AGENDA I volver al indice
 

     Cuando uno va a visitar a un señor importante inmediatamente saca el señor su agenda, y sólo con ese librito pequeño delante puede el importante decirte que sí o que no, que tal día o tal otro.
     Me dan pena los señores importantes, porque no son capaces de vivir sin sus faciendas (aunque las llamen agendas).
     (Los latinos distinguían entre el verbo agere y el verbo facere. Ambos significan «hacer». Pero el primero [agere] significa un hacer-intransitivo, de mejora propia, mientras que el segundo [facere] significa un hacer-transitivo-de-cara-afuera.
     Para expresar que me mejoro, que me esfuerzo en ser paciente, los latinos usarían el verbo agere. Y mi obligación de hacerme mejor sería agenda.
     
Para expresar que hago, que construyo una mesa, por ejemplo, los latinos usarían el verbo facere. Y las mesas que tengo que hacer serían facienda).
     Los pequeños libritos de muchos importantes no son «agendas», sino «faciendas», porque sólo escriben en ellos cosas transitivas, compra-ventas que hay que hacer.
     Afortunadamente no todos los libritos se dejan malusar. Conozco una agenda —que lo es de verdad— en la que los cristianos apuntan cosas aladas en dirección hacia Arriba. Como los cristianos a veces tenemos tentaciones de hacernos, de sentirnos, importantes, zas, la agenda reproduce cada semana la vida de un santo. Una vida sintética, pero sabrosa.
     Ahí van tres muestras. Para que el lector sepa que hay agendas que lo son de verdad.

Pedro Damiano (21-II). Profesor, eremita, prior, legado pontificio, cardenal y obispo en tiempos difíciles para la Iglesia (¿ha habido algún tiempo que no lo haya sido?), tenía tiempo y humor (no se sabe qué supone más mérito) para escribir cartas... sobre la alegría. Que podrían resumirse así: contempla bien tu desgracia: acabarás por ver un oasis en ese desierto.

Cátedra de san Pedro (22-II). El pescador de Galilea escribió: «Aun suponiendo que tuvierais que sufrir por ser honrados, dichosos vosotros. No les tengáis miedo ni os asustéis; en lugar de eso, en vuestro corazón, reconoced a Cristo como a Señor, dispuestos siempre a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida una explicación».

Casimiro (4-III). Hijo de un rey de Polonia, supo lo que era la pobreza de la enfermedad. Murió tísico a los veintiséis años. En el palacio de su padre la gente lo sintió mucho, pero dicen que quienes lloraban con más sentimiento eran los pobres. Aunque ya eran menos pobres, porque sabían qué era la esperanza.