¿Y por qué no tú?



Juan José Omella Omella nació en Cretas, Teruel, el 21 de abril de 1946. Estudió en el Seminario de Zaragoza y en Centros de Formación de los Padres Blancos en Lovaina y Jerusalén. Sacerdote el 20 de septiembre de 1970. Coadjutor, Párroco, Vicario Episcopal en Zaragoza. Misionero en Zaire. El 15 de julio de 1996, Obispo auxiliar de Zaragoza.  El 27 de octubre de 1999, Obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón. Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca. Desde el 8 de abril de 2004 es Obispo de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño.

 

     Queridos hermanos y hermanas:

        Me alegra mucho dirigirme a ti, querido lector. Allá por los años 60, uno de los escritores de espiritualidad más leídos se llamaba Michel Quoist. Cuenta en uno de sus libros que siendo joven formaba parte de un grupo de Acción Católica de su parroquia. Un día al acabar la reunión, se quedó charlando con el sacerdote que a las claras le dijo: “Oye, Michel, ¿has pensado alguna vez que tú podrías ser un buen cura?” El joven Michel respondió: “¿yo, cura? De ninguna manera”. Nervioso y confuso por esa propuesta, cogió la bicicleta y marchó hacia su casa. Mientras pedaleaba, le venía insistentemente esta pregunta: “Y ¿por qué no sacerdote?”
         Michel Quoist acabó siendo un buen sacerdote, fiel a su vocación y gran amigo de los jóvenes a quienes dedicó un buen puñado de sus libros.
        ¡Cuántas veces he recordado y comentado esta historia! En ella veo también reflejada mi historia vocacional.

    

         Siendo yo pequeño, vino a mi pueblo el Arzobispo de Zaragoza, Don Casimiro Morcillo, en visita pastoral. Los chavales estábamos en los primeros bancos de la iglesia y, en un momento determinado, dirigiéndose a nosotros nos preguntó: “¿quién quiere ir al Seminario? ¿quién quiere ser sacerdote?” Nadie respondió, pero yo en mi interior me dije: “¿por qué no yo?”.
         Unos meses después celebró su primera Misa un escolapio nacido en el pueblo. Hice de monaguillo, junto con otros compañeros. Al acabar la celebración y, ya en la calle, el P. Provincial de los Escolapios dijo a los chavales que estábamos allí: “Queda una habitación libre en el Seminario, ¿quién quiere ocuparla?” Y, nuevamente, me dije a mi mismo: “¿por qué no yo?” El resto no fue más que algo parecido a lo que hacen los albañiles cuando han colocado la primera piedra en la construcción de una casa: poco a poco, entre días de lluvia y de frío, entre días sol y de calor, se va levantando hasta llegar a ser una casa donde poder vivir y acoger.
        Poco tiempo después les dije a mis padres que quería ser sacerdote. Fui también a decírselo al párroco y todo acabó o empezó, según se mire, con mi entrada en el Seminario. Pasados los años fui ordenado sacerdote y ahora soy el Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño (La Rioja).

 Ermita de la Virgen de la Misericordia

         ¡Qué importante es que alguien invite a reflexionar a los chavales y a los jóvenes! ¡Qué importante que alguien lance la pregunta de manera que, como le sucedió al joven Samuel, según lo relata el libro de la Biblia, pueda escuchar la voz de Dios que llama, y casi siempre lo hace a través de intermediarios!
        Si importante y necesario es que los jóvenes respondan a la llamada de Dios, importante y necesario es también que alguien llame e invite a responder.

         Por eso yo también lanzo esta pregunta a quien lea este escrito: “Y ¿por qué no tú?” No temas, abre de par en par las puertas de tu corazón a Jesucristo, único Salvador. Él, solamente Él, es capaz de dar sentido a la aventura de la vida; de llenar de gozo y de paz tu corazón. El Papa san Juan Pablo II proponía a los jóvenes cinco consejos para ayudarles a abrir sus corazones a Cristo y vivir la maravillosa aventura de la amistad con Él: “La oración, la escucha de la Palabra de Dios meditándola, la asistencia a la Santa Misa, la adoración de la Eucaristía y frecuentar el Sacramento de la Confesión” (5 de abril de 2001 ante 40.000 jóvenes reunidos en la Plaza de San Pedro).

         Cuando en el corazón de un creyente confluyen dos cosas, la serena experiencia de la misericordia divina y el dolor de la miseria humana, la llamada de Dios a la vida sacerdotal y consagrada encontrará la buena tierra que podrá dar frutos abundantes, porque el corazón de todo sacerdote, de todo consagrado, es inmensamente solidario con sus hermanos, especialmente con los que sufren, y con Cristo, que ha llegado a seducirle en lo más hondo de su ser. Por eso, el santo Cura de Ars definía así al sacerdote: es el amor del corazón de Cristo. El sacerdote no es más que amor, se gasta y se desgasta amando, al igual que Cristo, hermano y servidor de todos. ¡Qué hermosa, qué gran misión!
         Puedo decir en verdad que en mis cuarenta y cuatro años de sacerdote he sido sumamente feliz. He estado en parroquias rurales durante 19 años. Después mi Arzobispo me nombró Vicario Episcopal de Pastoral en una amplia zona de la ciudad de Zaragoza con 300.000 habitantes. Y cuando yo creía que se había acabado el tiempo de trabajar como Vicario Episcopal, llegó la noticia de que el Papa san Juan Pablo II me nombraba Obispo Auxiliar de Zaragoza. Eso me dejó confuso y aturdido. Pero fiado en el Señor me lancé a esa aventura. Puedo decir que siempre he sentido la ayuda del Señor. Y en los momentos de duda oía en mi interior las palabras de Jesús: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?”

         Te lo aseguro: si volviese a nacer, consagraría de nuevo mi vida a esa vocación, sin ningún miedo y sin condición alguna. Merece la pena gastar la vida por una causa tan noble como el servicio a una comunidad y especialmente a los más necesitados.
        Cuenta con mi oración y mi aliento de amigo, querido lector,

 
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Jorge Sans Vila, buen sacerdote y preocupado siempre por temas vocacionales, me ha pedido que escriba algo sobre la vocación al ministerio sacerdotal. No he podido negarme, pese a las muchas ocupaciones que tiene un obispo y porque sus escritos, sus reflexiones ¡me han ayudado tanto! Gracias, querido Jorge, por tu buen hacer y por tus reflexiones, siempre sabias y alentadoras.