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LA VIDA RELIGIOSA ACTUAL

Oportunidad para recuperar nuestra identidad de gente exploradora y experta en búsquedas

El paradigma del Éxodo recobra también fuerza y sentido en nuestro momento histórico.

Un signo de nuestro tiempo lo constituyen los movimientos migratorios. Grandes sectores de la humanidad se ven obligados a desplazarse por los efectos de la economía de mercado, la inestabilidad política, la intolerancia religiosa y las guerras.

En estos tiempos de incertidumbre, los miles de personas que cada día se desplazan para «buscarse la vida», desafiando a la muerte en el intento, pueden ser también un icono para la vida religiosa.

La movilidad de nuestra época cuestiona nuestros estancamientos y parálisis y nos invita a adentrarnos en una dinámica de éxodo y desplazamiento, de peregrinaje y nomadismo, que, por otro lado, es una de las señas de identidad del carisma de la vida religiosa.

Pero los miedos a abandonar la tierra conocida (costumbres y respuestas del pasado que no nos satisfacen, pero nos dan seguridad) y la añoranza de /os ajos y cebollas del pasado hacen que el adentrarnos en nuevos territorios parezca «poco sensato».

Unos personajes numéricamente irrelevantes y no exentos de polémica, que aparecen en el Éxodo y en el libro de los Números, pueden darnos alguna clave para vivir más arriesgada y confiadamente la encrucijada de nuestro momento. Son los exploradores.

En la travesía por el desierto, el Señor dijo a Moisés: «Envía gente a explorar el país de Canaán » (Núm 13 y 14). Los exploradores, convencidos de que la tierra de la promesa no les sería dada por razón de su propia fuerza, sino por la confianza en lo que el Dios de la Alianza estaba queriendo hacer con ellos, se adentraron en aquella tierra y animaron al pueblo a caminar hacia ella y superar resistencias y cálculos. Sin embargo --continúa diciendo el texto-, la razón por la que la primera generación del Éxodo no entró en la Tierra Prometida fue precisamente por no haberse fiado de sus exploradores.

¿Cómo rescatar la capacidad de exploración que cada uno y cada una podemos llevar dentro? ¿Cómo alentamos entre nosotros a la gente más exploradora? ¿Cómo nos animamos y acompañamos a correr riesgos en común por la causa del Reino y a superar la tendencia a la iner­cia que a menudo nos invade en la misión y en las vidas comunitarias?

Los tiempos de crisis lo son también para la creatividad y el ensayo y nos urgen a repensarnos y repensar las relaciones con Dios, con la vida, con los acontecimientos. Son tiempos que nos piden abrir los ojos sobre el misterio que subyace en la historia y que, al contemplarlos, nos hacen reconocer que «Dios está en este lugar, y yo no lo sabía”(Gén 28, 10).

Pero la vida religiosa se asienta todavía sobre un paradigma que entiende más la fidelidad como permanencia y mantenimiento que como cambio; se identifica más con la imagen de las cariátides, esas columnas con forma de mujer que sostienen los templos griegos, que con los e exploradores y exploradoras que se aventuran a adentrarse en territorios poco conocidos, como la interculturalidad y el diálogo interreligioso, los movimientos de liberación de las mujeres y las nuevas identidades de género, la participación en movimientos sociales que buscan una nueva ciudadanía y otras formas de politizar la vida cotidiana, la amistad y la vecindad con los pobres, compartiendo .juntos el pan y las rosas: pan para tener de qué vivir, y rosas para tener por qué vivir.

Tras el Vaticano II, la vida religiosa inició con riesgo y creatividad algunos éxodos. Han pasado ya cuarenta años, el proceso de cambio no ha dejado de acelerarse en estos últimos decenios, y algunas generaciones en la vida religiosa nos preguntamos cada vez con mayor ansiedad: ¿Seguimos viviendo de aquellas decisiones que para muchos de nosotros evocan un pasado demasiado lejano, o vamos actualizándolas en función de los nuevos desafíos que nos plantea hoy la dinámica excluyente de nuestro inundo?

En las jornadas sobre exclusión, una de las constataciones finales del encuentro fue el peso que los miedos están teniendo en la vida religiosa.

Los miedos nos ciegan para descubrir los signos del espíritu y nos incapacitan para tener iniciativas y creatividad para responder a las grandes urgencias de nuestro tiempo; hacen que el carisma se vuelva rutinario y decadente y que las personas creadoras e innovadoras sean miradas con recelo y sometidas a control.

Como a los Doce, el Señor nos invita a caminar sobre las aguas (Mt 14,28-31) para salir a su encuentro en los desafíos de nuestro momento histórico. Pero sólo «saliendo de nuestro propio amor e interés", de los ensimismamientos y narcisismos que nos ahogan y que nos llevan a reducir el mundo a nuestro pequeño mundo, podremos ir liberándonos de nuestros miedos y descubriendo que Aquel que nos la vida y e/ aliento (Is 42,5) camina a nuestro lado aunque los vientos nos sean contrarios (Mc 6.48).

( Tomado de un artículo de María José Torres Pérez, La vida religiosa y los números, aparecido en Sal Terrae [febrero 2005] 107-109)