ROBLE volver al indice
 

     Fue en el Kennedy (Kennedy International Airport de New York) el lunes de Pascua.
     El calor, a las 3 de la tarde, era realmente sofocante.
     Estaba con un condiscípulo esperando a un amigo que venía de lejos, de tan lejos que no acababa de salir de la aduana.
     Mientras, ¡tuvimos tanto tiempo!, pasamos revista a nuestro presente, nos remansamos en nuestro pasado y hasta pudimos avizorar el futuro.
     A caballo de mi presente-futuro le dije que estaba escribiendo un diccionario, un diccionario de la vocación.
     Sonrió escéptico. (Es curiosa la idea que la gente pretérita tiene de uno. A mí me imaginan siempre, los de mi curso, envuelto en fusas y corcheas. Y piensan que no soy capaz de salirme de los pentagramas).
     —¿Y para qué quieres un diccionario de la vocación?
     En vez de echar mano de Marañón con aquello de «Pocas veces encubrimos con el nombre de vocación la misma cosa, y es el vocablo ilustre, pabellón que cubre y dignifica mercancías de muy diversa dignidad», recordando que él era —y sigue siendo— de pueblo, pese a vivir en Nueva York, pensé que entendería más un delicioso párrafo de J. M. Ballarín. Y se lo leí:

Todo ha ido perdiendo su nombre.
Un roble, para un labrador es un roble.
Para un hombre de ciudad ya degenera, es sólo un árbol.
Para un consumista todavía degenera más, sólo es una cosa,
algo sin nombre, con lo que si te distraes puedes tropezar.

     —Pues con el diccionario que estoy escribiendo trato de lograr un proceso inverso, para poder decir:

Todo ha ido encontrando su nombre.
Lo que para un consumista sólo es una cosa,
algo sin nombre, con lo que si se descuida puede tropezar;
para un hombre de ciudad ya es algo más, es un árbol;
para un labrador es lo que es, un roble;
y para un hijo es el roble, el único,
el que plantó su padre delante de la casa, la suya.

     Se quedó sonriendo. Dijo al cabo de un largo rato:
     —¡Lo que daría yo ahora para poder ver no tu roble o el de Ballarín, sino el nogal que plantó mi padre en el huerto de casa! ¡Tiene que ser inmenso!

     Mientras seguían despegando los aviones, sin parar, di gracias a Dios: La humanidad todavía tiene redención. Algo, quizá por los diccionarios, pero sobre todo por los nogales y los robles.