volver al menú
 

RUMBOS NUEVOS PARA UNA PASTORAL VOCACIONAL RENOVADA

II

Luis Rubio Morán - José Carlos da Silva da Silva

II. LOS NUEVOS RUMBOS OPERATIVOS

Además de los nuevos paradigmas la actual situación histórica y cultural marca nuevos rumbos operativos, nuevos objetivos a la pastoral de las vocaciones. En esta segunda parte indicamos algunos de esos objetivos, en los que se encierra a la vez lo que podríamos llamar, con el proyecto de "nueva evangelización", el nuevo ardor, el nuevo espíritu y talante de la pastoral vocacional.

1. Promover una nueva cultura vocacional

El término ha hecho fortuna desde que fuera empleado oficialmente por Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada mundial de oración por las vocaciones de 1993 (10).

Esta nueva cultura vocacional será el objetivo propio de la pastoral general o de conjunto de la Iglesia, y para ello se requiere todo el esfuerzo, decisión e inteligencia de todos los animadores específicos de la pastoral de las vocaciones.

Sabemos la importancia de la cultura en la configuración de nuestro pensar, sentir, vivir, valorar, decidir. Porque la cultura es el conjunto de representaciones, imágenes, símbolos, lenguaje, ritos, a través de los cuales captamos el mundo, la realidad, y lo hacemos nuestro, y ala vez lo expresamos. Es lo que está en el ambiente y se nos cuela configurando nuestra mentalidad, condicionando nuestra valoración de la realidad, impulsando nuestras decisiones.

Si hubo tiempos en que se puede decir que existía una cultura favorable a las vocaciones, que las valoraba, las estimulaba no solo religiosamente sino hasta socialmente, no es ningún secreto que la cultura actual, y más en concreto, la llamada cultura juvenil, no es nada favorable a lo vocacional. Algunos de los compromisos vocacionales, especialmente la virginidad-celibato, han adquirido en nuestra cultura unas connotaciones tan reducidas, parciales y negativas que difícilmente se hacen comprensibles y menos atractivas.

Necesitamos, por lo mismo, restaurar una cultura vocacional o esa nueva mentalidad cristiana como la llama Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis (PDV 39). Se impone, más en concreto, que «todo acto de pastoral juvenil sea todo él entretejido de cultura vocacional» (Ibid. 32).

Como contenidos de dicha cultura o mentalidad cristiana la PDV señala específica­mente "el verdadero rostro de Dios" y el genuino sentido de la libertad humana (PDV 37). Al año siguiente, en el Mensaje para el día de oración por las vocaciones enumera de una manera más amplia algunas "actitudes vocacionales de fondo" que habría que cultivar, pregonar y transmitir, entre ellas «la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y morales, la promoción y defensa de los ideales de fraternidad humana, de la sacralidad de la vida. de la solidaridad social y del orden civil» (Mensaje, n. 2).

Por nuestra parte, y a la luz de lo dicho en nuestra primera parte, nos atrevemos a señalar como especialmente significativos y urgentes para la creación de esa nueva cultura vocacional (sin pretender ser exhaustivos) los siguientes aspectos (11).

1.1. Suscitar-despertar el sentido del misterio y de la gratuidad

La falta del sentido del misterio es señalada como una de las características fundamentales de la cultura juvenil de los 90.

El joven de hoy vive instalado en el presente. Sus preocupaciones no van más allá de lo que puede hacer, lo que puede ganar, lo que consigue disfrutar.El presente le basta, no espera ni aspira a mucho más, ni sobre sí mismo ni sobre la vida. Tiene la presunción de saber todo lo que se necesita para vivir junto con la sensación de no poder conocer ni el misterio del propio yo, ni -mucho menos- cualquier misterio que le supere. Vive en la superficie. Lo toca y experimenta todo pero de ordinario y en general sin grandes preocupaciones por profundizar en nada. «El joven se para satisfecho frente a respuestas que no respetan el misterio; tampoco está formado cultural e intelectualmente en el gusto de la búsqueda personal, en la fatiga humilde y discreta del "pensar algo en profundidad", y se contenta con saber de manera mediocre (también a nivel religioso), el saber que explota los datos comunes y los conocimientos obvios» (12) .

Ante esta situación el primer objetivo de la pastoral vocacional, referido a todos los jóvenes, a todas las personas, ha de ser el descubrimiento y el valor personalizador del misterio.

La pastoral vocacional ha de proponerse ayudar a este joven a plantearse en hondura, en primer lugar, el misterio de la propia vida, de su origen, de su fin y finalidad, profundizando en las metas u horizontes hacia donde le llevan los propios movimientos que aparecen en su interior, aquello que le atrae o subyuga.

Como parte esencial y componente del misterio de la propia vida se halla el sentido de la gratuidad. Hay que llevarle a descubrir y a considerar la vida como un don, algo recibido desde una elección de amor; despertar la conciencia de haber sido querido, deseado, nombrado, desde el proceso mismo de la concepción hasta el nacimiento; de haber sido acogido, aceptado, por tantos y con tal intensidad sin haber hecho él nada para ello. Descubrir los signos de esta aceptación en su propia vida, en su entorno. Es este, como sabemos, el camino único para la aceptación de sí mismo, para una mirada positiva sobre su propio ser e historia, la única mirada que posibilita el futuro.

Desde este descubrimiento de lo recibido, del don, es posible introducir el discurso de la respuesta, una respuesta coherente con el don, que solo será la donación de sí, la entrega, la acogida del otro; recorrer el mismo camino de crear vida a su alrededor, como se la dieron a él, por ese camino único que es el dar, el darse, el servir. Solo desde el agradecimiento, es posible esa respuesta de donación. «Nada dinamiza tanto y mejor lo más hondo del ser humano, su capacidad de amar, de adherirse, de desear y seguir a alguien, como la experiencia de agradecimiento. Las fuentes más constantes y puras de la generosidad y del deseo radican en la experiencia de haber sido agraciado por alguien. Exponer lo que debemos a Jesús, lo que en El se ha hecho luminoso, es una manera de vivir y de relacionarse, de defender a los excluidos y dar futuro a los desesperanzados, de hablar de Dios y de morir por su reino» (13) . Por eso puede afirmarse que «el valor vocacional más actual hoy, sobre el cual se debería insistir más hoy en la pastoral vocacional sería precisamente la educación para la gratitud, de la cual debería nacer espontáneamente la gratuidad y un proyecto vocacional en la perspectiva de la gratitud»(14).

Junto al misterio de sí se tratará de descubrir el sentido del misterio de Dios y de su acción, de su presencia en la historia, manifestado en Cristo, y dentro de este el mysterium vocationis del hombre, y de la con-vocación como y en la Iglesia.

1.2. Engendrar el deseo y el apasionamiento (15)

a) Una generación sin deseos, sin aspiraciones de fondo, orientadoras de la vida.

Es otra de las características del joven actual: «la característica cultural más peligrosa de nuestro tiempo es la apatía, el déficit de pasión, de deseo: esto se manifiesta en el olvido del sufrimiento ajeno, la ausencia de compasión, la incapacidad de aguante» (Cencini).

El joven no manifiesta deseos. Satisface necesidades y se queda tranquilo, le basta la "felicidad" del presente, de lo inmediato. Planta las tiendas de su morada en el llano de lo cotidiano, de su placer presente. El monte, la altura, el futuro, el horizonte de "más allá", de transformación-revolución, no le inquieta. Sus múltiples y variados "anhelos" le vienen del grupo, de los padres-progenitores, de los medios de comunicación social. Se desconocen, o en todo caso, se niegan, los deseos propios. Se sustituyen los deseos básicos por satisfacciones subsidiarias .

Sin embargo, sin deseo no se puede vivir. El deseo es un dinamismo básico del psiquismo humano que tiene su raíz en la experiencia humana original de la separación de la plena satisfacción que proporciona el seno de la madre, al que se anhela volver constantemente. Este anhelo de retorno, de regresión a la fusión con la madre, de alcanzar la plenitud de satisfacción, provoca en la persona normal, consciente de que no es ese el camino de realización personal, un dinamismo que la empuja a tender a alcanzar algo distinto, diferente, o mejor "alguien" en quien descansar feliz. «El deseo cumple una función fundamental en el desarrollo de nuestros ideales y propósitos vitales. Es una fuerza poderosa en el desarrollo psíquico humano y un alimento permanente de creatividad y de salud. Impulsa a no permanecer quietos, inertes o paralizados por la desesperanza o la apatía» (16) .

b) La pastoral vocacional es fundamentalmente una educación para despertar y cultivar el deseo de "trascendencia", de proyección de sí, de fecundidad.

Hay trascendencias inmediatas, legítimas, hermosas, pero cortas: el trabajo, los amigos, el coche, el ordenador,... Son los deseos que cultiva la sociedad de consumo. Hay trascendencias medias, la nación, la raza, los pobres, la justicia, la paz, la atención a marginados, la ecología, la familia a crear. Hay también trascendencias trascendentes: «aquellos deseos que al abrirse hacia fuera, se encuentran con los demás como "otros", distintos de sí, como alteridad y llamada que solicita nuestro amor, como promesa también».

En primer lugar el deseo de Dios, de que sea él el único Señor, de amarle con todo el corazón, toda la mente, toda la voluntad. No un Dios como proyección del hombre, en el que se busca primordialmente la propia plenificación, sino el Padre de NSJC que lo envía al mundo desde un amor profundo al hombre y "consiente" en que lleve él su amor hasta el extremo de la muerte en la cruz.

El deseo de Dios es fundamentalmente el que hagamos nuestros sus deseos, su proyecto, su voluntad, que la persona desee lo que El desea, que puede no coincidir con los anhelos de ella. Descubrirme a mí mismo como objeto del deseo de Dios se traduce en ser yo mismo, imagen de El, no tanto en el simple desarrollo de mis cualidades, fuerzas, energías. «Es importante ayudar y acostumbrar a los cristianos y cristianas de hoy a escuchar el deseo de Dios sobre ellos más allá de la estrecha frontera de su intimidad, en la Iglesia y en las necesidades del mundo» (17) .

Este deseo de Dios y de Dios sobre mí se traduce y encarna en el "deseo de Jesús", desde la conciencia y la experiencia de haber sido salvado en el y por el, que produce el agradecimiento y se concreta en ir con él, vivir con él y en él, ser como él, actuar en la línea y en el estilo en que él actuó, movilizarme como él y por él por la causa de Dios y por la causa de los hombres, de los pobres, poner al hombre que hay que salvar por encima de uno mismo, de los propios intereses, aun de la propia vida.

Además de este deseo de Dios en Jesús, hay que procurar despertar y cultivar el "deseo de libertad", de la propia responsabilidad de construir la historia personal, de contribuir a construir la historia de la humanidad. «La libertad es esencial para la vocación, una libertad que en la respuesta positiva se cualifica como adhesión personal profunda, como donación de amor ─o mejor, como re-donación al donador, Dios que llama─ esto es, como oblación... La libertad se sitúa en su raíz más profunda (de la vocación): la oblación, la generosidad, el sacrificio» (Pablo VI, citado en PDV 36).

Finalmente, por encima y antes del "principio placer", el deseo de servir, de ayudar, de salvar, de ser signo de la salvación en El.

c) Convertir el deseo en "pasión". Es situarse en la honda actitud de Jesús, el apasionado por Dios, por su reino, por los pobres, que no tiene otro alimento que hacer la voluntad del Padre, que le lleva a caminar de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para anunciar también allí la buena noticia; que arde en deseos de "beber el cáliz", de ser bautizado, expresiones que remiten a su anhelo de llevar a cabo la entrega absoluta a los hombres, "hasta el extremo" del amor. «Una pasión por incluir a todos los excluidos, en nombre del deseo de Dios hecho deseo propio» (18) . Es la pasión de quien encuentra un "tesoro" y vende cuanto tiene para adquirirlo. Es la pasión que se convierte en "celo", que le devora y abrasa, le consume y lo lleva a la consumación, a la entrega hasta la muerte (19).

d) Compartir el deseo: una vez despertado el deseo hay que colocar a los jóvenes en contextos alentadores, animarles a encontrar espacios donde el deseo vocacional resulte relevante, donde se pueda compartir, valorar y confrontar con el de otros, donde se contagie. Especialmente personas y grupos o comunidades «donde por su estilo de vida se afirme la plausibilidad del deseo cristiano (vocacional), la posibilidad de su realización, la alegría que su encarnación produce. Porque pocas cosas animan tanto el deseo como verlo encarnado y fuente de plenitud, y pocas cosas lo inhiben tanto como percibirlo irrealizable» (20) .

e) Activar realizaciones inmediatas del deseo. Ayudar a dar forma cotidiana al deseo, mostrar formas concretas de operativizar el deseo, de realizarlo, de llevarlo a la práctica, en compromisos concretos, habituales, progresivos.

1.3. Adecuar el lenguaje y las imágenes

Si uno de los componentes de la cultura es el lenguaje y las imágenes o símbolos, no cabe duda de que la pastoral vocacional tiene que reinventar un lenguaje más apropiado a la comprensión de la vocación y más comprensible a la cultura juvenil. Porque es claro que el lenguaje eclesiástico de la vocación, con su abstracción y su ambigüedad, y las connotaciones afectivas negativas que tiene, no resulta adecuado a su comprensión, más aún suscita un profundo rechazo.

A este respecto el Director del Servicio Nacional de la Pastoral juvenil de la Conferencia Episcopal Italiana se expresa en estos términos: «En la imaginación del adolescente que vive en estos tiempos un pánico a la manipulación con relación a los Mass media y todos aquellos que quieren enseñarle a vivir, la palabra vocación es vista siempre y solo en términos instrumentales o bien para la organización o para la sobrevivencia de algo que tiene poco que ver con su ganas de vivir y con su relación con el evangelio. Los curas son pocos y por ello me hacen una propuesta, las monjas están extinguiéndose y por consiguiente yo debo parar la extinción de esta congregación. El matrimonio es siempre un desastre y por eso se necesita alguien que lo religue a la vida cristiana para salvarlo. El mundo se llena de religiones extrañas y poco pacíficas, entonces me vienen con la propuesta de hacerme misionero. Estos y otros razonamientos semejantes reducen la opciones de vida en la mente de las personas a pura instrumentalidad» (21) .

Si del lenguaje pasamos a las imágenes que de la figura del cura o de los religiosos/religiosas tiene la cultura actual a nadie se le oculta la parcialidad, tendenciosidad y negatividad de las mismas (22).

En esta situación el nuevo rumbo de la pastoral vocacional, ha de consistir, en primer lugar, en adaptar el lenguaje de la vocación en términos que resulten comprensibles, que expresen lo vivido y lo expresen en términos asequibles a los jóvenes. Hay que traducir hoy para ellos el vocabulario unido a lo vocacional, desde el mismo término "vocación", y sobre todo lo referente a los contenidos de la castidad, la virginidad, el celibato, la consagración, el sacrificio, la disponibilidad. Se tratará de un lenguaje más de tipo antropológico, más concreto, que responda a experiencias de ellos (pobreza/compartir; obedecer/colaborar; castidad/el verdadero arte de amar; virginidad-celibato/hacer de la vida un don, solidaridad, la antisoledad).

Esto va a obligar a la pastoral vocacional a "bajar entre los jóvenes", a estar entre ellos para conocer su sensibilidad y su mismo lenguaje. Y va a obligar a invitar a los jóvenes a conocer por contacto, desde la convivencia, a las personas vocacionadas, sus modos de vivir, sus casas, sus modos de rezar, de compartir vidas y bienes. Será la pedagogía del "venid y ved", la política de las "puertas abiertas"(cf. más abajo).

En segundo lugar, la pastoral vocacional ha de hacer también un esfuerzo enorme por ofrecer a los jóvenes figuras vivas de curas, de religiosos/as, auténticas en su realidad de hombres y mujeres, auténticas en su realidad de vocacionadas, sencillas en su porte y en su vivir, sin pretensiones de títulos, de honores, de prestigios y solemnidades, cercanas, transparentes, sin dolo ni doblez, gozosas con lo que son y no por lo que hacen o por los papeles que desempeñan; hablando sencillamente y nunca ex catedra, desde su verdad de persona y nunca desde su función o condición de "persona consagrada".

Además, la pastoral vocacional, ha de intentar elaborar informes vivos de lo que son, viven, sienten, piensan, hacen las distintas vocaciones específicas. Para ello habrá que, como se suele decir en el lenguaje de los medios de comunicación social, dejar entrar las cámaras en los conventos y en las casas parroquiales-rectorales, elaborar reportajes, vídeos, filmes que presenten imágenes reales, vivas, positivas de las distintas vocaciones. A nadie se le oculta que en la Iglesia tenemos figuras que son verdaderos modelos de humanidad, que han elevado el género humano a una categoría sin par, por encima de cualquier "superman" o superwomen" que nos presentan esos mismos medios como "modelos".

En todo esto tendrían un campo específico de actividad, con proyecto comunes, uniendo personas y recursos, los Secretariados o Centros Nacionales de pastoral vocacional, las Delegaciones de pastoral juvenil-vocacional provinciales o generales de las diferentes congregaciones religiosas. Y será este un campo indicado para incorporar a los laicos cristianos, especialmente los que trabajan en los medios de comunicación social.

1.4. Proclamar la belleza de las vocaciones y en concreto de la virginidad y el celibato (en su caso, del matrimonio)

Resulta un dato sorprendente de estos últimos tiempos la recuperación de la perspectiva de la belleza en el tratamiento de las vocaciones específicas. La abundante literatura sobre este aspecto es significativa de una nueva sensibilidad que está llamada a dar sus frutos en el campo de la pastoral de las vocaciones (23).

La belleza es una de las claves de lectura de la Exhortación Vita Consecrata, donde el término aparece con frecuencia para definir tanto el ser de Dios, como el atractivo de la vocación consagrada (cf. n. 75, 104, 109, 111).

Por otra parte es de sobra conocido que en nuestro contexto cultural se ha perdido el sentido de la belleza, de lo estético. El pensamiento débil que caracteriza esta cultura ha separado lo bello de lo verdadero para ponerlo en lo funcional, en lo "utilitario". La verdad ya no fascina, no motiva. Pero lo bello separado de lo verdadero queda envilecido, negado, deforme (24). «Son terribles hoy las crisis del gusto y la decadencia del sentido estético; y es triste pero evidente que quienes sufren las consecuencias son fundamentalmente los jóvenes y que tal crisis repercuto negativamente en la vida y en las opciones existenciales» (25) .

En este ambiente cultural las vocaciones cristianas, todas, incluida el matrimonio, son presentadas como algo triste, penoso, sin atractivo alguno, como algo horrible. Esto es especialmente visible frente a la virginidad-celibato que «sugiere una concepción lúgubre de la vida, donde las renuncias entristecen la existencia, especialmente la renuncia incomprensible a un instinto imposible de suprimir como el instinto genital-sexual» (26) .

Por otra parte hemos asistido a lo que ya se ha calificado como «un silencio impuro o vergonzante» (27) , en relación a la legitimidad, posibilidad y hermosura de las vocaciones cristianas, en concreto la consagrada, y muy especialmente sobre el celibato-la virginidad. Cencini apunta un dato revelador: en un estudio realizado por él sobre treinta y cinco planes diocesanos de PV de Italia, solo en uno se trataba explícitamente el tema de la virginidad y del celibato. Los datos no serían muy distintos en el resto de países europeos(28).

Tampoco parece que en la pastoral juvenil sea tratado el tema de la castidad y del celibato-virginidad con una orientación positiva, no moralizante, que lleve al descubrimiento y valoración de la sexualidad y la función de la castidad en ella, y el contenido, sentido y complementariedad de la castidad conyugal y de la castidad virginal-celibataria.

En esta situación, la pastoral vocacional debe recuperar el discurso de la verdad-belleza de las vocaciones. Porque no "bastan por sí solas las motivaciones teológicas" (Dios llama), ni las éticas (es obligado servir, entregar la vida) para autentificar (motivar) una opción vocacional celibataria y garantizar la fidelidad a la misma. Se necesita también la motivación estética o sea la capacidad de dejarse atraer por algo que es experimentado como intrínsecamente bello y que da belleza a la propia vida; el descubrimiento de que es hermoso, no solo justo y santo, darse a Dios, ser del todo suyo, cantarle, celebrarlo, anunciarlo, amarlo, servirle (29).

Habrá que explotar, a este respecto, la profunda meditación de Juan Pablo II sobre la escena del Tabor como fundamento de la vida consagrada, con todo el énfasis que en ella se pone sobre el resplandor, el brillo, la gloria, en una palabra, la seducción por la belleza de la contemplación de la gloria del Hijo, de la encomienda del Padre, de la atracción de los discípulos hasta el punto de querer quedarse allí, hacer tres tiendas. «La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza... Primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas. Más que con palabras testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigura­da, capaz de sorprender al mundo... [La vida consagrada] puede exclamar: veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz; me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora...» (Himno de Simeón el Nuevo teólogo, citado en VC, n. 21). «De este modo, la vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y la nostalgia de la belleza divina» (Ibid.).

Sin duda este es el motivo de la recuperación del simbolismo esponsal, tan frecuente en estos últimos documentos vocacionales de Juan Pablo II (PDV 22, VC, passim) que pone de relieve la belleza del donarse, de la entrega gratuita, de la superación y sublimación de la tendencia-tentación permanente a confundir el amor con la posesión o explotación y disfrute de la persona que se dice amada, del gozo de «amar a las personas con un corazón nuevo, grande y puro, con un auténtico olvido de sí mismo, con dedicación plena, continua y fiel» (PDV 22).

Hay que volver a atreverse a hablar, desde la seducción y el enamoramiento experimentado por los vocacionados, de la maravilla que es el haberse dejado seducir (cf. Jer 20, 7), el haber quedado seducido, por ese Dios, fuente de toda belleza, el dejarse guiar por el Espíritu que suscita el atractivo y la comprensión y descubrimiento de la belleza de este camino, el camino calificado por los Padres orientales como «filocalía, amor por la belleza divina, que es irradiación de la divina bondad. La persona que por el poder del Espíritu Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo, refleja en sí misma un rayo de la luz inaccesible... De este modo la vida consagrada es una expresión particularmente profunda de la Iglesia Esposa, la cual, conducida por el Espíritu a reproducir en sí los rasgos del Esposo, se presenta ante El resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada (cf. Ef 5, 27)» (VC 19).

Hay que atreverse, tener la osadía de proclamar a los cuatro vientos, frente a los rumbos de todos los vientos contrarios,este evangelio de la belleza de la vocación y de la virginidad, por supuesto, desde el testimonio de unos rostros marcados por esa luz resplandeciente de unas vidas, y hasta unos cuerpos, que se conservan "lozanos y frondosos", siempre fecundos, preparados y dispuestos a seguir dando fruto hasta en la vejez (cf. Salmo 91).

«La virginidad recuerda que Dios está en el inicio del amor humano y de toda historia de afecto terreno hasta el punto de que solo El puede apagar plenamente la sed de afecto de todo ser humano. Y aún más: la virginidad por el reino manifiesta que la verdad de la corporeidad está más allá del cuerpo y sus placeres inmediatos, que la verdad del amor humano está más allá de la misma relación interpersonal»(30).

2. Una pastoral vocacional diferenciada desde el género, desde la condición sexuada de la persona (31)

Como consecuencia del paradigma antropológico la pastoral vocacional ha de continuar el ya iniciado proceso de abandono de una cierta indefinición en cuanto a la condición sexuada de la persona humana.

Desde la afirmación genérica, y teológicamente válida, de que "Dios llama", un mismo discurso se ha hecho valer para las mujeres y para los hombres. Apenas se ha tenido en cuenta la mediación primera de ese llamamiento que es la de la propia condición sexuada por medio de la cual Dios marca el fundamental rumbo y la primera orientación a la propia vida.

Por otra parte, la misma promoción de las vocaciones femeninas ha estado en buena medida encomendada o dirigida por varones. Lo masculino ha sido norma y pauta en la orientación, en el discernimiento y, aun en muchas ocasiones, en la formación y hasta en la organización y pautas de comportamiento de la vida religiosa femenina. En cambio, la presencia de la mujer en el proceso de acompañamiento, discernimiento y formación de las vocaciones masculinas es todavía una asignatura pendiente(32).

Pero esta situación aparece ya como insostenible en la actual conciencia antropológica y socioeclesial, desde la emergencia de la mujer y desde la misma reflexión teológica llevada a cabo sobre el ser propio de la mujer, sobre la vivencia femenina de la vocación(33).

Esta nueva situación marca rumbos a la pastoral de las vocaciones al menos en estos campos.

a) El sentido vocacional de los sexos

No podrá haber ya en adelante discurso vocacional que no tenga en cuenta la condición sexuada de la humanidad, con toda su carga simbólica, significativa. Y esto en una triple vertiente: desde la presencia creciente de la mujer en la Iglesia y el número de vocaciones femeninas; desde la vocación de María como la mujer-tipo de toda vocación; desde la condición de la Iglesia-esposa.

Tanto el proyecto inicial de Dios sobre la humanidad al crearla en la diferenciación de hombre-mujer (varón-varona, dice el texto) como el mandato primordial de "creced", constituyen el primer núcleo del "evangelio de la vocación": el primer imperativo vocacional es reconocerse y desarrollarse como varón, como mujer; aceptarse como tal ser sexuado, con todo lo complejo que esto resulta; identificarse con el propio sexo, sin huidas ni racionalizaciones; descubrir y asumir como misión del propio desarrollo personal la significación de la propia sexualidad como vehículo manifestativo, simbólico, sacramental, de la realidad de Dios (el Dios Padre-Madre), del misterio de Cristo (Cabeza-Esposo); de la condición significativa de la Iglesia (Esposa-Madre). Por eso en la catequesis vocacional habrá que ayudar a descubrir qué es lo que el varón representa-visibiliza de Dios, qué es lo que visibiliza la mujer, que es lo que manifiesta la relación recíproca entre ellos.

Vuelve a encontrarse aquí el contenido de la razón simbólica, de la "imagen-semejanza", tan lejos, como vimos, de la razón instrumental. Si es verdad que la mujer puede hacer lo mismo que el varón, es más verdad que nunca significará lo mismo, y definiéndose las vocaciones, especialmente las que comportan "sacramentalidad" desde esa significación, habrá que buscar la coherencia entre la significación de la sexualidad femenina o masculina y la respectiva significación de la respectiva vocación. Como formula hermosamente la VC: «las mujeres consagradas están llamadas a ser de una manera muy especial y a través de su dedicación vivida con plenitud y alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre» (VC 57). «La mujer debe asumir en la libertad sus dones y los valores de los que es símbolo. ... EL símbolo, en último análisis, se abre hacia Dios... por eso la vocación de la mujer es vocación religiosa en el sentido amplio de la expresión. Los valores que las mujeres viven, y de los que son símbolo, son valores religiosos. Las mujeres saben que el don de sí, la generosidad, la dedicación, el servicio, el amor, la paciencia, la renuncia a sí, el silencio sobre sí mismas, la repetición tediosa de las tareas, no son solo tropiezos en que la libertad sucumbe, ellas saben que todo esto no puede dejar de tener sentido para cualquier discípulo de aquel que dijo: no he venido a ser servido sino a servir... La vocación de la mujer es restituir el "anima" a nuestro mundo contemporáneo esencialmente dominado... por el "animus", es aportarle sus propios valores de los que se halla trágicamente desprovisto»(34).

b) El "cuidado de las vocaciones femeninas"

Es un segundo ámbito de la pastoral vocacional diferenciada según el género. En las iglesias europeas las vocaciones de mujeres han experimentado y siguen sufriendo una especial y llamativa crisis. Mientras en las vocaciones masculinas, especialmente para el clero diocesano, parece haberse detenido el descenso, los signos de salida de la crisis de las vocaciones femeninas aún está lejos de haberse producido, excepto acaso para la vida contemplativa. Sin entrar en las raíces de la situación, y desde la perspectiva que es aquí la nuestra, podemos apuntar algunos "nuevos rumbos" en este campo (35):

- eliminar por completo toda auténtica y aun aparente "importación de vocaciones" por los métodos más tradicionales del reclutamiento, la propaganda, la manipulación. Ya se pone en guardia sobre esta praxis en los documentos oficiales (cf. VC 64).

- asegurar caminos de presencia y de acción testimonial para darse a conocer, para comunicar su experiencia y carisma congregacional en lugares donde habitualmente no se hallan presentes, en las parroquias, en los grupos juveniles.

- hacerse presentes en las estructuras diocesanas de promoción y acompañamiento, que les ofrecen siempre más amplias áreas de presentación del propio carisma congregacional.

- potenciar lo que Juan Pablo II llama "la regla de oro" de la pastoral de las vocaciones: la invitación a «venid y ved»( Jn 1, 39). «Con ello se pretende presentar, a ejemplo de los fundadores y fundadoras, el atractivo de la persona del Señor Jesús y la belleza de la entrega total de sí mismo a la causa del evangelio» (VC 64).

- fomentar por todas partes que «la tarea de promover vocaciones (femeninas ) se desarrolle de manera que aparezca cada vez más como un compromiso coral de toda la Iglesia» (Ibid.).

3. Una pastoral vocacional centrada en el destinatario(36).

Hoy se vislumbra ya el cambio de rumbo de una pastoral vocacional centrada en los responsables o en las estructuras hacia una pastoral centrada en el destinatario, en la persona objeto de nuestra atención(37).

Esto significa que el interés es la persona en sí y por sí, su vida, su felicidad, su culminación como persona. Es la preocupación porque dé sentido a su vida, lleve a plenitud las energías depositadas en él por el Creador, por el Padre que le ama, que le ha gratificado con sus dones y capacidades, que desea que sea feliz. El cristiano, todo cristiano, sabe que esto solo se realiza en la concreción de la vocación cristiana común en una vocación específica.

La acción vocacional o procede del amor desinteresado a cada persona concreta que lleva al deseo de que llegue a ser ella misma en plenitud, responsable de su propia existencia como respuesta al proyecto de Dios sobre ella, o cae de una manera clara o sutil en la "manipulación" de la persona aunque sea por motivos apostólicos o presuntamente evangélicos.

Como signos de este nuevo rumbo se podrían señalar, sin pretender ser exhaustivo, la frecuencia con que aparecen análisis sobre la situación y condicionamientos de los vocacionados tanto en su vertiente psicológica como en la sociocultural; la insistencia en el tratamiento de los "valores" y de la "cultura juvenil"; la preocupación por las relaciones entre pastoral juvenil y pastoral vocacional; la demanda de preparación para el acompaña­miento personal y el discernimiento de las vocaciones.

A niveles oficiales este nuevo centro de interés se advierte ya con toda claridad en los últimos Documentos romanos: el "Desarrollo de la pastoral de las vocaciones" se detiene en describir "las dificultades de los jóvenes de hoy" (n. 71-78), los valores en que fundamentar una pedagogía constructiva (nn.79-80), "los problemas específicos de las vocaciones femeninas" (n. 81-85). La Exhortación apostólica "Pastores dabo vobis" comienza con un análisis de la situación que contempla detenidamente a los "jóvenes ante la vocación y la formación sacerdotal" (n. 8-9)(38).

Este rumbo marca a los agentes de pastoral, en primer lugar, la necesidad de conocer al joven en su psicología y cultura, no en general sino en la medida en que le afecta a este joven concreto: especialmente esos dos rasgos en los que más se insiste y que más condicionan el desarrollo vocacional, la fragilidad psicológica y afectiva, la adolescencia prolongada (Cf. Desarrollos n. 74). Se tratará de conocer y ayudar a descubrir los interrogantes personales profundos que los agitan interiormente y sus respuestas vivencia les a ellos, los deseos y necesidades (de afirmación de sí, de prestigio, de seguridad, de reconocimiento, de afecto) que los mueven consciente o inconscientemente, los miedos que los habitan ante los planteamientos vocacionales, como suelen ser el de perder su libertad, el de no ser feliz, el de fracasar y verse obligados en el futuro a dar marcha atrás,el de no ser fiel.

Una preocupación especial será en este sentido el atender a los rasgos positivos como favorecedores de las vocaciones. También aquí la lista es extensa y significativa en todos los documentos: la preocupación y búsqueda positiva de nuevos valores éticos y espirituales como la solidaridad, la justicia, el aprecio de la autenticidad y coherencia de vida, la sed de libertad, el reconocimiento del valor inconmensurable de la persona; la necesidad de autenticidad y transparencia; un nuevo concepto y estilo de reciprocidad en las relaciones entre el hombre y la mujer; la búsqueda convencida y apasionada de un mundo más justo, más solidario, más unido; la apertura y el diálogo con todos, el compromiso por la paz; el desarrollo de numerosas y variadas formas de voluntariado dirigidas a las situaciones más olvidadas y pobres de nuestra sociedad; la participación más frecuente y comprometida en la vida eclesial; el atractivo por Jesucristo, por su estilo de vida, por la exigencia radical de seguimiento; la búsqueda de lo místico especialmente en la oración y la experiencia fuerte de Dios; la vida comunitaria.

Se tratará de hacerse expertos en cultura juvenil. Un "experto" hecho, sí, a base de lecturas, de seguimiento de los análisis sociológicos, de las descripciones psicológicas, pero formado sobre todo en el contacto, en el encuentro con los jóvenes, en la escucha de los mismos, en la comunicación con ellos, en estar y caminar con ellos. El agente de pastoral vocacional tendrá que conocer el mundo de los jóvenes, las conductas que viven, los valores que los mueven, las raíces de donde proceden, para ver lo que en ello hay de "semilla de vocación". Porque ¿quién se atreverá a decir que en esa "cultura juvenil" no hay presencia del Espíritu, semillas del Verbo, atisbo de nuevos modos de comprender y de vivirlas vocaciones?. Para ello habrá que ir a su encuentro donde ellos estén, hasta sus lugares de diversión y de encuentro, y habrá que salir a su encuentro con la mente libre de prejuicios para escuchar su historia, su vida, sus valores, sus conductas (cf. Desarrollos n. 55.50)(39).

4. Empeñarse por todas las vocaciones

La conciencia de una Iglesia toda ella en "estado de vocación", toda ella "vocacional" (cf. II Congreso Internacional de Vocaciones, n. 8; PDV 34), conciencia cada vez más adquirida se va traduciendo en una Iglesia toda ella vocacionante, llamadora (cf. PDV 41).

Al propio tiempo caminamos y debemos caminar cada vez más hacia una Iglesia toda ella "en estado de misión" (II Congreso Internacional... Ibid.), toda ella ministerial. En esta Iglesia los cristianos se reconocen dotados de múltiples carismas. Saben que para evangelizar el mundo y construir la Iglesia todas las vocaciones son necesarias. Ninguna agota la significación del misterio de Cristo, ninguna representa todas las facetas del ser y del actuar salvífico de Jesús. Ninguna es mejor que las otras. Todas deben ser valoradas, defendidas, comprendidas, promovidas.

La PV tiene que emprender el nuevo rumbo de promover todas las vocaciones, con especial sensibilidad para las que más respondan a las necesidades del contexto histórico actual. Las instituciones y personas no pueden continuar dejándose guiar por criterios particulares. «La gran lección que nos han proporcionado estos años de renovación eclesial que siguieron al Concilio, y que nos ha llegado a través del descenso numérico, es que si no somos y no nos sentimos Iglesia, parte viva de ella, y no vivimos en la Iglesia y para la Iglesia, todo lo que hacemos no puede tener consistencia y estabilidad; trabajamos en vano y no realizamos siquiera nuestros propios intereses. El animador vocacional no es un militante de partido ni un cazador furtivo, sino aquel que se coloca con sencillez al lado de la persona para que descubra su vocación. El sabe bien que toda persona es llamada y debe desarrollar un preciso servicio en la Iglesia y para el mundo"(40).

Entre las vocaciones para las cuales debería haber hoy una especial sensibilidad se encuentran las del diaconado permanente, célibe o casado. Su necesidad está no en lo que puedan hacer o dejar de hacer, sino en el hecho de la laguna de representación que existe en nuestras iglesias. No tenemos unos representantes permanentes, oficiales, autentificados, sacramentales, de la condición-misterio de Jesús en cuanto "Siervo" de Dios y de los hombres. Si se piensa en sus funciones, en los campos de su actuación, serían la de animar y coordinar la diaconía de toda la Iglesia, su condición de servidora, de defensora de la dignidad y derechos de cada persona; sería algo así como el "repartidor de los panes y los peces" que cada cristiano posee y por consiguiente, el que, en nombre del obispo discierne y distribuye los servicios de los carismas diaconales institucionales.

Junto a ellas se está redescubriendo hoy la vivencia laical de los carismas religiosos. Ningún carisma se agota en su expresión consagrada o de vida religiosa. Junto a ella existe de hecho en la Iglesia la forma laical del mismo, que es vivido en la condición laical bien sea de forma individual, o bien en su forma de agregación o de asociación.Esta vocación no representa una realidad intermedia, equidistante, entre el consagrado y el simple laico, no es una realidad privada de una peculiar identidad propia, o de una identidad cualitativa­mente inferior, sino que es una verdadera y propia vocación, una opción de vida, típicamente cristiana para servir y anunciar que encuentra su originalidad y riqueza en la laicidad del seguimiento e imitación de Cristo(41). Aquí hay un nuevo campo de acción vocacional que por otra parte podría remediar la carencia de mano de obra en tantas instituciones y disminuir la angustia ante la imposibilidad de mantenimiento de aquellas obras cuya función social obliga o aconseja no suprimir o abandonar. «Una auténtica animación vocacional debe tender a la creación y formación de movimientos laicales que apelan de diversas maneras a un carisma religioso viviéndolo en la realidad de la vida cotidiana laical»(42).

En tercer lugar, la promoción de la vocación al matrimonio y del matrimonio. Nadie duda de que aquí tenemos un desafío social y eclesial de primera magnitud, y si queremos un desafío también en el ámbito de las vocaciones, desde la conciencia siempre expresada de que la familia constituye el primer hogar vocacional, el primer seminario, y la importancia que las encuestas vocacionales le siguen reconociendo. La conciencia de que "casarse" y "casarse con" es un don de Dios, una auténtica vocación, con una misión correspondiente, es una de las mayores urgencias vocacionales. La desvalorización del matrimonio, de la familia como institución social, la caída de la natalidad, la dimisión o perdida de la función educadora de la familia hace de esta urgencia una prioridad en este momento.

En cuarto lugar, fomentar las diversas formas de ministerialidad de los laicos, en especial aquellas que contribuyen más significativamente a la construcción de la comunidad cristiana. Entre ellas y en nuestros contextos latinos habría que hablar de los profesores de religión y moral con su vertiente catequética y de los "animadores de comunidad" que van naciendo por todas partes y que van a asegurar la vida de la comunidad en el nuevo contexto social que se adivina.

10. Especialmente sensible a esta dimensión se ha mostrado la reflexión italiana, guiada también aquí por las intuiciones del p. Cencini, que ya había empleado el término anteriormente. Cf. el volumen AA.VV., Cultura e Vocazioni, Rogate, Roma 1994, y el n. 3 de Vocazioni, la revista del Centro Nacional de Vocaciones, con el mismo título. Últimamente ha tratado el tema Mons. J. Saraiva Martins, Para uma cultura das vocações, Oss. Romano (português), nº 38 (1996) 16-17.

11. A la obra ya citada de Cencini hay que añadir para este contexto sus recientes estudios publicados en Seminarios: Coordenadas actuales para la pastoral vocacional, 42 (1996) 163-181, [publicado también en Todos Uno, n. 125 (1996) 51ss]; La pastoral vocacional, una pastoral de vanguardia (entrevista), Ibid . 183-194; ¿Qué itinerario educativo para la opción virginal?, Ibid. 405-432; Problemática y desafíos a la vida consagrada provenientes del universo juvenil actual, Todos Uno, n. 127 (1996) 7-27.

12. A. Cencini, Coordenadas... Ibid. p. 167

13. J. A. García, Cor inquietum. Dios y las voces del deseo, en Sal Terrae 84 (1996) 641.

14. A. Cencini, Entrevista... p. 190-191.

15. Para todo este capítulo, además de la bibliografía de Cencini nos apoyamos en el reciente y excelente número de la revista Sal Terrae, El Deseo. Entre el ídolo y el icono, nº 993, septiembre 1996.

16. C. Domínguez Moreno, El deseo y sus ambigüedades, en Sal terrae, n. 993 (1996) 608.613.

17. Cf. D. Mollá, Pedagogía del deseo cristiano, en Sal Terrae, n. 993 (1996) 650-651.

18. J. A. García, Ibid. 636.

19. Acaso el éxito innegable de la antigua pastoral vocacional y de la formación pudo proceder de que cultivaba abundantemente el deseo, con sus reclamos a la "perfección", a la "santidad", a la conquista del mundo, al "celo" por la salvación de las almas, por salvar del infierno a los pecadores, de la condenación eterna a los paganos (misiones). Recuperar aquel tono de exaltación del deseo, aunque cambiados el lenguaje y algunos de los valores, es lo que la pastoral en general, y más específicamente, la vocacional, está requiriendo.

20. Cf. D. Mollá, a. c.. p. 653.

21. E. Sigalini, Animatori di una cultura vocazionale, en Vocazioni, n. 3 (1993) p. 33.

22. Sobre la imagen de cura que predomina en el cine norteamericano, puede verse: J. A. Sanz Arozarena, El cura en imágenes, en Seminarios, 41 (1995) 313-341.

23. Cf. entre la más reciente, A. Cencini, ¿Qué itinerario educativo para la opción virginal? en Seminarios, 42 (1996) 405-432.

24. Cf. la recuperación de esta perspectiva de la verdad como fundamento de la belleza, clásica en el pensamiento filosófico, en la Encíclica Veritatis splendor.

25. Cf. A. Cencini, Qué itinerario... 413

26. A. Cencini, a.c. 408.

27. Ibid. 408.

28. a.c. 406.

29. a.c. 413.

30. Id. a. c. 422-424. Por otra parte, este autor como muchos otros tratadistas aluden al dato positivo de un cambio de orientación en la sociedad actual en cuanto al uso-abuso-manipulación de la sexualidad. Se está iniciando una reacción favorable, una recuperación de la orientación de la sexualidad no al mero juego del disfrute o consumo, que ha llevado a aberraciones tan sentidas por la opinión general como la del uso y explotación de los niños en la prostitución (nota:Véase el reciente Convenio mundial sobre la prostitución infantil). Como síntomas de esta reacción, provocada acaso inicialmente por el SIDA, se citan la reacción ya generalizada sobre la abundancia de la violencia sexual en los medios de comunicación social,; los "clubs de castidad" aparecidos en Estados Unidos y de allí difundidos ya en algunas partes de Europa, con la proclamación del respeto y el compromiso de virginidad hasta el matrimonio,la reafirmación de la comunión interpersonal como característica de la relación sexual en el matrimonio (castidad conyugal) y por consiguiente posible, legítima y sublimada en la castidad celibataria.

31. Recogemos aquí reflexiones expuestas anteriormente por nosotros en dos Editoriales de Seminarios sobre "las vocaciones religiosas femeninas" y "la mujer en la formación de los futuros presbíteros", Cf. n. 124 (1992) y 136 (1995) respectivamente. Cf. también la Mesa redonda sobre "las mujeres en la formación de los seminaristas, en Seminarios, n. 136 (1995), p. 161-198.

32. La apertura que se observó en el Sínodo 90 sobre la formación de los futuros presbíteros, y que quedó recogida en la PDV en una fórmula suficientemente abierta para que puedan ser incorporadas en todo el proceso formativo, formando parte de los equipos educativos, no parece que se haya llevado a la práctica en muchos lugares. Y bien pronto comienza a sufrir interpretaciones restrictivas, limitándolo al campo de lo académico, como se ha señalado en las "Directrices para la formación de los formadores" (Cf. n. 20).

33. Cf. El volumen Algunas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado, ITVR, Madrid 1993, especialmente el art. de M. Navarro, Claves y nuevos paradigmas de la experiencia de la vocación, publicado también en Seminarios 39 (1993) 331-372.

34. A. Carr, La femme dans l'Eglise. Tradition chrétienne et théologie feministe, Ed Cerf, Paris, 1993, p. 45-46.

35. Sobre esta situación y las causas de la misma Cf. el Documento Desarrollos de la Pastoral de las Vocaciones en las Iglesias particulares, Roma 1992, n. 81-85.

36. Recogemos aquí reflexiones publicadas anteriormente y con mayor amplitud en el Editorial del n. 130 de Seminarios, bajo este mismo título, Cf. p. 421-430.

37. Véase esta perspectiva en los Desafíos, n. 2. 7 y 8.

38. Redactado ya este trabajo nos llega el texto del Documento de trabajo para el próximo Congreso Europeo de Vocaciones. La perspectiva del destinatario se aborda en el Párrafo III de la Primera Parte, titulado "nivel cualitativo de las vocaciones" y en el IV, "aspectos problemáticos del mundo juvenil".

39. Cuando se habla de estas cosas es frecuente ya la pregunta de si hay que llegar hasta las discotecas y las movidas. La duda nace de la condición religiosa o sacerdotal de los agentes pastorales. Habría que decir, por una parte, que nada impide que los agentes pastorales sean los mismo jóvenes, más aún, hacia ello habría que tender. Y, en segundo lugar, quién dice que no se debiera intentar alguna experiencia, como ya se ha hecho en alguna parte, de encuentro con ellos por parte de religiosos o sacerdotes. Jesús no se retraía de encontrar a las personas en sus propios ámbitos existenciales.

40. A. Cencini, Vocaciones... pp. 79. 88.

41. Cf. A. Cencini, Vocaciones... pp. 89-92.

42. Id. ibid. p. 89. Es sabido que desde hace ya algunos años los Capítulos Generales de numerosas Congregaciones e Institutos han abordado ya este tema de la colaboración de y con los laicos, y de la agregación de los mismos. Aparece como paradigmático el reciente Documento de la 34 Congregación General de los Jesuitas, titulado precisamente: "Cooperación con los laicos en la misión", Cf. el texto en Testimonio, n. 150 (1995) 71-76