Mirar hacia atrás es vieja costumbre, anterior a las coplas de Jorge Manrique. Tanto es así que el hospitalario Lot tuvo que padecerla en propia carne. Pero no todos son como quien se convirtió en estatua de sal o como el tiempo pasado del poeta.
Hace un par de meses, recibí una curiosa felicitación de una religiosa. Escritos, al reverso de un papel con muchas velas encendidas, seguramente destinado a envolver comerciales obsequios de Navidad, venían estos versos de Otto René Castillo:
Y cuando se haga
el entusiasta recuento
de nuestro tiempo
por los que todavía
no han nacido,
pero que se anuncian
con un rostro más bondadoso,
saldremos gananciosos
los que hemos sufrido de él.
Y es que adelantarse
uno a su tiempo
es sufrir mucho de él.
Pero es bello amar el mundo
con los ojos
de los que no han nacido
todavía.
Y espléndido
saberse ya un victorioso
cuando todo en torno a uno
es aún tan frío y tan oscuro.
Lo bueno de la felicitación es que quien me envió los versos los está practicando en propia carne, y sin ese rictus amargo e intolerante de no pocos carismáticos de pacotilla.
Por tener el corazón sincronizado según el meridiano de la eternidad, todo religioso, pese a las apariencias, no es —no puede ser— un especialista en historia, sino en futuro.