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Compartir los carismas y la espiritualidad. Nuevo itinerario de comunión y expansión apostólica
                            

 I I      

 

(Aunque el artículo apareció hace unos años, es bueno volverlo a recordar por toda su actualidad)                       

P. Bruno Secondin, O. Carm.

II. ALGUNAS PERSPECTIVAS DE INTERPRETACIÓN

Quizás las citas –que conllevan la sustancia de todo lo que es el documento- hagan pensar que nos detenemos en las afirmaciones generales habituales, reconociendo lo que ya existe, pero sin aventurarnos a lo que podría ser. Personalmente tengo una opinión diferente, y pienso que el texto no niega una evolución posterior de los fenómenos, los valores más radicales: y como está de algún modo “insinuado”,  nos disponemos a explicitarlo.

1. Las cuatro categorías de una primera interpretación

  1. Statu nascenti (en estado naciente)

Antes que nada veo que en todo este fenómeno aparece esa situación que los sociólogos y los antropólogos denominan el “statu nascenti” (cfr. F. Alberon) o la situación preliminar llamada “communitas” (según la teoría de V. Turner). Es decir, en esta fase de búsqueda abierta, fluida, inventiva, desestructurante y al mismo tiempo constructiva, de servicio eclesial y de la forma institucional que le sostiene, que conduce a redefinir el rol y el estilo de vida con vistas a una nueva fecundidad del carisma.
Los institutos religiosos han nacido todos dentro de un proceso de estas características, han partido de una intuición casi mística y no definida del fundador, y pasando por fases no lineales, se han constituido en “movimiento” inicial, explorador, aventurado, contrariado, luchando por todos los medios por no ser institucionalizado y establecido. A continuación, con el tiempo, han encontrado la estabilidad y, finalmente, se han asentado en una institución sólida, aprobada y definida, después más tarde acaba por convertirse en intocable, sagrada e incluso extraña a la fuerza creativa de los primeros tiempos. Las nuevas experiencias parecen justamente reabrir este dossier inicial de la fundación, para encontrar no solamente el impulso creador de los orígenes sino también el sentido eclesial de la “familia abierta” y compleja que existía en los comienzos y el tiempo se ha encargado de oscurecer.
Hay un valor teológico. El contacto con el carisma nos se hace por una aproximación externa, por una yuxtaposición y como de segunda mano; es como una nueva polinización, o por emplear otra comparación, es como aproximarse a una fuente incandescente de donde brota  un chorro vertiginoso que os agarra y os traga. Todo esto se realiza bajo la dirección del Espíritu que es creador y que habla por medio de la profecía.
b) ¿Qué eclesiología subyace?
     Es el segundo aspecto a tener en cuenta. En la evolución, la interpretación y la gestión de estos fenómenos, es preciso prestar atención a cierta teología de la Iglesia y de la vida consagrada dentro de la Iglesia. Se puede esquematizar de la siguiente manera:
     Si La Iglesia se encuentra centrada sobre todo en el clero y en los grupos de “consagración especial”, entonces los laicos son solamente ayudas generosas pero externas; se tendrá mucho cuidado de limitar su participación y de mantener la diferencia por medio de la disciplina y el temor (uno se acuerda [nos viene a la memoria] de la reciente Instrucción sobre la colaboración de los laicos en el apostolado sacerdotal).
 Si la Iglesia es ante todo El Pueblo de Dios que camina en la historia , entonces prevalecerá un sentido más integral de las diversas tipologías eclesiales; se podrá hablar también de “vocaciones paradigmáticas” al servicio unas de otras (recíproco)
Si la Iglesia se siente más unida a la historia y al destino de la humanidad entera, especialmente de los pobres y de los que están privados de voz y dignidad, entonces el protagonismo de los laicos  emerge con fuerza y los carismas de la vida consagrada se ven obligados a tensiones renovadoras que los llevan a buscar los orígenes (según el sentido de la fidelidad creativa) .
Si la historia de toda la humanidad que está destinada a entrar en el Reino se encuentra en el centro, y si en medio de esta historia se realiza el rol de fermento y de “sacramento” del pueblo de Dios, entonces los sacerdotes y los religiosos están al servicio del pueblo de Dios porque éste vive la triple función (profética, real, sacerdotal) de manera total y responsable, liberadoradora y transformadora, para que el “mundo crea” (pero entonces es preciso repasar todos nuestras esquemas eclesiológicos, y aceptar una “Iglesia en construcción” y no puramente autorreferencial).

  1. Por una nueva alianza

De lo que acabamos de decir resulta claro que la tarea de dar vida a una nueva alianza, fundamentada no en la delegación de servicio sino en la participación y la corresponsabilidad, en la comunión y el intercambio de dones, sobre una nueva corresponsabilidad eclesial para la fecundidad creativa del carisma, se impone hoy día con urgencia entre los religiosos y los laicos.
En una Iglesia centrada ante todo sobre el mantenimiento de la estructura jerárquica, de la eficacia administrativa y del “sistema conceptual” (la ortodoxia), queda poco lugar apara los laicos, y se les niega fácilmente el papel de corresponsables y protagonistas. Podemos hablar de los laicos como de “un gigante dormido” que se ha tratado de “domesticar” con diferentes formas de control. En el siglo que viene, el despertar de este protagonista será justamente uno de los grandes retos, los carismas de la vida consagrada deben aportar su contribución profética a este  reencuentro mutuo, en esta búsqueda de una nueva vida. Es en esta perspectiva, por ejemplo, en la que, en su última Congregación general, los Jesuitas veían su relación con los laicos.
Si se me permite sugerir un modelo de orientación, diría: es preciso en cualquier caso aceptar de los “movimientos eclesiales” la vía a seguir. En ellos se integran tanto los religiosos como los laicos, no a partir de la  gestión de las obras (como parecen hacer los religiosos con relación a los laicos) sino a partir de la comunión de la espiritualidad de los carismas, de visiones de conjunto y de perspectivas, sin imponer en un primer momento actividades específicas para hacer en conjunto. Se puede hablar en este sentido de la novedad de  inspiración que ellos aportan.

  1. Tomar el pulso a uno mismo

Hay cierta novedad en esta anotación. Asistimos a la toma de conciencia y a la creciente aparición de un laicado más maduro, más organizado, más emprendedor, al menos de una parte de los laicos. Este laicado no quiere estar condicionado por grandes “asociaciones” de gestión, sino que está en busca de un estilo de vida auténticamente evangélico que se haga actual en la historia concreta de este mundo. El compromiso eclesial del laicado da ya frutos en los diferentes sectores “profanos”, desde la política a la cultura, desde la educación a la economía, desde la biotécnica al derecho internacional, desde las artes a los derechos humanos: pero también en el campo de la espiritualidad y hasta en el de la reflexión teológica.
Este resultado viene como consecuencia lograda por una sana eclesiología que ha reconocido la especificidad propia del lugar y la identidad de los laicos. Se multiplican los ejemplos de laicos –al menos los más conscientes- que no quieren ya vivir de prestado la responsabilidad eclesial y el compromiso en la evangelización. El Espíritu les invita a tomarse el pulso a sí mismos sin que el habitual  enfermero eclesiástico venga a controlarlos.
En aplicación al tema que estamos tratando: este grupo de laicos que piden asociarse aun instituto o que manifiestan su voluntad  de  asumir una responsabilidad directa, no tienen de ninguna manera la intención de hacerse religiosos de “segunda” o de “tercera clase”, sino que buscan una plena participación en el carisma, permaneciendo totalmente metidos en su vida de laicos o mejor para una nueva lectura carismática de su carácter secular.
La voluntad de colaborar en las obras y en las vicisitudes continúa presente y permanece con plena validez. No es, sin embargo, el principal motivo del fenómeno actual o al menos no es el elemento renovador. Más que el pasado, estos laicos quieren participar realmente de  la espiritualidad, de los proyectos, de la misión del instituto en la Iglesia – siempre permaneciendo laicos seculares. Quieren en sustancia vivir el carisma en primera persona, participando del don del Espíritu y conservando plenamente su carácter secular.

2. Una revolución copernicana

Hay posiblemente una ventaja. En el fondo, se nota un cambio radical de perspectiva y de punto de referencia en cuanto al concepto de carisma y el de misión de la Iglesia, y con toda precisión se puede hablar de un giro “copernicano”.

  1. Una verdadera revolución copernicana

Hasta el presente se ha considerado el carisma de los diversos institutos de vida consagrada como el impulso del Espíritu que ha propiciado el nacimiento de una familia religiosa y que queda, por así decirlo, “ligado y monopolizado” por tal o cual forma de institución aprobada, garantizada y privilegiada. Es decir que el carisma ha sido recibido “a través” del instituto específico, su forma institucional. No se considera al instituto como garante de la autenticidad y de la fecundidad, sino que tiene el monopolio del carisma y lo administra con plena autarquía.
Esta visión del carisma “a través” del instituto (carisma = instituto) es percibido por la sensibilidad actual como una excesiva autarquía, no conforme al concepto de carisma como “don a la Iglesia”, que por su propia naturaleza debería estar abierto a participaciones múltiples. Se prefiere hablar de carisma como proyecto eclesial de radicalidad cristocéntrica y evangélica, proyecto abierto, no cerrado, que puede ser participado y no exclusivo o monopolizado.
Si esto es verdad, es sencillo hacer una aplicación. Resulta de lo dicho que muchos pueden sentirse corresponsables –los laicos también  y de modo directo- de su fecundidad y de su actualización por una comunión que sea el fruto de la complementariedad y no de la “delegación”, el fruto del impulso del Espíritu y no de la permisión o de la “afiliación”. El instituto no será, en consecuencia, más que una de las formas posibles de la realización y la fecundidad del carisma. Y el consentimiento previo del instituto no será necesario para vivir este carisma especial.
Así enunciado el problema, no hay nadie que no vea la originalidad de la situación y como la colaboración/corresponsabilidad representa sin duda una orientación decisiva del futuro de la vida consagrada . Es necesario asumir esta colaboración por encima de la falta de fuerzas, de la disminución  del número de miembros, de la complejidad de la gestión de las obras para acoger la provocación del Espíritu –el verdadero maestro y verdadero protagonista de la fecundidad del carisma -, provocación a una nueva estación de refundación, un tiempo de búsqueda de la virtualidad del carisma y de reconstrucción de una nueva identidad más articulada y más integrada en una Iglesia comunión.

  1. Iglesia que viene e impulso misionero

Un segundo elemento que me gustaría citar es la conciencia de Iglesia que se desarrolla en estas nuevas experiencias. Hay dos orientaciones: por un  lado, la búsqueda de una Iglesia que está llegando, que se realiza por el compromiso de cada participante, por la corresponsabilidad de todos de cara al anuncio, la celebración, el servicio, el testimonio. Una Iglesia que es ante todo experiencia, que es camino compartido, fraternidad que se va fortaleciendo, compromiso común.
La multiplicación de estas pequeñas entidades bien compactas, su reagrupamiento para mutua ayuda, su exploración de la historia con una importante presencia los llevan a definirse con cierta audacia y ambición como “Iglesia en movimiento”. En consecuencia, una nueva época de “movimiento”, de dinámica es ofrecida como regalo “al instituto”, “cuerpo instituido” y aprobado. Vuelve a la fase inicial de movimiento explorador, con un fuerte sentido eclesial, con una actitud que le conduce a comprometerse menos en la supervivencia de su marco jurídico que en la posibilidad de actualización de la Iglesia en la historia presente.
A todo esto se añade como segundo elemento la carga “mesiánica”, la convicción de ser la “solución” a una época de desorientación y de agonía, de impulso misionero fácilmente transformado en proselitismo, y (para algunos) la tentación de entrar en las instituciones y las estructuras eclesiales para “ocupar puestos” que favorezcan su profecía y su manera de “encarnar el carisma”. Todo no es inocente ni evangélico en estas experiencias.

  1. Pero podemos aprender los unos de los otros

De esta doble tendencia nosotros podemos aprender a ir transformándonos en cristianos, ya sea como una Iglesia “fraterna y corresponsable”, ya como Iglesia siempre empeñada en una “evangelización renovada”.
Pero debemos atenta y prudentemente evitar las inclinaciones excesivas hacia una u otra actitud. Nosotros que somos hijos del sueño de una Iglesia pobre y fraterna, propia de los movimientos eclesiales de la época en la que hemos nacido, no olvidemos que también somos herederos del testimonio de cientos y miles de apóstoles audaces y absolutamente  evangélicos, nosotros debemos aceptar la lección que los otros nos dan y que se sitúa en la dirección del impulso carismático que orienta nuestra marcha.
Pero en orden a experiencias comunitarias abiertas y más amplias, deberemos también hacer un discernimiento que nos impida encerrarnos en comunidades ghetto aunque sean muy fervorosas y generosas. Es necesario al mismo tiempo impedir que la misión se desarrolle mediante una cristianización fanática, exportando soluciones eclesiales y pastorales verticales, por la imposición de una cultura a otra o de un grupo carismático al mundo entero, sin tener en cuenta la evolución, del medio y del lenguaje, de las tradiciones culturales y religiosas, de las esperanzas y los sufrimientos de los pueblos.
La misión debe estar atenta hoy a respetar la diversidad de métodos y de lenguajes, de herencia popular y de tragedias históricas, de modelos anteriores y de símbolos colectivos. Como esto llega a algunos de los movimientos eclesiales más de moda, hay también en estas experiencias cierto deseo de proselitismo: exportando por todo el mundo su propia prensa y sus propias polémicas teológicas con adaptaciones mínimas y casi sin prestar atención alguna a los planes pastorales locales, a sus métodos y símbolos, a sus mitos y ritos,

Cfr. Lumen gentium, cap. II

Cfr. Las indicaciones de VC, 3, 1 que quieren ser un atenuante a la excesiva rigidez teológica y jurídica

VC, 37

Para una mayor profundización ver el artículo de J. Aubry, “Mutuae relationes” entre los religiosos apostólicos y los laicos, en el Boletín USG, n 81 1989, 3-24. Las actas de la 39ª Asamblea de los USG (Arricia 23-26 de mayo de 1990) sobre los laicos y los religiosos en la nueva evangelización son muy estimulantes, en particular  me refiero a la conferencia de J.C.R. García Paredes, p. 1-31