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LA MUJER EN LA FORMACION DE LOS FUTUROS PRESBÍTEROS

El tema de la mujer continúa en el candelero. Los ambientes seminarísticos y presbiterales no pueden echar un tupido velo sobre él como si ya estuviera resuelto o el hecho de silenciarlo fuera la solución. Aunque lo pueda ser a nivel doctrinal o dogmático no lo es a nivel existencial y pedagógico.

Nos hacemos eco en este número de tres aspectos de este tema.

El primero es el de "el trato y la colaboración del sacerdote con la mujer" al que ha dedicado este año el Papa su Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, cuyo texto abre nuestra sección de Documentación.

El segundo, el de "la ordenación sacerdotal de la mujer". Hemos querido recoger una amplia y selecta documentación sobre el mismo para que nuestros seminaristas y sus educadores puedan hacerse un juicio adecuado sobre este delicado y conflictivo asunto: la Carta Apostólica del Papa con la postura oficial sobre el tema; un comentario y profundización del Card. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe; las reacciones de algunos episcopados especialmente significativos por la implicación, tanto doctrinal como pastoral, del tema en sus iglesias. Con ello nuestros lectores podrán ver en ejercicio cómo se construye la iglesia ante y frente a la autoridad oficial, cómo se realiza la obediencia en la comunión, cómo se salva la propia conciencia, cómo el acatamiento no está reñido con la valentía y, sobre todo, como dirá uno de ellos, cómo en ningún caso se justifica en la Iglesia "la resignación".

El tercero afecta más directamente a los formadores. Es el de la presencia de la mujer en la formación de los futuros presbíteros. En nuestro número se encuentra una amplia reflexión sobre este aspecto, fruto de una mesa redonda de educadores y educadoras convocada por nuestra Revista. Y la experiencia de una religiosa mexicana, que formó parte durante varios años del equipo formador de un seminario, y nos ofrece, desde su sencillez, su autorizado testimonio.

Es aquí donde queremos situar también nuestras reflexiones con el deseo de llamar la atención sobre el tema, de profundizar en él, de descubrir horizontes, de estimular a emprender caminos nuevos.

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  Una realidad que se abre camino entre sobresaltos y sorpresas

La conciencia de la necesaria y obligada participación de la mujer en la sociedad y en la iglesia no podía menos de llegar hasta las puertas del seminario. Y de entrar por ellas en pleno derecho y con plena libertad.

Es verdad que la situación ha cambiado radicalmente. Habría que tener en cuenta las terribles restricciones de los antiguos reglamentos, que prohibían cualquier presencia femenina en los seminarios, incluida la de las madres de los seminaristas. Todavía en los primeros decenios de nuestro siglo algunos arriesgados superiores de seminarios, que querían encomendar el servicio de cocina a religiosas, tuvieron que pedir permiso a Roma. En cambio, esta presencia y labor se había hecho ya normal en los seminarios de la segunda parte de la centuria. Si ahora retorna el tema es con otros planteamientos.

Fue una agradable sorpresa y una de las novedades que nos deparó el Sínodo sobre la formación de los futuros presbíteros el que se incluyera explicitamente a las mujeres entre "los protagonistas" de dicha formación.

El tema fue planteado abiertamente en el Aula por algunos de los Padres Sinodales. Mons. Decourtray, Arzobispo de Lyon (Francia) lo hizo con lucidez y valentía en estos términos.

"Sería un signo de fidelidad viva y verdadera en el Espíritu Santo si el Sínodo propusiese al Papa importantes reformas en varias direcciones... Una reforma que desarrolle las condiciones que permitan a los futuros sacerdotes, célibes de sexo masculino, vivir una relación cada vez más auténtica con las mujeres . Los responsables de la formación, en su mayor parte, no han sacado todavía las consecuencias del redescubrimiento moderno del carácter radical, ontológico, de las relaciones entre los sexos, y de cuanto implica tal relación para un celibato bien vivido y para un ministerio sacerdotal bien ejercido. Parece incluso que se desconocen las enseñanzas conciliares y pontificias sobre la mujer cuando se habla de la formación de los sacerdotes. L´Instrumentum laboris permanece mudo! (Cfr. Mensaje del Concilio a las mujeres, 8-12-65; Pablo VI, Discurso del 6-12-76; Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n. 30). Partiendo de esto se propone que mujeres, elegidas con los mismos criterios con los que se escogen a los hombres responsables de los seminarios, sean llamadas cada vez en mayor número a participar en la formación de los futuros sacerdotes, poniendo a contribución el carisma propio de la mujer, en un plano de igualdad con los educatores masculinos. Esto valdría: a) para la enseñanza de la teología , donde el carisma de ser mujer aparecería como entre las mujeres "doctoras de la Iglesia": Teresa de Avila, Catalina de Siena y otras muchísimas, conocidas o no. La mujer que vive verdaderamente su vocación de mujer ayuda a no quedar en las abstracciones tratando los misterios de la fe, a ver la primacía de la adhesión de fe sobre el intelectualismo crítico, a hacer el empalme entre materias dispersas en un mundo artificialmente lógico y la realidad de las relaciones personales y de las diversas actitudes pastorales. b) Para la celebración de la liturgia y de los sacramentos , en la que la mujer está más preparada para hacer comprender al futuro sacerdote que los gestos, las palabras, las actitudes deben brotar de lo profundo del corazón y de la gratuidad del amor personal por Jesús. Por ejemplo: la Magdalena que unge los pies de Jesús. c) Para la relación sana y fructífera entre hombres y mujeres en la vida cotidiana , que facilita el crecimiento en la castidad positiva y gozosa, fruto y manifestación de un amor por parte del que elige el celibato por el Reino. d) Para un cierto acompañamiento espiritual que deja intacta la función propia del confesor. Hay que meditar el ejemplo de Santa Catalina de Siena. d) Para una colaboración real y reconocida en el discernimiento oficial de las vocaciones sacerdotales y en las posibles decisiones" (Texto completo en G. Caprile, Il Sinodo dei vescovi 1990, p. 92-93).

Como fruto de ésta y de otras intervenciones, especialmente en los grupos, se recoge la propuesta en un tono abierto y positivo. La Proposición 29, dedicada a "los formadores", quienes se distinguen claramente de los "profesores" (cfr. prop. 30) afirma: " Ad mentem Exhortationis Christifideles Laici (n. 61 et 63) necnon Epistolae Apostolicae Mulieris dignitatem, secundum quas laici partem habent propriam in spirituali clericorum itinere (Chr.L. 61), haec Synodus, servatis culturalibus contextibus, proponit ut laici, viri atque mulieres, prudenter selecti, secundum cujusque charismata associari possint communitati formatorum ad candidatos pro presbyteratu educandos, propter beneficos fructus inde oriundos".

Al pasar a la Pastores dabo vobis se mantiene el mismo contexto, es decir, en el párrafo dedicado a los formadores (n 66) y no en el de los profesores (n. 67). La motivación ha ganado hondura, por cuanto se fundamenta en el "sano influjo... del carisma de la feminidad". Pero la expresión literal ha perdido garra. La "associatio" se ha matizado convirtiéndola en "collaboratio" y se introducen diversas restricciones : "es oportuno contar también -en forma prudente y adaptada a los diversos contextos culturales- con la colaboración de fieles laicos, hombres y mujeres , en la labor formativa de los futuros sacerdotes. Habrán de ser escogidos con particular atención, en el cuadro de las leyes de la iglesia y conforme a sus particulares carismas y probadas competencias. De su colaboración, oportunamente coordenada e integrada en las responsabilidades educativas primarias de los formadores de los futuros presbíteros, es lícito esperar buenos frutos para un crecimiento equilibrado del sentido de Iglesia y para una percepción más exacta de la propia identidad sacerdotal por parte de los aspirantes al presbiterado" (n. 66).

Las Directrices para la formación de los formadores son aún más restrictivas y prudentes: "puede ser oportuno asociar a la labor formativa del seminario en forma prudente y adaptada a los diversos contextos culturales, también fieles laicos, hombres y mujeres, escogidos conforme a sus particulares carismas y probadas competencias" (n.20). En la explicación que sigue a continuación se matiza aún más: la acción de estas personas "oportunamente coordenada e integrada en las responsabilidades educativas primarias" está llamada a enriquecer la formación sobre todo en aquellos sectores en que los laicos y los diáconos permanentes son de ordinario especialmente competentes, tales como: la espiritualidad familiar, la medicina pastoral, los problemas políticos, económicos y sociales, las cuestiones de frontera con las ciencias, la bioética, la ecología, la historia del arte, los medios de comunicación social, las lenguas clásicas y modernas". Hay que suponer que las mujeres, al no nombrarlas explícitamente ahora, se encuentran incluidas entre "los laicos", unicamente en el marco del profesorado y ninguno de los beneficios hace referencia a lo más peculiar, el "carisma de la feminidad", que aducía la PDV.

De los "benéficos frutos "

Los "benéficos frutos" de los que habla la Prop. 29, y que el Arz. Decourtray había clasificado en 4 grandes areas, se reducen a dos en la PDV: "el crecimiento equilibrado del sentido de Iglesia" y "la percepción más exacta de la propia identidad sacerdotal" (PDV 66). En las Directrices se reducen a las "competencias" de orden científico.

Nos parece que es posible profundizar y explicitar más adecuadamente los "buenos frutos" que de la incorporación de la mujer se derivarían para la formación de los futuros presbíteros. Con ello tendríamos los motivos para hacer efectiva esa incorporación y para vencer las invitables resistencias que una medida de este tipo puede provocar en muchos de los responsables de la elección de los formadores.

1. Si nos colocamos en un nivel que podríamos calificar como teológico , tendríamos que referirnos, en primer lugar, a la praxis educativa de Jesús con Los Doce, que es siempre el primer argumento y en el que la PDV fundamenta toda su teoría educativa: "La identidad profunda del seminario es ser, a su manera, una continuación en la Iglesia de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús"(PDV 42), "la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, "la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a Los Doce " (n. 60).

Pero si se es fiel y consecuente con esta perspectiva habría que considerar como un dato especialmente significativo el hecho que aduce la Mulieris dignitatem (n. 13), y que constituye buena parte de la línea argumental de la Carta a los sacerdotes (cfr. n. 6), que en esa comunidad educativa de Los Doce con Jesús se hallan presentes constantemente algunas, numerosas mujeres (cfr. Mt 27, 33; Lc 13, 18). Una presencia activa, significativa, de marcada influencia en y sobre el grupo. No solo ni primordialmente con su "asistencia" y "servicio" ( cfr. Lc 8, 1-3; Mt 8, 14-15; Jn 11, 17-27)), sino con sus actitudes, sus intervenciones, su fe, su oración (cfr. Mt 9, 22; 15, 28; Lc 11, 27-28). Y no solo María, la madre de Jesús (cfr. Jn 2, 1-12); sino otras muchas (cfr. Hech 1, 12-14) que son además presentadas por Jesús a Los Doce y a todos los discípulos, como modelos de discípulos, de creyentes (cfr. Mt 15, 28; Lc 7, 37-47); de respeto, veneración, estima y amor por Jesús, incluso con gestos tipicamente "femeninos", incomprensibles y criticados por la lógica del discípulo varón (cfr. Mt 26, 6-13; Lc 7, 36-50; Mc 14, 3-9); más aún, como "modelos" y primicias de los apóstoles (cfr. Jn 4, 39-42; 20, 18; Lc 24, 1-12; véase Carta, n.6).

En segundo lugar, habría que aludir al principio fundamental que establece la PDV de que la educación de los futuros presbíteros es una responsabilidad y tarea de toda la comunidad eclesial diocesana : "es la Iglesia como tal el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio" ( PDV 65). Pero resulta que luego en la formación de los presbíteros se hace presente de hecho solo una iglesia masculina, con lo que no aparece ni se realiza "el puesto y la misión que sus diversos miembros... tienen en la formación de los aspirantes al presbiterado" (Ibid.).

Un tercer elemento, también de orden eclesiológico , muy sutilmente aportado por Juan Pablo II en la Mulieris dignitatem debería ser subrayado en este contexto. Es el hecho de que la Iglesia es reconocida "a la vez, como "mariana" y "apostólico-petrina""(n.27), y que el aspecto "mariano" es reconocido como anterior e incluso más fundamental que el petrino-apostólico. "Aunque la Iglesia posee una estructura "jerárquica", sin embargo esta estructura está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del cuerpo místico de Cristo. La santidad, por otra parte, se mide según el gran misterio en el que la esposa responde con el don del amor al don del esposo, y lo hace en el Espíritu santo porque "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros coazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5, 5). Si esto es así no resulta nada difícil deducir consecuencias sobre la conveniencia de asegurar la presencia e intervención habitual de la mujer en la formación de aquellos que han de continuar en la historia la dimensión apostólico-petrina. Con esa presencia, en efecto, se haría patente que, antes y por encima de esa su dimensión específica, que se sitúa más en el ámbito de lo funcional, está la que aporta la mujer -María- en la Iglesia: la dimensión de la santidad. Con dicha presencia, por otra parte, se educaría también su modo de ejercer la autoridad oficial. El talante, en efecto, el modo "femenino" de ejercer el poder, en un estilo cercano, sensible, tierno , contribuiría a paliar la distancia, la sequedad, la dureza incluso con que tanta veces se ejerce lo "petrino-apostólico", también en los grados más bajos de ejercicio, como es el del presbiterado.

2. Si del nivel teológico pasamos a los niveles antropológicos , nos encontramos con eso que el Papa llama "el carisma de la feminidad". Y ahí encontraremos otra serie de buenos motivos, de "benéficos frutos", para incorporar a las mujeres en el proceso de acompañamiento y formación de los candidatos al presbiterado.

En efecto, "la mujer representa un valor particular como persona humana por el hecho de su feminidad" (MD 29). Esto significa que "no se puede lograr una auténtica hermenéutica del hombre, es decir, de lo que es humano, sin una adecuada referencia a lo que es femenino" (MD 22). Por ello, un varón no puede formarse en plenitud como auténtica persona humana completa, adulta y madura, sin la intervención, en su desarrollo de la mujer. Desde estos presupuestos no resulta difícil de comprender que el desarrollo del varón candidato al ministerio presbiteral será facilitado si se realiza con la presencia e influencia directa de la mujer, por el contagio o la "modelación" que proporciona la presencia y el influjo habitual, directo e inmediato de quienes encarnan "el carisma de la feminidad".

a) Uno de las componentes esenciales de esa "carisma de la feminidad" es la entrega, la donación de sí (MD 11). Con palabras hermosas lo ha formulado Juan Pablo II: Esta participación (de todos en el sacrificio de Cristo) determina además la unión orgánica de la Iglesia como pueblo de Dios con Cristo. Con ella se expresa a la vez el "gran misterio" de la carta a los Efesios: la esposa unida a su esposo ... unida de tal manera que responda con un "don sincero" de sí al inefable don del amor del esposo , redentor del mundo. Esto concierne a todos en la Iglesia, tanto a las mujeres como a los hombres, y concierne obviamente también a aquellos que participan del "sacerdocio ministerial", que tiene el carácter de servicio" (MD 27). Si esto es verdad, se comprende la trascendencia, desde el punto de vista pedagógico, de contar con la presencia y el influjo habitual, inmediato, de ese "modelo" de entrega, que es la mujer, en la formación de quienes están llamados a ser pastores-servidores de la grey, a entregarse en alma, vida y corazón a ella, nunca a ser dueños ni señores de la misma.

b) A este primer carácter ontológico de la mujer hay que añadir el otro, resaltado también por el Papa, de "la especial sensibilidad de la mujer por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano", que se traduce y se expresa en "dirigir su atención hacia la persona concreta" (MD 18), o el hecho de que "Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano". "En este sentido, sobre todo el momento presente espera la manifestación de aquel "genio" de la mujer que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano" (MD 30). Este rasgo sintoniza de manera especialmente adecuada con una de las características primeras de la formación del pastor, la formación de su sensibilidad humana, uno de los componentes de la caridad pastoral (PDV 23), "En el trato con los hombres y en la vida de cada día, el sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permita comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas, compartir las esperanzas y expectativas, las alegrías y los trabajos de la vida ordinaria; ser capaz de encontrar a todos y dialogar con todos. Sobre todo conociendo y compartiendo, es decir, haciendo propia la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones, desde la indigencia a la enfermedad, de la marginación a la ignorancia, a la soledad, a las pobrezas materiales y morales, el sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente, en un creciente y apasionado amor al hombre" (PDV 72; cfr. también n. 43). Qué mejor formador podrá tener el futuro presbítero que aquella que ha sido dotada por la naturaleza, por el creador, con esa especial sensibilidad por la persona concreta.

c) Otro aspecto especialmente significativo es el de la formación en las relaciones interpersonales . También aquí se establece una especial sintonía existencial y pedagógica entre la mujer y la formación para el ministerio presbiteral. "En la "unidad de los dos" el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir "uno al lado del otro", o simplemente "juntos", sino que son llamados también a existir reciprocamente, "el uno para el otro". De esta manera se explica también el significado de aquella "ayuda" de la que habla el Gen 2, 18-25.... Se entiende facilmente que...se trata de una ayuda de ambas partes, que ha de ser ayuda recíproca. Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal. El texto de Gen 2, 18-25 indica que el matrimonio es la dimensión primera, y, en cierto sentido, fundamental de esta llamada. Pero no es la única. Toda la historia del hombre sobre la tierra se realiza en el ámbito de esta llamada. Basándose en el principio del ser recíproco para el otro en la comunión interpersonal se desarrolla en esta historia la integración en la humanidad misma, querida por Dios, de lo masculino y de lo femenino...(MD 7). El trato con la mujer en el ámbito y contexto formativo será sin duda un factor positivo que preparará al futuro pastor para "la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres" (PDV 44).

A esto se añade el que la mujer se muestra siempre más atenta a la relación interpersonal que a los aspectos organizativos, por lo que su presencia en el seminario contribuiría a formar el ambiente más personal, más cordial, más comunitario. Así el pastor se formaría más adecuadamente para ese su trabajo futuro de atención a las personas individualmente, de "conocerlas por su nombre", de acompañarlas personalmente en su camino de fe.

Desde esta perspectiva se entiende también que la presencia de la mujer en la formación del futuro presbítero sería una contribución inmejorable para la madurez afectiva del mismo, aspecto que preocupa tanto a los formadores. Dentro de este ámbito de la madurez afectiva no hay que ignorar otro aspecto que es el de la especial capacidad o intuición de la mujer para detectar las anomalías afectivas tanto de tendencia como de orientación y de ejercicio en la vida afectiva e incluso sexual de los jóvenes. En este tiempo en que se detectan entre los candidatos no pocas indefiniciones sexuales la presencia y la cercanía, la intuición y el juicio de la mujer puede ser un factor especialmente fecundo en orden al discernimiento de la capacidad para asumir el ministerio presbiteral.

d) Una intuición y afirmación de la Mulieris dignitatem nos parece que debe ser subrayada también en este contexto formativo. Es aquella en la que se habla del amor como constituyente de la feminidad y de la especial fortaleza moral de la mujer. "La dignidad de la mujer se relaciona intimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da. ...La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás...La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano... La mujer es fuerte por la conciencia de la entrega, es fuerte por el hecho de que Dios "le confía el hombre", siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en la que pueda encontrarse.... Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace "fuerte" y la reafirma en su vocación. De este modo la "mujer perfecta" (cf Prov. 31, 10) se convierte en un apoyo insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás, que perciben la gran energía de su espíritu" (MD 30).

Aquí se sitúa uno de los "beneficios" de la presencia inmediata de la mujer en la formación de los futuros presbíteros. Los candidadtos, en efecto, pertenecen, según confesión de sociólogos y educadores, a una generación caracterizada psicológicamente como una "generación frágil". A esta fragilidad no es fácil hacer frente educativamente desde la sola presencia masculina, es decir, desde reafirmaciones de las normas, de la autoridad, de la disciplina, como pretenden todavía tantos educadores en tantas partes y desde tantas orientaciones. Sí se podrá ayudarles a fortalecer su carácter desde formadores cercanos, familiares, desde posiciones "cálidas" y ambientes "cálidos", desde posiciones vitales "maternas" a la vez que "paternas". La "fortaleza" de la mujer, su "amor cálido y tierno", será un factor benéfico insustituible en los ambientes seminarísticos. Será el camino más adecuado para recibir ese "apoyo insustituible y esa fuente de fuerza espiritual" (MD 30), del que tanto precisan esos candidatos "frágiles".

A ello se añade el influjo positivo de esa otra característica de la "vocación de la mujer", su fidelidad manifestada en el seguimiento del Señor "hasta el final", hasta la cruz, allí donde los varones mostraron su debilidad abandonándole practicamente todos, aspecto que se complace en repetir y subrayar el Papa en la Carta a los sacerdotes, repitiendo y ampliando la exposición que había hecho en la Mulieris dignitatem (cfr. n. 15): ¿ "no es quizás un dato incontestable que fueron precisamente las mujeres quienes estuvieron más cercanas a Jesús en el camino de la cruz y en la hora de su muerte? Un hombre, Simón de Cirene, es obligado a llevar la cruz (cfr. Mt 27-32); en cambio numerosas mujeres de Jersulén le demuestran espontaneamente compasión a lo largo del via crucis(cfr Lc 23, 27)... Al pie de la cruz está unicamente un apóstol... y sin embargo hay varias mujeres" ( cfr. Mt 27, 55-56)...(n. 6)

Una presencia significativa

Si de la consideración pedagógica pasamos a una consideración más de tipo funcional hay que afirmar la conveniencia de que la participación de la mujer en la formación de los futuros presbíteros se haga desde una presencia significativa.

No se trata de repetir o mantener esa "colaboración" mínima, siempre importante, pero tímida, que las relegaba a los "servicios asistenciales": la cocina, la limpieza, la ropa, en ocasiones también la enfermería.

Tampoco parece que bastaría la colaboración "desde fuera", o desde la simple labor académica, sobre la que ya no hay dificultad u objeción especial.

Los benéficos frutos son de tal naturaleza que solo se obtendrán si la mujer participa en lo que PDV llama "las responsabilidades educativas primarias de los formadores" (n. 66). Se trata de las dimensiones fundamentales de la formación como son la humana, la espiritual, la pastoral, además de la intelectual. Y se trata, sobre todo, de su incorporación sea plena en el ámbito educativo, o sea, en la elaboración del proyecto educativo, en la atención directa e inmediata de los seminaristas.

Estas responsabilidades demandan, como hemos visto, una presencia habitual, constante, permanente, cercana, cualitativamente distinta de la de los profesores. Deberían formar parte de la "comunidad educativa",y, por consiguiente, de acuerdo a las indicaciones y deseos de los Documentos de la Iglesia, con residencia en el seminario (cfr. PDV 6; Directrices 4). Solo así se puede llegar a formar en verdad y profundidad.

Es verdad que la residencia de las mujeres en el internado del seminario parece entrañar muchas difícultades especialmente si son seglares o madres de familia. Pero la dificultad no lo es tanta si se tiene en cuenta que, desde que se permitió la entrada de mujeres en los seminarios para los "servicios auxiliares", un buen número de ellas siempre han residido dentro de los muros del seminario, en dependencias propias. Y no solo mujeres "consagradas", sino seglares y jóvenes, que desde hace ya muchos años se incorporaren como auxiliares. Y este hecho no ha constituido ningún problema.

Desde la competencia y la preparación

Es claro que una tal presencia e incorporación no se ha de improvisar. Las mismas condiciones y criterios que se exigen para la elección de los formadores masculinos (Cfr. Directrices, nn 23-47) ha de aplicarse también a las formadoras. Las mismas cualidades, especialmente eso que Directrices califica como el "carisma pedagógico", "que se manifiesta en dones naturales y de gracia y... en algunas cualidades y aptitudes que se han de adquirir".

De las señaladas como "ideal" en las Directrices, nos complace subrayar, en primer lugar, la que se refiere al "espíritu de fe" "firme y bien fundada y motivada, vivida en profundidad de modo que se transparente en todas sus palabras y acciones " (n. 26). Cualidad esta que, como vimos, junto con "el amor a la oración", son más fáciles de encontrar en la mujer.

En segundo lugar, el "espíritu de comunión" dado que se trata de educar "en una muy estrecha unión de espíritu y de acción y de formar entre sí (los formadores) y con los alumnos una familia "( Directrices, 29), inspirándose en una verdadera eclesiologia de comunión.

Subrayar también la madurez humana y el equilibrio psíquico, esa "límpida capacidad de amar", "el libre y permanente control del propio mundo afectivo: la capacidad para amar intensamente y para dejarse querer de manera honesta y limpia" (Directrices, 35).

Y muy especialmente el estar dotadas de auténtico sentido pedagógico, esto es, aquella actitud de paternidad -de maternidad, tendríamos que decir en nuestro caso - espiritual que se manifiesta en un acompañamiento solícito, y al mismo tiempo respetuoso y discreto del crecimiento de la persona" (Directrices, 36).

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Cuando tantas dificultades existen en muchas partes para encontrar formadores que quieran y sepan dedicarse a esta delicada tarea de formar a los futuros presbíteros, sería temeridad ignorar el aporte que las mujeres pudieran prestar desde dentro a esta labor eclesial. Mujeres con estas cualidades abundan. ¿Más que entre los varones?. Muchas de ellas, además, son personas "competentes", cualificadas, preparadas humana y pedagógicamente, para esas labores de acompañamiento humano, espiritual, vocacional.

Es sabido que la Iglesia ha sido dotada por el Espíritu del Señor de instituciones de personas consagradas, religiosas y seculares, aprobadas precisamente porque su carisma se sitúa en la onda de la formación y atención a los seminaristas. Pero la Iglesia dispone también de mujeres seglares dotadas de carisma pedagógico y , sin duda, con disponibilidad para esta tarea. La presencia en los seminarios de uno y otro tipo de mujeres no debería constituir ya en adelante ningún problema.

Aunque el terreno está casi todavía virgen, casi sin explorar, lleno de dificultades, no exento de riesgos,-nunca mayores que los que una formación realizada por solos varones ha provocado en las generaciones de presbíteros anteriores y en los momentos actuales-, pero ya no nos faltan experiencias suficientes para indicar que es posible la incorporación plena de la mujer a la formación de los futuros presbíteros, ni motivos para emprenderlo. Buscar estos otros modelos educativos puede ser el reto que la historia, o mejor, el Espíritu del Señor que la conduce, pone ante los responsables actuales de la formación de los futuros presbíteros, agentes de una iglesia nueva en y para una nueva evangelización.