¡Seis días... confesando!

 

 

Al P. Sinesio R. Santamarta le hemos escuchado y leído muchas veces contantdo sus días de misionero en la Misión de Mishikishi (Zambia). Desde hace diez años se consuela volviendo allí cada verano, durante algunas pocas semanas, aunque sólo sea para respirar el aire húmedo y sentir en su piel arrugada el sol de África.

¿Qué hace el resto de los meses? El P. Sinesio sigue siendo misionero, porque no puede dejar de serlo. Es «misionero de la misericordia» en cualquier esquina del mundo.

Sus reflexiones ayudan a abrir el corazón. A todos, para recibir con esperanza el próximo Jubileo. A algunos, para acoger la llamada a continuar la cadena de los «misioneros de la misericordia».

CCA

LUNES

     Es la hora: 10.30 am.
     Una puerta se abre en el Templo Expiatorio del “Señor San José”, situado en la calle Madero, No. 36 QUERÉTARO (México). En el fondo del templo, hay 2 confesionarios para los sacerdotes que administran diariamente durante más de 5 horas el Sacramento de la Reconciliación…  Van llegando los penitentes… mientras una celadora recita: “En los Cielos y en la Tierra, sea por siempre bendito y alabado el Corazón amoroso de Jesús Sacramentado” Es la 1ª Hora Santa de la mañana, incluyendo Confesiones – al mismo tiempo-.
     No sé por qué, me vino a la mente, el recuerdo de mis primeros años de seminarista… cuando el “prefecto de disciplina”, durante el estudio de la tarde, anunciaba con voz grave: “Hoy, toca ducha y confesiones” ¿Orden? ¿Mandato? ¿Necesidad de “ducharse” por dentro y por fuera…?
    Aquí, en este Templo son muchos los que esperan “lavar sus vestiduras sucias en la sangre del Cordero".

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MARTES

     NO HAY CONFESIONES. Este aviso, colgado en la puerta -y “abusando” de las comparaciones- me recuerda algo parecido que los fariseos referían a Jesús: “Los sábados no se puede curar (trabajar)”…
Y pienso… ¿es que los “martes” no se cometen pecados… y por lo tanto no se puede perdonar…?
     Nosotros, damos esta explicación: El sacerdote necesita descansar un día a la Semana…
El “day off” que el Sr. Obispo de Ndola (Zambia) observaba y recomendaba a sus sacerdotes, también.
     El pueblo de Dios –afortunadamente– no ha llegado a comprender el alcance de este aviso, tanto allá, como acá.
     Hoy –precisamente “martes”- he tenido que “sacar del pozo” varias almas allí caídas… Era urgente… Era justo y necesario…
     De nada hubiera servido decirles: vengan mañana… porque hoy “martes” se ahogaban…
¡Bendito sea Dios!, pues algunos “transgrediendo” el significado de este aviso, se salvaron.

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MIÉRCOLES

     Alguien ha venido para confesarse con una lista de pecados “escritos”.
     Le sugiero que evite este proceder, en adelante.
¡No estamos en un supermercado! Los pecados (confesados) se borran, no se escriben.
El gesto de Jesús “escribiendo en la tierra” ante la adultera, tiene otro significado…: dar oportunidad de arrepentimiento a aquellos fariseos que interpretaban literalmente la Ley –escrita– de Moisés para apedrear mujeres adulteras… Jesús –en cambio– borra, quita, no escribe los pecados. “Vete, y no peques más”, dice.
     Este penitente me evoca una “Celebración penitencial” que tuvimos en la Misión Mishikishi (Zam-bia) por los años 80. Asistían un grupo  de “voluntarios”: propusimos, al final de un Retiro, escribir nuestros pecados en un papel… y después cada uno –de rodillas- acercarse al Cirio Pascual… y allí “quemarlos”… (Algunos… se quemaron los dedos… ¿Serían los que “realmente” estaban más arrepentidos?).
     Fue un acto serio, sentido, que condujo a muchos a confesarse individualmente con el sacerdote…
     Si esto “valiera”… -sacramentalmente- iría mucha más gente a confesarse, decían irónicamente los voluntarios españoles
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JUEVES

     Hoy toca confesiones y Eucaristía en el Centro: CERESO Femenil (Centro de Rehabilitación Social Femenil) En otras palabras: Cárcel de Mujeres. Para entrar hay que pasar 7 puertas de Control… ¿Por qué tantas?
     Van llegando a la capilla las 50 personas que se arrodillan y rezan por su “pronta liberación”: Faltan 15 del Cubículo B, a las que se prohíbe asistir con el grupo, porque son más “pecadoras” que las demás…
     Hasta ahí… llega el juicio de los hombres. Pero el juicio de Dios va más allá -¡rompe los hierros de la prisión!– y se escuchan palabras de vida eterna…:
     a) donde abundó el pecado… sobreabundó la gracia…
     b) mucho se la ha perdonado… porque mucho ha amado…
     c) vete y no peques más…
     Porque yo no he venido a condenar al pecador, sino a salvarlo…
     Se respira un ambiente de paz al despedirnos de nuestra “madrecita” de Guadalupe… Ella “libre” de pecado… Nosotros “esclavos”.
     Ellas…, dentro. Yo, fuera.

 

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VIERNES

     Ha sido un “sordomudo” el que ha venido hoy a confesarse, ¡también trae los pecados “escritos”!
     Yo los leo, “como si fueran los míos”… ¡Ojala pudiera decirle como Jesús: EFFETA: Abríos! Él no va a oír mis consejos ni la penitencia impuesta (que le escribo en su mismo papel).
     Después de unos minutos de silencio, le impongo las manos, y le perdono sus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…
     Inmediatamente – ante su vista – se rompe el papel en múltiples pedazos… recordando aquel gesto de la Magdalena, que rompió – de un golpe – el frasco de alabastro y lo derramó a los pies de Jesús, para lavar sus pecados… Y la casa (aquella casa) y el templo (este Templo) se llenó de un suave perfume…
     El Señor perdona y olvida. La Reconciliación es el Sacramento de la Alegría.

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SABADO

     No olvidaré nunca aquel sábado (SANTO) del año 80 en la Misión de Mishikishi.
     Se habían reunido los cristianos desde el Jueves Santo al Domingo de Resurrección para celebrar la Pascua…
     El Sábado Santo, por la mañana, estaba reservado para las confesiones… Después de una preparación penitencial comunitaria, se procede a la confesión individual.
     El silencio invade la Iglesia…
     De repente, se presenta una mujer, que pide a los sacerdotes el “permiso” de confesarse en voz alta – ante la Asamblea –.
     Así lo hace, ante la expectación de los 200 penitentes allí congregados.
No hay comentarios. Todo el “perfume” de su arrepentimiento, penetró en los corazones de quienes todavía seguimos confesando “en voz baja” nuestros pecados cometidos en público.
     ¡Dejadla en paz! Ha hecho una obra buena, diría Jesús a la Magdalena… Este gesto “atrevido”, sigue siendo: Desafío, y estímulo para cualquier cristiano “practicante”, y sincero.
     Desafortunadamente desde aquel “glorioso Sábado Santo” no he vuelto a escuchar una confesión “en alta voz”. ¡Quizás, la tengo que hacer yo!

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DOMINGO

     Bienaventurados los que lloran en la confesión… porque ellos nos consuelan a nosotros (confesores); que quizás, “culpablemente” nos habíamos hecho insensibles a los sentimientos más nobles de la persona humana:
      ¡Llorar desde dentro! “Jesús lloró”. “Pedro también lloró amargamente”…
      No sabemos hasta qué punto recuperamos la “fortaleza” de espíritu, dejando resbalar abundantes lágrimas de arrepentimiento.
      Lágrimas, que se convierten en “Cataratas de la Divina Misericordia” para lavar y limpiar nuestras infidelidades…
      Hoy han llorado varios penitentes… Sus lágrimas verdaderas han sido “materia y forma” de su confesión! Suficientes.
      ¿Tendría algo más que preguntar el confesor? ¿Se habría olvidado el penitente de algún pecado?... Desde la sala se oye una voz “imperativa”: “Enseguida. Enseguida. Pronto… traed el mejor vestido, el anillo; matad el becerro más cebado… “Hagamos fiesta: porque este hijo mío, estaba perdido… y lo hemos encontrado”. ¡¡¡Aleluya!!!

 

Sinesio Rodríguez Santamarta
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Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.. - PAPA FRANCISCO