FARRAGUT volver al indice
 

     Chocó, mejor dicho, le chocaron. Y quedó para el arrastre. Estuvo que si sí que si no. Por fin, después de muchos meses de calvario, pudo comenzar a tratar de andar.
     Le visitaba con frecuencia. Y me sorprendió que, agarrado a mi brazo, ante cada esfuerzo pronunciara en voz baja la palabra «Farragut».
     Por discreción -¿era una jaculatoria?, ¿era un taco?- no le dije nunca nada.
     
Hace unos días, leyendo una conferencia pronunciada por el cardenal Suenens en Munich con motivo de la XX Olimpíada, me di cuenta del porqué de aquella palabra.
     Cuando fui a ver a Pedro, mi amigo, le dije: ¿Quieres que te cuente una anécdota de David Glasgow Farragut, marino norteamericano, de origen menorquín (1801-1870), que se distinguió en la Guerra de Secesión y llegó a ser el primer almirante de Estados Unidos?.
     Con la cabeza dijo que sí, entornando los ojos.

     Dupont explicaba al almirante Farragut las razones que le habían impedido entrar con su flota en el puerto de Charleston.
    —Dupont, hay una razón que no ha dicho
    —¿Cuál, almirante?
    —Haber creído que no podría haberlo hecho.

     Pedro sonrió. Y no se molestó de que hubiese descubierto su secreto.
     Cuando nadie te oiga, puedes repetir tú también el apellido de aquel almirante americano de origen menorquín.