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Compartir los carismas y la espiritualidad. Nuevo itinerario de comunión y expansión apostólica
                            

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(Aunque el artículo apareció hace unos años, es bueno volverlo a recordar por toda su actualidad)                       

P. Bruno Secondin, O. Carm.

III. REELABORAR LA TEOLOGÍA

La novedad viene dada también por otra realidad: el concepto de Iglesia ha cambiado, precisamente a partir del Vaticano II, tanto en lo que se refiere a la misión, como en la concepción de quiénes son los protagonistas de la misma.

  1. La Iglesia en misión

 

La Iglesia se sitúa esencialmente en estado de misión, no tanto porque lleve a cabo determinadas obras, o porque vaya a tierra de misión, cuanto porque la Iglesia es un “pueblo de enviados”; y los carismas son gracias para conformar esta identidad  aún más eficaz y dinámica. El bautismo no es el pasaporte para la salvación, sino más precisamente una llamada para la misión: la identidad verdadera del cristiano –fundamentada sobre el bautismo- es la de ser llamado y enviado, para extender el reino de Dios en el mundo.

  1. Protagonismo de la comunidad.

Toda la comunidad es protagonista de la misión. Una comunidad cristiana en la que la misión es un “suplemento” opcional reservado a los más generosos, no tiene sentido. Y esto vale también para la vida consagrada, que está “en misión” en sentido pleno . Sin esta visión del compromiso con la misión –en unión con la de Cristo enviado por el Padre y del Espíritu que pone todo en tensión salvífica -, la perspectiva de mantenimiento de lo que existe prevalecerá tanto como la “reforma”  autocomplaciente y administrativa.
La “nueva evangelización” –de la que se habla, al parecer, cada vez con menos interés y para la que no se encuentran aún opciones fuertes y claras- no debe enfocarse hacia la extensión de la Iglesia, al crecimiento de su prestigio internacional, sino a hacer más notoria la presencia del reino de Dios.
He encontrado tres gozosas observaciones que se pueden leer en los Subsidia para la primera asamblea sinodal extraordinaria sobre Europa (1991): “Se hace necesario desarrollar en la Iglesia una actitud de obediencia y de disponibilidad al Espíritu (...). La Iglesia vive esencialmente para la conversión a Cristo de todos los hombres y su unión con él. Existe para hacer posible esta conversión, y para acompañarla. La conversión es un don y lleva consigo una nueva manera de pensar. La vida entera aparece transfigurada a la luz de Cristo, luz que es don del Espíritu Santo, y es por medio de éste por el que uno comienza a sentirse cristiano. Este seguimiento de Cristo exige también un continuo discernimiento de las ideas que nacen de dentro de la propia iniciativa o de la presión del medio social o cultural, y la disposición a ponerlas en tela de juicio y a ponerse uno mismo en actitud de pregunta sin condiciones ante la persona de Cristo y su Palabra” .

  1. Cristo el verdadero misionero

Desde el punto de vista exegético, el análisis del final del evangelio de Mateo sobre la misión, no  significa la sustitución de Cristo por su comunidad. Cristo permanece siempre como protagonista –hasta el final de los siglos- de la actividad apostólica realizada por sus discípulos “hasta los confines de la tierra”,. Es Él el que hace viva y verdadera esta “actividad”. Es Él el único destinatario, contenido, y también el sujeto de todo lo que la comunidad (unida a su persona) realiza.
En consecuencia, desde el punto de vista teológico, la Iglesia no tiene una misión, sino que participa de la misión de Jesucristo y del Espíritu, transformando este mundo en “casa para todos”, en ámbito acogedor, lleno de justicia y verdad. Evangelizar es vivir con los otros, dialogar, y en esta vida de unidad dar todo lo que es y todo lo que tiene, incluso la Palabra de Dios en toda su integridad.
En una sociedad de consumo caracterizada por  relaciones frágiles  y conflictivas, la Iglesia debe presentar modelos de relación fundamentados en el evangelio, sobre la gratuidad, es decir sobre la aceptación mutua, sobre el diálogo y el perdón recíproco. Situar a los laicos al margen o convertirlos en simples auxiliares de proyectos ya elaborados sin consultarles o sin hacerlos  partícipes, es un camino equivocado. Será ésta una Iglesia de jefes, pero sin pueblo: o sea, en una situación puramente pre-Vaticano II.
El Papa ha tocado este tema en la encíclica “misionera” Redemptoris missio, diciendo que una tal tarea, en tanto que universal, compromete a todos los creyentes, en razón de su bautismo. “La misión concierne a todo el pueblo de Dios: tanto si la formación de una nueva Iglesia exige la Eucaristía, y por tanto el ministerio sacerdotal, como si se realiza sobre formas variadas, es tarea de todos los fieles. La participación de los laicos en la difusión de la fe aparece claramente en los primeros tiempos del cristianismo, gracias a la acción de los fieles y de las familias, tanto como de la comunidad toda entera .

  1. Un pueblo de Dios para el reino.

Queda claro ahora – al menos así lo espero - que la nueva evangelización deberá estar caracterizada por el papel principal que representa en ella todo el pueblo de Dios, y no solamente por el compromiso de grupos de elegidos. “Antes de considerar la diversidad de los dones, de los ministerios y de los deberes, es necesario admitir como fundamental la vocación común a la unión con Dios para la salvación del mundo” .

  1. Instrumento y significación

La urgencia de todos los fieles de participar  de esta responsabilidad no es solamente una cuestión de eficacia apostólica, sino un deber y también un derecho fundamental de su dignidad bautismal . Se trata  en efecto de una comunidad de discípulos, de un pueblo de profetas, de enviados, que tiene como objetivo hacer presente el reino de Dios en medio de las gentes, haciendo “discípulos” . En consecuencia, los agentes especiales (llamados sacerdotes y personas consagradas) están al servicio de este más amplio número de comprometidos: para acompañarlo, para sostenerlo, para hacer que se identifique como tal pueblo. No para anularlo o atemorizarlo, sino para promoverlo, liberarlo de los obstáculos acumulados por un tipo de mentalidad eclesiástica.
Como el Vaticano II nos ha recordado, la dimensión sacramental de la Iglesia implica que ella sea  a la vez signo e instrumento del Reino de Dios . De esta manera el estilo “secular” es signo del Reino de Dios bajo el aspecto instrumental: por el hecho de que valores del reino tales como la paz, el diálogo, la justicia, la libertad, la fraternidad, tienen una gran importancia .
Mientras que el estilo de los religiosos es signo del Reino de Dios en tanto que trata de hacer resaltar la significación, la función “cognitiva”, el mensaje “significante”: es decir, la apertura escatológica, esa reserva de esperanza y de sentido que se constituirá en realidad consumada después de que Cristo “devuelva el reino a Dios Padre” . Ninguna de estas perspectivas es exclusiva ni excluyente.

  1. Que los laicos crezcan

En la historia de la Iglesia los grandes cambios han estado marcados por movimientos proféticos y de corriente carismática. El Espíritu ha suscitado en primer lugar los monjes del desierto, después los cenobitas, más tarde los canónigos regulares, a continuación las órdenes mendicantes, después grupos de servicio cultural, asistencial, educativo, orante, misionero, etc. Sin hablar de tantos grupos de laicos que han existido siempre, generosos en el servicio de la caridad, fervientes por su piedad, ejemplos públicos por su testimonio.
Ellos no se han apropiado el Reino, sino que todos se han puesto a su servicio en un momento de conflicto y confusión, de lasitud y de resistencia anti-evangélica, de tragedias sociales y de transformaciones políticas. Los “carismas” han sido instrumentos del Espíritu para señalar nuevos recorridos de fidelidad audaz al Evangelio, pero para provecho de todos, para provocar a todos y estimular al compromiso de muchos en el anuncio de Cristo Salvador en la perspectiva del Reino.
Sentimos hoy la necesidad de un nuevo protagonismo profético, que comprometa de diferentes maneras a los laicos, reconociendo el gran valor de su capacidad profética y su testimonio del Reino en “las realidades temporales para orientarlas según la voluntad de Dios” . Los laicos no son solamente colaboradores de los sacerdotes  y de los religiosos y de sus obras: son “participantes” en la misión común, en la diversidad carismática, pero llamados sin embargo con todos los demás a la comunión en la diversidad.
Podemos afirmar que solamente una relación mutua y la complementariedad hacen creíble y eficaz tanto el modo de ser laico como el de los religiosos y sacerdotes. Se puede también decir más aún: seremos creíbles si acertamos a dar la vuelta a los esquemas: es necesario que los laicos vayan creciendo, nosotros debemos ponernos  a su servicio, para ayudarles a crecer. Hacer de su participación en la Iglesia, un camino común y una experiencia de conversión renovadora para todos.
 El simbolismo y la praxis de los religiosos se reclaman y se complementan recíprocamente, como ha sido subrayado por el pasaje ya citado de Christifideles laici: “ En la Iglesia comunión, los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro (...) Ya sea en su conjunto como cada uno de ellos en relación con los demás, están al servicio del crecimiento de la Iglesia; son modalidades diferentes que se unifican profundamente en el “misterio de comunión” de la Iglesia que se coordina dinámicamente en su única misión” .

  1. Reciprocidad vivida: expresión de una refundación eclesial

En líneas generales podemos presentar las relaciones recíprocas de la manera siguiente:
Es necesario afirmar y aceptar la diversidad de carismas, y promover la comunión, aceptando la diversidad, manteniendo el trayecto específico de cada uno, permaneciendo disponibles para la colaboración en las iniciativas apostólicas sostenidas por laicos o por religiosos. No hay derecho de preeminencia de uno sobre el otro: cada cual debe esforzarse por instaurar una estima recíproca, incluso “en las iniciativas apostólicas”. Más aún: si hay una urgencia o un sueño no realizado o incompleto: es la promoción de la misión de los laicos que corre el riesgo de ser sofocada por la visibilidad de la institución y de sus ceremonias evaporizantes.
La unidad de misión dentro de la Iglesia exige que las peculiaridades carismáticas converjan, colaboren con la Iglesia más amplia y universalmente. En “la Iglesia” particular debe estar visible y contenida “la Iglesia universal”. Este testimonio de superación de egoísmos y de autosuficiencia es una consolidación de la praxis apostólica misma, y no limitación ni empobrecimiento. Más aún: la participación de los laicos en la fecundidad histórica del carisma es creativa: ésta le presta una especificidad laica original al carisma, sustrayéndolo a los viejos esquemas del pasado, quizás inútiles y vacíos ya. Es una intervención calificante, regeneradora, laica, de tipo secular.
Esto significa también poner en común los recursos y las competencias, para facilitar la misión universal. El Papa nos dice en su Encíclica misionera: “Dios abre a la Iglesia los horizontes de una humanidad más dispuesta a recibir la semilla evangélica. Considero que ha llegado el momento de unir todas las fuerzas eclesiales en la nueva evangelización y en la misión ad gentes. Ninguno de los que creen en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede sustraerse a este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (RM, 3)
Dado que todos son obreros de la única viña y todos son a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y de la participación en su misión de salvación , cada uno debe reconocer en la misión específica del otro el camino y sostenimiento del Reino bajo la forma instrumental o bajo la forma de simbolismo dinámico. De esta manera los laicos son llamados a ser “signo e instrumento” de salvación y de unidad: más aún solamente  por su medio la Iglesia llegará a ser salvación más eficazmente en la historia y en la realidad más concreta.
La promoción de una Iglesia en la que la participación más avanzada, más solidaria con cada persona y más acogedora para cada carisma es un factor primordial en la causa por el Reino de Dios. Una Iglesia de verdadera comunión y misión viva no puede surgir sin la relación y la colaboración entre los diversos grupos enriquecidos por los dones carismáticos. Religiosos y laicos deben mantener su compromiso unidos para hacer emerger una Iglesia que viva más radicalmente el seguimiento de Jesús, que sea modelo de comunión entre todos los hermanos, que sea un proceso permanente de formación, que busque la verdad de Dios sobre el hombre, sobre el sentido de la vida.

 1. Lo simbólico de la vida. (La vida como símbolo)

La situación cultural y social exige hoy que se introduzcan, en nombre del Reino, en la vida común, en el lenguaje, en los proyectos, elementos simbólicos, poéticos, gratuitos, y no solamente los que son funcionales y productivos.

  1. Dos símbolos de vida.

Es el testimonio del “todavía no”, de la otra dimensión de la existencia, de esa utopía que salta las barreras de lo que es racionalmente imposible, para sugerir libertad y servicio, gratuidad y esperanza, transcendencia y paz.
Hay laicos que se comprometen a engendrar la vida, a producir riqueza, a crear condiciones humanas de justicia, de dignidad, de solidaridad, de unidad –digámoslo con una expresión conciliar- a la “causa del Reino” . Hay consagrados a los que el Reino les pide ser una “parábola” inspiradora e inquietante dentro de la Iglesia. Todos deben ser signos de un mundo nuevo, de otra jerarquía de valores, de una plenitud transcendente y misteriosa como sostén y prefiguración de ese “conamen fraternitatem universalem iusiurandum”   que agita a la Iglesia
Christifideles Laici vuelve a ello en el párrafo tantas veces citado por nosotros (n.55): “El estado de vida laical tiene en la índole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando y volviendo a hacer presente, a su modo, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, el significado que tienen las realidades terrenas y temporales en el designio salvífico  de Dios (...). El estado religioso testifica la índole escatológica de la Iglesia, su tensión hacia el Reino de Dios, que viene prefigurado y, de algún modo, anticipado y pregustado por los votos de castidad, pobreza y obediencia” .
Está dentro de esta misma línea la frase de Pablo VI: “La Iglesia no sabría prescindir de estos excepcionales testimonios de la transcendencia del amor de Cristo. Ni el mundo podría, sin sufrir por ello grave daño,  dejar apagar esas luces que anuncian el Reino de Dios con una libertad que no conoce obstáculos” . Sin rebajar por otra parte el testimonio de los laicos, la valoración puramente ornamental y no necesaria.
El hecho de que sea en el Occidente industrializado e hiperorganizado en donde se encuentra en profunda crisis la vida religiosa debería preocupar. No solamente porque estén a punto de desaparecer muchas obras gloriosas: se trata ciertamente de un empobrecimiento que acarrea males para la sociedad. Sino porque es precisamente en este medio en el que el valor simbólico y parabólico de la vida religiosa tendría un impacto verdadero y contracultural, y porque su función de levadura, de provocación profética y terapéutica y de aguijón adquiriría pleno sentido.
Además del decaimiento de fuerzas y de actividades, en la crisis actual de la vida consagrada hay un empobrecimiento colectivo de “significaciones” y de “significantes”, justo en el momento en el que la organización y la eficacia pan-económica parecen conquistarlo todo y a todos y condicionar todo a la funcionalidad técnica. Que se recuerde que una de las ideas conductoras del Sínodo ha sido la visión de una vida consagrada que represente un rol “simbólico, crítico y transformador” en la sociedad . Esto no se podrá realizar más que unidos, apoyándonos recíprocamente e incluso luchando de consuno para que la Palabra de salvación complete su carrera

.2. Nuevos tiempos de elaboración simbólica

La promoción de las “vocaciones” y la “refundación” – de las que la USG ha hablado en su última asamblea- deberían tener su sentido más profundo a partir de esta perspectiva. Se trata de recuperar este sentido simbólico, crítico y transformador inmersos en nuestra cultura: preocupándose no tanto de que sea ésta una nueva época de numerosas entradas en las instituciones, cuanto de la elaboración simbólica e intencional, según los grandes valores del evangelio.
En esta perspectiva, la proposición de una vida “consagrada ad tempus” tiene sentido y valor de señal de camino y trayecto: no tiene por objeto rebajar el valor del compromiso total, decisivo y sin vuelta de hoja. Quiere ante todo afirmar que hay siempre una fecundidad humana, cultural, espiritual y carismática en la formación rigurosa y madura según los valores resaltados por los carismas. Que estos no son valores que tienen sentido solamente en los institutos o en la clasificación de la irrevocabilidad.  Tienen también sentido en tanto en cuanto se encuentran diseminados en los provisorio, en tanto en cuanto se muestran capaces de llevar a un compromiso cristiano y eclesial auténtico sin estar “reservados” al interior de una organización.
Me parece oportuno citar aquí un párrafo del documento “Religiosos y promoción humana: “En la Iglesia abierta a los ministerios, en un crecimiento comunitario continuado y ordenado, los religiosos pueden descubrir nuevas formas de participación activa, animando cada vez más a la comunidad cristiana en sus iniciativas y en sus obras. Tendrán de esta manera la oportunidad de valorar  su carisma específico como una aptitud particular en la promoción de “ministerios” que sintonizan plenamente con la finalidad apostólica y social de sus propios institutos” .
Esta “participación temporal”, pero seria y formativa, por qué hemos de poner el acento solamente en el aspecto de la “temporalidad” y no hacerlo también en el de la “habilitación” para vivir los grandes valores del carisma, como una mistagogia ministerial, una escuela de eclesiología. La lectura orientada solamente en el temor de que  el compromiso definitivo sea por esta razón debilitado o desanimado, me parece un prejuicio ideológico, teológicamente frágil.

En conclusión

Soy consciente de que hay otras muchas cuestiones importantes que sería bueno tratar y sobre todo clarificar.
Un tema es el de la distinción entre carisma y espiritualidad: pero pienso que no hay que detenerse demasiado en. Todos reconocemos que hay una íntima relación entre estos dos aspectos.  Mientras que el carisma es un don del Espíritu, único, original, una especie de “intuición evangélica”, que llega a ser como un “hilo genético” que se transmite –en la fe y en el Espíritu- desde el fundador hasta los discípulos, para que ellos lo conserven fielmente y lo interpreten dinámica y creativamente , “la espiritualidad” que proviene de un carisma institucionalizado y de la experiencia de la fe y de la misión de un  Instituto, está la mayoría de las veces más sujeta a influencias culturales y contextuales. Es más un destello que no ha tenido una verificación estricta, como sucede en el caso del carisma.
Esta es la razón por la cual una espiritualidad puede ser compartida sin dificultad, puede ser adoptada sin asumir totalmente los lazos con la tradición visible como Instituto, puede sufrir variaciones y adaptaciones radicales (lingüísticas, simbólicas, intencionales), puede ser tomada o dejada. Mientras que la participación en un  carisma tiene una exigencia de continuidad y de comunión más fuerte y más estable.
Otro tema que había que afrontar es el de la relación entre la vida consagrada y los “movimientos eclesiales”, por los que un buen numero de religiosos sienten excesiva  atracción; cuando también los movimientos se precian de atraer en sí mismos hacia ellos a los consagrados, en un primer momento prometiendo una “nueva fidelidad” al propio carisma, y a continuación atrayéndolos hacia su propia espiritualidad de manera peligrosa. No son raros los casos de doble pertenencia, de doble misión, de doble espiritualidad, de una doble comunidad e incluso de una doble “identidad carismática”. El entusiasmo actual de parte de la jerarquía por la vivacidad y la acción providencial de tales movimientos, los hace más protagonistas  de lo que en realidad son para la evangelización de nuestra generación. No es mi intención hacer una reflexión sobre los nudos existentes en las relaciones recíprocas entre ellos y nosotros, pero sería importante y esclarecedor
Para concluir  con bellas palabras, quiero recordar un texto de Vita consecrata: “los retos de la misión son de tal envergadura que no pueden ser acometidos eficazmente sin la colaboración, tanto en el discernimiento como en la acción de todos los miembros de la Iglesia. Difícilmente los individuos aislados tienen una respuesta completa: ésta puede surgir normalmente de la confrontación y del diálogo. En particular, la comunión operativa entre los diversos carismas asegurará, además de un enriquecimiento recíproco, una eficacia más incisiva en la misión. La experiencia de estos años confirma sobradamente que “el diálogo es el nuevo nombre  de la caridad”... La vida consagrada... puede contribuir a crear un clima de aceptación recíproca, en el que los diversos sujetos eclesiales, al sentirse valorizados por lo que son, confluyan con mayor convencimiento en la comunión eclesial, encaminada a la gran misión universal.” .

Cfr. VC, 72

Asamblea sinodal extraordinaria para Europa, 1991, Subsidia, n.51, b

Redemptoris missio, 71 (En adelante RM)

Ibid. 4

Cfr. CfL, 14

Cfr. Mt 28, 18

LG, 1

RM, 17. 20

Cfr. 1 Cor 15, 24-28

LG, 31

CfL, 55

Decreto Ad gentes, 2

CfL, 55

Gaudium et spes, 38

“Impulso comprometido a la fraternidad universal”

Cf. Los horizontes indicados en nuestros libros: Nuevos caminos del espíritu. La espiritualidad en el umbral del tercer milenio. Paulinas, Cisinello B. (MI) 1990; La espiritualidad al ritmo de los tiempos, Borla, Roma 1997; Espiritualidad en diálogo, Nuevos escenarios de la experiencia espiritual, paulinas, Milán 1997.

CfL, 55

Pablo VI, Evangelica testificatio, 3

VC, 87

Cfr. Instrumentum Laboris, 9; Prop. 3d; 16

Cfr. Ef. 6

Religiosas y promoción humana, 6c (RPH)

MR, 11-12

Hemos examinado el fenómeno y su significación en el libro: Los nuevos protagonistas. Movimientos, asociaciones y grupos en la Iglesia, paulinas, Cisinello B.  1991.

Cfr. Las indicaciones de Potisssimum institutioni, 92-93 y sobre la Vida fraterna y comunitaria, 62

VC, 74a