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El terrible miedo al compromiso

Este artículo de periódico va especialmente dirigido al compromiso de las parejas. No obstante, hemos creído que es aprovechable para lo que supone nuestro compromiso vocacional. Esto nos puede llevar a entender actitudes que percibimos en los vocacionados. Advierto que he hecho algunos recortes y que sería bueno ampliar estas notas con estudios que profundicen sobre esta realidad.

El ascenso de eso que venimos llamando miedo al compromiso afectivo-vocacional está alcanzando tal magnitud, que cabe pensar si realmente es un problema sólo de miedo o si estamos ante un cambio de modelo afectivo-vocacional que también está en pleno proceso de transformación.

Cuestión de estilos afectivos

Hoy ponemos en juego distintos estilos afectivos. Es decir, distintas maneras de amar, de entregarnos. Nadie ama igual, aunque la psicología reconoce algunos estilos en los que todos podemos más o menos identificarnos.

El estilo afectivo y de entrega tiene mucho que ver con cómo hemos sido amados en nuestra más temprana infancia y en cuál ha sido nuestra respuesta, es decir, con cómo hemos gestionado el apego. De eso se ocuparon hace ya unos años el psicólogo John Bowlby, además de Harry Harlow y posteriormente Mary Ainsworth. Dicha teoría del apego enfatiza la importancia del vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres o sus cuidadores de referencia.

Distinguieron tres tipos de apego: el seguro, el inseguro y el ambivalente. Eso lo observaron al realizar una serie de actividades, que voy a simplificar, en las que las madres dejaban al niño solo, jugando, para volver más tarde, o bien la madre permanecía en compañía de otra persona adulta.

Al irse mamá, todos los niños solían llorar para luego entretenerse en sus juegos. Lo interesante llegaba al volver la madre. Los niños de apego seguro se alegraban de su vuelta y se echaban a sus brazos. Los niños de apego inseguro, en cambio, se hacían los remolones, ignorando el contacto con la madre. Como una especie de “me has hecho sufrir, pues ahora paso de ti” (¿les suena eso aún hoy como adultos?). Los ambivalentes eran los más ansiosos, reaccionando ahora de una manera, ahora de otra. Esa huella la mantenemos casi de por vida.

El apego hoy

Estudios más recientes han actualizado esta teoría y han adecuado los estilos de tal manera que llega a entenderse por qué tanta gente teme el compromiso. Así se puede hablar de cuatro estilos en los que todos andamos más o menos metidos: el seguro, el preocupado, el huidizo y el temeroso.

A grandes rasgos, el estilo seguro se reconoce porque mantiene un adecuado equilibrio entre las necesidades afectivas y la autonomía personal. Suelen ser personas que tienen un modelo mental positivo tanto de sí mismas como de los demás, es decir, que confían en sí mismas, con una elevada autoestima y comodidad en las relaciones interpersonales y en la intimidad.

El estilo preocupado se caracteriza por un modelo mental negativo de sí mismo y positivo de los demás, con una elevada necesidad de apego. Son personas con baja autoestima, conductas de dependencia, con una necesidad constante de aprobación y una preocupación excesiva por las relaciones. En los casos extremos puede caer en conductas hostiles, como las malditas celotipias.

El miedo a amar

Al estilo huidizo se le puede añadir la coletilla “alejado”, puesto que viven las relaciones en un estado continuo de acercamiento-alejamiento. Son los que más dicen quererse enamorar (entregarse) para después sentirse con la soga al cuello. Por eso huyen. Suelen ser personas con una elevada autosuficiencia emocional, una baja activación de los deseos de apego, muy orientados al logro de sus objetivos y una elevada incomodidad con la intimidad. Por desgracia, los que sufren este tipo de apego confunden su necesidad de alejamiento con la falta de amor y por eso rompen compromisos y relaciones una detrás de otra. Son los más proclives a huir del compromiso, y cuando lo logran hay que procurar no atarlos en corto.

Finalmente está el estilo temeroso, con un modelo mental que podríamos caricaturizar como “yo estoy mal, pero tú estás peor”. Se caracterizan por sentirse incómodos en situaciones de intimidad, por una elevada necesidad de aprobación, por considerar las relaciones como algo secundario y por una baja confianza en sí mismos y en los demás. El estilo temeroso tiene necesidades de apego frustradas, puesto que, al mismo tiempo que necesitan el contacto social y la intimidad, el temor al rechazo que les caracteriza les hace evitar activamente situaciones sociales y relaciones íntimas.

A todo ello hay que sumar las experiencias vividas que modelan sin duda nuestros estilos afectivos. Aunque podríamos discutir qué fue primero, si el huevo o la gallina, o el nido, es cierto que el miedo a amar también se reconoce ante los sufrimientos causados por amores mal entendidos. Por engaños y autoengaños. Por corazones rotos y desgarrados por el dolor del desamor. Nadie quiere volver a sufrir así. No es necesario. Por eso podemos aprender a amar desde la plenitud. Y eso empieza por aprender a amarse a uno mismo.

Amar con conciencia

Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección (Antoine de Saint-Exupéry)

Conocer el estilo afectivo propio es fundamental. Primero para poder identificar las dificultades que tenemos en el marco de las relaciones y que no dependen sólo de con quiénes nos juntamos, para tomar responsabilidad sobre ello. Pero también significa aprender a vivir de acuerdo con el estilo afectivo que queramos desarrollar en la vida. Lo importante es responsabilizarse de las elecciones que hacemos en cada momento, con integridad y sin dañar a los demás.

Arrastramos aún la necesidad de crear marcos en los que encajar nuestra existencia. Son útiles, ya que así sabemos cómo actuar y dónde están los límites. Pero también nos quitan flexibilidad, no nos permiten, como la vida misma, fluir con el presente y con los acontecimientos, sino que nos etiquetan, normativizan y crean expectativas y obligaciones que nos quitan autenticidad. Eso es lo que ocurre con el amor a veces. Se dan por hecho tantas cosas que es inevitable vivir en el autoengaño. Por eso, cuando Cupido se quita la venda de los ojos, no nos podemos creer en lo que nos hemos convertido.

Prefiero pensar que hoy disponemos de una conciencia diferente, la cual nos permite elaborar las relaciones día a día, sabiendo que andamos continuamente sobre la fina cuerda de la incertidumbre y que todo se debe ir resolviendo si hay capacidad de amar. Y eso empieza por asumir cómo amamos y cómo queremos ser amados. 

 

 

(Fuente: Xavier Guix en El País Semanal, 20.09.2009)