ESLABÓN volver al indice
 

     «Los pueblos que no tienen leyenda están condenados a morir de frío» (Patrice de la Tour du Pin).
     Yo nunca moriré de frío.

     Parecía un juego de niños, pero descubro que aquellas historias, aquellas leyendas, forman la urdimbre de mi vida.
     Era un auténtico mago de la palabra. A la luz de la luna, arrebujados con una manta, mientras el fuego nos enrojecía el semblante, contaba interminables historias que nos tenían en vilo.

     ...Salió la nave espacial camino de un astro remoto. Tan remoto que ninguno de los cosmonautas llegaría a la meta. Ni siquiera sus hijos. Sólo los nietos. La vida de la primera generación estaba amasada de recuerdos. La vida de la tercera generación, de esperanza, de ilusión ante la cercanía del puerto. Pero los del medio, los hijos de los emigrantes terrícolas no tenían ni lo uno ni lo otro, porque... eran lo uno y lo otro, en su pequeñez, en su insignificancia, en su flotar en el espacio, eslabones de una cadena, atlantes que sostenían ambos puertos (el de partida y el de llegada) sobre sus hombros.

     Señor, gracias por hacerme eslabón de tu Palabra.
     Señor, yo nunca moriré de frío.