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TERCERA PARTE
PASTORAL DE LAS VOCACIONES
«...cada uno los oía hablar en su propia lengua»(Hech 2,6)
Las orientaciones concretas de la pastoral vocacional no nacen
sólo de una correcta teología de la vocación,
sino que atraviesan algunos principios operativos, en los que
la perspectiva vocacional es el alma y el criterio unificador
de toda la pastoral.
A continuación se indican los itinerarios de fe y los
lugares concretos en los que la propuesta vocacional debe llegar
a ser compromiso de todo pastor y educador.
El análisis de la situación nos ha ofrecido, en
la primera parte, el cuadro de la realidad vocacional europea
actual; la segunda parte, en cambio, ha propuesto una reflexión
teológica sobre el significado y sobre el misterio de
la vocación, partiendo de la realidad de la Trinidad
hasta extraer de ella el sentido en la vida de la Iglesia.
Es precisamente, este segundo aspecto el que ahora quisiéramos
profundizar, especialmente desde el punto de vista de la aplicación
pastoral.
En la audiencia concedida a los participantes en el Congreso,
Juan Pablo II afirmó: «La actual situación
histórica y cultural, que ha cambiado bastante, exige
que la pastoral de las vocaciones sea considerada uno de los
objetivos primarios de toda la comunidad cristiana» (54).
La imagen de la Iglesia primitiva
24. Cambian las situaciones históricas, pero permanece
idéntico el punto de referencia en la vida del creyente
y de la comunidad creyente, el punto de referencia representado
por la palabra de Dios, en especial allí donde narra
los sucesos de la Iglesia de los orígenes. Tales sucesos
y el modo de vivirlos por la comunidad primitiva, constituyen
para nosotros el «exemplum», el modo de ser de
la Iglesia. Incluso para cuanto concierne a la pastoral vocacional.
Tomemos algunos elementos esenciales y particularmente ejemplares,
tal como los narra el libro de los Hechos de los Apóstoles,
en el momento en que la Iglesia de los comienzos era numéricamente
pequeña y débil. La pastoral vocacional tiene
los mismos años que la Iglesia; nace entonces, junto
a ella, en aquella pobreza de improviso habitada por el Espíritu.
En los albores de esta historia singular, en efecto, que es,
por tanto, la de todos nosotros, está la promesa del
Espíritu santo, hecha por Jesús antes de subir
al Padre. «No os toca a vosotros conocer los tiempos
ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder
soberano; pero recibiréis la virtud del Espíritu
santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría
y hasta los extremos de la tierra» (Hech 1,7-8). Los Apóstoles
están reunidos en el cenáculo, «perseveraban
unánimes en la oración... con María, la
madre de Jesús» (1,14), e inmediatamente se ocupan
de llenar el puesto dejado vacío por Judas con otro elegido
entre los que desde el principio habían permanecido con
Jesús: para que «sea testigo con nosotros de su
resurrección» (1,22) Y la promesa se cumple: desciende
el Espíritu, con efectos sorprendentes, y llena la casa
y la vida de aquellos que antes eran tímidos y
miedosos, como un estruendo, un viento, un fuego... «
Y comenzaron a hablar en otras lenguas... y cada uno les oía
hablar en su propia lengua» (2,4-6). Y Pedro pronuncia
el discurso en el que narra la Historia de la salvación:
«en pie... y en voz alta» (2,14), un discurso
que «traspasa el corazón» de quien lo escucha
y provoca la pregunta decisiva de la vida: «¿qué
debemos hacer?» (2,37).
En este punto los Hechos describen cómo era la vida de
la primera comunidad, provista de algunos elementos esenciales,
como la asiduidad en escuchar la enseñanza de los Apóstoles,
la unión fraterna, la fracción del pan, la oración,
la coparticipación de los bienes materiales; pero conjuntamente
también los dones y bienes del Espíritu (cf.
2,42-47).
Mientras tanto Pedro y los Apóstoles continúan
haciendo prodigios en el nombre de Jesús y anunciando
el kerigma de la salvación, a menudo con riesgo de la
vida, pero siempre sostenidos por la comunidad, dentro de la
que los creyentes forman «un solo corazón y una
sola alma» (4,32). En ella, por otra parte, comienzan
también a aumentar y a diversificarse las exigencias,
por lo que se instituyen los diáconos para hacer frente
a las necesidades, incluso materiales, de la comunidad, en especial
de los más necesitados (cf. 6,1-7).
El testimonio audaz y valiente no puede sino provocar la persecución
de las autoridades, y por ello, he aquí al primer mártir,
Esteban, subrayando que la causa del evangelio compromete todo
del hombre, incluso la vida (cf. 6,8; 7,60). A la sentencia
que condena a Esteban consiente también Saulo, el perseguidor
de los cristianos, el que, poco después, será elegido por Dios para anunciar a los paganos el misterio escondido
en los siglos y ahora revelado.
Y la historia continúa, siempre como historia sagrada:
historia de Dios que elige y llama a los hombres a la salvación
de maneras, a veces, imprevisibles, e historia de los hombres
que se dejan llamar y elegir por Dios.
Estas notas de la comunidad primitiva nos pueden ser suficientes
para trazar las líneas fundamentales de la pastoral de
una Iglesia enteramente vocacional: sobre métodos y contenidos,
principios generales, itinerarios que recorrer y estrategias
concretas que seguir para realizarla.
Aspectos teológicos de la pastoral vocacional
25.¿Pero qué teología fundamenta, inspira
y motiva la pastoral vocacional en cuanto tal?
La respuesta es importante en nuestro contexto, porque hace
de elemento mediador entre la teología de la vocación
y una praxis pastoral coherente con ella, que nazca de aquella
teología y vuelva a ella. Sobre esta cuestión,
en efecto, el Congreso manifestó la necesidad de una
reflexión posterior de estudio, a fin de descubrir los
motivos que unen intrínsecamente personas y comunidades
con la labor vocacional y para poner de relieve una mejor relación
entre teología de la vocación, teología
de la pastoral vocacional y praxis pedagógico-pastoral.
«La pastoral de las vocaciones nace del misterio de la
Iglesia y está a su servicio» (55). El fundamento
teológico de la pastoral de las vocaciones, por tanto,
«puede nacer sólo de la lectura del misterio de
la Iglesia como mysterium vocationis» (56).
Juan Pablo II recuerda claramente, al respecto, que la «
dimensión vocacional es esencial y connatural a la pastoral
de la Iglesia», es decir, a su vida y a su misión (57).
La vocación define, en cierto sentido, el ser profundo
de la Iglesia, incluso antes que su actuar. En su mismo nombre,
«Ecclesia», se indica su fisonomía vocacional
íntima, porque es verdaderamente «convocatoria
», esto es, asamblea de los llamados (58). Justamente,
por eso, el Instrumentum laboris del Congreso dice que «
la pastoral unitaria se funda en la vocacionalidad de la Iglesia» (59).
Por consiguiente, la pastoral de las vocaciones, por su naturaleza,
es una actividad ordenada al anuncio de Cristo y a la evangelización
de los creyentes en Cristo. He aquí, por tanto, la respuesta
a nuestra pregunta: precisamente en la llamada de la Iglesia
a comunicar la fe, se fundamenta la teología de la pastoral
vocacional. Esto concierne a la Iglesia universal, pero se atribuye
de modo particular a cada comunidad cristiana (60), especialmente
en el actual momento histórico del viejo continente.
«Para esta sublime misión de hacer florecer una
nueva era de evangelización en Europa se requieren hoy
evangelizadores especialmente preparados» (61).
A este propósito conviene señalar algunos puntos
firmes, indicados por el actual magisterio pontificio, para
que sean puntos de partida de la praxis pastoral de las Iglesias
particulares.
a) Una vez puesta de relieve la dimensión vocacional
de la Iglesia, se comprende cómo la pastoral vocacional
no es un elemento accesorio o secundario, con el solo fin del
reclutamiento de agentes pastorales, ni un aspecto aislado o
sectorial, motivado por una situación eclesial de emergencia,
sino más bien una actividad unida al ser de la Iglesia
y, por tanto, también íntimamente inserta en la
pastoral general de cada Iglesia particular (62).
b) Toda vocación viene de Dios, pero termina en la Iglesia,
y pasa, siempre, por su mediación. La Iglesia («
ecclesia») que por innata constitución es vocación,
es al mismo tiempo generadora y educadora de vocaciones (63).
Por consiguiente, «la pastoral vocacional tiene como
sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como
tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal
a la Iglesia particular y, análogamente, desde ésta
a la parroquia y a todos los estamentos del pueblo de Dios» (64).
c) Todos los miembros de la Iglesia, sin excluir a ninguno,
tienen la gracia y la responsabilidad de fomentar las vocaciones.
Es un deber que entra en el dinamismo de la Iglesia y en el
proceso de su desarrollo. Solamente sobre la base de esta convicción,
la pastoral vocacional podrá manifestar su rostro verdaderamente
eclesial y desarrollar una acción coordinada, sirviéndose
también de organismos específicos y de instrumentos
adecuados de comunión y de corresponsabilidad (65).
d) La Iglesia particular descubre la propia dimensión
existencial y terrena en la vocación de todos sus miembros
a la comunión, al testimonio, al servicio de Dios y de
los hermanos... Por eso, debe respetar y promover la diversidad
de carismas y de ministerios, por tanto, de las diversas vocaciones,
todas manifestaciones del único Espíritu
e) Fundamento de toda la pastoral vocacional es la oración
mandada por el Salvador (Mt 9,38). Ella compromete no sólo
a cada persona, sino también a todas las comunidades
eclesiales (66). «Debemos dirigir una constante plegaria
al dueño de la mies para que envíe obreros a su
Iglesia, para hacer frente a las exigencias de la nueva evangelización» (67)-
Pero la auténtica oración vocacional, es preciso
recordar, merece este nombre y llega a ser eficaz, sólo
cuando hace que haya coherencia de vida en el que ora, ante
todo, y se inserta con los demás de la comunidad creyente,
mediante el anuncio explícito y la catequesis adecuada,
para favorecer en los llamados al sacerdocio y a la vida consagrada,
así como a cualquier otra vocación cristiana,
la respuesta libre, pronta y generosa, que hace operante la
gracia de la vocación (68).
Principios generales de la pastoral vocacional
26. En muchas partes se advierte la necesidad de dar a la pastoral
una claro planteamiento vocacional. Para alcanzar este objetivo
programático trataremos de delinear algunos principios
teórico-prácticos, que extraemos de la pastoral
vocacional y, en particular, de los «puntos finales»
a ella unidos. Concentramos estos principios en torno a algunas
afirmaciones temáticas.
a) La pastoral vocacional es la perspectiva originaria de la
pastoral general
El Instrumentum laboris del Congreso sobre las vocaciones afirma
de modo explícito. «Toda la pastoral, y en particular
la juvenil, es originariamente vocacional» (69); en otras
palabras, decir vocación es tanto como decir dimensión
constituyente y esencial de la misma pastoral ordinaria, porque
la pastoral está desde los comienzos, por su naturaleza,
orientada al discernimiento vocacional. Es éste un servicio
prestado a cada persona, a fin de que pueda descubrir el camino
para la realización de un proyecto de vida como Dios
quiere, según las necesidades de la Iglesia y del mundo
de hoy (70).
Esto ya se dijo en el Congreso latinoamericano para las vocaciones
de 1994.
Pero el concepto se amplía: vocación no es sólo
el proyecto existencial, sino que lo son cada una de las llamadas
de Dios, evidentemente siempre relacionadas entre sí
en un plan fundamental de vida, de cualquier modo diseminadas
a lo largo de todo el camino de la existencia. La auténtica
pastoral hace al creyente vigilante, atento a las muchísimas
llamadas del Señor, pronto a captar su voz y a responderle.
Es precisamente la fidelidad a este tipo de llamadas diarias
que hace al joven capaz de reconocer y acoger «la llamada
de su vida», y al adulto del mañana no sólo
de serle fiel, sino de descubrir cada vez más su juventud
y belleza. Cada vocación, en efecto, es «mañanera», es la respuesta de cada mañana a una llamada
nueva cada día.
Por esto la pastoral debe estar impregnada de atención
vocacional, para despertarla en cada creyente; partirá
del intento de situar al creyente ante la propuesta de Dios;
se ingeniará para provocar en el sujeto la aceptación
de responsabilidad en orden al don recibido o a la Palabra de
Dios escuchada; en concreto, tratará de conducir al creyente
a comprometerse ante este Dios (71).
b) La pastoral vocacional es, hoy, la vocación de la
pastoral
En tal sentido se puede muy bien decir que se debe «vocacionalizar
» toda la pastoral o actuar de modo que toda expresión
de la pastoral manifieste de manera clara e inequívoca
un proyecto o un don de Dios hecho a la persona, y suscite en
la misma una voluntad de respuesta y de compromiso personal.
O la pastoral cristiana conduce a esta confrontación
con Dios, con todo lo que ello supone en términos de
tensión, de lucha, a veces de fuga o de rechazo, pero
también de paz y gozo unidos a la acogida del don, o
no merece tal nombre.
Hoy esto se manifiesta de modo muy particular, hasta el punto
de que se puede afirmar que la pastoral vocacional es la vocación
de la pastoral: constituye, quizá, su objetivo principal,
como un desafío a la fe de las Iglesias de Europa. La
vocación es problema grave de la pastoral actual.
Y por tanto, si la pastoral en general es «llamada»
y espera, hoy, ante este desafío, debe ser probablemente
más valiente y leal, más explícita para
llegar al interior y al corazón del mensaje-propuesta,
más dirigida a la persona y no sólo al grupo,
más hecha de compromiso concreto y no de vagos reclamos
a una fe abstracta y alejada de la vida.
Quizá deberá ser también una pastoral más
provocadora que consoladora; capaz, en todo caso, de transmitir
el sentido dramático de la vida del hombre, llamado a
hacer algo que ningún otro podrá realizar en su
lugar.
En el párrafo de los Hechos, citado más arriba,
esta atención y tensión vocacional son evidentes:
en la elección de Matías, en el discurso valiente
(«en pie y en alta voz») de Pedro a la muchedumbre,
en el modo en el que el mensaje cristiano es anunciado y acogido
(«se sintieron compungidos de corazón»).
Sobre todo aparece claro en su capacidad para cambiar la vida
de quienes se les unen, como resulta de las conversiones y del
tipo de vida de la comunidad de los Hechos.
c) La pastoral vocacional es gradual y convergente
Hemos visto, al menos implícitamente, que en el hombre
durante el transcurso de su vida, existen varios tipos de llamadas:
a la vida, ante todo, y, después, al amor; a la responsabilidad
de la donación, por lo tanto a la fe; al seguimiento
de Jesús; al testimonio personal de la propia fe; a ser
padre o madre; y a un servicio particular en favor de la Iglesia
y de la sociedad.
Lleva a cabo animación vocacional quien tiene presente,
en primer lugar, el rico conjunto de valores y significados
humanos y cristianos de los que nace el sentido vocacional de
la vida y de todo viviente. Ellos permiten abrir la vida misma
a numerosas posibilidades vocacionales, tendiendo después
hacia la definitiva opción vocacional.
En otras palabras, para una correcta pastoral vocacional, es
necesario respetar una cierta graduación, y partir de
los valores fundamentales y universales (el bien extraordinario
de la vida) y de las verdades que lo son para todos (la vida
es un bien recibido que tiende por su naturaleza a convertirse
en bien dado), para pasar después a una especificación
progresiva, siempre más personal y concreta, creyente
y revelada, de la llamada.
En el plano propiamente pedagógico es importante formar
antes al sentido de la vida y al agradecimiento por ella, para
después transmitir la fundamental actitud de responsabilidad
en las confrontaciones con la existencia, que requiere por sí
misma una respuesta lógica por parte de cada uno en la
línea de la gratuidad. De aquí se remonta a la
trascendencia de Dios, creador y Padre.
Sólo en este momento es posible y convincente una propuesta
valiente y radical (como lo debería ser siempre la vocación
cristiana), como la de la dedicación a Dios en la vida
sacerdotal o consagrada.
d) La pastoral vocacional es general y específica
La pastoral vocacional, en suma, parte necesariamente de un
concepto amplio de vocación (y de la consiguiente llamada
dirigida a todos), para, después, restringirse y precisarse
según la llamada de cada uno. En tal sentido, la pastoral
vocacional es primero general y después específica,
según un orden que no parece razonable invertir y que
desaconseja, en general, la propuesta inmediata de una vocación
particular, sin algún tipo de catequesis gradual.
Por otro lado, siempre según tal orden, la pastoral vocacional
no se limita a subrayar de modo general el significado de la
existencia, sino que estimula a un compromiso personal en una
opción concreta. No es separación, y mucho menos
contraste, entre una llamada que resalta los valores comunes
y fundamentales de la existencia y una llamada a servir al Señor
«según la medida de la gracia recibida».
El animador vocacional, todo educador en la fe, no debe temer
proponer opciones valientes y de entrega total, aunque sean
difíciles y no conformes a la mentalidad del mundo.
Por tanto, si todo educador es animador vocacional, todo animador
vocacional es educador, y educador de cada vocación,
respetando de ella lo específico del carisma. Toda llamada,
en efecto, va unida a otra, la presupone y la exige, mientras
todas en conjunto remiten a la misma fuente y al mismo objetivo,
que es la historia de la salvación. Pero cada una tiene
su peculiaridad particular.
El verdadero educador vocacional no sólo señala
las diferencias entre una y otra llamada, respetando las diferentes
inclinaciones de cada uno de los llamados, sino que deja entrever
y remite a aquellas «supremas posibilidades» de
radicalidad y dedicación, que están abiertas a
la vocación de cada uno e innatas en ella.
Educar en profundidad a los valores de la vida, por ejemplo,
significa proponer (y aprender a proponer) un camino que naturalmente
desemboca en el seguimiento de Cristo y que puede conducir a
la opción del seguimiento típica del apóstol,
del sacerdote o del religioso, del monje que abandona el mundo,
o del laico consagrado en el mundo.
Por otra parte, proponer tal seguimiento calificado como objetivo
de vida exige, por su naturaleza, una atención y una
formación previa a los valores fundamentales de la vida,
de la fe, del agradecimiento, de la imitación de Cristo
exigidos a todo cristiano.
De ello resulta una estrategia vocacional teológicamente
mejor fundamentada y también más eficaz en el
plano pedagógico. Hay quien teme que la ampliación
del concepto de vocación pueda perjudicar a la específica
promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada; en la realidad sucede exactamente lo contrario.
La gradación en el anuncio vocacional, en efecto, permite
moverse de lo objetivo a lo subjetivo, de lo genérico
a lo específico, sin anticipar ni quemar las propuestas,
sino haciéndolas converger entre ellas y hacia la propuesta
decisiva para la persona, para indicar el tiempo apropiado y
para calibrar con prudencia, según un ritmo que tenga
en cuenta al destinatario en su situación concreta.
El orden armónico y gradual hace mucho más provocadora
y accesible la propuesta decisiva a la persona. En concreto,
cuanto más formado esté el joven para pasar con
sencillez de la gratitud por el don recibido de la vida a la
gratuidad del bien que se da, tanto más será posible
proponerle la entrega radical de sí mismo a Dios como
salida normal y para algunos ineludible.
e) La pastoral de las vocaciones es universal y permanente
Se trata de una doble universalidad: en relación a las
personas a las que se dirige, y respecto a la edad de la vida
en que se hace.
Ante todo la pastoral vocacional no conoce fronteras. Como ya
se ha dicho antes, no se dirige a algunas personas privilegiadas
o que ya han hecho una opción de fe, ni únicamente
a aquellos de los que parece lícito esperar un
asentimiento positivo, sino que va dirigida a todos, precisamente
porque se fundamenta en los valores básicos de la existencia.
No es pastoral de élite, sino de todo el mundo; no es
un premio a los mejores, sino una gracia y un don de Dios a
cada persona, porque todo viviente es llamado por Dios. Ni va
entendida como algo que sólo algunos podrían comprender
y considerar de interés para su vida, porque todo ser
humano no puede por menos que desear conocerse y conocer el
sentido de la vida y el propio puesto en la historia.
Además, tampoco es propuesta que sea hecha una sola vez
en la vida (bajo el emblema del «tomar o dejar»),
y que viene retirada tras un rechazo por parte del destinatario.
Debe ser, por el contrario, como una continua solicitación,
hecha de diferentes modos y propuesta inteligentemente, que
no se rinde ante un inicial desinterés, que a menudo
es sólo aparente o defensivo.
Se debe desechar asimismo la idea de que la pastoral vocacional
es exclusivamente juvenil, porque en toda edad de la vida resuena
una invitación del Señor a seguirle, y sólo
en el momento de la muerte una vocación puede decirse
íntegramente realizada. Y aunque la muerte es la llamada
por excelencia, hay una llamada en la vejez, en el paso de una
a otra etapa de la vida, en las situaciones de crisis.
Hay una juventud del espíritu que perdura en el tiempo,
en la medida en la que el individuo se siente continuamente
llamado, y busca y encuentra en cada ciclo vital una tarea diferente
que desarrollar, un modo específico de ser, de servir
y de amar, una novedad de vida y de misión que llevar
a término (72). En tal sentido, la pastoral vocacional
está unida a la formación permanente de la persona,
que ella misma es permanente. «Toda la vida y cada vida
es una respuesta» (73).
En los Hechos, Pedro y los Apóstoles no hacen absolutamente
ninguna acepción de personas, hablan a todos, jóvenes
y ancianos, hebreos y extranjeros: partos, medos y elamitas
precisamente prueban la gran muchedumbre sin diferencias ni
exclusiones a la que se dirige el anuncio y la pro-vocación,
con el arte de hablar a cada uno «en su propia lengua
», según las necesidades, problemas, esperanzas,
recelos, edad o etapa de la vida.
Es el milagro de pentecostés y, por tanto, don extraordinario,
del Espíritu. Pero el Espíritu está siempre
con nosotros...
f) La pastoral vocacional es personalizada y comunitaria
Puede parecer una paradoja, pero en realidad este principio
atestigua la naturaleza ambivalente, en cierto sentido, de la
pastoral vocacional, capaz cuando es auténtica- de conjuntar
los dos polos: sujeto y comunidad. Desde el punto de vista del
animador vocacional es hoy urgente pasar de una pastoral vocacional
llevada a cabo por un solo agente, a una pastoral concebida
siempre más como acción comunitaria, de toda la
comunidad en sus diversas expresiones: grupos, movimientos,
parroquias, diócesis, institutos religiosos y seculares...
La Iglesia está llamada cada vez más a ser hoy
toda vocacional: dentro de ella «cada evangelizador debe
adquirir conciencia de llegar a ser una «lámpara» vocacional, capaz de suscitar una experiencia religiosa
que lleve a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes
y a los adultos a la relación personal con Cristo, en
cuyo encuentro se descubren las vocaciones específicas» (74).
Del mismo modo el destinatario de la pastoral vocacional es,
sin embargo, toda la Iglesia. Si es toda la comunidad eclesial
la que llama, es también toda la comunidad eclesial la
que es llamada, sin excepción alguna. Polo emisor y polo
receptor en algún modo se identifican en el interior
de las diversas articulaciones ministeriales del entramado eclesial.
Pero el principio es importante; es el reflejo de aquella misteriosa
identificación entre el que llama y el llamado en el
interior de la realidad trinitaria.
En tal sentido la pastoral vocacional es comunitaria. Y es maravilloso,
siempre en tal sentido, que sean todos los Apóstoles
los que se dirijan a la muchedumbre el día de Pentecostés
y que, después, Pedro tome la palabra en nombre de los
doce. Incluso, cuando se trata de elegir a Matías o a
Esteban y más tarde a Bernabé y a Saulo, toda
la comunidad toma parte en el discernimiento, con la oración,
el ayuno y la imposición de las manos.
Pero, al mismo tiempo, es cada uno quien debe hacerse intérprete
de la propuesta vocacional, es el creyente quien, en virtud
de su fe, debe en cierto modo hacerse cargo de la vocación
del otro.
No atañe, pues, sólo a los presbíteros
o a los consagrados el ministerio del llamamiento vocacional,
sino a cada creyente, a los padres, a los catequistas, a los
educadores. Si es cierto que la llamada va dirigida a todos,
también es igualmente cierto que la misma llamada va
personalizada, dirigida a una persona concreta, a su conciencia,
dentro de una relación del todo personal.
Hay un momento en la dinámica vocacional en el que la
propuesta va de persona a persona, y necesita de todo aquel
clima particular que sólo la relación individual
puede garantizar. Es cierto, por tanto, que Pedro y Esteban
hablan a la muchedumbre; pero Saulo tiene necesidad de Ananías
para discernir lo que Dios quiere de él (Hech 9,13-17),
como la tuvo el eunuco de Felipe (Hech 8,26-39).
g) La pastoral vocacional es la perspectiva unitaria-sintética
de la pastoral
Como es el punto de partida, así también es el
punto de llegada. En cuanto tal, la pastoral vocacional se presenta
como la categoría unificadora de la pastoral en general,
como el destino natural de todo trabajo, el punto de llegada
de las varias dimensiones, como una especie de elemento de verificación
de la pastoral auténtica.
Repetimos: si la pastoral no llega a «conmover el corazón
» y a poner al oyente ante la pregunta estratégica
(«¿qué debo hacer?»), no es pastoral
cristiana, sino hipótesis inocua de trabajo.
Por consiguiente, la pastoral vocacional está y debe
estar en relación con todas las demás dimensiones,
por ejemplo con la familiar y cultural, litúrgica y sacramental,
con la catequesis y el camino de fe en el catecumenado, con
los diversos grupos de animación y formación cristiana
(no sólo con los adolescentes y los jóvenes, sino
también con los padres, con los novios, con los enfermos
y con los ancianos) y de movimientos (del movimiento por la
vida a las varias iniciativas de solidaridad social) (75).
Sobre todo la pastoral vocacional es la perspectiva unificadora
de la pastoral juvenil.
No se debe olvidar que esta edad evolutiva es fuertemente la
edad de los proyectos; y una auténtica pastoral juvenil
no puede eludir la dimensión vocacional; al contrario,
la debe asumir, porque proponer a Jesucristo significa proponer
un concreto proyecto de vida.
De aquí, la necesidad de una fecunda colaboración
pastoral, aunque distinguiendo los dos ámbitos: sea porque
la pastoral juvenil abarca otras problemáticas además
de la vocacional, sea porque la pastoral vocacional no mira
sólo el mundo juvenil, sino que tiene un horizonte mucho
más amplio y con problemáticas concretas.
Pensamos, además, en cuán importante podría
ser una pastoral familiar que educase gradualmente a los padres
a ser los primeros animadores-educadores vocacionales; o cuán
valiosa sería una pastoral vocacional entre los enfermos,
que no los invite simplemente a ofrecer los propios sufrimientos
por las vocaciones sacerdotales, sino que les ayude a vivir
el hecho de su enfermedad, con todo el peso de misterio que
ella encierra, como vocación personal, que el enfermo-creyente
tiene el «deber» de vivir por y en la Iglesia,
y el «derecho» a ser ayudado a vivir por la Iglesia.
Este nexo facilita el dinamismo pastoral porque de hecho le
es connatural: las vocaciones, como los carismas, se buscan
entre ellas, se iluminan recíprocamente, son complementarias
unas de otras. Llegan a ser incomprensibles, por el contrario,
si permanecen aisladas; no hace pastoral de Iglesia quien permanece
encerrado en el propio sector especializado.
Naturalmente el razonamiento es válido en doble sentido:
es la pastoral general la que debe confluir en la animación
vocacional para favorecer la opción vocacional; pero
es la pastoral vocacional la que a su vez debe permanecer abierta
a las otras dimensiones, insertándose y buscando salidas
en aquellas direcciones.
Ella es el punto final que sintetiza las varias propuestas pastorales
y permite realizarlas en la vicisitud existencial de cada creyente.
En definitiva, la pastoral de las vocaciones requiere atención,
pero en cambio ofrece una dimensión destinada a hacer
verdadera y auténtica la iniciativa pastoral de cada
sector. ¡La vocación es el corazón palpitante
de la pastoral unitaria! (76).
Itinerarios pastorales vocacionales
27. La imagen bíblica en torno a la que hemos articulado
nuestra reflexión nos permite avanzar un paso, procediendo
de los principios teóricos a la identificación
de algunos itinerarios pastorales vocacionales.
Estos son caminos comunitarios de fe, correspondientes a concretas
funciones eclesiales y a dimensiones clásicas del ser
creyente, a lo largo de los cuales madura la fe y se hace siempre
más evidente o se afianza gradualmente la vocación
de cada uno, para servicio de la comunidad eclesial.
La reflexión y la tradición de la Iglesia manifiestan
que normalmente el discernimiento vocacional tiene lugar a lo
largo de algunos caminos comunitarios concretos: la liturgia
y la oración, la comunión eclesial, el servicio
de la caridad, la experiencia del amor de Dios recibido y ofrecido
en el testimonio. Gracias a ellos, en la comunidad descrita
en los Hechos, «se multiplicaba grandemente el número
de los discípulos en Jerusalén» (Hech 6,7).
La pastoral debería, también hoy, seguir estas
vías para estimular y acompañar el camino vocacional
de los creyentes. Una experiencia personal y comunitaria, sistemática
y empeñativa en estas direcciones podría y debería
ayudar al creyente a descubrir la llamada vocacional.
Y esto haría a la pastoral verdaderamente vocacional.
a) La liturgia y la oración
La liturgia significa e indica al mismo tiempo la manifestación,
el origen y el alimento de cada vocación y ministerio
en la Iglesia. En las celebraciones litúrgicas se hace
memoria de aquel hacer de Dios por Cristo en el Espíritu
al que remiten todas las dinámicas vitales del cristiano.
En la liturgia, que culmina con la eucaristía, se manifiesta
la vocación-misión de la Iglesia y de cada creyente
en toda su plenitud.
De la liturgia parte siempre una llamada vocacional para quien
participa (77). Cada celebración es un evento vocacional.
En el misterio celebrado el creyente no puede dejar de reconocer
la propia vocación personal, ni puede desoír la voz del
Padre que en el Hijo por el poder del Espíritu lo llama
a darse a su vez por la salvación del mundo.
También la oración llega a ser camino para el
discernimiento vocacional, no sólo porque Jesús
invita a rogar al dueño de la mies, sino porque es en
la escucha de Dios donde el creyente puede llegar a descubrir
el proyecto que Dios mismo ha diseñado: en el misterio
contemplado el creyente descubre la propia identidad, «
escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3).
Y, además, es sólo la oración la que puede
avivar las disposiciones de confianza y de abandono indispensables
para pronunciar el propio «sí» y superar
temores e incertidumbres. Toda vocación nace de la in-vocación.
Pero, también, la experiencia personal de la oración,
como diálogo con Dios, pertenece a esta dimensión:
incluso si es «celebrada» en la intimidad de la
propia «celda» es relación con la paternidad
de la que proviene la vocación. Tal dimensión
es muy evidente en la experiencia de la Iglesia de los orígenes,
cuyos miembros eran perseverantes «en la fracción
del pan y en la oración» (Hech 2,42); cada elección,
sobre todo para la misión, tenía lugar en un contexto
litúrgico (Hech 6, 1-7; 13,1-15).
Es la lógica orante que la comunidad había aprendido
de Jesús cuando «a la vista de las muchedumbres
cansadas y decaídas como ovejas sin pastor, exclamó:
La mies es mucha pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño
de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38;
Lc 10,2).
Las comunidades cristianas de Europa han puesto en práctica
estos años múltiples iniciativas de oración
por las vocaciones, que encontraron amplio eco en el Congreso.
La oración en las comunidades diocesanas, religiosas
y parroquiales, hasta el punto ser «incesante»
en muchos casos, día y noche, es uno de los caminos principalmente
seguidos para crear una nueva sensibilidad y una nueva cultura
vocacional favorable al sacerdocio y a la vida consagrada.
La imagen evangélica del «dueño de la mies
» conduce al corazón de la pastoral de la vocaciones:
la oración. Oración que sabe «mirar»
con sabiduría evangélica al mundo y a cada hombre
en la realidad de sus necesidades de vida y de salvación.
Oración que manifiesta la caridad y la«compasión
» (Mt 9,36) de Cristo para con la humanidad, que también
hoy aparece como «un rebaño sin pastor»
(Mt 9,36). Oración que manifiesta la confianza en la
voz poderosa del Padre, el único que puede llamar y mandar
a trabajar a su viña. Oración que manifiesta la
esperanza viva en Dios, que no permitirá jamás
que falten a la Iglesia los «obreros» (Mt 9,38)
necesarios para llevar a término su misión.
En el Congreso despertaron mucho interés los testimonios
sobre la experiencia de lectio divina en perspectiva vocacional.
En algunas diócesis están muy extendidas las «
escuelas de oración» o las «escuelas de
la Palabra». El principio en el que se inspiran es el
ya clásico, contenido en la Dei Verbum: «Todos
los fieles adquieran la sublime ciencia de Jesucristo por la
lectura frecuente de la Divina Escritura, acompañada
de la oración» (78).
Cuando tal ciencia llega a ser sabiduría que se nutre
con asiduidad, los ojos y los oídos del creyente se abren
al reconocer la Palabra que llama sin descanso. Entonces el
corazón y la mente están en grado de acogerla
y vivirla sin temor.
b) La comunión eclesial
La primera función vital que brota de la liturgia es
la manifestación de la comunión que se vive en
el interior de la Iglesia, como pueblo reunido en Cristo a través
de su cruz, como comunidad en la que toda división se
supera siempre en el Espíritu, que es Espíritu
de unidad (Ef 2,11-12; Gál 3, 26-28; Jn 19,9-26).
La Iglesia se propone como el espacio humano de hermandad en
el que todo creyente puede y debe adquirir experiencia de la
unión entre los hombres y con Dios que es don de lo alto.
De esta dimensión eclesial son espléndido ejemplo
los Hechos de los Apóstoles, donde se describe una comunidad
de creyentes profundamente marcada por la unión fraterna,
por la coparticipación de los bienes espirituales y materiales,
de los afectos y sentimientos (Hech 2,42-48), hasta el punto
de formar «un solo corazón y una sola alma» (Hech, 4,32).
Si toda vocación en la Iglesia es un don que vivir para
los otros, como servicio de caridad en la libertad, entonces
es también un don que vivir con los otros. Por lo que
sólo se descubre viviendo en hermandad.
La hermandad eclesial no es sólo virtud de comportamiento,
sino itinerario vocacional. Sólo viviéndolas se
la puede elegir como componente fundamental de un proyecto vocacional,
o sólo disfrutándola es posible abrirse a una
vocación que, en todo caso, será siempre vocación
a la hermandad (79). Por el contrario, no puede sentir ninguna
atracción vocacional quien no experimenta alguna hermandad
y se cierra a toda relación con los otros o considera
la vocación sólo como perfección privada
y personal.
La vocación es relación; es la manifestación
del hombre que Dios ha creado abierto a la relación;
e incluso, en el caso de una vocación a la intimidad
con Dios en la vocación al claustro, supone una capacidad
de apertura y de coparticipación que sólo se puede
adquirir con la experiencia de una hermandad real. «La
superación de una visión individualista del ministerio
y de la consagración, de la vida en cada una de las comunidades
cristianas, es una aportación histórica decisiva
» (80).
La vocación es diálogo; es sentirse llamado por
Otro y tener el valor de responderle. ¿Cómo puede
madurar esta capacidad de diálogo en quien no ha aprendido,
en la vida de todos los días y en las relaciones diarias,
a dejarse llamar, a responder, a reconocer el yo en el tú?
¿Cómo puede hacerse llamar por el Padre quien
no se preocupa de responder al hermano?
La coparticipación con el hermano y con la comunidad
de los creyentes llega a ser entonces camino, a lo largo del
cual se aprende a hacer partícipes a los otros de los
proyectos propios, para aceptar, en fin, para sí el plan
diseñado por Dios. Que será siempre y en todos
los casos un proyecto de hermandad.
Una experiencia de coparticipación en torno a la Palabra,
señalada por algunas Iglesias europeas, son los centros
de escucha, esto es, grupos de creyentes que se reúnen
periódicamente en sus casas para redescubrir el mensaje
cristiano e intercambiar las respectivas experiencias y los
dones de interpretar la Palabra misma.
Para los jóvenes, estos centros adquieren una connotación
vocacional de la Palabra que llama, en la catequesis y en la
oración vivida de manera más personal y comprometedora,
más espontánea y creativa. El centro de escucha
llega a ser de este modo estímulo a la corresponsabilidad
eclesial, porque aquí se pueden descubrir los diferentes
modos de servir a la comunidad y, a menudo, pueden madurar vocaciones
específicas.
Otra experiencia positiva de itinerario vocacional en las Iglesias
particulares y en los diversos institutos de vida consagrada
es la comunidad de acogida, que pone en práctica la invitación
de Jesús: «Venid y verséis». Invitación
que el Papa Juan Pablo II define como la «regla de oro
de la pastoral vocacional» (81). En estas comunidades
o centros de orientación vocacional, gracias a una experiencia
muy específica e inmediata, los jóvenes pueden
hacer un verdadero y gradual camino de discernimiento. Se les
acompaña, por tanto, para que en el momento oportuno
estén en grado no sólo de identificar el proyecto
de Dios sobre ellos, sino de decidir escogerlo como propia identidad.
c) El servicio de la caridad
Es una de las funciones más típicas de la comunidad
eclesial. Consiste en vivir la experiencia de la libertad en
Cristo, en el vértice supremo que es el servicio. «
Quien quiera llegar a ser grande entre vosotros sea vuestro
servidor» (Mt 20,26), «quien quiera ser el primero
sea el servidor de todos» (Mc 9,35). En la Iglesia primitiva
esta lección parece que fue aprendida muy pronto, dado
que el servicio aparece como una de las componentes estructurales
de la misma, hasta el punto de que se instituyen los diáconos
precisamente para «el servicio de las mesas».
Precisamente porque el creyente vive por don la experiencia
de la libertad en Cristo, está llamado a ser testigo
de la libertad y agente de liberación para los hombres.
De la liberación que se logra no con la violencia o el
dominio, sino con el perdón y el amor, con la donación
de sí mismo y el servicio a ejemplo de Cristo Siervo.
Es la práctica de la caridad, cuyas maneras de ejercitarse
no tienen límite.
Es, quizá, el camino regio, en un itinerario vocacional,
para discernir la propia vocación, porque la experiencia
de servicio, especialmente donde está bien preparada,
orientada y comprendida en su significado más auténtico,
es experiencia de grande humanidad, que lleva a conocerse mejor
a sí mismo y la dignidad de los otros, así como
la grandeza de dedicarse a los otros.
El auténtico servidor de la caridad en la Iglesia es
aquél que ha aprendido a tener como un privilegio lavar
los pies de los hermanos más pobres, es aquél
que ha conquistado la libertad de perder el propio tiempo por
las necesidades de los otros. La experiencia del servicio es
una experiencia de gran libertad en Cristo.
Quien sirve al hermano, inevitablemente encuentra a Dios y entra
en una particular sintonía con El. No le será
difícil descubrir su voluntad sobre él y, sobre
todo, sentirse impulsado a cumplirla. Que, en cualquier caso,
será una vocación de servicio para la Iglesia
y para el mundo.
Así ha sido para muchísimas vocaciones en estos
últimos decenios. La animación vocacional del
post-Concilio ha pasado gradualmente de la «pastoral
de la propaganda» a la «pastoral del servicio
», en especial para con los más necesitados.
Muchos jóvenes han encontrado a Dios y a sí mismos,
la finalidad del vivir y la felicidad verdadera, entregando
tiempo y cuidados a los hermanos, hasta decidir dedicarles no
sólo una parte de su vida, sino toda su existencia. La
vocación cristiana es, en efecto, existir para los otros.
d) El testimonio-anuncio del evangelio
Este es la proclamación de la cercanía de Dios
al hombre a lo largo de la historia de la salvación,
especialmente en Cristo, y, por tanto, también, de las
entrañas misericordiosas del Padre para el hombre, a
fin de que tenga la vida en abundancia. Tal anuncio es el comienzo
del camino de fe de todo creyente. La fe, en efecto, es un don
recibido de Dios y atestiguado por el ejemplo de la comunidad
creyente y de tantos hermanos y hermanas dentro de ella, así
como mediante la instrucción catequística sobre
las verdades del evangelio.
Pero la fe debe ser transmitida, y llega el tiempo en el que
todo testimonio llega a ser donación activa: el don recibido
se convierte en don dado a través del testimonio personal
y del personal anuncio.
El testimonio de fe compromete todo el hombre y sólo
puede ser dado con la totalidad de la existencia y de la propia
humanidad, con todo el corazón, con toda la mente, con
todas las fuerzas, hasta la entrega, incluso cruenta, de la
vida.
Es interesante este aumento de significados del término;
aumento que en el fondo lo encontramos en el párrafo
bíblico que nos está orientando: ved el testimonio-catequesis
de Pedro y de los Apóstoles el día de Pentecostés,
así como la valiente catequesis de Esteban que culmina
en su martirio (Hech 6,8; 7,60), y de los mismos Apóstoles
«contentos por haber sido ultrajados por amor del nombre
de Jesús» (Hech 5,41).
Pero todavía es más interesante descubrir cómo
este testimonio-anuncio evangélico llega a ser específico
itinerario vocacional.
El conocimiento agradecido por haber recibido el don de la fe,
debería traducirse normalmente en deseo y voluntad de
transmitir a los otros cuanto se ha recibido, sea por el ejemplo
de la propia vida, sea mediante el ministerio de la catequesis.
Esta, pues, está destinada a iluminar las múltiples
situaciones de la vida enseñando a cada uno a vivir la
propia vocación cristiana en el mundo (82). Y si el catequista
es también ante todo un testimonio, dicha dimensión
vocacional resultará todavía más evidente (83).
El Congreso afirmó la importancia de la catequesis en
perspectiva vocacional y señaló la celebración
de la confirmación como un extraordinario itinerario
vocacional para adolescentes y jóvenes. La edad de la
confirmación podría ser precisamente «la
edad de la vocación», adecuada, en los planos
teológico y pedagógico, para el discernimiento, la puesta
en práctica y el pedagógico testimonio del don
recibido.
La labor catequística debería favorecer la capacidad
de reconocer y manifestar el don del Espíritu (84).
El encuentro directo de creyentes que viven con fidelidad y
valor su vocación, de testigos creíbles que ofrecen
experiencias concretas de vocaciones realizadas, puede ser decisivo
para ayudar a los confirmandos a descubrir y acoger la llamada
de Dios.
La vocación, en todo caso, tiene siempre su origen en
el conocimiento de un don, y en un conocimiento tan agradecido
que encuentra totalmente lógico poner al servicio de
los otros la propia experiencia a fin de responsabilizarse de
su crecimiento en la fe.
Quien vive con cuidado y generosidad el testimonio de la fe,
no tardará en aceptar el designio que Dios tiene sobre
él, y emplear todas sus energías en llevarlo a
cabo.
De los itinerarios pastorales a la llamada personal
28. Podríamos decir, en síntesis, que en las dimensiones
de la liturgia, de la comunión eclesial, del servicio
de la caridad y del testimonio del evangelio se condensa la
condición existencial de cada creyente. Esta es su dignidad
y su vocación fundamental, pero también es la
condición para que cada uno descubra su peculiar identidad.
Todo creyente, pues, debe vivir el común evento de la
liturgia, de la comunión fraterna, del servicio caritativo
y del anuncio del evangelio, porque sólo mediante tal
experiencia global podrá identificar su particular modo
de vivir estas mismas dimensiones del ser cristiano. Por consiguiente
estos itinerarios eclesiales deben ser los preferidos; representan
un poco la vía-maestra de la pastoral vocacional, gracias
a la cual puede desvelarse el misterio de la vocación
de cada uno.
Por otra parte, son itinerarios clásicos, que pertenecen
a la vida misma de cada comunidad que quiera decirse cristiana
y descubren, al mismo tiempo, la solidez o precariedad de la
misma. Precisamente por esto, no sólo representan un
camino obligado, sino que, sobre todo, ofrecen garantía
a la autenticidad de la búsqueda y del discernimiento.
Estas cuatro dimensiones y funciones, en efecto, por un lado,
provocan un compromiso global del sujeto y, por otro, lo llevan
a los umbrales de una experiencia muy personal, de una confrontación
urgente, de una llamada imposible de ignorar, de una decisión
que tomar, que no se puede aplazar «sine die».
Por esto la pastoral vocacional deberá ayudar expresamente
a hacer obra de relevación mediante una experiencia profunda
y globalmente eclesial, que lleve al creyente «al descubrimiento
y asunción de la propia responsabilidad en la Iglesia
» (85). Las vocaciones que no nacen de esta experiencia
y de esta inserción en la acción comunitaria eclesial,
corren el riesgo de estar viciadas en su raíz y de ser
de dudosa autenticidad.
Obviamente tales dimensiones estarán todas presentes,
armónicamente coordinadas por una experiencia que podrá
ser decisiva sólo si es global.
A menudo, en efecto, hay jóvenes que favorecen espontáneamente
(una u otra) de estas funciones (o únicamente comprometidos
en el voluntariado, o demasiado atraídos por la dimensión
litúrgica, o grandes teóricos un tanto idealistas).
Será importante, en estos casos, que el educador vocacional
incite en el sentido de un compromiso que no sea a medida de
los gustos del joven, sino según la dimensión
objetiva de la experiencia de fe, la cual, por definición,
no puede ser algo acomodable. Es sólo el respeto a esta
dimensión objetiva el que puede dejar entrever la propia
dimensión subjetiva.
La objetividad, en tal sentido, precede a la subjetividad, y
el joven debe aprender a darle la precedencia, si verdaderamente
quiere descubrirse a sí mismo y aquello que está
llamado a ser. O sea, debe primeramente realizarlo que se exige
a todos, si quiere ser él mismo.
No sólo, pero lo que es objetivo, regulado sobre la base
de una norma y de una tradición y que mira a un objetivo
preciso que trasciende la subjetividad, tiene una notable fuerza
de atracción y arrastre vocacionales. Naturalmente la
experiencia objetiva deberá también llegar a ser
subjetiva, o ser reconocida por el individuo como suya. Siempre,
sin embargo, que se parta de una fuente o de una verdad que
no es el sujeto quien la determina y que se aprovecha de la
rica tradición de la fe cristiana. En definitiva, «
la pastoral vocacional tiene las etapas fundamentales de un
itinerario de fe» (86). Y también esto está
indicando la gradación, así como la convergencia
de la pastoral vocacional.
De los itinerarios a las comunidades cristianas
a) La comunidad parroquial
29. El Congreso europeo se propuso, entre otros, un objetivo:
llevar la pastoral vocacional a lo más vivo de las comunidades
cristianas parroquiales, allí donde la gente vive y donde
los jóvenes en particular están comprometidos
más o menos significativamente en una experiencia de
fe.
Se trata de hacer salir la pastoral vocacional del ámbito
de los dedicados a los trabajos para alcanzar los muros periféricos
de la Iglesia particular.
Pero mientras tanto, es ya urgente superar la etapa experimental,
actual en muchas Iglesias de Europa, para pasar a verdaderos
caminos pastorales insertos en el entramado de las comunidades
cristianas, valorando lo que ya es vocacionalmente significativo.
Particular atención ha de prestarse al año litúrgico,
que es una escuela permanente de fe, en el que cada creyente,
ayudado por el Espíritu santo, es llamado a crecer en
Jesús. Desde el adviento, tiempo de esperanza, a Pentecostés
y al tiempo ordinario, el camino del año litúrgico
recorrido cíclicamente, celebra y presenta un modelo
de hombre llamado a medirse en el misterio de Jesús,
«primogénito entre muchos hermanos» (Rom
8,29).
La antropología que el año litúrgico lleva
a indagar es un proyecto auténticamente vocacional, que
apremia al cristiano a responder siempre más a la llamada,
para una precisa y personal misión en la historia. De
aquí la atención que se debe prestar a los itinerarios
diarios en los que toda la comunidad cristiana está comprometida.
La prudencia pastoral pide en especial a los pastores, guías
de las comunidades cristianas, un cuidado diligente y un atento
discernimiento para hacer hablar a los signos litúrgicos,
vividos en la experiencia de fe, porque es por la presencia
de Cristo en la vida diaria del hombre, donde tienen lugar las
llamadas vocacionales del Espíritu.
No se debe olvidar que el pastor, sobre todo el presbítero,
responsable de una comunidad cristiana, es el «cultivador
directo» de todas las vocaciones.
En verdad, no en todas partes se reconoce la plena titularidad
vocacional de la comunidad parroquial; mientras que son precisamente «los Consejos pastorales diocesanos y parroquiales, en
relación con los Centros vocacionales nacionales... los
órganos competentes en todas las comunidades y en todos
los sectores de la pastoral ordinaria» (87).
Se debe, por tanto, favorecer la iniciativa de aquellas parroquias
que han creado grupos propios de responsables de la animación
vocacional y de las varias actividades para resolver «
un problema que está en el corazón mismo de la
Iglesia» (88) (grupos de oración, jornadas y semanas
vocacionales, catequesis y testimonios y cuanto pueda mantener
viva la preocupación vocacional) (89).
b) Los «lugares-signos» de la vida-vocación
En este delicado y urgente paso, de una pastoral vocacional
de las experiencias a una pastoral vocacional de los itinerarios,
es necesario hacer hablar no sólo a las llamadas vocaciones
provenientes de los itinerarios que atraviesan la vida ordinaria
de la comunidad cristiana, sino que es bueno hacer eficaces
los lugares-signo de la vida como vocación y los lugares
pedagógicos de la fe. Una Iglesia está viva si,
con los dones del Espíritu, sabe comprender y valorar
tales lugares.
Los lugares-signo de la vocacionalidad de la existencia en una
Iglesia particular son las comunidades monásticas, testimonio
del rostro orante de la comunidad eclesial, las comunidades
religiosas apostólicas, los institutos seculares y las
sociedades de vida consagrada.
En un contexto cultural fuertemente volcado sobre las cosas
penúltimas e inmediatas, y penetrado del viento gélido
del individualismo, las comunidades orantes y apostólicas
abren a dimensiones verdaderas de vida auténticamente
cristiana, sobre todo para las últimas generaciones claramente
más atentas a los testimonios que a las palabras.
Signo especial de la vocacionalidad de la vida es la comunidad
del seminario diocesano o interdiocesano. Este vive una singular
situación en el interior de nuestras Iglesias. Por una
parte es un signo fuerte, pues constituye una promesa de futuro.
Los jóvenes que viven en él, hijos de esta generación,
serán los sacerdotes del mañana. No sólo,
sino que el seminario está testimoniando concretamente
la vocacionalidad de la vida y la necesidad apremiante del ministerio
ordenado para la existencia de la comunidad cristiana.
Por otra parte, el seminario es un signo débil, pues
exige la constante atención de la Iglesia particular;
requiere una seria pastoral vocacional para recomenzar cada
año con candidatos nuevos. También la solidaridad
económica puede ser una circunstancia pedagógica
para formar al pueblo de Dios en la oración por todas
las vocaciones.
c) Lugares pedagógicos de la fe
Además de los lugares-signos son valiosos los lugares
pedagógicos de la pastoral vocacional, constituidos por
los grupos, por los movimientos, por las asociaciones, y por
la escuela misma.
Más allá de la diversa configuración sociológica
de dichas formas de asociación, sobre todo a nivel juvenil
hay que apreciar su valor pedagógico, como lugares en
los que las personas pueden ser sabiamente ayudadas a alcanzar
una verdadera madurez de fe.
Esto puede ser eficazmente promovido, si se tienen en cuenta
tres dimensiones de la experiencia cristiana: la vocación
de cada uno, la comunión de la Iglesia y la misión
con la Iglesia.
d) Figuras de formadores y de formadoras
Otra atención pedagógica pastoral viene propuesta
con particular insistencia en este preciso momento histórico:
la formación de concretas figuras educadoras.
En efecto, es sabido, por doquier, la debilidad y la problemática
de los lugares pedagógicos de la fe, puestos a dura prueba
por la cultura del individualismo, de la asociación espontánea,
o por las crisis de las instituciones.
Por otro lado, emerge, sobre todo en los jóvenes, la
necesidad de confrontación, de diálogo, de puntos
de referencia. Las señales al respecto son muchas. Hay,
en suma, urgencia de maestros de vida espiritual, de figuras
significativas, capaces de evocar el misterio de Dios y dispuestos
a la escucha para ayudar a las personas a entablar un serio
diálogo con el Señor.
Las personalidades espirituales fuertes no son sólo algunas
personas particularmente dotadas de carisma, sino que son el
resultado de una formación especialmente atenta a la
primacía absoluta del espíritu.
En el cuidado de las figuras educadoras de nuestra comunidad
hay que tener presente que, por una parte, se trata de hacer
explícita y prudente la conciencia educadora vocacional
en todas aquellas personas que ya trabajan en la comunidad junto
a los adolescentes y a los jóvenes (sacerdotes, religiosas
y laicos). Por otra, se debe formar y animar cuidadosamente
la ministerialidad educadora de la mujer, para que sea sobre
todo junto a las jóvenes, una figura de referencia y
una guía prudente. De hecho la mujer está ampliamente
presente en las comunidades cristianas y son más que
sabidas la capacidad intuitiva del «genio femenino» y la amplia experiencia de la mujer en el campo educativo (familia,
escuela, grupos, comunidades).
La aportación de la mujer ha de considerarse como muy
importante, por no decir decisivo, sobre todo en el ámbito
juvenil femenino, no asimilable al masculino, porque necesita
de una reflexión más atenta y específica,
especialmente en el aspecto vocacional.
Quizá también esto forma parte de aquel cambio
que caracteriza la pastoral vocacional. Mientras que en el pasado
las vocaciones femeninas surgían de figuras significativas
de padres espirituales, auténticos guías de personas
y comunidades, hoy las vocaciones «a lo femenino» tienen necesidad de referencias femeninas, personales y comunitarias,
capaces de hacer concreta la propuesta de modelos y de valores.
e) Los organismos de pastoral vocacional
La pastoral vocacional para proponerse como perspectiva unitaria
y síntesis de la pastoral general, debe manifestar, primero
en su interior, la síntesis y la comunión de los
carismas y de los ministerios.
Desde tiempo atrás se advertía en la Iglesia la
necesidad de esta coordinación (90) que, gracias a Dios,
ha dado ya apreciables frutos: Organismos parroquiales, Centros
vocacionales diocesanos y nacionales que ya funcionan desde
hace tiempo con gran provecho.
No obstante, no sucede así por todas partes. El Congreso
lamentó, en ciertos casos la ausencia, o la escasa incidencia
de estas estructuras en algunas naciones europeas (91), e hizo
votos para que cuanto antes sean instituidas regularmente o
potenciadas adecuadamente.
También se observa en diversas partes que, mientras los
Centros nacionales parecen garantizar una notable aportación
de estímulos constructivos para la pastoral vocacional
de conjunto, no todos los Centros diocesanos parecen animados
por la misma voluntad de trabajar y colaborar verdaderamente
por las vocaciones de todos. Existe un cierto proyecto general
de pastoral unitaria que todavía se resiste en llegar
a ser praxis de la Iglesia local, y parece en algún modo
embarazarse cuando de las propuestas generales se pasa a llevarlas
en detalle a la realidad diocesana o parroquial. En ellas, en
efecto, no han desaparecido del todo miras y prácticas
particularistas y poco eclesiales (92).
Por cuanto atañe a los Centros diocesanos y nacionales,
más que reafirmar aquí cuanto ya de manera ejemplar
subrayan varios documentos sobre su función, parece necesario
recordar que no se trata meramente de una cuestión de
organización práctica, cuanto de coherencia con
un espíritu nuevo que impregne la pastoral de las vocaciones
en la Iglesia y, en particular, en las Iglesias de Europa. La
crisis vocacional es también crisis de comunión
en favorecer y hacer crecer las vocaciones. No pueden nacer
vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténticamente
eclesial.
Además de recomendar la reanudación del compromiso
en tal campo y una más estrecha coordinación entre
el Centro nacional, Centros diocesanos y organismos parroquiales,
el Congreso y este Documento desean que tales organismos tomen
muy a pecho dos cuestiones: la promoción de una auténtica
cultura vocacional en la sociedad civil y eclesial, anteriormente
indicada, y la formación de los educadores-formadores
vocacionales, verdadero y propio elemento fundamental y estratégico
de la actual pastoral vocacional (93).
El Congreso, además, pide que se tome seriamente en consideración
la creación de un organismo o Centro unitario de pastoral
vocacional supranacional, como signo y manifestación
concreta de comunión y coparticipación, de coordinación
e intercambio de experiencias y personas entre cada una de las
Iglesias nacionales (94), salvaguardando la peculiaridad de cada
una de ellas.
NOTAS:
(54) Discurso de Juan Pablo II a los participantes al Congreso
sobre el tema «Nuevas vocaciones para una nueva Europa
», en «L'Osservatore Romano», 11-V-1997, n.
107.
(55) DC, 5.
(56) La expresión está en la Exhortación
Apostólica de Juan Pablo II Pastores dabo vobis, n. 34.
El mismo documento delinea claramente los motivos fundamentales
que unen intrínsecamente la pastoral vocacional a la
Iglesia.
(57) Ibid.
(58) Ibid.
(59) IL, 58.
(60) La expresión «comunidad cristiana»
designa, por sí misma, tanto una Iglesia particular o
local, como una parroquia. La forma un grupo de cristianos que
viven en un lugar y representa a la Iglesia de manera actual,
cuando se reúne para rezar y servir, para dar testimonio
del amor de Cristo en medio de ellos. La expresión «
comunidad eclesial», en cambio, tiene un significado
más concreto, porque manifiesta los elementos que constituyen
la Iglesia, a partir de la centralidad del misterio eucarístico;
propiamente se aplica a la diócesis y a las parroquias
que son comunidades eclesiales eucarísticas gracias a
la presencia del ministerio ordenado; las otras son por extensión
del significado. cf. al respecto DC, 13-16.
(61) Juan Pablo II, Discorso al VI Simposio delle Conferenze
Episcopali Europee, 11-X-1985.
(62) Pastores dabo vobis, 34.
(63) Ibid., 35.
(64) Ibid., 41.
(65) Cf. Ibid., 41.
(66) Ibid., 64.
(67) Vita consecrata, 64.
(68) Ibid.
(69) IL, 59.
(70) Cf. Declaración, 26.
(71) Cr. Proposiciones, 25.
(72) Vita consecrata, 70.
(73) Proposiciones, 4.
(74) Proposiciones, 13.
(75) Proposiciones, 10.
(76) Cf. Proposiciones, 10.
(77) «La liturgia es por sí misma una llamada.
Ella es el momento privilegiado donde todo el pueblo de Dios
se encuentra y se realiza el misterio de la fe» (Proposiciones,
13).
(78) Dei Verbum, 25.
(79) «El primer lugar de testimonio es la vida de una
Iglesia que se descubre «comunión» y donde
las parroquias y las diversas asociaciones son vividas como
comunión de comunidad» (Proposiciones, 14).
(80) Proposiciones, 21.
(81) Vita consecrata, 64.
(82) Cf. Lumen gentium, 12; 35; 40-42.
(83) Catechesi tradendæ, 186.
(84) Proposiciones, 35, donde se recuerda una vez más
a los obispos la gran oportunidad que les ofrece la celebración
de la confirmación para «llamar» a los
jóvenes que reciben dicho sacramento.
(85) Proposiciones, 10.
(86) Proposiciones, 11.
(87) Proposiciones, 10.
(88) Pastores dabo vobis, 41.
(89) Cf. indicaciones sobre el tema en el Documento conclusivo
del II Congreso Internacional de 1981, DC, 40.
(90) Optatam totius, 2; DC, 57-59; cf. también en Desarrollo
de la pastoral, 89-91.
(91) Cf. Proposiciones, 10.
(92) «A veces, —se dijo en el Congreso— se
observa cierta dificultad en la relación entre Iglesia
y vida religiosa. Es importante salir de una lectura funcional
de la vida religiosa misma, aunque ya se vislumbran signos de
nuevas orientaciones tras el Sínodo sobre la vida consagrada.
Lo mismo vale para los institutos seculares» (Proposiciones,
16).
(93) «En una situación religiosa que cambia rápidamente,
llega a ser indispensable formar a los animadores de base: catequistas,
párrocos, diáconos, consagrados, obispos..., y
cuidar su formación permanente» (Proposiciones,
17).
(94) Cf. Proposiciones, 29, donde, hablando de este Centro
vocacional europeo se expresa el deseo de que el mismo, como
gesto de caridad y de intercambio de dones, «constituya
incluso un "banco" de personas cualificadas para colaborar
en la formación de los formadores». Sobre la creación
de tal organismo hay una petición en el Instrumentum
laboris, 83 y 90h. Una experiencia positiva ya es realidad desde
hace algunos años en América Latina. En Bogotá
(Colombia), en la sede del Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM), trabaja de manera permanente el «Departamento
de vocaciones y ministerios» (DEVYM). Este organismo
fue el punto de referencia para la preparación y celebración
del I Congreso continental, celebrado para la América
Latina en Itaicí (san Pablo de Brasil) del 23-27-V-1994.
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