HERMANO volver al indice
 

     Eso, hijo de un mismo Padre.
     Clarísimo, ¿verdad? Pues no es así. Para muchos cristianos es todo lo contrario.
     Entienden ellos que se trata de «alguien que ni dice misa ni se casa». Algo ininteligible, inimaginable, indeseable para un ser medianamente civilizado.
     Durante un descanso, mientras tomábamos una taza de té e intentábamos olvidar lo de las antinomias y la socialización, me dio el Hermano la noticia: «¿Sabe? En el Capítulo acaban de determinar que no seremos sacerdotes». Y me lo decía contento.
     Yo también me alegré. ¿Por qué? Por lo de antes, porque Dios es nuestro Padre. Ésta es la gran razón.
     Y por lo del presbiterio: en el cielo no habrá un presbiterio. Estaremos todos en un orden ordenadísimo sin Orden. Quien más haya amado, más cerca del Amor. Y como esto de aquí abajo no es más que un ensayo de lo de Allá Arriba...
     ¡Ah!, está también lo de san José: el santo más santazo que ha existido, que ni dijo ni asistió nunca a ninguna misa.

     Desde niño admiré a los predicadores que comenzaba sus sermones diciendo: «Hermanos». Es un buen comienzo. Pero yo nunca he sido capaz de empezar así. Her-ma-nos. Me cuesta. Mucho.
     Desde que trato más a los Hermanos (Maristas, de las Escuelas Cristianas, de san Juan de Dios...) estoy descubriendo que hay hombres que con su vida ayudan a hacer fácil lo difícil.
     Cualquier día, estoy seguro, empezaré yo también la homilía diciendo: «Hermanos».