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CONCLUSIÓN
La sobreabundancia
de la gratuidad
104. No son pocos
los que hoy se preguntan con perplejidad: ¿Para qué
sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este
género de vida cuando hay tantas necesidades en el campo
de la caridad y de la misma evangelización a las que
se pueden responder también sin asumir los compromisos
peculiares de la vida consagrada? ¿No representa quizás
la vida consagrada una especie de « despilfarro »
de energías humanas que serían, según un
criterio de eficiencia, mejor utilizadas en bienes más
provechosos para la humanidad y la Iglesia?
Estas preguntas son más frecuentes en nuestro tiempo,
avivadas por una cultura utilitarista y tecnocrática,
que tiende a valorar la importancia de las cosas y de las mismas
personas en relación con su « funcionalidad »
inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre,
como demuestra elocuentemente el episodio evangélico
de la unción de Betania: «María, tomando
una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los
pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la
casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12, 3).
A Judas, que con el pretexto de la necesidad de los pobres se
lamentaba de tanto derroche, Jesús le responde: «Déjala»
(Jn 12, 7). Esta es la respuesta siempre válida a la
pregunta que tantos, aun de buena fe, se plantean sobre la actualidad
de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la
propia existencia de manera más eficiente y racional
para mejorar la sociedad? He aquí la respuesta de Jesús:
«Déjala».
A quien se le concede el don inestimable de seguir más
de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que él
puede y debe ser amado con corazón indiviso, que se puede
entregar a él toda la vida, y no sólo algunos
gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso
derramado como puro acto de amor, más allá de
cualquier consideración «utilitarista»,
es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta
en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse
a su persona y a su cuerpo místico. De esta vida «
derramada » sin escatimar nada se difunde el aroma que
llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer,
está adornada y embellecida por la presencia de la vida
consagrada.
Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro,
para la persona seducida en el secreto de su corazón
por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta
obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida
de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a
la participación en su misión divina en el mundo.
«Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino,
Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión,
que es el sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría
las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser
amaría este Dios de amor hasta transformarse totalmente
en el Dios-hombre, que es el sumamente Amado» (254).
La vida consagrada
al servicio del reino de Dios
105. «¿Qué
sería del mundo si no fuese por los religiosos?» (255).
Más allá de las valoraciones superficiales de
funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente
por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más
en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión
de lo efímero. « Sin este signo concreto, la caridad
que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse,
la paradoja salvífica del evangelio de perder en penetración,
la "sal" de la fe de disolverse en un mundo de secularización» (256). La vida de la Iglesia y la sociedad misma tienen
necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios
y a los otros por amor de Dios.
La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada,
porque expresa de manera elocuente su íntima esencia
«esponsal». En ella encuentra nuevo impulso y fuerza
el anuncio del evangelio a todo el mundo. En efecto, se necesitan
personas que presenten el rostro paterno de Dios y el rostro
materno de la Iglesia, que se jueguen la vida para que los otros
tengan vida y esperanza. La Iglesia tiene necesidad de personas
consagradas que, aún antes de comprometerse en una u
otra noble causa, se dejen transformar por la gracia de Dios
y se conformen plenamente al evangelio.
Toda la Iglesia tiene en sus manos este gran don y, agradecida,
se dedica a promoverlo con la estima, la oración y la
invitación explícita a acogerlo. Es importante
que los obispos, presbíteros y diáconos, convencidos
de la excelencia evangélica de este género de
vida, trabajen para descubrir y apoyar los gérmenes de
vocación con la predicación, el discernimiento
y un competente acompañamiento espiritual. Se pide a
todos los fieles una oración constante en favor de las
personas consagradas, para que su fervor y su capacidad de amar
aumenten continuamente, contribuyendo a difundir en la sociedad
de hoy el buen perfume de Cristo (cf. 2 Cor 2, 15). Toda la comunidad
cristiana —pastores, laicos y personas consagradas— es responsable de la vida consagrada, de la acogida y del apoyo
que se han de ofrecer a las nuevas vocaciones (257).
A la juventud
106. A vosotros,
jóvenes, os digo: si sentís la llamada del Señor,
¡no la rechacéis! Entrad más bien con valentía
en las grandes corrientes de santidad, que insignes santos y
santas han iniciado siguiendo a Cristo. Cultivad los anhelos
característicos de vuestra edad, pero responded con prontitud
al proyecto de Dios sobre vosotros si él os invita a
buscar la santidad en la vida consagrada. Admirad todas las
obras de Dios en el mundo, pero fijad la mirada en las realidades
que nunca perecen.
El tercer milenio espera la aportación de la fe y de
la iniciativa de numerosos jóvenes consagrados, para
que el mundo sea más sereno y más capaz de acoger
a Dios y, en él, a todos sus hijos e hijas.
A las familias
107. Me dirijo a
vosotras, familias cristianas. Vosotros, padres, dad gracias
al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno
de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor
—como lo ha sido siempre— que el Señor se
fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo
a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad
el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos
para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué
fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más
bello que éste?
Es preciso recordar que si los padres no viven los valores evangélicos,
será difícil que los jóvenes y las jóvenes
puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios
que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar.
En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen
las primeras experiencias de los valores evangélicos,
del amor que se da a Dios y a los demás. También
es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad,
para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades
espirituales según su propia vocación. Ruego para
que vosotras, familias cristianas, unidas al Señor con
la oración y la vida sacramental, seáis hogares
acogedores de vocaciones.
A todos los hombres
y mujeres de buena voluntad
108. Deseo hacer
llegar a todos los hombres y mujeres que quieran escuchar mi
voz la invitación a buscar los caminos que conducen al
Dios vivo y verdadero también a través de las
sendas trazadas por la vida consagrada. Las personas consagradas
testimonian que «quien sigue a Cristo, el hombre perfecto,
se hace también más hombre» (258). ¡Cuántas
de ellas se han inclinado y continúan inclinándose
como buenos samaritanos sobre las innumerables llagas de los
hermanos y hermanas que encuentran en su camino!
Mirad a estas personas seducidas por Cristo que con dominio
de sí, sostenido por la gracia y el amor de Dios, señalan
el remedio contra la avidez del tener, del gozar y del dominar.
No olvidéis los carismas que han forjado magníficos
« buscadores de Dios » y benefactores de la humanidad,
que han abierto rutas seguras a quienes buscan a Dios con sincero
corazón. ¡Considerad el gran número de santos
que han crecido en este género de vida, considerad el
bien que han hecho al mundo, hoy como ayer, quienes se han dedicado
a Dios! Este mundo nuestro, ¿no tiene acaso necesidad
de alegres testigos y profetas del poder benéfico del
amor de Dios? ¿No necesita también hombres y mujeres
que sepan, con su vida y con su actuación, sembrar semillas
de paz y de fraternidad? (259)
A las personas consagradas
109. Pero es sobre
todos a vosotros, hombres y mujeres consagrados, a quienes al
final de esta Exhortación dirijo mi llamada confiada:
vivid plenamente vuestra entrega a Dios, para que no falte a
este mundo un rayo de la divina belleza que ilumine el camino
de la existencia humana. Los cristianos, inmersos en las ocupaciones
y preocupaciones de este mundo, pero llamados también
a la santidad, tienen necesidad de encontrar en vosotros corazones
purificados que « ven » a Dios en la fe, personas
dóciles a la acción del Espíritu santo
que caminan libremente en la fidelidad al carisma de la llamada
y de la misión.
Bien sabéis que habéis emprendido un camino de
conversión continua, de entrega exclusiva al amor de
Dios y de los hermanos, para testimoniar cada vez con mayor
esplendor la gracia que transfigura la existencia cristiana.
El mundo y la Iglesia buscan auténticos testigos de Cristo.
La vida consagrada es un don que Dios ofrece para que todos
tengan ante sus ojos « lo único necesario »
(cf. Lc 10, 42). La misión peculiar de la vida consagrada
en la Iglesia y en el mundo es testimoniar a Cristo con la vida,
con las obras y con las palabras.
Sabéis en quién habéis confiado (cf. 2
Tim 1, 12): ¡dadle todo! Los jóvenes no se dejan
engañar: acercándose a vosotros quieren ver lo
que no ven en otra parte. Tenéis una tarea inmensa de
cara al futuro: especialmente los jóvenes consagrados,
dando testimonio de su consagración, pueden inducir a
sus coetáneos a la renovación de sus vidas (260).
El amor apasionado por Jesucristo es una fuerte atracción
para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le
sigan de cerca y para siempre. Nuestros contemporáneos
quieren ver en las personas consagradas el gozo que proviene
de estar con el Señor.
Personas consagradas, ancianas y jóvenes, vivid la fidelidad
a vuestro compromiso con Dios edificándoos mutuamente
y ayudándoos unos a otros. A pesar de las dificultades
que a veces hayáis podido encontrar y el escaso aprecio
por la vida consagrada que se refleja en una cierta opinión
pública, vosotros tenéis la tarea de invitar nuevamente
a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a mirar hacia
lo alto, a no dejarse arrollar por las cosas de cada día,
sino a ser atraídos por Dios y por el evangelio de su
Hijo. ¡No os olvidéis que vosotros, de manera muy
particular, podéis y debéis decir no sólo
que sois de Cristo, sino que habéis «llegado a
ser Cristo mismo»! (261).
Mirando al futuro
110. ¡Vosotros
no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar
y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos
en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para
seguir haciendo con vosotros grandes cosas.
Haced de vuestra vida una ferviente espera de Cristo, yendo
a su encuentro como las vírgenes prudentes van al encuentro
del Esposo. Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo,
a la Iglesia, a vuestro Instituto y al hombre de nuestro tiempo(262).
De este modo Cristo os renovará día a día,
para construir con su Espíritu comunidades fraternas,
para lavar con él los pies a los pobres, y para dar vuestra
aportación insustituible a la transformación del
mundo.
Que este nuestro mundo confiado a la mano del hombre, y que
está entrando en el nuevo milenio, sea cada vez más
humano y justo, signo y anticipación del mundo futuro,
en el cual él, el Señor humilde y glorificado,
pobre y exaltado, será el gozo pleno y perdurable para
nosotros y para nuestros hermanos y hermanas, junto con el Padre
y el Espíritu santo.
Oración a
la Trinidad
111. Trinidad santísima,
beata y beatificante, haz dichosos a tus hijos e hijas que has
llamado a confesar la grandeza de tu amor, de tu bondad misericordiosa
y de tu belleza.
Padre santo, santifica a los hijos e hijas que se han consagrado
a ti para la gloria de tu nombre. Acompáñales
con tu poder, para que puedan dar testimonio de que Tú
eres el origen de todo, la única fuente del amor y la
libertad. Te damos gracias por el don de la vida consagrada,
que te busca en la fe y, en su misión universal, invita
a todos a caminar hacia ti.
Jesús salvador, Verbo encarnado, así como has
dado tu forma de vivir a quienes has llamado, continúa
atrayendo hacia ti personas que, para la humanidad de nuestro
tiempo, sean depositarias de misericordia, anuncio de tu retorno,
y signo viviente de los bienes de la resurrección futura.
¡Ninguna tribulación los separe de ti y de tu amor!
Espíritu santo, amor derramado en los corazones, que
concedes gracia e inspiración a las mentes, Fuente perenne
de vida, que llevas la misión de Cristo a su cumplimiento
con numerosos carismas, te rogamos por todas las personas consagradas.
Colma su corazón con la íntima certeza de haber
sido escogidas para amar, alabar y servir. Haz que gusten de
tu amistad, llénalas de tu alegría y de tu consuelo,
ayúdalas a superar los momentos de dificultad y a levantarse
con confianza tras las caídas, haz que sean espejo de
la belleza divina. Dales el arrojo para hacer frente a los retos
de nuestro tiempo y la gracia de llevar a los hombres la benevolencia
y la humanidad de nuestro Salvador Jesucristo (cf. Tit 3, 4).
Invocación
a la Virgen María
112. María,
figura de la Iglesia, Esposa sin arruga y sin mancha, que imitándote
«conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza
firme y el amor sincero»(263), sostiene a las personas
consagradas en el deseo de llegar a la eterna y única
bienaventuranza.
Las encomendamos a ti, Virgen de la Visitación, para
que sepan acudir a las necesidades humanas con el fin de socorrerlas,
pero sobre todo para que lleven a Jesús. Enséñales
a proclamar las maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su nombre. Sostenlas en
sus obras en favor de los pobres, de los hambrientos, de los
que no tienen esperanza, de los últimos y de todos aquellos
que buscan a tu Hijo con sincero corazón.
A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica
de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de entrega total
a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tú
que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia,
intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad
fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido
el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo
con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto
con todos los otros hermanos y hermanas, hacia la patria celestial
y la luz que no tiene ocaso.
Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado,
bendito y amado el Sumo Señor de todas las cosas, que
es Padre, Hijo y Espíritu santo.
Dado en Roma, junto a san Pedro, el 25 de marzo, solemnidad
de la Anunciación del Señor, del año 1996,
decimoctavo de mi Pontificado.
NOTAS:
254. B. Angela de Foligno, Il libro della Beata Angela da Foligno, Grotaferrata 1985, 683.
255. S. Teresa de Jesús, Libro de la Vida, c. 32, 11.
256. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica testificatio (29 junio 1971), 3: AAS 63 (1971), 498.
257. Cf. Propositio 48.
258. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 41.
259. Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelica testificatio (29 junio 1971), 53: AAS 63 (1971), 524; Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.
260. Cf. Propositio 16.
261. S. Agustín, In Ioannis Evang., XXI, 8: PL 35, 1568.
262. Congregación para los Religiosos e institutos seculares, Doc. Religioso y promoción humana (12 agosto 1980), 13-21: Ench. Vat. 7, 445-453.
263. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 64.
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