EMBORRACHARSE volver al indice
 

     Le conocía más bien poco. Habíamos hablado, creo, sólo un par de veces. Y aún ocasionalmente.
     Maestro de los de verdad, lleva en el pueblo más de veinte años.
     Tropecé con él en el campo. No sabía que tuviese la costumbre de dar largos paseos por la tarde.
     Comentamos lo cegadora que estaba la naturaleza a primeros de septiembre, la proximidad de las clases...
     De repente me dijo:
     -Hace tres meses murió mi mujer.
     En silencio, con la cabeza, le dije que lo sabía. Nunca he sido capaz de dar el pésame a nadie. No me sale. Me siento ridículo.
     -Desde entonces —prosiguió— me emborracho...
     Le miré sorprendido, sin proferir palabra. En los pueblos todo se sabe. Y una cosa así es imposible que pase desapercibida.
     -...de avemarías. Al principio no podía alejar de mí un «¿Por qué?» casi blasfemo. No podía. Me roía como un cáncer. Me hundía en un pozo de desesperación. Para no pensar me lancé a caminar, para cansarme. Un día mecánicamente empecé a rezar el rosario (ella lo rezaba durante su enfermedad).
     Desde entonces me emborracho de avemarías.
     Emborracharse de avemarías. Quienes creen que el rosario es una oración infantil, poco civilizada, conviene que hagan la prueba. Ayuda a salir de la noche del dolor. Poco a poco el firmamento se llena de estrellas.