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COMPLEMENTARIEDAD DE LAS VOCACIONES

1. LA COMUNIÓN EN LA IGLESIA

En la eclesiología el sentido de la comunión es un dato esencial. No hay ninguna realidad importante dentro de ella que no esté marcada por el signo de la unión entre los hermanos. La comunión eclesial no consiste en una simple unidad. Es comunidad en la fe, en torno al misterio de la presencia del Señor; la Iglesia reproduce en sí el misterio de la comunión trinitaria y, uniéndose así a Dios, se convierte en instrumento de unidad para todo el género humano. De aquí se deduce que la comunión en el misterio de Cristo no es solamente intraeclesial, más bien se proyecta hacia todo lo humano de todos los tiempos.

Las vocaciones específicas se hallan en el mismo dinamismo de comunión que la vocación cristiana fundamental. Laicos, religiosos y ministros ordenados tienen como nota esencial el sentido de la comunión cristiana, y por ello al hacer la teología de las vocaciones es necesario tener muy en cuenta el concepto de la comunión. Hay una profunda unidad entre la comunión y la misión eclesial, tanto que se puede decir que la primera misión de la Iglesia en el mundo consiste en ser signo de unidad. Lo mismo sucede con las vocaciones: su primera misión o encomienda salvífica es comprenderse y proceder desde y para la comunión.

2. NOCIÓN FUNCIONAL DE LAS VOCACIONES

Las vocaciones se comprenden teológicamente como funciones específicas dentro de la economía de salvación. Una función es mucho más que una tarea, supone una manera concreta de ser-para-la-comunidad. En los relatos bíblicos de vocación esta encomienda globalizante, que tiene por objeto toda la vida y existencia del llamado, es muy clara. No son funciones excluyentes, sino complementarias, de modo que aquello que se dice como específico de los laicos, debe ser vivido, en alguna medida, análogamente, por todos en la Iglesia y así recíprocamente unas vocaciones y otras. Así la secularidad de la Iglesia es expresada y vivida de un modo especial por los laicos; la radicalidad del seguimiento de Jesús, propia de todo bautizado, es mostrada con mayor claridad por los religiosos; el cuidado por la comunidad de los fieles, que debe interesar a todo creyente, es encargo especial del ministerio ordenado.

Por ello es necesario afirmar la continuidad y armonía entre la vocación común bautismal y su vivencia en las vocaciones específicas. Desde este punto de vista hay mucho más de común que de diverso en ellas. Al definir funcionalmente las vocaciones se destaca su sentido de comunión. Las vocaciones nacen de la comunión eclesial y tienen la encomienda de acrecentar, cada una desde su propia especificidad, dicha comunión. Su misma complementariedad hace ver que quien muestra el rostro de Dios y de Cristo a los pueblos no es una vocación específica, sino el conjunto de los creyentes que reunidos en el Espíritu Santo se manifiestan como el cuerpo eclesial bien armonizado.

3. EN LOS ESTADOS DE VIDA

Las vocaciones específicas se concretan todavía más en los estados de vida. El celibato, la soltería, el matrimonio, la viudez, la vida comunitaria o eremítica, la profesionalidad, etc., son especificaciones más detalladas de la vocación personal. De esta manera se va concretando un camino vocacional hasta constituirse como la llamada de Dios única e irrepetible. Es posible hacer un estudio más detallado de las funciones y significaciones eclesiales de los diversos estados de vida. En sus funciones brilla también la complementariedad. En el conjunto de los estados de vida podemos descubrir el valor amplio de la comunión eclesial y la variedad de caminos por los cuales el hombre responde a la llamada de Dios. Por tanto no vale ninguna oposición entre los estados de vida, más bien hay que destacar su sentido en torno a la comunión eclesial.

4. EN LAS TAREAS

Se puede decir que la complementariedad vocacional desciende hasta el ámbito de las tareas. Desde este punto de vista repugna toda celotipia en las actividades como opuesta a la vivencia de la comunión. La colaboración, tan usual en nuestro tiempo es, a este nivel, un signo de comunión eclesial. Al no ser las tareas, sino las funciones, las que definen el valor y especificidad de una vocación, las tareas tendrán que adecuarse a las funciones, de manera que se conviertan en un cauce de expresión del don del Espíritu recibido por quienes tienen encomendada una función específica. Varias vocaciones colaborando en una tarea mostrarán con mayor claridad el sentido del don recibido.