KAREN volver al indice
 

     «El hombre moderno, igual que el hombre primitivo, no puede vivir sin mitos, sin leyendas» (Mircea Eliade).
     «Desde que el mundo existe se han contado historias, porque sin historias la especie humana habría perecido, igual que sin agua» decía la baronesa Von Blixen-Finecke.
     Nació cerca de Copenhague en 1885. De 1914 a 1931 vivió en Kenya, convertida en puro radar de humanidad. Y al regresar a su patria se dedicó, hasta 1962, al noble oficio de pocera de mitos y leyendas, cuentos e historias, publicados en Sombras en la pradera, Tempestades, Nuevos cuentos de invierno, páginas que rezuman gracia a raudales.

     Los nombres que ponemos a los niños al bautizarlos, aunque gramaticalmente figuren como nombres propios, en realidad sólo son nombres comunes: «en todas las casas hay un Juan, un José y un asno» dice un refrán catalán («De Joseps, Joans i ases, n'hi ha a totes les cases»).
     Nombres comunes (que lo mismo lleva éste que aquél, por lo que hay que echar mano del primer y segundo apellido con frecuencia) y hasta contradictorios.
     ¿Quién no conoce Arturos que ni vigilan ni saben dónde para la Osa, siendo así que Arturo significa «centinela de la Osa»? ¿Todos los Amables lo son en realidad? ¿Y los Felicísimos? ¿«Buenos tiradores» los Eustoquios, «aficionados a los caballos» los Felipes y «bien espigados» los Eustaquios?
     Los antiguos eran más clarividentes, más exactos: el nombre de cada uno correspondía a su función, equivalía a su definición.
     Algunas familias modernas, también. La familia Von BlixenFinecke, en concreto.
     Al releer el regalo de sus cuentos me doy cuenta de que sus padres acertaron al ponerle, por nombre, Karen. Versión nórdica del griego jaris, que significa gracia.