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     Ayer, al volver de misa, aprovechando los cinco minutos libres antes de la cena, abrí «Lettres à sa fiancée» de Jacques Maillet, y di — pero de verdad — con una página que no recordaba. Entre carta y carta, esta explicación estremecedora:

     «Acababa de llegar a casa de su novia (antevigilia de Navidad). Durante la cena, un telegrama le comunica que su padre ha muerto de repente. Domina el dolor, mostrando un semblante tranquilo. Después, a solas con ella, llora con profundos sollozos, y llevándola ante un crucifijo colgado en la pared le dice: «Reza. Yo todavía no puedo». Su novia rezó despacio el «De profundis» primero, el padrenuestro después. Pronto la voz de Jacques fue uniéndose a la de ella».
     Yo todavía no puedo. Y el todavía se va deshaciendo como terrón de azúcar en vaso de agua, al compás de una voz que avanza en la noche del dolor.
     Nuestra vida ¿no será un constante y decreciente todavía hasta saber rezar, hasta saber vivir el padrenuestro?