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     El capellán del hospital (ver Esperanza II) se ha curado en salud esta vez: desde julio me tiene comprometido para la homilía de la misa del 25 de enero, último día de la semana de la unidad.
     Espero no fallarle.
     Me ha dicho que le gustaría entregar previamente a los enfermos una hoja ciclostilada con las ideas de la homilía.
     Imposible: yo no sirvo homilías «en frigorífico».
     Para quitármelo de encima, porque es peor que el amigo importuno del que habla san Lucas (11, 5-10), le he dado este texto de un antiguo alumno mío, Miguel, hoy doctor en pedagogía, como comentario al lema de este año: «Ya no sois extranjeros»:

     Mientras el niño permanece encerrado en su «yo», todos los demás están frente a él, los que se le oponen son un «tú». Cuando descubre un «nosotros», el familiar, aparece el «vosotros». Pero si el «nosotros» no crece y queda reducido al padre, la madre y algún hermano, la oposición se hace terrible, porque el «vosotros», mucho más numeroso, parecerá aplastar el reducido «nosotros». ¿Por qué, si tenemos un Padre, que es nuestro, no formamos entre todos un «nosotros»?

     Tanto el capellán como sus enfermos entenderán fácilmente que sólo hay extranjeros cuando el «nosotros» tiene un diámetro corto.
     Señor, alárganos el diámetro de nuestro «nosotros».