Tengo 38 años de ministerio, pero sigo con el entusiasmo del primer Amor. Durante 15 años he trabajado solo. Actualmente estoy en una parroquia rural, dedicada a san Antonio de Padua, compuesta de 20 ranchos y 7 colonias de periferia. Somos dos sacerdotes en condiciones de trabajar normalmente y el P. Enrique de 83, que celebra diariamente en silla de ruedas, vive con alegría y fidelidad su ministerio. 

     

DOMINGO

Es muy estimulante comenzar el domingo en la certeza de encontrarme con la gran familia que asiste a nuestras celebraciones. La jornada comienza a las 6:00 am, y como una respiración profunda la invoco: Madre y Formadora de los sacerdotes, ruega por nosotros. Espontáneamente mi pensamiento gira en torno al pasaje del Evangelio del día. Y, aunque ya preparé la homilía, sigo buscando la mejor forma de transmitir la esencia del Mensaje a esta gente sencilla.

A nuestros ancianitos les gusta asistir a la primera misa (7:00 am.) Algunos matrimonios jóvenes, que tienen que trabajar en domingo, traen a alguno de sus niños. Me gusta esperarlos a la entrada; algunos han caminado a pie y con bastón casi un kilómetro, pero vienen con ilusión, y con el vivo deseo de encontrarse con el Padre Misericordioso. Al saludarlos, algunos me cuentan parte de su vida, alegrías, soledad, achaques recientes, pero vividos con mucha fe, y vienen agradecidos, con la certeza de que Dios es Padre providente que cuida de cada uno de sus hijos. Esa fe me edifica.

Algunos, como la Sra. Conchita, ya no escuchan nada, pero aquí están fieles a la cita. Otros caminan con mucha dificultad, pero eso no les arredra. Una de las cosas que más me impresiona, a la hora de la homilía, es la expectativa de los fieles reflejada en el rostro. Es la misma multitud hambrienta que se acerca a Jesús. Él me dice “Dales tú de comer”. Es un gran consuelo saber que el Señor ha preparado anticipadamente el Banquete. Mediadores entre la fuente y los sedientos, “los sacerdotes somos los cocineros de los hijos de Dios”. Es gran alegría poder saciar esa hambre y esa sed.

Cada celebración es una vivencia única. Es muy cierto que “celebrar bien, es un arte”. Con frecuencia nos empeñamos en dar sólo doctrina, pero nuestra gente lo que necesita es experimentar la Bondad del Dios vivo, a través de testigos convencidos. Me hace bien avivar cada día el ideal (aunque aún no lo alcance).

A las 10:00 tenemos la Misa de niños. Trato de adaptar el contenido y la forma. Procuro que sea una celebración festiva. En la homilía incluyo por lo menos una historia, y si logro que participen y sonrían, mejor. Tengo amiguitos de dos años que cuando se acercan espontáneamente a saludarme me hacen muy feliz. La sonrisa de un niño es sonrisa de Dios.

En la Misa de doce me toca confesar. Suelo comenzar preguntando: ¿Reconoce que Dios ha sido muy bueno con Usted? – Lo reconozco y lo agradezco, me dice. – Muy bien, a nosotros nos toca corresponder, y ahí es donde fallamos… Luego sigue la confesión en diálogo distendido y sereno. Después de la absolución algunos respiran profundo, y eso me consuela.

A las 14:00 es la celebración del Bautismo. Reconozco que papás y padrinos se esfuerzan por vestir elegantemente a sus pequeños. Celebrar el bautismo de un hijo es una fiesta para toda la familia. Trato de suscitar respuestas comprometidas que los lleven a vivir como buenos hijos de Dios. “Este día, Dios Padre toma en sus brazos a cada uno de estos pequeños y exclama: “Éste es mi hijo muy amado en quien me complazco”. Les invito a que cada día nos esforcemos para que nuestra vida sea motivo de alegría para Dios y para nuestros hermanos. Hoy tenemos ya siete nuevos bautizados.

La última Misa es la de las 7:00 pm. Algunos vienen después de su jornada de trabajo; otros, después de haber convivido con la familia. Veo algunos adolescentes que no vienen de buena gana, sólo acompañan a sus papás. Cada celebración es una invitación a vivirla como si fuera la primera, la única. Mi oración: Señor, que no sean mis palabras, sino tu Palabra. Todo transcurre a un ritmo pausado, entre silencios y aclamaciones. (Las partes de la Misa están muy bien distribuidas.) A la hora del rito de la paz, se me acercan unos chiquitines que con sólo verles me hacen olvidar el cansancio. La última fue una niña de menos de dos años, que dudaba acercarse, pero animada por la mamá se decide. Recorre sola el pasillo. Yo la espero abajo del altar. A diez metros ya tenía la manita extendida manifestando su propósito. Yo no sólo le doy la mano sino que la estrecho y la beso. Los fieles sonríen, la mamá está feliz. ¡Regalos de Dios!

Después de la misa, cuando ya salió la mayoría, un hombre joven me dice: quiero hablar con Usted, ¿cuándo puede recibirme? – Si quieres ahora mismo. Él acepta. Nos sentamos en el banco más cercano; comenzamos una charla que luego deberá continuar; no está casado por la iglesia, pero ya se sintió acogido, y fijamos una próxima visita. Ahora el que respira profundo soy yo. Gracias Señor.

    

LUNES

Todos los lunes, los agentes de pastoral, sentimos el peso del trabajo realizado el fin de semana. Trato de asegurar una hora de oración antes de la primera Misa (8:00 am), meditando las lecturas del día y recitando la liturgia de las horas. La oración siempre reconforta. Los fieles que participan en la Eucaristía de la semana son el “Resto Fiel”, una verdadera familia. Nos conocemos y nos queremos. Cuando uno enferma, todos oramos por él.

Después del desayuno me aplico a preparar el mensaje grabado para la radio. Comencé hace 25 años transmitiendo un mensaje de 4 minutos por teléfono. Ahora, me conceden 15 minutos gratis diarios. Son miles de personas las que escuchan, pues hay más personas dispuestas a escuchar un buen mensaje, que los que estamos dispuestos a transmitirlo.

La rutina de cada día incluye 4 días de grabaciones, recibir personas que piden una consulta, tanto a quienes nos visitan, como a quien llama por teléfono; visitar enfermos a domicilio o en el hospital, visitar ranchos, participar en las juntas de colaboradores seglares como de los padres del Decanato; oración y estudio personal, etc.

Hoy siento la necesidad de descansar, pero a medio día recibo una llamada telefónica. Es la hija de un amigo de 77 años que está enfermo y en estado grave. Hace 30 años que no se confiesa, pero dice que si voy yo a visitarlo, conmigo sí acepta confesarse. Nos separa una distancia de 200 km. Hago una evaluación rápida de mis compromisos y decido ponerme en camino. Trato de cubrir lo más urgente, hago una comida ligera para evitar el sueño, y abordo solo el automóvil. Durante el largo trayecto, hay tiempo para pensar, para pedir por la salud de José, pero sobre todo para dialogar con el Señor Jesús como compañero de viaje. Después de dos horas y media llego al hospital, y en la central de enfermeras pregunto por el paciente del cuarto 26, José Álvarez. La enfermera consulta la lista y me dice muy seria: – Ya no está. Pregunto: ¿Le dieron de alta? –No, falleció.

La noticia me estremece; no la esperaba. Respiro profundo y me digo: si Dios así lo dispone, está bien. Que el Señor lo reciba en su Reino. Enseguida me voy a la funeraria y me encuentro con los familiares. La hija que me llamó por teléfono me recibe y me comparte, en privado, su dolor, su fe, sus dudas, el gran deseo de su padre de reconciliarse y poder comulgar. Yo la escucho y trato de animarla. Me acerco al féretro y hago mi mejor esfuerzo para consolar a la esposa, ahora viuda. Invito a los presentes a escuchar la palabra de Dios. Meditamos en las palabras de Jesús que nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida…”

Me despido asegurándoles mis oraciones. La familia me queda muy agradecida. Salgo, y voy a pedir alojamiento en un hospital de religiosas.

MARTES

Celebro a la 7:00 am en la capilla del hospital. Las religiosas lo agradecen pues las que están en silla de ruedas no pueden acudir a la parroquia para participar de la Eucaristía. Desayuno y emprendo el regreso. En el trayecto, de nuevo tiempo para reflexionar y para orar. Ya en casa, reviso el trabajo de los albañiles. Esta vez, labores de mantenimiento.

A las 7:00 pm tengo un matrimonio de una pareja que ya tienen conviviendo siete años. Los he citado una hora antes para que la confesión sea sin prisa. Él es un hombre de 43, pero no se confesaba desde la adolescencia. Le motivo para que logre adoptar una postura más coherente y responsable ante Dios y ante la vida. Tiene buena disponibilidad, pero trabaja en Estados Unidos y como su trabajo es absorbente, deja de lado las cosas de Dios. Se juntaron ya grandes y no tienen hijos. Los dos prometen emprender una vida de comunión entre ellos y con el Señor Jesús. Solamente asisten los familiares más cercanos. Durante la celebración les veo conmovidos, sobre todo a la hora de la Comunión. La recomendación final es: ¡Juntos hasta el cielo! Alegría y aplausos. Han organizado una cena familiar y me invitan. Hay sinceros deseos de emprender una nueva vida. En dos días la esposa deberá someterse a una cirugía para extraerle un tumor del vientre. Su esperanza y confianza en Dios se han fortalecido.

MIÉRCOLES

La actividad de este día es la distribución de buenos libros. Estoy convencido de la importancia de tener buenos libros al alcance. La cultura de la imagen está desplazando las lecturas continuas, por eso me he esforzado en seleccionarlos y difundirlos. El motivo más fuerte para fomentar el amor por la palabra escrita es que el Hijo de Dios se hizo Palabra encarnada. No sólo los ofrezco a los fieles, sino que he motivado incluso al Señor Obispo para que tenga una buena cantidad de reserva para regalar a los sacerdotes. Quisiera sembrar libros como semillas, entre los más difundidos ocupa el primer lugar la Biblia de América. Su traducción es actualizada y muy adecuada para ser proclamada en nuestras asambleas. Pero como no todos pueden pagar, con tal que los lean, termino regalando muchos.        

JUEVES

Hoy se celebra la fiesta patronal en una de las colonias de la periferia, en honor del Santo Niño de Atocha. Cuatro niños se han preparado para hacer la primera comunión este día. Están vestidos de blanco acompañados de sus padrinos. Aún no hay templo, algunos estamos bajo un tejaban, pero la mayoría está al aire libre; el piso es de tierra aplanada. La misa es a las 6:00 pm, y el ambiente es de fiesta. Asisten muchos niños y hay barullo. Al comenzar las lecturas les digo: a los niños que se porten bien y no platiquen, les vamos a dar dulces al final. La mayoría guarda compostura. Trato de que la homilía esté a tono. Todos están contentos. La profesión de fe la hacemos en relación a la presencia real de Jesús entre nosotros como Pan de Vida. Al final doy la bendición en regla. Y en cuanto despido a los fieles se acerca un niño de unos 7 años que reclama: ¿Y mi dulce?... Ya lo había olvidado, y me doy cuenta que no tengo ni un solo dulce, pero tengo que cumplir mi promesa. Le pido a una de las colaboradoras que me consiga como pueda una buena ración, pero en esa colonia no es posible. Una catequista me dice: ¡La Sra. Norma trajo dulces! Con sorpresa y alivio le mando decir que los traiga cuanto antes. Mientras tanto formo una fila de niñas y otra de niños. En eso llega la donadora con dos grandes bolsas de dulces. Los repartimos a puños, y la alegría es desbordante. Pero el mensaje para mí, es conmovedor. Veo claramente la providencia de Dios que me dice “No estás solo, Yo te apoyo”. La Sra. Norma, como ofrenda al Divino Niño, prometió regalar algo ese día a los niños.

VIERNES

Otro de los trabajos que he tenido que encarar es el de la construcción. A pesar del peligro de caer en el activismo, hemos emprendido no sólo trabajos de mantenimiento, sino de construcciones completas. El criterio es que sea de verdad una necesidad para la comunidad. En estos días estamos empeñados en la construcción de un Domo para el patio de la casa del Catecismo, anexa al Templo. Los fieles ya no caben en este Templo y, con frecuencia, un buen grupo queda de pie durante las celebraciones. Soy consciente de que lo ideal sería contratar un responsable de obras y darle las instrucciones para que él se encargue de vigilar y proveer materiales. Sí, pero tendríamos que pagarle un buen salario, y no tenemos recursos para eso. Por otra parte, no todos los constructores conocen las normas litúrgicas ni las exigencias que debemos tener en cuenta. Total que, por razones de austeridad, yo estoy al pendiente tanto de los trabajadores como de conseguir materiales, herramientas, y no precisamente en el mercado, sino en varias ocasiones pidiéndolas prestadas. Esto desde luego supone diálogos y acuerdos con el arquitecto, el ingeniero, los trabajadores, y con los fieles para que nos apoyen como mejor puedan, solicitando descuentos aquí, y donaciones más allá, buscando siempre la mejor opción. Por otra parte, consolando a un trabajador que tiene a su hijo o a su esposa enferma. Otro que está muy preocupado por su hijo adolescente que ya no quiere ir a Misa, que no obedece, que llega muy noche a casa, que no se puede hablar con él porque rápidamente se exalta y vocifera… Con todo, la construcción avanza, y el Señor no nos deja. Las señales del camino indican que hay que seguir adelante a pesar de los obstáculos.

        

SÁBADO

Hoy, ante un grupo de jóvenes trato de actualizar el pasaje de Jesús ante la multitud que le escucha fascinada, y se olvida de comer. Recurro a una paráfrasis. Les ilumino el asombro de los apóstoles ante el imperativo inesperado de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. Ellos, totalmente desprevenidos, exclaman: Señor, si no tenemos nada… Andrés mirando en torno, se acerca a un adolescente que porta su bastimento, y le invita a compartirlo. El chico acepta desprenderse de tres panes y un pescado, asegurando una ración para él. Andrés, muy optimista, presenta el chico generoso ante Jesús. El Maestro le mira sonriente y le llama por su nombre: ¡Sijor, estos panes representan tu vida!, si quieres que tu alegría sea completa tienes que entregarlo todo. Y Sijor, fascinado ante la invitación complaciente del Maestro, lo entrega todo, cinco panes y dos pescados.

Los jóvenes escuchan muy pensativos. Uno pregunta: ¿es posible entregarlo todo? La pregunta me cuestiona. ¿Yo lo he entregado todo? Reconozco que esa tentación de guardar una parte para mí, ha marcado toda mi vida. Ciertamente es muy poco lo que podemos aportar en esta inmensa obra de la Salvación, pero si entregamos todo lo que somos y tenemos, el Señor infaliblemente completa la obra de fecundación y multiplicación oportuna. “Cuando un hombre ama, cuando un hombre ha dado su corazón, ya lo ha dado todo.” (Martín Descalzo).

El gran reto del hombre de hoy consiste en que “atraído por múltiples solicitaciones tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo”. Lo confieso: me reconozco en este diagnóstico. Pero también estoy convencido de que cada día puedo vivificar y renovar mi decisión de seguir a Jesús, haciendo mía la confesión de Pedro: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

 

Texto: José de Jesús Reséndez – Fotografías: Moncho

520

Mi tarjeta de identidad está salpicada con gotas de sangre y de alegría navideña. Mi padre, por defender a unos campesinos que iban a ser despojados de su parcela de cultivo por un capitán del ejército, fue asesinado. Sucedió en la mañana del domingo 20 de junio de 1948. Mi madre estaba en el noveno mes de embarazo. Todavía me sangra el corazón al contemplar la escena desgarradora de mis cinco hermanas llorando, rodeadas del cuerpo ya sin vida y ensangrentado. La más pequeña tenía 2 años 8 meses. El parto ya tocaba a la puerta. Y el amanecer del día 23, trajo la buena noticia. ¡Es niño! La alegría del nacimiento opacó el dolor de la tragedia. Mi madre y hermanas tuvieron que cambiar en seguida, los gritos de dolor por las risas de júbilo. Superada la angustia del parto, sin olvidar la espada clavada en el alma, la madre, sonriente y agradecida, se ocupa de amamantar a su pequeño. El doctor, conocedor de las circunstancias, se acerca a mi madre: “señora, gracias a Dios todo salió bien; su niño está muy bonito”. El anhelo de mi padre era tener un hijo varón. Cómo hubiera disfrutado estrechando a su pequeño… La madre entendió muy pronto que su hijo no le pertenecía, y decidió consagrarlo al Corazón de Jesús, y expresarlo en el nombre: José de Jesús. Ahora lo entiendo: desde el nacimiento estaba marcado el rumbo de mi misión: consolar a los abatidos; vendar los corazones heridos.