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La Iglesia en Estado de Misión

Vocación misionera del cristiano

 

Carlos Arturo Quintero Gómez
Secretario Ejecutivo de Comunicación del CELAM

 

Después de la reunión general de Obispos en Aparecida y de conocer el Documento Conclusivo, muchos se preguntan: ¿cuándo empieza la misión? La respuesta no tarda en aparecer: la misión comenzó hace más de dos mil años, cuando Cristo envió a sus apóstoles a predicar el evangelio: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28, 19 - 20). Entonces le fue confiada a la Iglesia esta acción misionera.

La Iglesia es esencialmente misionera, ella existe para la misión, esa es su identidad propia, así lo advierte el Papa Pablo VI en la Encíclica “Evangelii Nuntiandi” en el numeral 14: “la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”.

El mandato misionero de Jesús es un imperativo. “Vayan”, un verbo activo que implica encender la llamada del amor por la misión, arder de amor por Jesús y la humanidad y preocuparse por anunciar la buena nueva de la salvación sin escatimar esfuerzos. Este es un compromiso, que no corresponde sólo a los religiosos y religiosas, a los obispos y sacerdotes; es un compromiso de todos los bautizados.

El compromiso de la misión exige del agente de pastoral, en primer lugar, una revisión de vida, que lleve a aferrarse más a Cristo, a asumir la cruz como camino de dolor y sufrimiento para llegar a la gloria y prepararse mediante la oración, los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la escucha atenta de la Palabra de Dios. Sólo quien escucha la Palabra de Dios y la acoge en su corazón, puede hacerse discípulo de Jesús, porque como dice el apóstol san Pablo: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10, 8-9).

El discipulado necesariamente pasa por la renuncia. No es fácil renunciar a las seguridades humanas, desinstalarse, como Abraham (Gén 12,1), “salir”, de nuestra tierra, superar nuestras diferencias, afianzar la convicción del seguimiento de Cristo, llenar el corazón del amor de Dios y ser testigos de su resurrección. El discípulo que ha acogido la Palabra de Dios,  deja que Cristo actúe, que Él sea su razón de ser, que el sea el centro de su vida. En otras palabras, como san Pablo, el discípulo, todo lo llega a considerar pérdida “con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

Así, como bautizados, conscientes de la misión, comprometidos con Cristo y su evangelio, viviendo la triple dimensión bautismal: como sacerdotes, anunciando la Verdad; como Profetas, esparciendo la semilla de la esperanza y como reyes, sirviendo incondicionalmente a los hermanos, se entenderá lo que significa “recomenzar desde Cristo” (DA 549). Esto significa que todo agente de pastoral, convertido en auténtico discípulo de Jesús ha de vivir un encuentro íntimo y personal con quien es Camino, Verdad y Vida, reconocer el paso de Jesús por su historia personal y comunitaria, iniciar un proceso de conversión y entender, que para poder transformar las estructuras, primero debe vivir un cambio de mentalidad y de actitudes, una metanoia, un volver al amor primero.

El cristiano, sabe entonces que, necesita dejarse transformar por el amor de Dios, para poder emprender el camino de la comunión, que consiste en vivir en plena armonía con Dios, con sus hermanos, con la naturaleza y consigo mismo; reconocer que su misión consiste, no en anunciar su nombre, en buscar ser admirado y reconocido, sino en realizar una acción en nombre de Jesús. Si no hay conciencia de este itinerario, el misionero no mostrará el rostro de Cristo y sus actitudes, estarán lejos de ser un signo de la presencia de Dios.

La fecundidad pastoral, en este caso, pasa por una auténtica conversión en doble vía: una conversión personal de mente y de corazón, renovación interior que debe reflejarse en el ser y quehacer del misionero y una conversión pastoral, entendida como apertura a las iniciativas de la Iglesia, creatividad en la aplicación de las estrategias para anunciar a Cristo, preocupación por el anuncio de la Buena Nueva, vivir en plena comunión eclesial, trabajar por una reforma de las estructuras caducas (DA 379) y poner los carismas al servicio de la unidad de la Iglesia. Pues la unidad es clave en este camino misionero: “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).

El discípulo evidencia la plena comunión con Jesús, como su Maestro y con sus hermanos, viviendo en comunidad, celebrando el domingo, día del Señor (cf.. DA 251-252), aprendiendo a aceptar las diferencias y la diversidad para construir la unidad, preocupándose por la edificación espiritual, por la fuerza del testimonio, el perdón, el respeto, la confianza mutua, el servicio a ejemplo de Cristo que “no vino a ser servido sino a servir” (Mt 20,28), siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo, haciendo una lectura de los signos de los tiempos, para descubrir la voluntad de Dios y manifestando disponibilidad para caminar por la senda del amor, la paz y la justicia.

Cuando un agente de pastoral, ha acogido la palabra de Dios, ha vivido este encuentro con Cristo, se ha abierto a la conversión como camino hacia la comunión, se ha hecho discípulo de Jesús, expresa este discipulado en la comunidad de la que hace parte, se ha preparado y formado convenientemente en la escuela del amor (cf. DA 278), no puede quedarse pasivo, sino que sale como los apóstoles a predicar el evangelio, se hace otro Cristo para la humanidad. Se convierte en mensajero de la paz y la esperanza, en peregrino del amor y en héroe de la fe, capaz de dar la vida, por sus hermanos. Su vida es cántico de alabanza, la misión es su bandera y se lanza a la conquista de un mundo más justo y más humano, se hace mensajero de la vida, como dice el profeta Isaías: “qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que canta la verdad” (Is 52,7).

La misión de la Iglesia, no puede ser por lo tanto, un momento para encender la hoguera y dejar que el viento sople sobre el brasero, hasta que se apague el fuego encendido. Tiene que ser un acontecimiento de gracia, un kairós, que anime la “vocación misionera de los cristianos, fortaleciendo las raíces de su fe y despertando su responsabilidad para que todas las comunidades cristianas se pongan en estado permanente de misión” (Orientaciones: La Misión Continental. Para una Iglesia misionera. C. I. n. 2). Se trata de un Nuevo Pentecostés, un pasar de la pasividad a la acción, de una pastoral de la conservación a una pastoral de convicciones profundas, de una fe desencarnada a una fe coherente, de un anuncio descontextualizado a un kerigma que lleve a revitalizar el encuentro con Cristo vivo y a despertar el sentido misionero, en otras palabras: “salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos, para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad y amor, de alegría y esperanza” (DA 548).

Así que, levántate, no tengas miedo, no estás solo, Cristo hace camino contigo. Responde generosamente a la llamada del Señor y sé un misionero. Como el profeta Jeremías, déjate seducir por la Palabra de Dios: “me sedujiste y me dejé seducir” (Jer 20,7), como el profeta Isaías, escucha la voz de Dios: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? y responde con prontitud: “Aquí estoy, Señor, envíame” (Is 6,8), como los apóstoles, que “dejándolo todo” (Lc 5,11), siguieron a Jesús, dile hoy al Señor: “Señor quiero ponerme en tus manos, haz de mi un instrumento de tu amor y tu misericordia”; como la Virgen María, responde al Señor: “aquí está tu esclava”, tu servidor, “hágase en mi, según tu palabra” (Lc 1,38).

 

¿Qué sigue ahora?

La Comisión Ad hoc, de la Misión Continental, ha entregado el folleto sobre las orientaciones prácticas para la realización de la misión. Corresponde entonces a las Conferencias Episcopales diseñar las estrategias para la realización de la Misión, asumir las orientaciones prácticas y adaptar estos lineamientos, según sus necesidades y planes de pastoral.

Aprovechar el material que otras Conferencias Episcopales han producido y que son un valioso recurso pedagógico para tomar aquello que pueda ayudar a la comprensión del diseño metodológico para vivir la misión.

Aprovechar el material, que el CELAM sugiere, como recursos pedagógicos, fichas, signos comunes, reflexiones, para implementar en la Misión Continental.

Promover la participación en el concurso: “Cántale a Jesús en la Misión Continental”, organizado por el CELAM, para América Latina y el Caribe.

Aprovechar el material que los productores católicos de televisión, reunidos en Argentina, han decidido editar, sobre la Misión Continental. Producciones que han sido promovidas y sugeridas por SIGNIS y el CELAM, a través del Departamento de Comunicación (para los meses de agosto y noviembre)

Preparar a las comunidades para este gran acontecimiento eclesial, mediante la plegaria de la Misión y difusión del logo, el tríptico y otros medios comunes, y asumiendo, con un compromiso cristiano, el gran lanzamiento programado en el marco del  CAM3 y del COMLA8, para el 17 de agosto, en Quito, Ecuador.

Formar conscientemente a los agentes de pastoral para el anuncio de la Buena Nueva.

Orar en comunidad por la fecundidad espiritual de la Misión que no pretende ser una misión más de las tantas que se han realizado sino, un acontecimiento que nos lleve a vivir en estado permanente de misión.