CONFERENCIA DEL CELAM
MARQUE EL INICIO DE UNA NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA

III


Víctor Manuel Fernández

Doctor en Teología
Vicedecano de la Facultad de Teología
de la Universidad Católica Argentina


3. “TENGAN VIDA EN CRISTO”
Si realmente partimos de las aspiraciones legítimas de nuestros pueblos, de las semillas de
vida que el Espíritu siembra por todas partes, y especialmente en los bautizados, muchos de
ellos orantes a su modo, entonces tenemos que precisar que no pretendemos llevar vida allí
donde sólo reina la muerte, sino que queremos llevar más y mejor vida a nuestros pueblos.
El desafío es entonces despertar en los agentes pastorales la pasión por hacer crecer y
madurar la vida que late en medio de nuestros pueblos. En este sentido, podemos
proponernos llevar a su plenitud el encuentro con Jesucristo que de diversas maneras viven
nuestros pueblos. Se trata de enfrentar los signos de muerte, pero también, positivamente,
de hacer crecer la vida allí donde ya está latiendo de diversas maneras.
a) Unir mejor lo natural y lo sobrenatural en nuestra propuesta
El DPa parte del anhelo de vida de la gente, y dice que “como cristianos no queremos
separar los anhelos que brotan de nuestra naturaleza humana de la luz de la fe” (DPa 5). No
obstante, esta unión de las dos cosas muchas veces se presenta de tal manera que a muchos
les suena como una absorción. Se percibe como si todos los anhelos de felicidad de las
personas fueran perdiendo sus expresiones mundanas para alcanzar su verdadera
realización sólo en la oración o en el culto. En este caso se presenta el encuentro con Dios
como respondiendo a los anhelos humanos, pero en definitiva eliminándolos en su forma
propia. De este modo la propuesta parecería ser una especie de ideal monástico mal
entendido, donde ya ni siquiera cabría agradecer a Dios la comida, el encuentro con la
naturaleza, las relaciones humanas, el gozo de trabajar, progresar y ser fecundos, etc. En
este caso, con la buena intención de reaccionar contra el consumismo hedonista, caeríamos
en ciertas propuestas protestantes puritanas muy cercanas al jansenismo.
“Vida en Cristo” tiene que ver con la dignidad humana que se expresa en la comida, en un
techo, en una compañía fraterna, porque es la vida de aquel que nos dice: “Tuve hambre y
me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber” (Mt 25, 35). La vida en Cristo habita
en ese imperioso llamado que él mismo dirige a los creyentes cuando se sitúan ante una
multitud necesitada: “Denles ustedes mismos de comer” (Mt 14, 16). Aquí hay un signo de
vida para los mismos agentes pastorales, porque la Revelación nos enseña que “sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3, 14).
Es también la vida del que confía sólo en Dios, pero que viviendo de Dios descubre que es
el Padre que también ama nuestra felicidad, el disfrute terreno, porque dice la Biblia que él
“nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos” (1 Tim 6, 17). Allí también
está la voluntad de Dios.
Por eso, situándonos ante este ofrecimiento de vida integral que la Revelación nos presenta,
tenemos que reafirmar que creemos en la vida que nunca se acaba y que se hace plena sólo
después de la muerte, pero que también creemos en la vida antes de la muerte. En esta línea
no podemos dejar de advertir cómo el Papa rescata la necesidad del amor erótico, del
placer, del deseo y la atracción sensible, junto con el amor oblativo espiritual. Lo hace hasta
el punto de afirmar que si se rechazara o se excluyera al eros, “espíritu y cuerpo perderían
su dignidad” (DCE 7) y “la esencia del cristianismo quedaría desvinculada de las
relaciones vitales fundamentales de la existencia humana” (DCE 7).
Por lo tanto, cuando hablamos de vida “en Cristo” no pretendemos desvincular la relación
personal con él de esas “relaciones vitales fundamentales”, del eros, de los deseos
naturales y de las inclinaciones sensibles, de las aspiraciones y búsquedas terrenales. El
desafío está, más bien, en unir íntimamente las dos cosas.
Este planteo integral sobre la vida que Cristo quiere ofrecer a través de su Iglesia es clave
para evitar un sobrenaturalismo desencarnado, que entiende la gracia o la relación personal
con Jesucristo al margen o en contra de la vida terrena y social con todas sus necesidades,
deseos y aspiraciones. Más bien pensamos que la vida sobrenatural ilumina, purifica,
perfecciona, asume y así potencia todo lo demás. Vida “en él” debe ser entendida entonces
de un modo no dialéctico ni dualista, para que aparezca como verdadera respuesta a las
preguntas que ya están presentes en los corazones. Cuando nos convertimos en jueces
implacables, expertos en diagnósticos negativos, los demás nos miran como seres extraños,
enemigos de la vida y de sus legítimas inclinaciones. En cambio, acogiendo y reorientando
todo eso con un lenguaje positivo, permitimos que los gozos y los deseos legítimos sean
vividos en presencia de Dios, que no se separen de la relación con él, y que se haga posible
una auténtica acción de gracias.
Hay un párrafo valioso del DPa que aparece como más integrador, partiendo de una imagen
de un Dios feliz y comunitario que es fuente de felicidad integral para el ser humano:
“Como cristianos pensamos en el único Dios que se ha revelado como una comunión de
tres personas felices que se comunican y se donan mutuamente, y cuyas obras son siempre
obras de amor, que buscan el bien integral de cada ser humano” (DPa 3).
b) Un ejemplo clásico
En la educación de las pasiones, por ejemplo, es indispensable mostrar que esa educación
no mutila sino que promueve la vida. Porque una pasión reconocida, orientada y educada
puede perder así un modo de intensidad, pero al mismo tiempo adquiere otra forma de
intensidad más bella y agradable todavía. No es una intensidad puramente espiritual, sino
íntegramente humana. Porque de hecho, por ejemplo, una persona que come
precipitadamente, devorando como un animal, puede vivir con mucha intensidad el
momento de la comida, pero en esa incapacidad de detenerse delicadamente en el acto de
comer se priva de muchos otros placeres que podría otorgarle ese mismo momento. Por eso
una persona auténticamente sobria –no un insensible ni un amargado– no disfruta menos,
sino que aprecia mucho mejor las delicadezas, los matices y los goces variados del acto de
comer o de beber; su capacidad de gozar se dilata, se enriquece, se amplifica. Así, gracias a
la educación de las pasiones, el animal que hay en nosotros “recibe una inyección de
vitalidad y de nobleza”.22 Este es el más sano humanismo católico, desdibujado a causa del
antihumanismo jansenista que provocó como reacción opuesta un desarrollo del placer
desligado de la fe, desbocado e irracional.
c) Renovar la opción por la vida de los pobres
La mayoría de América Latina está constituida por pobres. Los agentes pastorales
frecuentemente estamos en contacto con los sectores de clase media y olvidamos esta
realidad o no la apreciamos en toda su dimensión. Las estructuras eclesiales no han sido
capaces de incorporar a esa mayoría de pobres. Por eso, cuando hablamos de “vida” para
nuestros pueblos, corremos el riesgo de ignorar los dolores de parto o las angustias de
muerte de la mayoría de nuestra gente. En este sentido, no podemos dejar de renovar con
firme contundencia la opción preferencial por los más pobres. Lejos de otros tiempos de
fuerte ideologización, hoy tenemos la posibilidad de pensar y de actuar adecuadamente
“desde” los pobres y para ellos. La debilidad consumista posmoderna puede llevarnos a
considerar esta cuestión como un asunto perimido del pasado, olvidando que se trata de una
situación bien presente, clavada en las entrañas dolorosas de América Latina. Quienes la
sufren en carne propia –cientos de millones de hijos de la Iglesia– no sentirían como

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22 A. PLÉ, Vida afectiva y castidad, Barcelona 1966, 83.
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“padres y pastores” a quienes pretendan pensar y construir la Iglesia como si ese dolor
fuera sólo algo más entre tantas otras preocupaciones.
d) Alentar la cooperación comunitaria para modificar las estructuras sociales
Para que la propuesta de vida integral que hace la Iglesia sea eficazmente transformadora,
hacen falta mediaciones. Por eso, un desafío siempre nuevo es mostrar cómo la vida de
Cristo puede transformar las estructuras sociales. Para que Jesucristo pueda comunicar a
nuestros pueblos esa vida integral, hay que reafirmar que es indispensable un sujeto
comunitario que coopere con su iniciativa, una mediación comunitaria que pueda deshacer
las redes de la corrupción, de la indiferencia, de la injusticia y de la muerte. Solos o
separados no podemos esperar grandes cambios sociales, porque no estamos ofreciendo a
Jesucristo la mediación comunitaria que se requiere para la transformación social.
e) Entregar adecuadamente la “plenitud” de vida en el amor que Cristo ofrece
Hechas estas aclaraciones tenemos que decir que todo está orientado a la relación personal
con Cristo. El éxodo liberador está inspirado en la respuesta religiosa a un llamado de Dios:
“He escuchado el clamor de mi pueblo.... Ve, yo te envío” (Ex 3, 9-10) que culmina en una
alianza religiosa. El sentido último de la dignidad humana sólo se percibe en el llamado que
Dios nos hace a vivir en su amistad. El punto de partida es ciertamente el amor de Dios,
dirigido a cada uno, llamándolo a la vida, a la felicidad, a la comunión y al servicio. Mucha
gente no se valora, no se siente amada, y necesita el anuncio del amor del Señor que les
ofrece vida. Es una oferta de vida que sólo se hace plena en la relación salvífica con él,
porque todo lo demás es parcial o provisorio. Él es definitivo y sólo él es plenitud.
Además, es vida en él, en Jesucristo, que no es una fuente impersonal de energía o un mero
modelo de compromiso social. Es vida que se alcanza en una relación personalísima cuando
un ser humano llega a reconocer y valorar que él “camina conmigo, respira conmigo, vive
conmigo”. Por eso nuestra mejor propuesta es el encuentro personal con Cristo vivo que
nos manifiesta el amor del Padre por cada ser humano. No es sólo vida para después de la
muerte, sino para este camino histórico, donde Cristo nos ofrece su presencia, su gracia, su
testimonio y su propuesta espiritual y ética.
f) Proponer una misión para hacer crecer la vida
Vida también es crecimiento y es proceso. Hace falta entonces un proceso educativo para
que nuestros pueblos alcancen la plenitud de la vida. Aquí rescatamos un criterio
encarnatorio que implica dos aspectos: Por una parte la adaptación, la encarnación, la
atención al sujeto y el respeto de los ritmos de las personas. Pero también la propuesta, el
ofrecimiento de más y mejor vida, la purificación, la crítica, la actitud profética. Esto hace
posible el surgimiento de nuevas síntesis culturales impregnadas por el Evangelio, como
proponía Juan Pablo II (FC 9).
*** Sintetizo los grandes desafíos que se nos presentan desde el punto de vista del
contenido –ofrecimiento de vida– de la siguiente manera: Mostrar cómo la amistad con
Jesucristo responde a las necesidades más hondas del corazón humano, al mismo tiempo
que acompaña y alienta nuestros deseos de vida promoviendo nuestra realización integral.