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Palabra griega que últimamente los liturgistas usan con frecuencia, sobre todo al empezar la cuaresma.
Las cuatro primeras letras son comunes a muchas palabras: metamorfosis (transformación de una cosa en otra), metabolismo (cambio de materia y de energía entre el organismo vivo y el medio exterior), metáfora (cambio del sentido recto de las voces en otro figurado).
Metanoia no significa un cambio cualquiera, al estilo de los bancos que cambian dólares en pesetas, pesetas en libras, con una comisión para ellos, claro. Nunca los bancos regalan nada. Hasta de la sonrisa estereotipada que ofrecen se cobran intereses.
No significa un cambio periférico como mudarse de ropa o mudar de piel. Sino cambio-de-mente. Y no de la mente puramente razonadora, sino de la mente-corazón.
Como los hombres somos muy niños, nos distraemos, nos salimos del camino, metemos la pata, y ¡qué zapatos, qué ropa, qué alma!
Metanoia quiere decir volver a poner las cosas en su punto. Como si a uno el corazón se le retrasase y alguien se lo pusiese en hora, como si la vista se le acortase y alguien se la prolongase, como si la esperanza marcase rojo y alguien nos llenase el depósito.
Metanoia de los ojos para que miren el mundo no desde una orilla sino desde su centro.
Tenía razón san Agustín cuando decía: «Aunque algunos digan que no se obra bien si se cambia, la verdad anda gritando que sólo se obra bien si se cambia».
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