Diario de una visita deseada
     

Día 18 de julio

     El día tan esperado desde hace tiempo llegó: mi madre pisó África. Su primera reacción no fue extraña: al abrazarme se puso a llorar en el aeropuerto. ¿Por qué llorar? Supongo que es la manera de expresar una mezcla de diferentes emociones: un encuentro que parecía casi impensable, la tensión del viaje, y sobre todo el recuerdo del esposo, del padre.
     Se cumple precisamente hoy diez años del paso de padre a la casa del Padre. ¡Cómo pasa el tiempo! Y “curiosamente” hoy llega mi madre para que podamos celebrar por la tarde una Eucaristía de acción de gracias en la capilla de Seminario. ¿Quién podía haber calculado esto? Es una pregunta que no tiene demasiado sentido. La gracia de Dios no se calcula, no se mide, se recibe sin más. Me limito a acoger este regalo del Señor como una caricia de su ternura y un buen presagio para estos pocos días de visita.

    

Día 19 de julio

     Dicen que un amigo es el mejor tesoro. Supongo que lo dicen de aquellos que son buenos amigos.
     La República Democrática del Congo tiene muchos tesoros en el vientre de su tierra. Son los minerales que la avaricia del hombre explota sin escrúpulos: cobre, cobalto, uranio, caserita, oro, etc… Estos tesoros han destruido al hombre congoleño en forma de guerras, divisiones, injusticias… Estos tesoros son enemigos del hombre.
      Hoy he comenzado a presentar a mi madre mis amigos más cercanos, esos que son un tesoro de verdad: Juanita, Juana, José Antonio, María José… Diferentes edades, carismas, congregaciones, apostolados… Pero todos unidos en la misión de la Iglesia. Y mi madre hace lo de siempre: habla de la familia, pregunta por sus historias, se muestra decidida… Y en seguida se establecen lazos de amistad y sintonía sinceras.
       A través de estas visitas (que continuaremos aún) mi madre puede llegar a conocer la geografía de mi corazón. Espero que le guste el paisaje.

Día 20 de julio

     Mi madre tiene un pequeño cuaderno donde va anotando las vivencias y las informaciones de cada día. Supongo que con lo que ha vivido hoy se le gastarán las páginas.
      Hacía muchos meses que la policía no me paraba. Pero hoy tocó. Sabía que un día tenía que llegar, pero me hubiera gustado que hubiese sido más tarde. Mi delito: exceso de velocidad, en lugar de ir a 40 yo iba a 43. Por las caras que ponían los policías, la cosa era “grave”. Mi madre no paraba de preguntar qué pasa, qué quieren, qué hacen. Es difícil narrarle las cosas cuando estás discutiendo con los policías para que te dejen tranquilo. Y eso depende de la suerte y de la estrategia utilizada. Unas veces vale con el sentido del humor y diciendo cuatro chistes. Otras veces vale con ponerse serio e intransigente con ellos. Depende de la persona y de las circunstancias. Pero esta tara de las «negociaciones» no avanzaban. Yo me puse serio y ellos también, aunque al final, de tan cabreado que me vieron, nos dejaron pasar.
       Con esta anécdota mi madre ya tiene materia para escribir y contar a sus nietos

 

Día 21 de julio

     Llegó el día grande, el día de las ordenaciones: 12 nuevos diáconos y 8 nuevos sacerdotes. ¡Una gran fiesta en la diócesis de Lubumbashi! En estas ocasiones sabemos que el tiempo poco importa: la Eucaristía, al aire libre, duró cuatro horas y media, empezando con pleno sol y terminando de noche. Por eso llevé a mi madre con tiempo para que pudiera tener sombra.
      Una celebración Eucarística de estas características siempre impresiona: la gran cantidad de sacerdotes, los cantos, las danzas, los gritos de alegría del pueblo cristiano, la multitud en la plaza de la catedral... Pero sobre todo el ritual de órdenes. Mi madre ha disfrutado porque le gustan estas cosas.
       Después de la Eucaristía ha habido una sencilla recepción en el patio del obispado. Mi madre ha vivido allí su «momento de gloria». Era como una presentación en sociedad porque estaban casi todos los sacerdotes y una gran representación de religiosas. Yo iba acompañado del Vicedirector general de la Hermandad y de mi madre. Pero cuando les presentaba, él casi pasaba desapercibido porque todos los saludos efusivos iban hacia ella. Fue el centro de atención, hasta tal punto que se cansaba de dar la mano y decía que parecía una ministra saludando a tanta gente. La guinda del pastel fue cuando nos acercamos a saludar al Arzobispo y les hice una foto a los tres. Se lo pasó bien sin duda.

 

Día 22 de julio

     Hoy era también un día muy bonito. En el Seminario Menor hemos celebrado la Eucaristía de acción de gracias por los nuevos diáconos de la Hermandad: Hilary y Marcel. Ha habido muchos invitados. La capilla estaba a rebosar y había también mucha gente fuera porque se quedó pequeña. Ha sido emocionante verles servir por primera vez en torno al altar. Somos más operarios en África y esto nos llena de alegría.
      En medio de toda la fiesta, ha sido un día de Hermandad, de familia, que ha quedado gráficamente expresado cuando, después de comer, nos hemos hecho una foto todos juntos: los operarios con sus familias haciendo una sola familia, una sola Hermandad. Todo un símbolo, toda una realidad. ¿Se puede pedir más en un día como éste?

    

Día 23 de julio

      Después de un fin de semana cargado de fiesta hemos seguido la ruta de visitas a comunidades religiosas, aunque la mayoría ya había saludado a mi madre ayer en el seminario. Ahora se trataba de verlas in situ y conocer lo que hacen a pesar de que las casas estén vacías por las vacaciones.
       Yendo hacia las Capuchinas que tienen una residencia universitaria y una casa hogar para acoger a chicas abandonadas por sus familias, nos hemos salido de las calles asfaltadas para tomar una de tierra, con baches  y piedras. A mi madre le ha llamado mucho la atención. Le digo que eso no es nada porque estamos en la estación seca. Porque cuando llueve… cuando llueve se descubre otra cara de África. También en la ciudad.

Día 24 de julio

      Desde que se enteraron de que mi madre iba a venir, dijeron que harían algo para «acogerla». Es la visibilidad del valor africano de la hospitalidad y del agradecimiento.
       Eso era lo que querían transmitir quienes participaron a las Jornadas Mundiales de la Juventud del año pasado y estuvieron la semana previa en Toledo. Por eso hoy nos han invitado a comer y luego a tomar algo típico en unos chiringuitos cerca del lago. Teniendo en cuenta los horarios que tenemos por aquí, hoy hemos llegado a casa algo más tarde de lo normal. Pero ha merecido la pena. Ha estado bien y a mi madre le ha gustado.
       Como son muy dados a los discursos, después de comer un sacerdote le decía a mi madre que con esta comida compartida querían agradecerle a ella, y con ella a todas las familias que les habían recibido en Toledo, todo lo que habían hecho por ellos durante aquellos días inolvidables. Se veía que lo decía con el corazón.
         Luego, volviendo en el coche, me decía una religiosa salesiana que le llenaba de alegría ver a un sacerdote al lado de su madre. Y bromeando yo la respondía que más contento que ella estaba yo.


Día 25 de julio

      A veces hacer planes no es fácil, sobre todo cuando te los estropean. Y hoy quien los ha estropeado es el señor Arzobispo que prácticamente ha improvisado una audiencia aunque se había pedido hace tiempo. Está bien ir al arzobispado pero ¿qué hago yo con mi madre?
       Menos mal que justo en ese momento apareció en el seminario Juanita. Le pedí que se la llevara a alguna parte. Y se fueron al mercado.
       Parece que se lo pasaron bien porque de vuelta me contaba por dónde habían estado, lo que habían visto, lo que habían comprado. Se han entendido muy bien, como si fueran amigas de toda la vida. Y a mí me ha gustado dejarlas un rato juntas. Así mi madre ha tenido otro guía que le puede mostrar distintas cosas, desde otra perspectiva y experiencia, con otro sabor y color. No se puede ser monocromático.

Día 26 de julio

      Hubiera sido muy interesante que mi madre conociera alguna misión del interior. Habíamos previsto visitar la misión de Bunkeya, donde están las Carmelitas misioneras, y luego ir a ver un poco más lejos unas cataratas que dicen son muy bonitas. Pero conforme van pasando los días los planes no cuadran porque hay reuniones pendientes con el superior, entrevistas personales y algún que otro compromiso pastoral previo.
       Casi en todo momento nos estamos moviendo con mi madre por el centro de la ciudad porque es donde se encuentran la mayoría de las comunidades que hemos visitado. Por eso la visita a una misión del interior hubiera sido muy interesante para mostrar el contraste con respecto a la ciudad, las dos caras que muestra África. Pero esto es algo que hay que dejar pendiente para el próximo viaje.
        Como «compensación» esta tarde hemos ido a visitar las Capuchinas del barrio de Kasungami, pasando además por la Katuba. Se ve un contraste evidente con lo que mi madre estaba acostumbrada a ver. Todo le llamaba la atención, sobre todo los niños, que hay muchos y haciendo de todo: llevar a su hermano sobre la espalda, transportar cubos de agua en la cabeza, llevar una caretilla de bidones, jugar con una pelota de trapo…
         Es curioso que viéndolos mencionaba a sus nietos llamándoles por su nombre. La edad podría ser la misma, pero las condiciones de la vida muy diferentes. Es como un mecanismo de identificación: una manera de amar esos niños desconocidos como si fueran sus nietos. Impresionante.

Día 27 de julio

      El día de hoy ha estado enmarcado por la mesa compartida. A mediodía ha sido la familia de Willy que nos había invitado a comer a todos. Por la noche, las Carmelitas misioneras. Dos experiencias distintas pero iguales. Porque sabemos que compartir la mesa siempre es algo más porque terminamos compartiendo la vida.
        Vives además la experiencia de la hospitalidad. Es bonito sentirte acogido por la familia de un compañero operario. Es bonito sentirte acogido por una comunidad de religiosas a quienes consideras tus amigas. Pero lo mejor es cuando esa acogida se abre a mi madre. A ella le gusta y lo aprecia, pero a mí me hace mucho bien.

Día 28 de julio

      El penúltimo día de la visita de mi madre casi ha sido con traca final. La celebración de hoy es algo que no ha visto en su vida: un bautismo de adultos. Se trata de un grupo de estudiantes universitarios a quienes he preparado este año para la celebración de la Iniciación cristiana. Eran nueve: tres jóvenes han recibido los tres sacramentos y seis, el de la confirmación para terminar su proceso. El obispo responsable de este centro universitario les ha conferido los sacramentos.
        Hace ya una semana mi madre tuvo ocasión de conocerles cuando vinieron al seminario para la última catequesis. Les animó a ser buenos cristianos y a rezar. A mí siempre me dice lo mismo: que rece. ¿Hay mejor consejo que éste?

Día 29 de julio

      El último día lo hemos dedicado a hacer una excursión a una pequeña ciudad que está a unos 30 kilómetros de Lubumbashi. Como la misa en la parroquia Notre Dame du Travail era a las siete de la mañana, nos hemos tenido que levantar en torno a las cinco para viajar sin problemas. Para mi madre esto era una exageración. Pero lo ha hecho con gusto. Era aún de noche cuando salimos y vimos amanecer rápidamente, como ocurre aquí. En quince minutos pasas de la oscuridad a la luz. Esto es admirar también la naturaleza.
       El párroco y los cristianos, como en todas partes, han sido muy acogedores. Por lo que conozco de Zambia y Congo, en las eucaristías dominicales se tiene la costumbre de presentar a aquellos que vienen por primera vez a la parroquia. Es un gesto muy bonito de acogida y de familiaridad, aunque lo hacen después de la comunión. Mi madre se llevó una vez más todas las atenciones y los aplausos más calurosos hasta tal punto que se tuvo que poner de pie.

    

      Después de comer al borde de un lago con una estampa paradisíaca, hemos vuelto haciendo una visita a un matrimonio que gestiona una clínica en Lubumbashi. Se trata de una fundación de origen suizo aunque ellos son argentinos. Es una pareja encantadora que enseguida ha sabido crear un clima de acogida como sólo ellos saben hacer. Haciendo bromas a mi madre le decía que si algún día caigo enfermo, ya sabe quién va a cuidarme. Y aunque prefiere que no me ponga enfermo, se quedó tranquila.

* * *

       Durante estos días visitando tantas comunidades y amigos, ellos como señal de acogida y hospitalidad nos han mostrado sus casas, y siempre, con un gusto y una delicadeza especial, la capilla. He perdido la cuenta de las capillas a las que hemos pasado, de los sagrarios que hemos saludado. Y siempre lo mismo: una genuflexión o una inclinación, silencio, una oración interior, a veces compartida… Siempre sentirnos en presencia del Señor.
       Distintas congregaciones, carismas, nacionalidades, culturas, caracteres… pero el mismo Señor que nos llama, que nos envía, que nos une. ¡Venir a África para encontrarse con el mismo Señor Jesús! ¡Qué misterio!

¿Qué significa para un misionero la visita de su madre?


       Pocas horas después de habernos despedido en el aeropuerto, mientras estoy saboreando una tarde tranquila y la tensión acumulada se evapora discretamente, me viene el deseo de reflexionar sobre esta pregunta: ¿Qué significa para un misionero la visita de su madre?
       Cuando tenía 11 años me fui de casa para ingresar en el Seminario Menor de Toledo. A los 15 marché a Salamanca al Aspirantado de los Sacerdotes Operarios. A los 23, a Valencia en etapa pastoral. A los 26, mis padres vieron que el Obispo bueno de Guadix, don Juan, me imponía las manos y que ese momento era como darle un hijo a la Iglesia sin derecho al retorno (aunque todavía seguí varios años en la ciudad del Turia). A los 31, mi destino fue algo más lejos, a Zambia, concretamente a la misión de Mishikishi. A los 35, llegué al Congo, a Lubumbashi. Soy una persona que he vivido siempre lejos de la familia, bastante libre e independiente. Los míos sólo me han podido disfrutar en vacaciones.
        Pero mi madre, como casi todas las madres, no estaba tranquila hasta saber exactamente dónde vivía su hijo, el que se marchó a los 11 años al Seminario. Por eso me acompañó a Salamanca y luego a Valencia. Así se quedaba tranquila viendo y constatando en qué buenas manos me dejaba.
        Pero cuando el hijo se fue más lejos, «el viaje de supervisión» se antojó como algo casi imposible. Y aunque hace ya 9 años de aquella partida, y a pesar de los testimonios y las fotos, una madre siempre será una buena discípula de Santo Tomás: hasta que no lo vea con sus propios ojos no terminará de creerse todo lo que le cuento. Es cierto que por mi parte insistí muchas veces para que viniera de visita alguien de la familia. Pero con la carga de los niños, a mis hermanos les resultaba casi imposible. Y así pasaron los años de Zambia.
       Ahora, conociendo la realidad del Congo y la cantidad de misioneros que viajan cada año, me di cuenta de que la única solución para facilitarle el viaje a alguien que casi no ha subido a un avión y que no conoce idiomas, era asociarle a otra persona que viajase y que conociera los entresijos de los aeropuertos. Pero nunca conseguí enterarme a tiempo de las idas y venidas de los misioneros o convencer a mi madre para que estuviera en actitud de disponibilidad con la maleta casi preparada para aprovechar la primera ocasión que se presentara. Sin embargo esta vez, gracias a las ordenaciones diaconales de dos hermanos operarios y aprovechando la visita del Vicedirector general que la animó mucho e insistió, ella terminó por lanzarse al agua. ¡Por fin!
       Un viaje de estas características es breve porque depende de la otra persona a la que se acompaña. Por ello los días se hacen cortos en seguida, los compromisos se multiplican y no se encuentran ni horas ni momentos para visitar gente y lugares de interés. Demasiada tensión. Y después de estos días y esta tensión ¿qué es lo que queda?
        El primer sentimiento que tengo es el de agradecimiento. Doy gracias a Dios porque ha hecho posible este viaje a pesar de algunas dificultades y desánimos en las semanas previas. Doy gracias porque no ha habido problemas de ningún tipo. Doy gracias porque creo que mi madre se va tranquila. O al menos eso es lo que creo y lo que yo pretendía.
        Porque esta tranquilidad es la que quiere ver un misionero cuando recibe alguien de la familia, sobre todo si se trata de los padres. Yo quería que mi madre se quedase serena viendo dónde estoy. Y aunque siempre hay algo que está en peores condiciones que en España, la cosa no es tan alarmante como uno se imagina cuando no se conoce la realidad.
         Por eso me gustaría que comprendiera que a pesar de estas carencias, de las comidas diferentes, del estado de los edificios, estoy contento aquí. Su visita tiene que ayudarla a comprender por qué me quedo y no me voy con ella. Aunque en vacaciones es muy difícil de apreciar el trabajo que se realiza durante el curso, al menos se puede hacer una idea. Con esa intención le voy explicando más o menos lo que hago en el Seminario, en el Aspirantado, en el Centro Pastoral, con los jóvenes, en la pastoral vocacional, en el acompañamiento de postulantes y novicias… Quiero que se lo imagine, que lo sueñe, que lo «vea». Es como decirle: «¿Ves lo que hago? Esta es la misión que la Iglesia y la Hermandad me han confiado. A mí me gusta y estoy contento haciéndolo». Un misionero espera, después de todo, que la familia acepte su decisión, su vocación, y que valorándola, la comparta implicándose en ella.

    

        Estos días también hemos visitado a mucha gente, básicamente la comunidad de misioneros españoles. Era normal que constantemente mi madre me preguntara una y otra vez los nombres, las congregaciones, los barrios… No se pueden memorizar tantas caras, tantos nombres, tantas personas, tantos lugares, en tan poco tiempo. Normal. Pero lo que pretendía es que ella pueda conocer con quién estoy, dónde voy a tomar café, quiénes son mis amigos, con quiénes compartimos sueños y trabajos pastorales… Son las personas a quienes aprecio. Son las personas que me aprecian. Ya me imagino que la próxima vez que hablemos por teléfono va a preguntarme por unos y otros. Y yo también le podré contar de unos y de otros. Surgirán sin duda, más temas de conversación porque ha experimentado la misma acogida y el mismo cariño que recibo yo y se interesará por todos ellos: Alain, Marcel, Seraphin, Hilary, María José, Juan Antonio, Juanita, Carmen, Juana, Dolores, Isabel, Teresa…
        Lo que me ha dejado con mal sabor de boca es que con tampoco tiempo que hemos tenido, no ha habido ocasión de ir a visitar alguna misión del interior. Si el viaje hubiera sido más largo habría aprovechado para ir a Zambia y mostrarle la misión de Mishikishi (sólo son 300 km desde aquí) donde trabajé antes. Pero era un proyecto imposible. Más real nos parecía consagrar dos días para visitar la misión de Bunkeya y luego las cataratas de Kiungu. Pero no nos cuadraron los días. Y me queda mal sabor de boca porque la imagen con la que se queda mi madre es la del África urbana, en una ciudad que, como Lubumbashi, puede llegar fácilmente a los cuatro millones de habitantes. Hemos atravesado muchas veces el centro de la ciudad. Pero África no es eso. Hemos entrado en algunas tiendas. Pero África no es eso. También nos han invitado en algún restaurante. Pero África no es eso. Como compensación y para mostrar los contrastes de África la llevé a visitar un barrio marginal. Y eso sí que le chocó. Pero si hubiéramos ido a la misión de Bunkeya…
        La visita de una madre a la misión significa finalmente que ella se convierte es testigo de lo que ha visto y oído de primera mano. De regreso contará todo a su manera, tal y como ella ha podido interpretarlo. Lo contará a sus hijos y a sus nietos, a sus hermanas y hermanos, a sus amigas de la Legión de María y a los vecinos. Mostrará vídeos y fotos. Suscitará admiración y curiosidad. Y conforme pase el tiempo y las historias suenen ya a algo desgastadas y repetidas, hará como María: guardará todo en su corazón, discretamente, haciéndolo oración. Sí, porque ahora la oración de mi madre será diferente. Siempre me dice por teléfono que reza por mí. Lo sé. Pero a partir de ahora supongo que su oración será más «concreta», ya no será ni abstracta ni general porque conoce de primera mano la situación por la que intercede ante el Señor.
        Lo que realmente me gustaría es que su testimonio animara a otros de la familia a venir para ver y descubrir. ¡Nos hacen tanto bien estas visitas a los misioneros! Pero a le vez, ¡les hace tanto bien a ellos! Porque una cosa es lo que te dicen, otra lo que te imaginas y otra lo que ves con tus propios ojos, lo que tocas con tus manos, lo que escuchas con tus oídos, lo que hueles con tu nariz, lo que gustas con tu boca. África hay que verla, tocarla, escucharla, olerla y gustarla. Los padres que tienen la suerte de hacer esta experiencia terminan por hacerse ellos también misioneros, quizás al estilo de la pequeña Teresa de Lisieux, pero misioneros al fin y al cabo para sostener a sus hijos con la oración.

Carlos Comendador Arquero
B.P. 2097
Lubumbashi (Katanga)
República Democrática del Congo

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI