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PROPUESTAS PARA QUE LA V CONFERENCIA DEL CELAM
MARQUE EL INICIO DE UNA NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA

I


Víctor Manuel Fernández

Doctor en Teología
Vicedecano de la Facultad de Teología
de la Universidad Católica Argentina


Escribo movido por una honda preocupación ante el horizonte que se nos presenta en
América Latina, prometedor y amenazante al mismo tiempo. Por eso propongo algunos
desafíos que se nos plantean siguiendo las tres partes del tema propuesto para la V
Conferencia, porque este acontecimiento eclesial será significativo, profético, movilizador,
sólo si logra responder de modo atractivo a los nuevos desafíos históricos.

1. “DISCÍPULOS MISIONEROS”
En primer lugar nos planteamos los desafíos desde los sujetos, pero no sólo desde los
destinatarios sino también desde los agentes, porque redescubrimos que la nueva
evangelización no será posible con cualquier tipo de agentes. Es decir, no nos preguntamos
sólo por los retos que el mundo plantea a la misión de la Iglesia, sino también por los retos
que plantean estos agentes pastorales de hoy.
a) Integrar orgánicamente discipulado y misión
Ante todo diría que, frente a la crisis generalizada de identidad, convendría lograr una
íntima unión entre discipulado y misión. En lugar de hablar en primer lugar de los
discípulos, para luego presentarlos como misioneros, el desafío consiste en unir mejor las
dos cosas para evitar que la estructura misma del planteo nos juegue una mala pasada.
Habría que recoger aquella teología de la misión para la cual la misión no es algo
sobreañadido a la identidad personal, sino que cada persona “es” una misión. Su ser más
íntimo está marcado y configurado en orden a una misión en el mundo.
Habría que evitar la impresión de que hay tres llamados: a la vida, al discipulado y luego a
la misión. Hay un único llamado del Dios amante que al mismo tiempo que me constituye
en esta persona singular me otorga una misión singular. No es una misión que “tengo” sino
que “soy”, porque “Dios, al llamarnos a cada uno, en un mismo acto nos entrega nuestro
nombre y nuestra misión en la vida”1. Como consecuencia, “cuanto mayor sea la
identificación de cada uno con la misión encomendada por Dios, más rica será su identidad
y más definida y plena aparecerá su personalidad”2. No hay que olvidar que “el seguimiento
de Cristo tiene una forma propia, intransferible y personal para cada hombre y por eso el
Espíritu Santo se ocupa de distribuir a cada uno su misión”3.
El desafío de mostrar y hacer gustar la íntima unidad que hay entre identidad personal,
discipulado y misión no se terminará de acoger si no se procura que desde el comienzo, en
el mismo modo de presentar los temas y en la estructura de la propuesta, estén las dos cosas
claramente entrelazadas.
El Documento de Participación [DPa], en el capítulo sobre los discípulos y misioneros (III),
dedica 41 puntos al discipulado, con la clara intención de motivar un apasionado
seguimiento de Cristo. Pero sólo 7 puntos finales se consagran a la orientación misionera de
ese discipulado. En esos 7 puntos indica únicamente algunas características del misionero,
pero sin mostrar los fundamentos, razones y motivaciones que movilizan imperiosamente a
la misión. Tratándose de un texto destinado a convocar la participación, esta estructura
puede ser adecuada. Pero habría que evitar que en la propuesta de la V Conferencia se
conservara este modo de presentar la cuestión. El llamado misionero debería ser
omnipresente, estructurando desde el comienzo la identidad del discípulo, para que el
atractivo de un encuentro personal con Jesucristo sea presentado de entrada como orientado
ineludiblemente a la misión. El DPa subsana esta debilidad más adelante, cuando, al
destacar la voluntad de “extraer de la riqueza de nuestra fe todas las potencialidades para
tener una vida más feliz y plena”, la propuesta inmediatamente se vuelve donativa y
evangelizadora; por eso continúa: “para comunicar la buena noticia que da sentido a
nuestra vida, y para transformar el mundo” (Dpa 38).
b) Lograr que el sujeto (agente) sea fervorosamente comunitario
Las dificultades que tenemos que enfrentar hoy superan completamente a sujetos aislados.
No es realista pretender responder a los retos de hoy sin proyectos que realicen una
comunión evangelizadora. Los agentes pastorales son discípulos en comunión, misioneros
como sujeto comunitario. Aquí cabría retomar un acento fuerte e insistente en la actual
crisis de los vínculos eclesiales, sociales, familiares, y la propuesta de sanarlos y

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1 E. TERRASA, El viaje hacia la propia identidad, Pamplona, 2005, 72.
2 Ibíd., 73.
3 H. U. VON BALTHASAR, “Persönlichkeit und Form”, en Gloria Dei 7/1 (1952) 12.
2

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fortalecerlos a partir del modelo y la fuente trinitaria. También la propuesta de una
comunión no sólo espiritual sino pastoral, expresada en una pastoral orgánica diocesana.
c) Plantear adecuadamente el sentido de la convocatoria misionera
Parece que la V Conferencia quiere ser una fuerte y atractiva motivación a la misión, que se
concretice luego en una gran misión como inicio de un proceso permanente. Para ello el
desafío consiste en motivar la conciencia de que todos estamos llamados a ser misioneros.
Si los agentes pastorales nos encerramos en un grupo o en una parroquia y nos dedicamos
sólo a las personas que ya conocen y buscan a Jesús, entonces fácilmente nos convertimos
en “administradores parroquiales” y anulamos nuestro deber misionero. La encíclica
Redemptoris Missio explica que esta tarea no exige irse a lugares lejanos, sino que puede
realizarse en algunas partes de nuestras ciudades o en algunos sectores de la sociedad poco
evangelizados, como los medios de comunicación, los ambientes científicos y otros
sectores donde la fe suele estar ausente (ver RMi 37). Es la tarea misionera que puede
concretarse visitando hogares, pero también en cualquier ocasión. Habría que evitar, por
ejemplo, convocar a un político a llevar la Virgen a los hogares en lugar de exhortarlo a
realizar una labor misionera en su propio ambiente. Por otra parte, todo cristiano es
misionero en cuanto debe ser necesariamente evangelizador, procurando que los que ya
creen crezcan en el encuentro con Jesucristo, se comprometan como fermento en el mundo
y se integren cordialmente en la Iglesia.
d) Difundir una espiritualidad evangelizadora desde sus raíces
Teniendo en cuenta las actuales búsquedas de Dios, se trata de entusiasmar a los cristianos
con una forma de orar como misioneros, en la misión, en orden a ella y a partir de ella.
Conviene evitar nuevos dualismos, entre identidad y misión, espiritualidad y misión. Antes
se procuraba unir mejor doctrina y vida, fe y vida, pero hoy es eso y algo más: se trata de
unir espiritualidad y misión. Para ello hace falta una propuesta que remarque la identidad y
espiritualidad de los agentes pastorales. Es verdad que a veces falta una sólida y profunda
espiritualidad, y así la actividad apostólica se vuelve vacía, ansiosa y superficial, porque la
vida es también y, ante todo, relación personal con Cristo. Pero, otras veces, hay una
espiritualidad de consuelo e intimidad que no promueve el fervor evangelizador, sino seres
muy cuidadosos de sus espacios de autonomía, cómodos, quejosos, problematizados, que
regatean constantemente su tiempo y su entrega apostólica. Entonces hay que mostrar que
el apostolado es vida, camino de realización personal y de felicidad y que, vivido de
determinadas maneras es profundamente espiritual y camino de santificación. No se trata
sólo de estar “enamorados” de Jesucristo, sino también enamorados de la misión que nos
confía, de su llamado a evangelizar, de la gente que Cristo ama infinitamente y a la cual nos
envía. Si se quiere promover una ardiente actividad misionera en toda América Latina,
tenemos el desafío de mostrar que la “vida” y la plenitud para el agente pastoral pasan
necesariamente por comunicar, junto con los demás agentes pastorales, la vida de Cristo a
nuestros pueblos. Eso es vida, felicidad y santificación para los discípulos.
e) Recuperar la parresía con un nuevo estilo
Conviene también precisar cuáles son las actitudes adecuadas de un evangelizador.
Considerando que predomina cierta falta de fervor y de arrojo, o que los pocos más
valientes suelen aparecer como autoritarios, se vuelve imperiosa una síntesis adecuada que
conjugue dos cosas: 1) por una parte, la acogida amable, la cercanía, el respeto a los demás,
reconociendo que la fe no se impone sino que se propone; se trata de una actitud de diálogo
capaz de partir de los valores y de la riqueza de los demás, una capacidad de presentar una
propuesta bella y atractiva, como quien sirve un banquete y no como quien ostenta una
doctrina; 2) por otra parte, una firme conciencia del valor, la necesidad y la riqueza de la
propuesta evangélica, sin complejos de inferioridad ni temores desgastantes. Hacen falta
agentes pastorales enamorados de su misión y plenamente identificados con ella. Profetas
seguros y firmemente arraigados en sus convicciones, capaces de cuestionar; bien
concientes de que tienen un tesoro para ofrecer, que es lo que el corazón humano necesita y
concientes de que el mundo no tiene nada mejor que brindar. Si la autocrítica debilita esta
convicción y produce complejos de inferioridad que paralizan es porque está mal planteada.
f) La formación integral de los agentes en orden a la misión
En este marco se sitúa el desafío de articular la formación inicial y permanente de los
presbíteros y la formación y animación de los agentes pastorales, de manera que integre
mejor la espiritualidad y la pastoral en orden a una misión decidida y fervorosa. Con
agentes pastorales informados, pero cansados, desalentados, hedonistas, avergonzados o
acomplejados no hay posibilidades de una nueva evangelización para que nuestros pueblos
tengan vida. Tampoco con agentes pastorales que sepan doctrina pero no tengan los
recursos básicos, la preparación pastoral elemental que les permita ser mínimamente
competentes en las tareas.
g) La participación de los laicos en la configuración de un nuevo perfil eclesial
Ya se ha hablado mucho sobre la necesidad de otorgar mayor participación a los laicos, no
sólo en la ejecución de acciones pastorales, sino también en su planificación y
particularmente en los ámbitos de decisión. Si hoy toda la Iglesia en América Latina quiere
situarse en estado de misión, y si en esa misión quiere de verdad llegar a todos allí donde se
encuentran, eso supone reconocer con realismo que los sujetos activos capaces de realizar
semejante tarea no son los sacerdotes o los consagrados, que constituyen un ínfimo
porcentaje. La convocatoria deberá ser amplísima. Pero dicha convocatoria otorgará a los
agentes misioneros el derecho a opinar: ¿a qué Iglesia queremos incorporar a los nuevos
evangelizados?, ¿qué exigencias se plantean a la Iglesia desde la actividad misionera de los
laicos, insertos en el corazón del mundo?, etc. Los misioneros ya no podrán ser meros
transmisores de mensajes decididos por otros, ni meros ejecutores de proyectos elaborados
por otros. Sólo podrán apasionarse y dar la vida si verdaderamente son parte activa y
creativa en un proyecto que sea también de ellos. Esto exigirá necesariamente un cambio de
mentalidad en los obispos, párrocos y autoridades de diversas instituciones eclesiales. Hace
tiempo advertimos la necesidad de este cambio. En Santo Domingo se denunció “la
persistencia de cierta mentalidad clerical en numerosos agentes de pastoral, clérigos e
incluso laicos” (SD 96). Pero quince años después seguimos en cierta parálisis general. Hay
una inercia difícil de romper, y hasta hubo pasos atrás en algunos lugares. Los desafíos son
cada vez más grandes, y las interpelaciones siempre más acuciantes, pero los estilos y las
estructuras eclesiales no tienen reacciones adecuadas. Esto hace que no se termine de dar
forma al nuevo rostro de una Iglesia profundamente inserta en el mundo como fermento de
vida nueva.
*** Sintetizo los grandes desafíos que se nos plantean desde el punto de vista de los
agentes de la siguiente manera: Contrarrestar la apatía y la falta de compromiso
misionero, avivando el fervor evangelizador de los agentes pastorales a través de una
formación que haga descubrir que “la propia identidad y la propia espiritualidad sólo se
entienden y se plenifican en el cumplimiento de una misión comunitaria”.