LIBRO VOCACIONAL RECOMENDADO
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Joseph Ratzinger

FE, VERDAD Y TOLERANCIA

Ediciones Sígueme, Salamanca 2005, 238páginas

En un mundo que se va haciendo cada vez más pequeño, el problema sobre el encuentro entre las religiones y las culturas ha llegado a ser una cuestión apremiante. Las distintas religiones tienen ante sí el doble reto de vivir concordemente y contribuir a la educación del género humano para alcanzar la paz. La fe cristiana se ve afectada especialmente por esa problemática, porque desde su origen y por su misma esencia pretende dar a conocer y proclamar universalmente al único Dios verdadero y al único Salvador de toda la humanidad.

¿Podrá seguir manteniéndose hoy en día esa pretensión absoluta? ¿Cómo se compaginará con la búsqueda de la paz entre las religiones y entre las culturas? En el fondo, el verdadero problema consiste en la cuestión acerca de la verdad. ¿Puede conocerse la verdad? ¿O es sencillamente improcedente plantearse la cuestión acerca de la verdad en el ámbito de la religión y de la fe?

Para responder a todas estas cuestiones es preciso saber primeramente qué se entiende por cultura y qué son las religiones; sólo así será posible abordar el misterio del hombre y su real capacidad para alcanzar la verdad
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(Texto de la contracubierta del libro)

Me parece que éste es un libro que encierra muchas posibilidades de aplicación. Y para empezar por alguna, quiero decir que está claro que en la actualidad la mayoría, por no decir todos, estamos necesitados de una ayuda orientadora en lo fundamental de nuestra vida y sobre todo en lo que se refiere al ser y significado de nuestra fe, pero especialmente los más jóvenes, en lo que Hegel llamaba por aquel entonces y de manera generalizada la «fatiga del concepto», es decir, la fatiga de pensar, de construir con la mente. No podemos olvidar que esta sociedad que llamamos “del riesgo” se convierte muy fácilmente, como muy bien dice Eric Voegelin, en “una casa de locos global”. ¿Cómo afrontar esta locura, sobre todo en la visión dispersa de la fe?

Y demasiado a menudo, en los momentos que nos está tocando vivir, el uso de la razón queda desterrado por cierto sentimentalismo, al que a veces se valora por una carga de espiritualidad o incluso por una carga de mística. Parece como si pasando a través de la razón el mensaje quedara demasiado frío, sin llegar al corazón, a la experiencia vital. Lo que está claro es que con esto la razón y el sentimiento se van distanciando y de esta manera ambos enferman (p. 127).
       
Este es un libro sin duda de extraordinaria y dramática actualidad. Existen en el momento actual demasiados itinerarios teóricos y prácticos confusos y que han llevado a un cierto despiste, sobre todo después del Vaticano II. A la confusión pueden llevar ciertos itinerarios, por ejemplo, en materia de “ecumenismo”, “diálogo entre las religiones”, relación entre filosofía y fe, entre fe y religión, entre religión y conocimiento humano, entre monoculturalismo, interculturalismo y pluriculturalismo. Ahí están y podemos experimentarlos tal vez incluso en nosotros mismos.
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El libro de Joseph Ratzinger ilumina también un problema que ha aparecido por la lectura superficial, y quizá poco acertada y lingüísticamente poco atenta, de los documentos conciliares en materia de ecumenismo, tolerancia, salvación universal; se ha desvirtuado, digámoslo así, lo exclusivo y exhaustivo de la revelación y de su figura redentora: Jesús de Nazaret.
       
Ratzinger quiere evitar en su libro cualquier tipo de pelagianismo: considerar al hombre capaz de conseguir su salvación por sí mismo, con sus propias fuerzas. Estos miedos hay que superarlos siguiendo dos caminos: una sólida teología de la gracia gratis data y otra igualmente sólida autorresponsabilización por parte del creyente católico de su responsabilidad en el mundo, como muy bien lo expresó ya Dietrich Bonhoeffer. El libro pues es casi una suma de sana y moderna doctrina para poder afrontar estos problemas que la Iglesia de hoy, y evidentemente la de mañana, tendrá que afrontar. No es pues el libro un ensayo sobre algunas realidades eclesiales. Intenta tejer la consistencia global de la fe.

Leyendo el libro de forma trasversal e intentando señalar algunas directrices fundamentales, voy a detenerme, de una forma sumaria, sobre lo que puede llamar más la atención.
       
Ante todo, frente al “enamoramiento” de grandes pensadores hacia el espiritualismo oriental, se hace necesaria y contundente la afirmación incondicionada de que Jesucristo es la única salvación real y definitiva del hombre. Por supuesto, esto no significa negar que en las otras religiones se pueda entrever un resquicio de luz y de verdad. Y al expresar esto, de ninguna manera quiero que aflore una visión del libro simplemente apologética. Con algunas personas, bien lo sabemos, enseguida aparece el estereotipo en el juicio sobre sus escritos.

Dejando a Dios las vías extraordinarias de la gracia, sólo y únicamente en la Iglesia existe la salvación; aunque el Espíritu Santo puede otorgar gracia y salvación fuera de los confines visibles de la misma. La posición de Joseph Ratzinger, en los términos expuestos, es una posición que mantiene unidas la libertad del Espíritu con el mandato y la vocación de la Iglesia en lo que nos manifiesta la revelación.
       
Me parecen muy importantes las palabras escritas por Joseph Ratzinger sobre el “camino de la fe”. Son dos las vías señaladas para ese “camino” por las religiones históricas: la “mística” y la de la “revolución monoteísta”. Según esta última, el camino de la salvación es el camino de donación de la gracia por parte de Dios hacia el hombre; con la primera es el camino del hombre hacia Dios, pero dentro del hombre mismo…

Un problema similar es el de la relación entre fe y razón. La razón lleva a un Dios que es naturalmente el Dios verdadero, pero es la revelación la que hace que conozcamos al Dios absoluta y consumadamente verdadero.

La fe no nace ni de un simple razonamiento secundum naturam ni de una intuición mística, sino de acontecimientos histórico-concretos y localizados: Dios y Noé, Dios y Abraham, Dios y Moisés, Dios y la situación de destierro del hombre, el Padre, el Hijo (el Cristo) y el Espíritu Santo, la consumación de la revelación en la redención misericordiosa y gratuita. El conocimiento pleno del Misterio es sólo don de Dios.
     
     
 
Y Jesús, el Cristo, es el Logos encarnado. De ahí la legitimidad y la obligatoriedad de la investigación racional más alta, la filosofía. Gran valor poseen aquí las valientes intuiciones y las deducciones de Joseph Ratzinger: la insuficiencia de la llamada “neoescolátisca” a la hora de demostrar los llamados preámbulos de la fe y la pertenencia a la verdadera filosofía no sólo de Agustín y Tomás, sino también de Pascal y Kierkegaard, de Gilson y Rosmini; la corriente del personalismo, y también de otros grandes pensadores judíos como Buber, Levitas y Bergson. Joseph Ratzinger desearía que se añadieran a la lista de la Fides et ratio a otros dos grandes pensadores: Max Scheler y Bergson, hombres de fe, el último en los umbrales de la Iglesia.

Y si Cristo posee un cuerpo, ante todo lo posee en el tiempo y en la historia: y la historia “plena” es, por lo tanto, también y sobre todo historia de la redención.

Y si Cristo posee un cuerpo, en relación con Cristo y con la fe (el acontecimiento y la adhesión al mismo), la parte más espiritual del cuerpo natural de la humanidad es la cultura, entendida como conjunto de valores y conocimientos, que maduran bajo los valores y con los valores en la historia temporal de los pueblos.

El cristianismo, desde luego, no puede ser monocultural: pero no puede encarnarse en todas las culturas, sino sólo en las culturas que permiten “trigo, cizaña y ortiga”.

Si la alteridad de Dios con respecto a los otros y a lo otro se denomina con el concepto de “santidad”, entonces se ve con claridad que esa santidad suya, ese “ser sí mismo”, tiene que ver con la dignidad del hombre, con su integridad moral.
            
Último tema, entre los muchos tratados por Joseph Ratzinger, que me ha llamado la atención. La fe en la verdad: ¿una verdad exclusiva es compatible con la “tolerancia”? Aquí entra en juego la declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae. Quizá los católicos hemos descubierto demasiado tarde que la libertad religiosa del ciudadano se basa no sólo en los principios de igualdad jurídica y de aconfesionalidad del Estado, sino también y sobre todo en el propio concepto cristiano de fe y de salvación, que es libre aceptación del Dios que viene hacia nosotros en el camino de la gracia para la salvación, salvación que no salva sin la libertad.

Sin la libertad no puede haber verdadera fe, es decir, salvación, ni para el cristiano ni para ningún hombre. Porque el amor se dona y no se impone; se ama a quien nos ama y no lo padecemos.

Este libro del que hago hoy la recensión hay que decir que no es de fácil lectura, por todas las realidades que están en el fondo del libro, pero sí muy claro.    

Es un libro éste que hay que leer y por supuesto no porque el autor haya llegado a ser Benedicto XVI. Es un libro necesario para poder ir dándole un perfil cristiano a nuestra vida, a nuestra época y a nuestro hombre actual con gran carga de posmodernidad y de relativismo religioso.

Y es un libro que entra de lleno en la realidad vocacional del creyente. No puede haber vocación sin una verdad fundamentada o, al menos, sin una búsqueda de la verdad sincera, también en la dimensión teológica de la persona.


  FL