MIDASISMO volver al indice
 

     Iba en el metro. Trataba de aprovechar el tiempo leyendo disimuladamente el periódico de mi vecino. En esto capté este fragmento de diálogo:

     —No tiene remedio.
     —¿De veras?
     —Le viene de familia.
     —¿Y qué padece?
     —-Midasismo agudo.

     Se bajaron. El que llevaba la voz cantante parecía cura o fraile. Ponía cara de preocupado.
     Me picó la curiosidad. Pregunté a un médico que en qué consistía aquella dolencia. Nunca la había oído nombrar.
     Dándole vueltas y más vueltas, descomponiendo la palabra en dos partes: «ismo», por un lado, y «Midas», por otro, creo que he dado con el significado. Tenía razón aquel hombre para estar preocupado.

     Era todavía pequeño cuando oí contar la historia de Midas, aquel rey de Frigia, célebre por sus inmensas riquezas. Tenía el mal de convertir en oro todo lo que tocaba. Mala cosa, claro, porque ni alimentos, ni personas, ni flores, podían estar al alcance de su mano. Me dio pena, tan rico y tan pobre.
     Luego supe que la historia del rey no era una historia sino un cuento, algo mitológico. Y me alegré. Pero últimamente he descubierto —¿será porque me vuelvo niño?— que la mitología es más verdad de lo que yo pensaba, que no sólo existió un rey Midas, sino que hay muchos, muchísimos Midas, aunque no se llamen así: personas que respiran dinero, que el dinero —ese «estiércol del diablo» que decía Papini— lo es todo en su vida.
     Si a una de esas personas le dices que el espíritu de las bienaventuranzas es como el oxígeno de los cristianos; que se puede ser enormemente feliz yendo a pie mientras pasan por tu lado deslumbrantes coches de línea aerodinámica y mirarlos con sonrisa de satisfacción, sin envidia; si le dices a una de esas personas que las riquezas están para servir a los hombres y que a veces, no pocas, hasta estorban... verás en su rostro una mueca de compasión. Entonces, por favor, hazme caso, huye, huye inmediatamente de su lado, porque la mirada, el aliento de estas personas lo aniquila todo: a su lado las flores, la sonrisa, la vida, se agostan irremediablemente.

     Sí, tenía razón para estar preocupado aquel buen fraile o cura. ¡Dios nos libre del midasismo!