volver al menú
 

Los votos. Atreverse a prometer

En muchas partes del mundo, sobre todo en los países influidos por la cultura occidental, se constata una pérdida de confianza en hacer promesas. Esto puede verse en la crisis del matrimonio, el alto índice de divorcios; y dentro de llas Órdenes religiosas, en las continuas solicitudes de dispensa de los votos, que son una lenta y constante hemorragia de la vida de la Orden. ¿Qué sentido tiene que uno dé su palabra para toda la vida, "usque ad mortem"?

Una de las razones por las que empeñar la palabra no es un acto que sea considerado con seriedad, se debe a que las palabras mismas no tienen hoy gran importancia. ¿Acaso cuentan las palabras en nuestra sociedad? ¿Son capaces de cambiar algo? ¿Puede uno ofrecer su vida a otro, a Dios, o en matrimonio, sólo pronunciando unas palabras? Nosotros, como predicadores de la Palabra de Dios, sabemos que sí cuentan. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que pronunció una palabra y se hicieron los cielos y la tierra. Dios pronunció la Palabra que se hizo carne para nuestra salvación. Las palabras que nos hablamos los seres humanos son capaces de dar vida y muerte, construir la comunidad y destruirla. La terrible soledad que se experimenta en las grandes ciudades hoy en día es ciertamente un signo de una cultura que ha dejado de creer en la importancia del lenguaje, en esa capacidad que tiene la palabra compartida de crear comunidad. Cuando empeñamos nuestra palabra con los votos, afirmamos una vocación humana fundamental, pronunciamos palabras que tienen peso y credibilidad.

Aún no sabemos lo que nuestros votos implicarán ni a dónde nos llevarán. ¿Cómo podremos atrevernos a pronunciarlos? Ciertamente, sólo porque Dios nuestro Padre lo ha hecho y nosotros, sus hijos, nos atrevemos porque nuestro Padre lo hizo primero. Desde el principio, la historia de la salvación es la de un Dios que hace promesas, asegurándole a Noé que la tierra no volvería a ser inundada por las aguas; que promete a Abraham una descendencia más numerosa que las arenas del mar, y a Moisés liberar a su pueblo de la esclavitud. El cumplimiento y culmen de todas estas promesas es el mismo Jesucristo, el eterno "Sí" de Dios. Como hijos de Dios nos atrevemos a dar nuestra palabra sin saber lo que implicará. Y este es un acto de esperanza, ya que para muchas personas existe sólo la promesa. Cuando uno está sumido en la desesperación, agobiado por la pobreza y el desempleo, o atrapado por el fracaso personal, entonces quizá no exista alguien más en quien poner la confianza que en Dios, que se ha comprometido con nosotros y que, una y otra vez, ha ofrecido su alianza a la humanidad y nos ha enseñado a través de los profetas a esperar la salvación (Oración Eucarística IV.).

En nuestro mundo, tan fuertemente tentado por la desesperación, quizá no se dé otra fuente de esperanza que creer en el Dios que nos ha dado Su Palabra. ¿Y qué otra prueba puede ofrecerse de esto que el hecho de que hombres y mujeres hagan promesas, tanto en el matrimonio como en la vida religiosa? Nunca antes había yo comprendido tan bien el significado de los votos, hasta que visitando un barrio sumamente pobre de las afueras de Lisboa donde vivían los olvidados y los que no cuentan, los invisibles de la capital, encontré que había una gran fiesta y enorme regocijo porque una religiosa, que vivía con ellos, hacía su profesión solemne. ¡Esa era la fiesta de todos!

Nuestra generación ha sido llamada "la generación del ahora", porque la cultura que cuenta es la del momento presente. Esto puede ser fuente de una admirable espontaneidad y de una frescura e inmediatez con la que podemos alegrarnos. Pero si el momento presente es de pobreza y de fracaso, de derrota y depresión, entonces ¿qué esperanza puede uno encontrar? Los votos, por su naturaleza, alcanzan un futuro desconocido. Para Santo Tomás, hacer votos es un acto de absoluta generosidad, porque uno da en un solo instante una vida que ha de ser vivida sucesivamente en el tiempo (2.1 2.-, q. 186, ad. 2.). Para muchas personas en nuestra cultura, esta entrega a un futuro que no se conoce es algo absurdo. ¿Cómo puedo ligarme hasta la muerte, cuando no sé lo que me sucederá o lo que seré? ¿Qué me va a pasar dentro de diez o veinte años? ¿A quién voy a encontrar y cómo va a reaccionar mi corazón? Para nosotros este acto es parte de nuestra dignidad de hijos de Dios y un acto de confianza en el Dios de la Providencia, que hará aparecer al carnero enredado por los cuernos en la zarza. Hacer votos sigue siendo un acto con un sentido profundísimo, un signo de esperanza en Dios que nos ha prometido el futuro y que, aunque desbordando nuestra imaginación, cumplirá Su Palabra.

Es cierto que a veces algún hermano o hermana se siente en la imposibilidad de continuar cumpliendo los votos que ha hecho. Esto sucede porque a veces no hubo un discernimiento claro en la formación inicial, o también porque la vida religiosa exige un estilo de vida que honestamente ya no se puede seguir viviendo. Para esto existe la sabia disposición de la dispensa de los votos. En estos casos hemos de dar gracias por lo que hemos recibido de estos hermanos y disfrutar de lo que hemos podido compartir. Preguntémonos también si en nuestras comunidades hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para apoyar a los hermanos en sus votos.

(Tomado de una Carta a la Orden de Timothy Radcliffe OP)