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                           EN LA PASTORAL VOCACIONAL
                            ¿NOS OLVIDAMOS DE CRISTO?

          Se celebró el Jubileo para el 2000 aniversario de la venida de Jesucristo. En la intención de la Iglesia, el programa de preparación para el tercer milenio debía ayudarnos a descubrir la gloria de Dios que se reveló en Cristo.

          A muchos, tal vez, les podrá parecer que se trata de un objetivo más o menos espiritualista, pero lo cierto es que la Iglesia, anunciando este programa, está muy lejos de proponer fórmula alguna de alienación del hombre, pues no podemos olvidar que "gloria Dei, vivens homo": la gloria de Dios es el hombre que vive en plenitud (S. Ireneo, Adv. Haer. IV 20,7). Ahora bien, cada uno de nosotros no llegamos a ser hombres en plenitud sino en Cristo, el Hombre con los hombres, para los hombres y que a través de su Pascua resucitó, abriéndonos un camino de esperanza.

          El objetivo que el Papa propuso al convocar a la Iglesia a este Gran Jubileo es el "fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos, el suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (TMA, 42.)

          Este objetivo, leído en clave vocacional, es enormemente sugerente e iluminador. Toda verdadera vocación nace de la fe, vive de la fe y persevera con la fe. Decía hace años Pablo VI: "Si hay crisis de vocaciones, ¿no será , quizá, porque antes que nada, hay una crisis de fe?. ¡Qué obligación tan grande recae sobre los pastores de almas, sobre los padres, sobre los educadores cristianos de guiar a la juventud moderna al conocimiento profundo de Cristo, a la fe en él, a la amistad con él!" (Mensaje para la Jornada mundial de oración por las vocaciones, OR, 17 abril 1977, 11).

          El anhelo de santidad, por otra parte, es el que mueve al cristiano a decir al Señor: "Heme aquí, ¿qué quieres de mí? Estoy dispuesto a todo". Y la solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado, sitúa a los adolescentes y jóvenes en el ámbito adecuado para escuchar la voz de Dios a través de tantos gritos, sollozos y anhelos como se escuchan a lo largo y ancho del mundo.

          Como podemos ver, todo un programa de pastoral vocacional, desde las claves evangélicas de ayer y de siempre, desde donde tantos miles y miles de seguidores de Jesús han orientado vocacionalmente su vida. Claves que hoy muy frecuentemente olvidamos.

          Como sabemos, la preparación para el Jubileo se realizó a lo largo de tres años (1977-1999) dedicando cada uno de ellos a una de las personas de la Trinidad. Uno de ellos estuvo dedicado a la "reflexión sobre Cristo, Verbo del Padre, hecho hombre, por obra del Espíritu Santo... misterio de salvación para todo el género humano... único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre" (Ib., 29).

          Llevando esta reflexión al campo de la pastoral vocacional, no podemos olvidar que Cristo es el objetivo central. Los objetivos del acompañamiento vocacional de los adolescentes y jóvenes se orientan hacia la madurez humana, cristiana, y vocacional de los mismos. Son tres ámbitos en el descubrimiento, desarrollo y opción vocacional: antropológico, cristológico y de compromiso de fe.

          No se trata, claro está, de tres niveles separados y plenamente autónomos, sino de tres dimensiones de una única realidad: el hombre cristiano, miembro vivo de la Iglesia, servidora de la humanidad, desde la multiplicidad de vocaciones y servicios.

          No obstante lo dicho, el fundamento, la meta y el punto de referencia para toda formación y existencia humana es Cristo.

          En el nivel cristológico nos proponemos descubrir a Jesús como el hombre total, la realización plena de la persona humana verdadera y abierta a Dios y a los hombres; a Jesús hombre libre que da la vida, el hombre que se realiza en la "donación de su vida" para que los hombres tengan vida; a Jesús el obediente-disponible, modelo de decisión y entrega a la voluntad de Dios "superando toda tentación" del poder, tener, dominar, "gozar"; a Jesús amigo personal, alguien que ama personalmente, capaz de seducir y a quien entregarse; a Jesús el Hijo, el Apóstol, enviado del Padre como Salvador del mundo, que invita a otros para continuar su misión.

          El hecho de que la llamada de Dios nos llega a través de mediaciones humanas y de los acontecimientos personales y sociales, no debe dejar en la penumbra el hecho fundamental de que en el origen de toda vocación está siempre Jesucristo, suprema encarnación del amor de Dios. En el amor de Cristo, la vocación encuentra su porqué. Por ello, el diálogo con Cristo es esencial para llegar a descubrir la vocación y acogerla con gozo y valentía.

          No es posible seguir a un desconocido. A Cristo se le conoce en la lectura orante del Evangelio, intimando con él y siguiendo sus huellas. Como hace años decía también el Papa Pablo VI "sólo una intimidad vivida día a día con él, en él y por él puede hacer nacer y acrecentarse en un corazón juvenil la voluntad de donarse irrevocablemente, sin compromisos ni debilidades, con una alegría siempre nueva y regeneradora, a las responsabilidades de ser "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (cf. 1 Cor 4,1), así como la de perseverar en los compromisos crucificadores, propios de la vocación cristiana que brota del bautismo y se desarrolla durante todo el curso de la vida" (OR, 9 de abril 1978, 12).

          Normalmente, Dios no hace las cosas aprisa. La vocación se desarrolla en un diálogo prolongado, sincero y cordial con Cristo. Diálogo que es oración, amistad, vida cristiana. En la Biblia encontramos el diálogo como elemento fundamental de la vocación profética. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la vocación de Jeremías. Cuando éste percibe con claridad que Dios le llama, experimenta inmediatamente la sensación de su propia insuficiencia y entabla un diálogo con Dios en el que intenta escabullirse: ¡Ah, Señor Yahvé!..., no sé hablar..., soy un niño". Pero Dios le replica haciéndole ver la inconsistencia de su argumentación, y que no tiene que temer, puesto que contará siempre con la presencia y el poder de Dios: "irás adonde te envíe yo, y dirás lo que yo te mande. No tengas temor ante ellos, que yo estaré contigo para salvarte..." (Jer 1, 6-9).

          A propósito de este texto decía en cierta ocasión Juan Pablo II: "¡Qué profunda es la verdad que se encierra en este diálogo!. Nosotros deberíamos hacerla incondicionalmente la verdad de nuestra propia vida. Deberíamos tomarla con las dos manos y con todo el corazón, vivirla, hacerla objeto de nuestra oración y llegar a ser una sola cosa con ella y por ella. Aquí se encuentra expresada, a un mismo tiempo, la verdad teológica y psicológica de nuestra vida: el hombre que reconoce su vocación y su misión, respondiendo a Dios desde su debilidad". (OR, 30 noviembre 1980, 12).

          La intimidad con Cristo, el diálogo de amistad con él es, pues, absolutamente necesario para llegar a descubrir la vocación y para perseverar en ella. La pregunta que tendremos que hacernos todos los que, de una u otra forma, trabajamos o tenemos una responsabilidad con los jóvenes, es la de si les orientamos hacia ese encuentro con Cristo en quien está el origen y el sentido de toda vocación.

          Esto no significa, todo lo contrario, que nos olvidemos del compromiso social y evangelizador, pero ese compromiso deberá ser leído, asumido y realizado progresivamente desde los sentimientos y actitudes de Jesús. Esto quiere decir que los jóvenes deberán ser acompañados (dirección o acompañamiento personal) en el camino espiritual de conocimiento de Cristo, de oración, de conversión y compromiso. A este fin, no bastan las reuniones y actividades de grupo. Así actuó Jesús. En Mc 3,13 encontramos tres aspectos significativos de la llamada que hace Jesús: llama a cada uno individualmente y por su nombre; los llama a predicar el evangelio; y para que estén con él, es decir, los hace amigos suyos, introduciéndolos en la unidad de vida y acción que tiene él con el Padre en la vida misma de la Trinidad.

          A la luz de todo esto, lamentamos que sean tan pocos los sacerdotes y formadores que dedican tiempo a este ministerio del acompañamiento personal, siendo como es, el más urgente e importante en el proceso vocacional. Por ello, creemos que en las parroquias, colegios y asociaciones juveniles deberían existir un buen número de adultos, hombres y mujeres capacitados y entregados generosamente a este servicio trascendental. Con ello, el problema de las vocaciones en la Iglesia podría ir encontrando solución.

          Son muchos los jóvenes que buscan a Cristo. La XII Jornada mundial de la juventud ha visto la participación, en un número que ha superado todas las previsiones, de chicos y chicas procedentes de 160 países de toda la tierra. Se dieron cita en París para manifestar la alegría de su fe en Cristo y el deseo de comprometerse en la construcción de un mundo nuevo. Comentando dicho encuentro, las palabras de Juan Pablo II en la audiencia, son la mejor rúbrica que podíamos poner a cuanto venimos diciendo: "El tema central, dice el Papa, que guió la reflexión en las diversas etapas del encuentro fue la pregunta que dos discípulos hicieron un día a Jesús: "Maestro, ¿dónde vives?" y que recibieron la respuesta: "Venid y lo veréis" (Jn 1,38 s). Con ella el Señor los invitaba a entrar en relación directa con él, para compartir su camino ("venid") y conocerlo a fondo a él ("veréis").

          El mensaje era claro: para comprender a Cristo no basta escuchar su enseñanza; es preciso compartir su vida, hacer de alguna manera la experiencia de su presencia viva. El tema de la Jornada mundial de la juventud se insertó en la preparación para el gran jubileo del año 2000, que quiso volver a proponer al hombre de hoy a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

          Esta Jornada mundial pretendía ofrecer a los jóvenes que buscan el sentido último de su vida la respuesta: el descubrimiento de Cristo, Verbo encarnado para la salvación del hombre, además de iluminar el misterio humano más allá de la muerte, confiere la capacidad de construir en el tiempo una sociedad en la que se respete la dignidad humana y sea real la fraternidad".

          Estas palabras nos llevan a concluir nuestra reflexión reconociendo gozosamente en el mensaje de la Jornada mundial y en la experiencia vivida por tantos miles de jóvenes un nuevo y fuerte impulso para dar a Cristo la centralidad que se merece  en la pastoral vocacional.